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Opinión

1 de Agosto de 2012

El Enemigo Interior

El 24 de agosto de 1814, el futuro de la tierra de libertad tenía mala cara. Ese día los británicos conquistaron Washington DC y prendieron fuego al Capitolio y la Casa Banca. El presidente Madison se refugió en los cercanos bosques de Virginia, donde esperó con paciencia que hiciera efecto la famosa capacidad restringida de […]

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El 24 de agosto de 1814, el futuro de la tierra de libertad tenía mala cara. Ese día los británicos conquistaron Washington DC y prendieron fuego al Capitolio y la Casa Banca. El presidente Madison se refugió en los cercanos bosques de Virginia, donde esperó con paciencia que hiciera efecto la famosa capacidad restringida de concentración británica, que no se hizo esperar. Los británicos continuaron su avance y lo que pudiera haber sido un Día de Completa Oscuridad se convirtió en una bonanza para la industria de la construcción y las inmobiliarias de categoría de Washington.

Un año después del 11 de septiembre (2001), todavía no sabemos quien nos atacó aquel triste martes o cual fue la verdadera razón. Pero para muchos defensores de los derechos civiles es bastante obvio, que el 11 de septiembre no sólo acabó con gran parte de la frágil Declaración de Derechos americana, sino también con nuestro envidiado sistema de gobernación, que ya había recibido un golpe mortal a finales del 2000, cuando la Corte Suprema hizo un tipo de baile al compás de 5 por 4 y sustituyó a un presidente elegido por sufragio popular por la junta petrolera Cheney/Bush.

Mientras tanto, nuestro gobierno, cada vez menos obligado a responder a nadie, persigue todo tipo de juegos en la escena internacional, de los cuales nosotros, la infantería (anteriormente conocidos como el pueblo), nunca nos enteraremos. Aún así, hemos recibido algunas respuestas a la pregunta: ¿Por qué no nos avisaron de antemano de lo que iba ocurrir el 11 de septiembre? Parece que sí que nos avisaron repetidamente; hacía un año que se hablaba de «visitas desagradables sobre nuestros cielos» alrededor de septiembre de 2001, pero el gobierno ni nos informó ni nos protegió, a pesar de las advertencias de los Presidentes Putin y Mubarak, de Mossad y hasta por nuestro propio FBI.

Una comisión conjunta de comités de inteligencia del Congreso informó (diario New York Times, el 19 de septiembre de 2002) que ya en 1996, el terrorista pakistaní Abdul Hakim Murad confesó a agentes federales que «estaba aprendiendo a volar para poder estrellar un avión contra la sede de la CIA».

Sólo George Tenet, director de la CIA, parece ser el único que se tomó las diferentes amenazas en serio. En diciembre de 1998 escribió a sus subordinados, diciendo que «estamos en guerra» contra Osama bin Laden. Pero el efecto que estas palabras no hicieron en el FBI ninguna reacción, ya que alrededor del 20 de septiembre de 2001, «el FBI sólo tenía un analista dedicado al tema al-Qaeda a tiempo completo».

Citamos un informe oficial preparado para Bush a comienzos de julio de 2001: «Creemos que OBL [Osama bin Laden] lanzará un importante ataque terrorista contra intereses americanos y/o israelíes en las próximas semanas. El ataque será espectacular y diseñado para ocasionar desgracias personales masivas en instalaciones o intereses americanos. Ya se han hecho preparativos para el ataque. El ataque se perpetuará sin o con una mínimo aviso.» Y así sucedió. Aún así, Condoleezza Rice, Consejera de Seguridad Nacional, dice que nunca sospechó que esto significaría más que el secuestro de aviones.

Por suerte, más allá de la Ronda de Circunvalación de Washington, todavía existe Europa – recientemente declarada antisemita por los medios de comunicación americanos–, porque la mayoría de los europeos no quiere una guerra con Irak y la junta sí, por motivos que sólo comenzamos a comprender ahora, gracias a investigadores europeos y asiáticos y sus medios de comunicación más o menos libres.

Referente al «Cómo y por qué se atacó a América el 11 de septiembre de 2001», el mejor y más equilibrado informe hasta la fecha es el de Nafeez Mossadeq Ahmed… Sí, sí, ya sé que es uno de Ellos, pero muchas veces ellos saben cosas que nosotros no conocemos -sobre todo en relación a lo que está tramando nuestra gente. Ahmed, especialista en ciencias políticas, es director ejecutivo del Institute for Policy Research and Development, «un gabinete estratégico dedicado a la promoción de derechos humanos, justicia y paz» en Brighton. Su libro La Guerra contra la Libertad acaba de publicarse en EEUU por una pequeña pero prestigiosa editorial.

Ahmed nos proporciona las circunstancias de nuestra continua guerra contra Afganistán, un punto de vista que en ninguna manera coincide con lo que nos dice la administración. El autor cita muchas fuentes, siendo el hecho más revelador las denuncias presentadas por funcionarios americanos, que comienzan a presentarse y testificar –como los agentes de la FBI que advirtieron a sus jefes que al-Qaeda preparaba un ataque kamikaze contra Nueva York y Washington–, sólo para ser informados que serían denunciados de acuerdo con la Ley de Seguridad Nacional si osaran publicar estas noticias. Varios de estos agentes han contratado a David P. Schippers, abogado investigador en jefe del US House Judiciary Committee (Comité Judicial de la Cámara de EEUU), para representarles ante los tribunales.

El impresionante Schippers consiguió el exitoso procesamiento del presidente Clinton en la Cámara de Representantes. Si la guerra contra Irak comienza a ir mal, puede que se vea obligado a ofrecerle no fuera avisado del inminente ataque contra dos de nuestras ciudades, como preparativo de un ataque militar americano contra los talibanes.

El diario inglés The Guardian (26 de septiembre de 2001) informó que en julio de 2001, un grupo de interesados se reunió en un hotel de Berlín con un antiguo funcionario del Departamento de Estado, Lee Coldren, para escuchar el mensaje de la administración de Bush de que: «los Estados Unidos estaban tan asqueados con los talibanes, que podría considerar algún tipo de acción militar… lo espeluznante de esta advertencia privada fue que –según el diplomático pakistaní Niaz Naik, uno de los presentes –la información iba acompañada de detalles específicos de como Bush procedería…»

Cuatro días antes, The Guardian informó que: «Osama bin Laden y los talibanes habían recibido amenazas de una posible acción militar americana contra ellos dos meses antes de los ataques terroristas de Nueva York y Washington… [lo cual] plantea la posibilidad de que bin Laden lanzara un ataque preventivo en respuesta a lo que él interpretaba como una amenaza americana». ¿Una repetición del «día de infamia» (Pearl Harbour) en el Pacifico 62 años antes?

Por qué los EEUU necesitan una aventura en Eurasia

El 9 de septiembre de 2001, a Bush le fue presentado un borrador de una directriz presidencial sobre la seguridad nacional, que contenía un esquema para una campaña global de acciones militares, diplomáticas y de inteligencia centrada en al-Qaeda, reforzada por una amenaza de guerra. Según NBC News: «Se esperaba que el presidente Bush firmaría planes detallados para una guerra de ámbito mundial contra al-Qaeda… pero no tuvo la oportunidad de hacerlo antes de los ataques terroristas… La directriz a la que hacía referencia NBC News era básicamente la misma que entró en vigor después del 11 de septiembre. Probablemente la administración pudo reaccionar con tanta rapidez porque todo lo que tuvo que hacer fue sacarle el polvo a los planes.»

Y BBC News, el 18 de septiembre de 2001 publica: «Niak Naik, un antiguo secretario de asuntos exteriores de Pakistán, fue informado por altos cargos americanos en julio de que a mediados de octubre se emprendería una acción militar contra Afganistán. En la opinión del Sr. Naik, Washington no tenía ninguna intención de parar su guerra en Afganistán, incluso si los talibanes entregaban a bin Laden.»

¿Fue Afganistán reducido a escombros para vengarse de los 3.000 americanos masacrados por Osama? Lo dudo mucho. La administración cree que los americanos somos tan ingenuos, que somos incapaces de considerar algo más complejo que el venerado asesino solitario y enloquecido (esta vez con ayudantes zombies) que hace sus maldades por pura diversión porque nos odia, porque somos ricos y libres, y él no.

Osama fue elegido por motivos estéticos, como el logotipo más espantoso para invadir y conquistar Afganistán, cosa que ya hacía tiempo que estaba contemplado y planificado, años antes del 11 de septiembre y, de nuevo, después del 20 de diciembre de 2000, cuando el equipo saliente de Clinton concibió un plan de ataque contra al-Qaeda como represalia por el asalto contra el buque de guerra Cole. El Consejero de Seguridad Nacional de Clinton, Sandy Berger, informó personalmente a su sucesor sobre el plan, pero Rice, todavía muy involucrada en su papel de directiva de Chevron-Texaco, con responsabilidades para Pakistán y Uzbekistán, ahora niega tal sesión informativa. Un año y medio después (12 de agosto de 2002), la intrépida revista Time informó sobre este extraño lapsus.

Osama, si fue él y no un país, sólo proporcionó el susto necesario para poner en marcha una guerra de conquista. ¿Pero una conquista de qué? ¿Qué hay en el lúgubre, seco y arenoso país de Afganistán que valga la pena conquistar? Zbigniew Brzezinski nos lo explica con exactitud en un estudio del Consejo sobre Relaciones Exteriores de 1997 titulado El Gran Tablero de Ajedrez: La Primacía Americana y sus Imperativos geoestratégicos.

Brzezinski, nacido en Polonia, fue consejero de seguridad nacional del presidente Clinton, con rasgos de halcón. En El Gran Tablero de Ajedrez, Brzezinski nos expone una pequeña lección de historia. «Desde que los continentes comenzaron a interelacionarse políticamente, hace ya unos 500 años, Eurasia ha sido el centro del mundo». Eurasia es todo el territorio al Este de Alemania. Incluye Rusia, el Medio Oriente, China y partes de la India. Brzezinski reconoce que Rusia y China, estados fronterizos con el territorio de Asia Central, rico en petróleo, son las dos grandes potencias que amenazan la hegemonía americana en esa zona.

Brzezinski da por descontado que los EEUU deben ejercer el control sobre las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, conocidas amablemente como las «istáns»: Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán y Kirgizistán, todas «importantes desde el punto de vista de la seguridad y ambición histórica para al menos tres de sus más cercanos y potentes vecinos – Rusia, Turquía y Irán, y con China mostrando interés». Brzezinski toma nota de cómo el consumo energético mundial sigue creciendo; de modo que quien controla el petróleo/gas del Caspio, controlará la economía mundial.

En este punto, Brzezinski, con tono reflexivo, entra en la típica racionalización americana en favor del imperio: «Nunca queremos algo sólo para nosotros mismos, sólo queremos que los malos no consigan cosas buenas con que dañar a los buenos». «En consecuencia, el interés primordial de los EEUU es de garantizar que ningún [otro] poder único pueda controlar el espacio geopolítico y que la comunidad global tenga acceso financiero y económico sin ningún tipo de obstáculos».

Brzezinski es muy consciente de que los líderes americanos son maravillosamente ignorantes de la historia y de la geografía, así que se pasa un poco, aunque sin invocar el políticamente incorrecto «destino manifiesto». Le recuerda al Consejo la inmensidad de Eurasia. El setenta y cinco por ciento de la población mundial vive en Eurasia. Si mis cifras son correctas, esto significa que nosotros sólo controlamos un mero 25 por ciento de la gente del planeta. ¡Y más aún! «Eurasia representa el 60 por ciento del PIB mundial y tiene las tres cuartas partes de los recursos energéticos del planeta conocidos». Es obvio que el plan general de Brzezinski para «nuestro» planeta ha sido aceptado por la junta Bush-Cheney. La América Corporativa, ya mucho tiempo sobreexcitada por la posibilidad de acceder a las riquezas minerales de Eurasia, se subió al autobús desde el comienzo.

Ahmed sintetiza: «Está claro que Brzezinski preveía que el establecimiento, la consolidación y la expansión de la hegemonía militar americana sobre Eurasia a través de Asia Central, requeriría una militarización de la política exterior sin precedentes, conjuntamente con una fabricación sin precedentes de apoyo y consenso doméstico para esta campaña de militarización».

Afganistán es el portal de todas estas riquezas. ¿Lucharemos para tomarlas? No deberíamos olvidar que el pueblo americano no quiso luchar en ninguna de las guerras mundiales del siglo XX, pero el presidente Wilson nos maniobró para entrar en la Primera, mientras que el presidente Roosevelt maniobró a los japoneses a dar el primer golpe en Pearl Harbor, obligándonos a entrar en la Segunda debido a un masivo ataque exterior.

Brzezinski comprende todo esto y en 1997 ya pensaba en el futuro – además del pasado. «Por otra parte, al volverse América una sociedad más multicultural, será más difícil crear un consenso sobre los temas de política exterior, excepto en el caso de una verdadera y masiva amenaza directa exterior, generalmente percibida por el público.» Así se produjo la pistola simbólica que escupió humo negro sobre Manhattan y el Pentágono.

Desde las guerras entre Irán y Irak se ha satanizado al Islam como un culto terrorista y diabólico que promueve ataques suicidas – o mejor dicho, la religión islámica. Osama ha sido representado, parece que con éxito, como un fanático islámico. Para llevar a este malvado ante la justicia («muerto o vivo»), Afganistán, el objetivo del ejercicio, se salvó no sólo para la democracia, sino también para Union Oil of California, cuyo proyecto de gasoducto de Turkmenistán/Afganistán/Pakistán y el puerto de Karachi en el Océano ndico fue abandonado bajo el régimen caótico de los talibanes.

Actualmente, el gasoducto es un proyecto posible, gracias a la instalación por parte de la junta de un funcionario de Unocal (John J. Maresca) como enviado americano a la nueva democracia, cuyo presidente, Hamid Karzai, según Le Monde, también es un antiguo empleado de una filial de Unocal. ¿Conspiración? ¡Coincidencia!

Una vez que Afganistán parecía haber vuelto al redil, la junta, que había conseguido una compleja trama diplomático-militar, de repente reemplazó a Osama, la personificación del mal, por Saddam Hussein. Esto ha sido difícil de explicar, dado que no hay nada que pueda vincular Irak con el 11 de septiembre. Afortunadamente, «la evidencia» se está fabricando en este momento. Pero es una tarea dura, que no es apoyada por la noticias que aparecen en la prensa sobre la inmensa riqueza petrolera de Irak, que debe ser rediseñada – por el bien del mundo libre – por los consorcios americanos y europeos.

Como pronosticó Brzezinski: «una verdaderamente masiva y generalmente percibida amenaza externa directa permitiría que el presidente pueda hacer su danza de guerra ante el Congreso. “Una larga guerra”», gritó con júbilo. Entonces definió un incoherente «Eje del Mal», contra el que se debería luchar. Aunque el Congreso no le sirvió el «plato especial» FDR – una declaración de guerra – le autorizó a perseguir a Osama, que quizás ya estaba merodeando por Irak.

Bush y el perro que no ladró

Después de 11 de septiembre, los medios de comunicación americanos se llenaron de denuncias preventivas contra «creyentes en teorías de conspiración» antipatrióticas, que no sólo están siempre presentes, sino que normalmente son fáciles de desacreditar, dado que «en la vida americana no hay ninguna conspiración» constituye un acto de fe. Sin embargo, aproximadamente un año antes ¡quién se hubiera imaginado que la mayor parte de la América corporativa había conspirado con sus contables, para amañar la contabilidad desde, bueno, los radiantes días de Reagan y la deregulación!

Irónicamente, menos de un año después del inmenso peligro exterior, fuimos enfrentados a un enemigo interior aún más grande: el «Capitalismo a lo Becerro de Oro». ¿Transparencia? Me temo que más transparencia sólo desvelará ejércitos de gusanos trabajando debajo de la piel de una cultura que necesita una siestecita para recobrar la calma antes de tomar el próximo gran paso para conquistar Eurasia, una potencialmente fatal aventura no sólo para nuestras instituciones reventadas, pero también para nosotros, los que todavía estamos vivos.

¿Complicidad? Por cierto, el comportamiento del presidente George W. Bush el 11 de septiembre suscita todo tipo de sospechas poco naturales. No se me ocurre ningún otro jefe de estado actual que permitiría que le tomen fotografías «cariñosas» al lado de una niña, que le está contando historias sobre una cabra, mientras tres aviones secuestrados se estrellaban contra sendos edificios.

Constitucionalmente, Bush no es sólo el jefe del estado, sino también el comandante en jefe de las fuerzas armadas. Normalmente, en una crisis así, el comandante en jefe se desplaza directamente a su cuartel general y dirige las operaciones, mientras espera las últimas noticias de sus servicios de inteligencia.

Esto es lo que hizo Bush – o no hizo – según Stan Goff, un veterano jubilado del ejercito americano que ha sido profesor de doctrina y ciencia militar en West Point. En The So-called Evidence is a Farce (la supuesta evidencia es una farsa), Goff escribe: «No comprendo por que la gente no se hace preguntas muy específicas sobre las acciones de Bush y sus compañeros el día de los ataques. Cuatro aviones son secuestrados y se desvían de su plan de vuelo, seguidos en todo momento por los radares de la FAA.»

Goff, por cierto, como otros expertos militares estupefactos, no puede comprender por que no se siguió automáticamente el «orden normalizado de procedimiento en el caso de un secuestro» del gobierno. Cuando un avión se desvía de su plan de vuelo, se envían cazas para averiguar que ha pasado. Esa es la ley y no requiere aprobación presidencial, que sólo se pide si se decide abatir un avión. Goff lo explica en detalle: «Los aviones fueron secuestrados entre las 7:45 y 8:10 horas. ¿Quién fue notificado? Esto en sí ya constituye un procedimiento sin precedentes. Pero no se le notifica al presidente, que se va a una escuela primaria en Florida para oír leer a unos niños.»

«Aproximadamente a las 8:15 horas debía estar claro que algo iba muy mal. El presidente está dándole la mano a los profesores. A las 8:45 horas, cuando el vuelo 11 de American Airlines se estrella contra la Torre Norte, Bush se está preparando para una sesión fotográfica con los niños. ¡Cuatro aviones han sido secuestrados simultáneamente y uno ya se ha lanzado contra las torres gemelas, pero nadie ha informado al Comandante en Jefe!»

«Y tampoco nadie ordenó que los interceptores de las Fuerzas Aéreas despegasen. A las 9:03, el vuelo 175 se estrella contra la Torre Sur. A las 9:05, Andrew Card, el Jefe del Estado Mayor le dice algo a la oreja a Bush, que “brevemente se vuelve sombrío”, según los periodistas. ¿Interrumpe Bush la visita escolar y convoca una reunión de urgencia? No. Continua escuchando a los alumnos de segundo… y continúa con la trivialidad mientras el vuelo 77 de American Airlines da una vuelta no programada sobre Ohio y se dirige hacia Washington DC.»

«¿Le ha dado Card instrucciones para que despeguen las Fuerzas Aéreas? No. Unos insoportables 25 minutos más tarde, por fin Bush se digna a dar una declaración pública al pueblo de los Estados Unidos, informándoles de lo que ya habían adivinado – que se había atacado el World Trade Center. Hay un avión secuestrado volando directamente hacia Washington, pero ¿han despegado las Fuerzas Aéreas para defender alguna cosa? No.»

«A las 9:35 horas este avión da otra vuelta, 360 [grados] sobre el Pentágono, todo el rato seguido por el radar, y no se evacúa el Pentágono, y todavía no hay acción sobre el cielo de Alexandria y DC por parte de las Fuerzas Aéreas. Y ahora viene lo bueno: un piloto, que nos dicen que se entrenó en una escuela de salta-charcos en Florida para volar avionetas deportivas Piper Club y Cessna, hace un excelente descenso en espiral, bajando 7.000 pies en dos minutos y medio, trae el avión tan bajo y plano que esquila las líneas eléctricas al otro lado de la calle del Pentágono, y se empotra con precisión milimétrica en el edificio a 460 nudos por hora.»

«Cuando la teoría de aprender a volar tan bien en una escuela de salta-charcos comenzó a perder credibilidad, se añadió que los terroristas recibieron más entrenamiento con un simulador de vuelo. Esto es como decir que le compraste a tu hija adolescente un vídeojuego para prepararla para conducir por primera vez en una autopista durante la hora punta … Se está creando un cuento sobre estos acontecimientos.»

Y tanto. Y cuánto más añaden, tanto más oscuro se vuelve el asunto. La despreocupación mostrada por el general Richard B. Myers, asistente en jefe del estado mayor en funciones, es igual de desconcertante que el comportamiento del presidente, actuando como si estuviera en una campaña electoral. Myers estaba en el Capitolio charlando con el Senador Max Cleland. Un sargento, escribe más tarde en el AFPS (Servicio de Prensa de las Fuerzas Americanas), describiendo a Myers en el Capitolio de la siguiente manera: «Desde una oficina exterior, Myers dijo que había visto en la televisión que un avión se había estrellado contra el World Trade Center. “Pensaban que se trataba de una avioneta, o algo así”, dijo Myers. Así que los dos hombres continuaron con su conversación.»

La conversación entre Myers y Cleland debe haber sido muy interesante (¿más recursos para el ejército?) porque durante la charla, según AFPS «la segunda torre fue alcanzada por otro avión. “Nadie nos informó”, dijo Myers. “Pero cuando salimos estaba muy claro. Entonces, en ese momento, alguien dijo que el Pentágono había sido atacado”.» Por fin, alguien «le puso un móvil en las manos» y, como por arte de magia, el general al mando de NORAD – el Mando del Espacio Aéreo – se puso al teléfono justo en el momento en que la misión de los secuestradores concluía con éxito, con excepción de la que fracasó en Pennsylvania.

Durante una posterior declaración al Comité de las Fuerzas Armadas del Senado, Myers dijo que creía que en el momento que había llamado a NORAD «se tomó la decisión de enviar los cazas”. Eran las 9:40 horas. Una hora y 20 minutos después de que los controladores aéreos se dieron cuenta que se había secuestrado el vuelo 11 y 50 minutos después de que la Torre Norte fuera atacada.

Esta declaración hubiera sido motivo suficiente para varios consejos de guerra en el viejo ejército, con un par de destituciones. Primero, Myers afirma que no fue informado hasta que tuvo lugar el tercer ataque. Pero el Pentágono estaba controlando los aviones secuestrados al menos desde el ataque a la primera torre: aún así, no fue hasta el tercer ataque (contra el Pentágono), que se tomó la decisión de enviar los cazas.

He aquí el perro que no ladró. Por ley, los cazas deberían haber sido enviados alrededor de las 8:15 horas. Si hubieran despegado a tiempo, todos los aviones secuestrados hubieran sido desviados o abatidos. No creo que Goff es demasiado exigente cuando se le pregunta quién y qué impidió que las Fuerzas Aéreas asumieran sus funciones normales y que esperasen una hora y 20 minutos después de producirse la catástrofe antes de enviar a los cazas. Es obvio que alguien había dado la orden de que las Fuerzas Aéreas no deberían intentar interceptar a los secuestradores hasta… ¿qué?

El 28 de enero de 2002, el analista canadiense de los medios de comunicación Barry Zwicker resumió en CBC-TV: «Esa mañana ningún interceptor respondió de manera oportuna al más alto nivel de alerta. Esto incluye las escuadrillas de Andrews que … están a 12 millas de la Casa Blanca… Cualquiera que sea la explicación de este inmenso fracaso, no tengo conocimiento de que alguien haya sido reprimido. Esto debilita aún más la “Teoría de Incompetencia». Normalmente, la incompetencia se cobra con reprimendas. Esto me hace pensar si se habían dado órdenes de «desistir?» El 29 de agosto de 2002, la BBC informó que el 11 de septiembre «sólo habían cuatro cazas listos en el noreste de los EEUU». ¿Conspiración? ¿Coincidencia? ¿Error?

Es interesante ver que en nuestra historia la cantidad de veces, cuando acontece un desastre, la incompetencia se considera como una coartada mejor que… «bueno, sí, hay cosas peores». Después de Pearl Harbor, el Congreso intentó explicarse como era posible que los dos altos mandos militares de Hawai, el general Short y el almirante Kimmel, no habían previsto el ataque japonés. Pero el presidente Roosevelt se adelantó a la investigación, montando una propia. Short y Kimmel fueron expulsados por incompetencia. Aún hoy, la «verdad» sigue siendo oscura…

Los armamentos de «distracción masiva» de los medios de comunicación

Pero el caso de Pearl Harbor ha sido muy estudiado. Es obvio que nunca se investigará el 11 de septiembre, mientras Bush tenga el control de la situación. En enero de 2002, la CNN informó que: «Bush le ha pedido personalmente al líder de la mayoría en el Senado, Tom Daschle, que limite la investigación del Congreso de los hechos del 11 de septiembre… La petición se hizo durante una reunión privada con los líderes del Congreso… Fuentes han dicho que Bush inició la conversación… Les pidió que sólo sean los comités de inteligencia de la Cámara y del Senado quienes investiguen las potenciales rupturas en las agencias federales, que podrían haber permitido los ataques terroristas, y no una investigación más amplia… A la conversación del martes siguió una llamada poco común del vicepresidente, Dick Cheney, el pasado viernes con la misma petición…»

Según Daschle, el pretexto fue que «los recursos y el personal serían desviados» de la guerra contra el terrorismos si hubiera una investigación más amplia. Así que por razones que nunca podremos saber, esas «rupturas» serán la cabra. Sobre la probabilidad de que más que «rupturas» fuera una orden de «desistir», más vale no husmear. Lo cierto es que el fallo de enviar los cazas una hora y 20 minutos demasiado tarde no puede ser debido a una ruptura de todo el sistema de las Fuerzas Aéreas de la costa oriental. Se debe haber dado la orden de que la norma de procedimiento obligatorio operacional debe suspenderse y desistir.

Mientras tanto, los medios de comunicación fueron instados a poner a la opinión pública en contra de Bin Laden, aunque todavía no como el cerebro organizador. Estos bombardeos mediáticos a menudo se asemejan a los movimientos de distracción que hacen los magos clásicos: mientras miras los ondulantes y radiantes colores de su pañuelo de seda en una mano, el mago te pone un conejo en tu bolsillo con la otra. En poco tiempo nos aseguraron que la gran familia de Osama, con su enorme riqueza, había roto con él, igual que la familia real de su país natal, Arabia Saudí.

La CIA juró, con mano sobre el corazón, que Osama no había trabajado para ellos en la guerra contra la ocupación soviética de Afganistán. Por último, el rumor de que la familia Bush se habría de alguna manera beneficiado durante su larga relación con la familia bin Laden era – ¿y qué si no? – sencillamente una afirmación partidista de mal gusto.

Pero la implicación de Bush hijo data como mínimo de 1979, cuando su primer intento frustrado de ser un actor en la gran liga petrolera de Texas le puso en contacto con un tal James Bath de Houston, un amigo de la familia, quien había invertido $50.000 en el 5 por ciento de Arbusto Energy, la compañía de Bush. Por esas fechas, según Wayne Madsen (In These Times — Institute for Public Affairs No. 25), Bath era el «único representante de negocios en los EEUU de Salem bin Laden, jefe de la familia y un hermano (uno de 17) de Osama bin Laden…»

«En una declaración poco después de los ataques del 11 de septiembre, la Casa Blanca negó vehementemente la conexión, insistiendo que Bath invirtió su propio dinero en Arbusto, y no Salem bin Laden. En declaraciones contradictorias, Bush primero negó conocer a Bath, luego reconoció su participación en Arbusto y que era consciente que Bath representaba intereses saudís … después de varias reencarnaciones, Arbusto emergió en 1986 como Harken Energy Corporation.»

Detrás de Bush hijo está Bush padre, con un trabajo remunerado por el Carlyle Group, propietaria de al menos 164 compañías en el mundo entero, una empresa que inspira la admiración de ese devoto amigo de los ricos, el Wall Street Journal que observó, tan tempranocomo el 27 de septiembrede 2001, «si los EEUU incrementan su gastos de defensa en su intento de parar las actividades supuestamente terroristas deOsama bin Laden, puede haber un beneficiario imprevisto: la familia de binLaden … son unos de los inversionistas en un fondo establecido por el Carlyle Group, un banco mercantil de Washington muy bien relacionado especializado en la compra total de las acciones de compañías de defensa y aerospaciales … Osama es uno de más de 50 hijos de Mohammed bin Laden, quien creó el negocio familiar de $5 billones.»

Pero Bush padre e hijo, en búsqueda de riqueza y cargos, están más allá de la vergüenza o, uno tiene la impresión, de la sensatez. Hay la impresión de que están obstruyendo la investigación de la conexión entre bin Laden y el terrorismo. El 4 de noviembre de 2001, Agence France Press informó: «Agentes de la FBI, que investigaban a los parientes del presunto terrorista saudí Osama … fueron ordenados a desistir poco después de la elección de George W. Bush…».

Según el programa Newsnight de BBC TV (6 de noviembre de 2001), «… pocos días después de que los secuestradores despegaron de Boston rumbo a las Torres Gemelas, un chárter salió del mismo aeropuerto con 11 miembros de la familia de Osama a bordo en dirección Arabia Saudí.»

Esto no preocupó la Casa Blanca, cuya línea oficial es que los bin Laden son por encima de toda sospechosos. Above the Law (Encima de la ley) (Green Press, 14 de febrero de 2002) resume: «Teníamos lo que parecía el mayor fracaso de los servicios secretos desde Pearl Harbor, pero lo que estamos aprendiendo ahora es que no fue ningún fracaso, sino una directiva.» ¿Verdad? ¿Falso? Si Bush hijo estuviera bajo juramento durante una interrogación de destitución ¿escucharíamos «¿Qué es una directiva? ¿Qué es es?»

Aunque los EEUU, desde hace ya algunos años, había denunciado a Osama como a un cerebro terrorista, antes de 11 de septiembre no se había hecho ningún intento serio de «traerlo ante la justicia, vivo o muerto, culpable o inocente» como pide la ley de la jungla Tebana. El plan de acción de Clinton fue pasado a Condeleezza Rice con Sandy Berger, como recordaran ustedes, pero ella dice que no se acuerda.

Ya en marzo de 1996, cuando Osama estaba en Sudan, el Mayor General Elfatih Erwa, Ministro de Defensa del Sudan, ofreció su extradición. Según el Washington Post (3 de octubre de 2001), “«Erwa dijo que estaría contento de mantener a bin Laden bajo vigilancia para los EEUU. Pero que si eso no fuera suficiente, su gobierno estaba preparado para detenerlo y entregarlo … [funcionarios americanos] dijeron, “dile que se vaya del país. Pero que no vaya a Somalia”, donde se le acusaba del ataque exitoso de al-Qaeda contra fuerzas americanas que mató a 18 Rangers en 1993. En una entrevista Erwa dijo, “Les dijimos que se iría a Afganistán, y ellos [funcionarios americanos] dijeron, Déjalo ir”.»

En 1996 Sudan expulsó a Osama y a 3.000 de sus socios. Dos años después, la administración Clinton, siguiendo la gran tradición americana de nunca decir gracias por la oferta de Sudan de darles Osama, atacó la fábrica farmacéutica de al-Shifa con misiles, alegando que Sudan estaba hospedando los terroristas de bin Laden, quienes estaban fabricando armamentos químicos y biológicos cuando, en realidad, la fábrica producía vacunas para las Naciones Unidas.

Cuatro años más tarde, y un mes antes de los ataques, «John O’Neill, un agente de la FBI muy respetado, se quejó en el Irish Times de que el Departamento de Estado de los EEUU – y atrás de él el lobby petrolero que forma parte del séquito de Bush – paralizó los intentos de demostrar la culpabilidad de bin Laden. El embajador de los EEUU en Yemen prohibió a O’Neill (y a su equipo del FBI)… de entrar en Yemen en agosto de 2001. Frustrado, O’Neill dimitió y comenzó un nuevo trabajo como jefe de seguridad en el World Trade Center. Murió en el ataque de 11 de septiembre.»

Es obvio que Osama ha disfrutado del apoyo de los dos partidos americanos desde que fue reclutado en la guerra de la CIA para expulsar a los soviéticos de Afganistán. Pero el 11 de septiembre los soviéticos no ocupaban Afganistán. De hecho, ya no había una Unión Soviética.

Un mundo hecho seguro para la paz y los gasoductos

Miré a Bush y Cheney en CNN cuando se divulgó la teoría del Eje del Mal y se proclamó una «larga guerra». Irak, Irán y Corea del Norte fueron declarados enemigos a los que se les debería dar una paliza porque podrían, o no, estar hospedando terroristas que a su vez podrían, o no, destruirnos en medio de la noche. Así que tenemos que dar el primer golpe cuando nos de la gana. Así que declaramos una «guerra contra el terrorismo» – un sustantivo abstracto que de ninguna manera puede ser una guerra, porque necesitas un país para eso. Claro, había la inocente Afganistán, aplanada desde una gran altura, ¿pero qué importan los daños colaterales – como un país entero – cuando luchas contra la personificación del mal?, según Time, el New York Times y las emisoras.

Y resultó que la conquista de Afganistán no tenía nada que ver con Osama. Él sólo fue el pretexto para reemplazar a los talibanes por un gobierno relativamente estable, que le permitiría a Union Oil of California poner su gasoducto para el beneficio de, entre otros, la junta Cheney-Bush.

¿Antecedentes? Muy bien. La sede de Unocal está, como era de esperar, en Texas. En diciembre de 1997, representates talibanes fueron invitados a Sugarland, Texas. Por esas fechas, Unocal había comenzado a preparar obreros Afganos en la construcción de gasoductos, con la aprobación del gobierno americano. BBC News (4 de diciembre de 1997): «Un portavoz de la empresa Unocal ha dicho que los talibanes iban a pasar varios días en la sede de la empresa [Texas] .. un corresponsal regional de la BBC dice que el proyecto de construir un gasoducto a través de Afganistán forma parte de una rebatiña internacional para beneficiarse de los ricos recursos energéticos del Mar Caspio.»

El Inter Press Service (IPS) informó: «Algunos negocios Occidentales se están mostrando amables con los talibanes, a pesar de la reputación que tiene el movimiento en la institucionalización del terror, las masacres, abducciones y el empobrecimiento». CNN (6 de octubre de 1996): «Los Estados Unidos quieren buenas relaciones [con los talibanes], pero no puede perseguirlas abiertamente mientras se oprimen las mujeres.»

Los talibanes, mucho mejor organizados que los rumores que corren, contrataron a Leila Helms como relaciones públicas. Ella es la sobrina de Richard Helms, antiguo director de la CIA. En octubre de 1996, el Frankfurter Rundschau informó que Unocal «ha recibido la luz verde de los nuevos jefes en Kabul para construir un gasoducto de Turkmenistán a Pakistán, por medio de Afganistán…»

Esto fue un golpe maestro para Unocal, y los otros candidatos, incluyendo el antiguo amo de Condoleezza, Chevron. Aunque los talibanes ya tenían notoriedad por sus crímenes imaginativos contra la raza humana, el Wall Street Journal, olfateando grandes cantidades de dinero, proclamó con audacia: «Nos guste o no, los talibanes son los participantes más capaces para conseguir la paz en Afganistán en este momento de la historia.» El NY Times (26 de mayo de 1997) se montó sobre el monstruo: «La administración de Clinton opina de que una victoria de los talibanes actuaría como contrapeso contra Irán… y ofrecería la posibilidad de nuevas rutas comerciales, que podrían debilitar la influencia rusa e iraní en la región.»

Pero en 1999, ya era claro que los talibanes no podían proporcionar la seguridad que necesitaríamos para proteger nuestros frágiles gasoductos. La llegada en escena de Osama como guerrero de Allah aumentó la puja. Nuevas alianzas se estaban creando. En poco tiempo, la administración de Bush se convenció de la necesidad de invadir Afganistán. Frederick Starr, jefe del Central Asia Institute de la John Hopkins University, escribió en el Washington Post (19 de diciembre 2000): «Los EEUU han comenzado discretamente a alinearse con aquéllos en el gobierno ruso que piden una acción militar contra Afganistán y han jugado con la idea de un nuevo asalto para eliminar a bin Laden.»

Aunque avanzamos con mucho fanfarria para sembrar nuestra venganza contra el enloquecido y sádico fanático religioso que masacró a 3.000 ciudadanos americanos, una vez que la «guerra» hubo comenzado, Osama fue descartado como irrelevante y estamos otra vez con el gasoducto de Unocal, ahora como proyecto en marcha. A la luz de lo que se conoce hoy, es de dudar que la junta quisiera capturar a Osama vivo: sabe demasiado. Una de las mejores actuaciones del secretario de defensa, Donald Rumsfeld, ahora es: ¿«Dónde está? ¿En algún lugar? ¿Aquí? ¿Allí? ¿En algún lugar? Quién sabe».

Y sus ojos brillan. Debe estar encantado – y sorprendido – de que los medios de comunicación se hayan tragado la historia ridícula de que Osama, si está vivo, todavía estaría en Afganistán, debajo de la tierra, esperando que lo saquen y no en una cómoda mansión en Yakarta, donde es bien amado, 2.000 millas al este y muy accesible en Alfombra Voladora.

Muchos comentaristas de una cierta edad han notado el tono hitleriano de nuestra junta, con sus amenazas contra un país por albergar terroristas, para luego amenazar a otro. Es verdad que a Hitler le gustaba fingir que era la parte herida – o amenazada – antes de dar el golpe. Pero tenía muchos grandes predecesores, el menos insignificante de ellos el Imperio Romano.

El libro de Stephen Gower, War in Afghanistan: A $28 Billion Racket («Guerra en Afganistán: Un tinglado de 28 billones de dólares»), cita a Joseph Schumpeter, que «en 1919 describió a la antigua Roma de una manera muy parecida a la situación inquietante de los EEUU en 2001: “No había ninguna esquina del mundo conocido donde algún interés no estuviera supuestamente amenazado o atacado. Si los intereses no eran romanos, lo eran de sus aliados; y si Roma no tenía aliados, se los inventaba… La pelea siempre estuvo rodeada de un aura de legalidad. Roma siempre era atacada por vecinos malvados”.»

Sólo hemos superado a los romanos en la vuelta a las metáforas, como la guerra contra el terrorismo, o la pobreza, o el SIDA, o las guerras reales contra objetivos que, a menudo, parecemos seleccionar al azar para mantener una turbulencia en tierras extranjeras.

A partir del 1 de agosto de 2002 se lanzaron globos de prueba por todo Washington para acostumbrar la opinión mundial a la idea que «Bush de Afganistán» se había ganado un título tan imponente como «Bush del Golfo Pérsico», y el hijo ahora está ansioso en añadir Irak-Babilonia a su corona.

Estos globos cayeron sobre Europa y el mundo rabe como pesos de plomo. Pero algo nuevo había entrado en el clásico mantra romano-hitleriano de «nos están amenazando, hay que atacar primero». Ahora todo es, más o menos, de dominio público. The International Herald Tribune escribió en agosto de 2002: «Las filtraciones comenzaron en serio el 5 de julio, cuando el New York Times describió un plan provisional del Pentágono que hablaba de una invasión americana de hasta 250.000 soldados para atacar Irak por el Norte, Sur y Oeste.»

«El 10 de julio, el Times decía que quizás se usaría Jordania como una base para la invasión. El Washington Post informó el 28 de julio, que “muchos altos cargos militares americanos creían que Saddam Hussein no representaba ninguna amenaza inmediata…”.» Y el statu quo debería ser mantenido. Por cierto, la intención de los fundadores de la nación americana era que este tipo de debate se hiciera en el Congreso en el nombre del pueblo y no entre funcionarios militares. Pero hace ya mucho tiempo que este tipo de debate se nos ha sido denegado.

Hay una nota refrescante que hubiera sido impensable en la Roma imperial: el alegre reconocimiento de que habitualmente recurrimos a la provocación. El Tribune continúa: «Donald Rumsfeld ha amenazado en encarcelar a cualquier individuo que esté tras las filtraciones. Pero un general del ejército jubilado, Fred Woerner, cree que hay un método detrás de las filtraciones. “Quizás el plan ya está en marcha”, dijo hace poco. “¿Estamos involucrados en una dimensión psicológica preliminar de forzar a Irak que reaccione para justificar un ataque americano o de hacer concesiones?”» Esto es obvio.

En otro lugar de esta interesante edición del Herald Tribune, el sabio William Pfaff escribe: «Un segundo debate en Washington es si deberíamos montar un ataque no provocado contra Irán para destruir una central nuclear que se construye con ayuda rusa, bajo inspección de la Agencia Internacional de la Energía Atómica y dentro de los términos del Tratado de la No Proliferación Nuclear, del cual Irán es un firmante… Ningún otro gobierno apoyaría tal acción, con excepción de Israel, quien lo haría, no tanto por temor de ser atacada por Irán, sino porque ella, no injustificadamente, se opone a cualquier tipo de armamento nuclear en manos de un gobierno islámico.»

Estados dudosos y los tambores de venganza

«De todos los enemigos de la libertad pública, la guerra, quizás, es la más temible, porque compromete y crea el germen de todos los otros. Como el padre de los ejércitos, la guerra alienta las deudas y los impuestos, los instrumentos reconocidos para llevar a la mayoría bajo la dominación de la minoría. En la guerra, también, el poder discrecional del ejecutivo se extiende… y todos los medios para seducir la mente se combinan con los de someter al pueblo por fuerza…». Así nos advirtió James Madison en los amaneceres de la república.

Después del 11 de septiembre, gracias a la «dominación por la minoría», el Congreso y los medios son silenciosos, mientras que el ejecutivo, a través de la propaganda y los sondeos sesgados, seduce la mente pública, se crean centros de poder hasta ahora inconcebibles, como Defensa de la Patria (un nuevo cargo del gabinete ministerial que será más importante que el Departamento de Defensa), y se invita al 4 por ciento de la población a participar en Tips, un sistema de espionaje ciudadano para informar sobre individuos sospechosos o… los que se quejan de las acciones del ejecutivo en el país o el extranjero.

Aunque cada país sabe – si tiene los medios y la voluntad – como protegerse de tipos como los matones que nos trajeron el 11 de septiembre, la guerra no es una opción. Las guerras son para naciones, no para pandillas desarraigadas. Les pones precio a sus cabezas y los buscas. Es lo que ha hecho Italia últimamente con la mafia siciliana; y a nadie se le ha ocurrido bombardear Palermo.

Pero la junta Cheney-Bush quiere una guerra para dominar Afganistán, construir un gasoducto, tomar control de los «stans» en Eurasia para sus socios, además de hacer el máximo daño a Irak e Irán, porque algún día esos países malvados podrían sembrar nuestros campos de grano ámbar con carbunclo o algo parecido.

Los medios de comunicación, nunca muy buenos en el análisis, cada día son más y más entrecortados e incoherentes. En CNN, incluso el impasible Jim Clancy comenzó a hiperventilarse cuando un académico hindú trató de explicarle como Irak había sido nuestro aliado y «amigo» en su guerra contra nuestro enemigo satánico, Irán. «No me venga con tonterías de conspiraciones», resopló Clancy. Parece que «conspiración» es ahora una abreviatura para la verdad insoportable.

Desde agosto, por lo menos entre nuestros economistas, crece el consenso, teniendo en cuenta nuestra inmensa deuda nacional (tenemos un endeudamiento de 2 mil millones de dólares diarios para mantener nuestro gobierno) y una base fiscal seriamente reducida por la junta para el beneficio del 1 por ciento, que posee la mayor parte de la riqueza nacional, que no hay manera de sacar los billones requeridos para destruir Irak en una «guerra larga», o hasta en una corta, con la mayor parte de Europa contra nosotros.

Alemania y Japón pagaron la Guerra del Golfo, con reservas, y Japón, en el último momento, discrepando con irritación sobre la tasa de cambio en vigor al firmar el contrato. Esta vez, Schröder en Alemania ha dicho no. Y Japón está mudo.

Pero los tambores de guerra siguen pidiendo venganza; y el hecho de que la mayoría del mundo se oponga sólo le trae rosas agitadas a las mejillas de la administración de Bush (Bush padre del Carlyle Group, Bush hijo antiguamente de Harken, Cheney, antiguamente de Halliburton, Rice, antiguamente de Chevron, Rumsfeld, antiguamente de Occidental).

Si jamás ha habido una administración que debería excusarse por los temas de energía, ésta es junta. Pero esta administración es completamente diferente a cualquier otra administración en nuestra historia. Su corazón esta claramente en otro lugar, haciendo dinero, lejos de nuestros fingidos templos romanos, mientras nosotros, tristemente, sólo tenemos su cabeza, soñando con la guerra, preferentemente contra países periféricos y débiles.

Mohammed Heikal es un brillante periodista-observador egipcio, y a veces ministro de asuntos exteriores. El 10 de octubre de 2001 dijo al Guardian: «Bin Laden no tiene la capacidad para montar una operación de estas dimensiones. Cuando escucho a Bush hablar de al-Qaeda como si fuera la Alemania fascista o el Partido Comunista de la Unión Soviética, me pongo a reír porque se lo que hay. Bin Laden ha estado bajo vigilancia desde hace años: cada llamada telefónica es escuchada y al-Qaeda ha sido penetrada por los servicios de inteligencia americanos, los servicios de inteligencia pakistaníes, los saudís, los egipcios. Una operación que requiere tanta organización y sofisticación no se puede mantener secreta.»

El antiguo presidente de los servicios de inteligencia interna de Alemania, Eckehardt Werthebach (American Free Press, 4 de diciembre de 2001) lo explica. Los ataques del 11 de septiembre requerían «años de planificación» mientras su escala indica que fueron producto de «acciones organizadas por algún estado». Ahí está. Quizás, Bush hijo tenía razón al llamarlo guerra. ¿Pero qué estado nos atacó?

Que se pongan en línea los sospechosos. ¿Arabia Saudí? «No, no. Si os pagamos $50 millones anuales para entrenar la escolta real en nuestra sagrada, y algo árida, tierra. Es verdad que el país contiene muchos ricos y bien educados enemigos, pero ..» Bush padre & hijo intercambian miradas de complicidad. ¿Egipto? De ninguna manera. Pelados a pesar del baksheesh americano. ¿Siria? Sin recursos. ¿Irán? Demasiada orgullosa para molestarse con un estado advenedizo como los EEUU. ¿Israel?

Sharon es capaz de no importa que. Pero le faltan los huevos y la gracia de un verdadero Kamikaze. En todo caso, Sharon no estaba en el poder cuando esta operación comenzó sembrando agentes invisibles en escuelas de vuelo americanas 5 o 6 años atrás. ¿Los Estados Unidos? Elementos de la América Corporativa, sin duda, prosperarían con un «ataque exterior masivo», que les permitiría entrar en guerra siempre que le diera la gana al Presidente, mientras que se recortarían los derechos civiles. (Es obvio que las 342 páginas de la Ley Patriota de EEUU se habían preparado antes del 11 de septiembre.)

Bush padre & hijo se ríen con una risita. ¿Por qué? Porque Clinton fue presidente antes. Mientras el antiguo presidente deja la línea de sospechosos, dice, más enfadado que triste: «Cuando dejamos la Casa Blanca teníamos un plan para una guerra total contra al-Qaeda. Lo pasamos a la nueva administración, que no hizo nada. ¿Por qué?” Mordiéndose el labio, se va. Los Bush han perdido su risita. Pakistán se echa a llorar: “¡Lo hice yo! ¡Confieso! No me podía controlar. Sálvame. ¡Soy un malvado!»

Y parece que Pakistán sí lo hizo – o parte de ello. Tenemos que volver a 1979 cuando se lanzó «la más grande operación encubierta en la historia de la CIA» en respuesta a la invasión soviética de Afganistán. El especialista en Asia Central, Ahmed Rashid, escribió (Foreign Affairs, noviembre – diciembre 1999): «Con el aliento activo de la CIA y el ISI de Pakistán (Inter Services Intelligence) los que querían convertir la jihad afgana en una guerra global, montada por todos los estados musulmanes contra la Unión Soviética, unos 35.000 radicales musulmanes, de 40 países islámicos, se unieron a la lucha de Afganistán entre 1982 y 1992 … más de 100.000 radicales musulmanes extranjeros fueron influenciados directamente por la jihad afgana.» La CIA entrenó y patrocinó e estos guerreros en secreto.

En marzo de 1985, el presidente Reagan emitió la directriz sobre la Seguridad Nacional Nº 166, que incrementaba la ayuda militar, mientras especialistas de la CIA se reunían con sus homólogos del ISI cerca de Rawalpindi, Pakistán. Jane’s Defence Weekly (14 de septiembre de 2001) da la mejor perspectiva general: «Los entrenadores venían de la mayor parte del ISI de Pakistán, que habían aprendido su oficio de Los Green Berets y los Navy Seals en varios centros de entrenamiento americanos.»

Esto explicaría la reticencia de la administración en dar cuentas por qué tanta gente sin calificaciones obtuviera durante tanto tiempo visas para visitar nuestras acogedoras orillas. Mientras en Pakistán, «el entrenamiento en masa de los [fanáticos] afganos fue conducido por el ejercito pakistaní bajo la supervisión de los Servicios Especiales de élite…»

«En 1988, con conocimiento americano, bin Laden creó al-Qaeda (La Base); un conglomerado de células semiautónomas de terroristas islámicos se extendió a través de unos 26 países. Washington hizo la vista gorda a al-Qaeda».

Cuando el avión de Mohamed Atta se estrelló contra la torre norte del World Trade Center, George W. Bush y la niña de la escuela primaria en Florida hablaban de su cabra. La coincidencia ha querido que nuestra palabra «tragedia» venga del griego «tragos», que quiere decir cabra y «oide», canción. «tragedia = canción de cabra». Es altamente adecuado que este lamento, cantado en antiguas obras de sátiros, sea escuchado otra vez más en el momento exacto en el que fuimos golpeados por un fuego que venía del cielo, y comenzó una tragedia cuyo final aún no está a la vista.

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