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Opinión

5 de Septiembre de 2012

Artistas peloteros

Existe una imagen que el artista Eugenio Dittborn ha repetido en algunas de sus obras: se trata de un registro fotográfico donde se muestra la figura yacente del boxeador cubano Beny “Kid” Paret, quien fue noqueado por el norteamericano Emile Griffith en un combate por el título welter en 1962, disputado en el Madison Square […]

Guillermo Machuca
Guillermo Machuca
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Existe una imagen que el artista Eugenio Dittborn ha repetido en algunas de sus obras: se trata de un registro fotográfico donde se muestra la figura yacente del boxeador cubano Beny “Kid” Paret, quien fue noqueado por el norteamericano Emile Griffith en un combate por el título welter en 1962, disputado en el Madison Square Garden. El cuerpo de Paret aparece semirrecostado, con la mirada comatosa, asemejándose a una “pietá” miguelangelesca.

Unos días después moriría producto de los golpes recibidos. En el contexto de la dictadura, las connotaciones simbólicas (mortuorias, necrológicas) ofrecidas por la pose del infortunado gladiador caribeño han sido interpretadas como una metáfora de la situación padecida por el cuerpo individual y colectivo durante el mandato del Capitán General Augusto Pinochet.

En tal situación de interdicción política, las metáforas y fábulas para expresar el dolor y el daño provocado por el golpe militar no provinieron exclusivamente de los estereotipos del arte comprometido tradicional. El trauma podía —en dicho contexto— adquirir otras formas menos ortodoxas. Junto a la citada imagen del boxeador cubano, también eran válidas y elocuentes las de los nadadores llegando a la meta, los velocistas violentamente congelados por efecto del llamado “fallo fotográfico”, los atletas inmortalizados en poses exangües luego de un agotador esfuerzo corporal.

En todos estos casos, lo decisivo tuvo que ver con sus respectivos registros fotográficos. Como se sabe, las connotaciones mortuorias asociadas a la fotografía fueron profusamente destacadas en el pensamiento contemporáneo. Susan Sontag ya nos advirtió acerca de los parentescos entre la fotografía y el discurso bélico. En ambos casos se ha hablado de “toma”, “disparo”, “objetivo” y “corte”. Pensemos lo siguiente: el instante en que un atleta llega a la meta: verdadero símbolo del dolor y el daño, su cara queda deformada, descompuesta, fláccida. Queda —como insiste el pensamiento contemporáneo— congelado o suspendido en su máxima expansión física.

Pero ¿a qué viene toda esta reflexión lo suficientemente conocida por la elite local perteneciente a las artes visuales? Antes que nada, no todo el público lector de este pasquín conoce o participó de las referidas artes visuales en la dictadura. Y por otro, la activación de su recuerdo permite compararla con lo que sucede en el arte de hoy.

En columnas anteriores, he defendido la idea de que el deporte comporta una importante producción de signos estéticos. En particular, en lo concerniente a sus registros mediales o técnicos. Aquí dan lo mismo las sospechas y demás actitudes cargadas de moralina de quienes lo vinculan a la entretención de masas estúpidas, al mercantilismo degenerado que moviliza sus engranajes comerciales o sus respectivas manipulaciones en sociedades totalitarias o neocapitalistas.

En estos días se muestra en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende (República 475), en el contexto de la exposición “En medio/Arte y Sociedad”, un trabajo de los jóvenes artistas Cristóbal Cea y Felipe Muhr. A diferencia de los registros fotográficos antes consignados, los noveles artistas se han inspirado en el adictivo videojuego Pro Evolution Soccer, y han creado un curioso partido de fútbol protagonizado por artistas locales, algunos canónicos (como Gonzalo Díaz y Alfredo Jaar) y otros pertenecientes a generaciones posteriores (como Mario Navarro y Rodrigo Salinas). A juzgar por el mensaje de la obra, las reglas de este deporte se asemejarían a las estatuidas en el campo del arte. Se trata de una idea que ya ha sido formulada en el ámbito local, una de cuyas últimas versiones fue la curiosa exposición “Clásico Universitario”, en la sala CCU a fines de 2009.

Pero entre las anteriores representaciones del asunto (la de Dittborn, principalmente) y las actuales se observan varias diferencias relevantes. Consideremos algunas de estas. La otrora potencia simbólica de la imaginería deportiva pareciera haber sido reemplazada por una concepción del arte donde lo decisivo vendría dado por los deseos de los artistas de inscribirse en un circuito dominado por los titulares y los “top ten”.

Los protagonistas aquí son los artistas y no necesariamente las obras. Todos quieren mostrar una imagen irónica del campo y exponer sus reglas como buenos profesionales. “Alfredo Jaar —acotan los artistas Cea y Muhr— es definido como un jugador que da muy buenos pases largos, porque él, como artista, ha desarrollado una gran carrera fuera de Chile. También tiene buena conciencia de equipo, porque ha estado en muestras colectivas.” Estos serían, al parecer, los intereses que movilizarían el intelecto de muchos artistas de hoy. En este caso, no importa el espesor y la solvencia de las imágenes; menos la belleza atlética del juego como, por ejemplo, una buena “tijera” de Messi. Las nuevas fábulas aquí son la competencia, la asertividad, el exitismo, el ganar a toda costa.

Todo romanticismo está excluido. Al diablo con el desapego. Así nos lo advierten los artistas peloteros Cea y Muhr, adictos al videojuego Pro Evolution Soccer: “Nos parece que es una buena manera de pensar la escena porque llevamos el tema a la lógica del fútbol, que es el deporte más popular que hay en Chile, y al mismo tiempo aplicamos rigurosamente esa metodología súper estructurada que tienen los videojuegos. Tratamos de ser muy consistentes en ese aspecto”.

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