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Opinión

24 de Septiembre de 2012

La literatura de Estado Policial

El otro día en la librería Metales Pesados escuché a un tipo que quería llevar cierto libro de determinado color por una cuestión de diseño, ya que el color del libro hacía juego con la nueva pintura del departamento, según le explicaba el cliente a un paciente Sergio Parra. No me extrañó tanto, pensando en […]

Germán Carrasco
Germán Carrasco
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El otro día en la librería Metales Pesados escuché a un tipo que quería llevar cierto libro de determinado color por una cuestión de diseño, ya que el color del libro hacía juego con la nueva pintura del departamento, según le explicaba el cliente a un paciente Sergio Parra. No me extrañó tanto, pensando en que cuando niños nos inculcaban que el aspecto de la página del cuaderno era más importante que el contenido de la composición que entregábamos, y de cuestiones formales ni hablar porque ese era un idioma desconocido para los profesores. Y un poco más grandes, otra vez el orden estricto de la composición (idea tópica, desarrollo, conclusión, o en una historia: presentación-conflicto-desarrollo-clímax) era más importante que cualquier idea o intención, búsqueda y tono del párrafo. Y así nos criamos: el párrafo era podado a lo milico igual que el pelo de los alumnos, con rabia, de la misma manera que se rasura a un lanza: con ganas de enterrarle la máquina en la pelada hasta que sangre, como los árboles que quedan mochos y son podados con una violencia proporcional al nivel económico: mientras más bajo, más violenta la poda. A los de la clase dominante los podarán o castrarán con otras cosas: curas como profesores, presiones económicas, etc. Pero es ese temor y ese aseguramiento, ese sentido de la composición cretino el que no permite que haya una literatura más viva e interesante por estos lados. Me refiero a un sentido de la composición cretino, no a la Filosofía de la Composición, de Poe, que mis profesores desconocían. A eso se refieren los que usan las palabras eunucos o castrati para referirse a ciertas maneras de escribir. Por eso también la crítica literaria, sin saber cómo abordar un poema, habla siempre de su rigor, sin definirlo. Es similar a la genial frase de un boxeador cubano cuando decía: “La técnica es la técnica y sin técnica no hay técnica”, casi a nivel de Gertrude Stein.

Lo cierto es que cualquiera puede aprenderse un par de reglas métricas, es una cosa sumamente sencilla, incluso para los que no tienen buen oído, porque para los que tienen sentido musical es pan comido. La composición es un acuerdo, y la literatura como el mundo son dinámicos, de manera que ese acuerdo carece de todo sentido, excepto como ejercicio.

La literatura va en sentido contrario a los lugares comunes, va en sentido contrario al acuerdo. La escritura es todo lo contrario a la redacción.

La composición, por otra parte, es la mejor amiga del proyectismo, ya que una cosa que tenga una estructura aparente es más fácil de entender por un burócrata evaluador que un texto exploratorio. Sólo se premia lo que se reconoce. De esa manera, si a alguien se le ocurre escribir un libro en donde cada capítulo es una región de Chile o cada capítulo de la novela corresponde a un año determinado, el proyecto probablemente gane. Mientras más lineal y más brochagordero mejor, porque así lo entiende el burócrata que evalúa y que fue puesto en ese lugar por algún partido político de izquierda o derecha, da lo mismo, o una institución X que nada tiene que ver con la escritura, porque nadie puede decir por ejemplo que en la Academia de la Lengua o la Sociedad de Escritores de Chile alberguen al menos a un solo escritor. Esas instituciones no tienen absolutamente nada que ver con escritores y creación así como nada tienen que ver con literatura un tipo de composición temerosa o una métrica machacona.

Existen como diez revistas que se llaman liber-arte, o algo que termina en arte, o intemperie o fuga, hay como cuarenta libros o poemas que se llaman hotel algo, no sé cuántas cosas que se llaman Altazor, no sé cuántos libros de minas que se llaman algo con perra. Veinte mil alusiones o imitaciones de Carver, Hank, Bandini, Kerouac, Pizarnik, Lee Masters. Cientos de artículos aburridos, hay uno que se parece al viejo del saco y que se queja haciéndose el angryman pero sin gracia, hay como un centenar de sampleros que escriben como dos o tres modelos (que son HH, Zambra y otro más por ahí), hay mil críticas que dicen que falta rigor o que hay rigor (nuevamente viene al caso la cita del boxeador cubano), otras tantas que dicen que el tiempo dirá, hay un cantante, un tal García, que dijo que “la poesía es el brazo armado de la protesta social” u otra cursilería en Viña como la siguiente: “Sr. presidente, Ud. no podrá dormir si no deja a los estudiantes soñar”. Luego de este pequeño sondeo me pregunto, ¿de dónde sacaron que hay algo de poesía o de amor por la palabra por estos lados? No existe tal cosa. Y después huevean a Arjona.

Las nuevas realidades exigen nuevas palabras, riesgo. Todo lo demás es otra cosa: composición, redacción y una fuerte vocación de esclavitud. Voy a dar una cita de otro momento y otro lugar, porque este tiempo, porque este prurito de composición es incluso más tóxico que el principio de gentileza que era la pulsión que arruinaba la poesía y de lo que en 1962 la poesía inglesa se libera, según el británico Al Alvarez en su famosa antología New Poetry. Ese principio de gentileza consiste en que la vida es más o menos ordenada, la gente más o menos cortés, las emociones y hábitos más o menos decentes y más o menos controlables, que Dios, en definitiva, es más o menos bueno. Los enrostra, pero también propone a los nuevos: “la poesía necesitaba una nueva seriedad, la inteligencia y la voluntad de hacerse cargo de la gama completa de experiencias y no tomar las salidas fáciles ni de lo convencional ni de la incoherencia”. Quizás por el apego a la composición, en Chile sólo se producen y se premian cosas con métrica, imitaciones, historias mínimas y en general composiciones vigiladas, como la Plaza de la Ciudadanía rodeada de vallas papales y los colegios sitiados por la violencia policial.

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