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Entrevistas

2 de Octubre de 2012

Natalia Waghorn: “El pene es un accesorio que no me interesa para nada y los testículos me son molestos”

Hace diez años cambió sus pantalones, chaquetas y corbatas por prendas de mujer. Y hace cinco meses se para de miércoles a viernes en pleno Paseo Ahumada para recolectar fondos en ayuda de quiltros y gatos abandonados.

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Foto: Alejandro Olivares

Su metro 86 y delgada figura no pasan desapercibidos. Tampoco que ande vestida de chaqueta de cuero blanca hasta la rodilla y botas vaqueras de igual color. Ni su melena rubia. La sesentona Natalia Waghorn se roba las miradas de quienes transitan por el Paseo Ahumada con Huérfanos, donde desde hace cinco meses se para, de miércoles a viernes y de 10 am a 20 hrs, con una perchera-letrero que dice “Adopta un callejero”. Algunos le gritan “Wena, Raffaella Carrá”. Otros, en cambio, le lanzan insultos como “maricón culiao”. Pero ella está acostumbrada. Su curiosa campaña tiene como objeto recolectar plata para darle mejor vida a perros y gatos vagos. “He salvado a miles de animales. Para mí el mayor drama es la perra que parió en la vía pública. Esos perritos los limpio de parásitos y garrapatas. Yo me he infectado con sarna varias veces vacunándolos. Y la gente me grita ‘asqueroso, cómo le estai sacando las garrapatas al perro’”.

Al día, se puede hacer cien lucas. Pero también su campaña es para dar a conocer, a quienes se interesen, su transexualismo. En el sector ya es conocida como “la dama del cartelito”.

¿Cómo se te ocurrió la campaña “Adopta un callejero”?
-Esta campaña la venía pensando hace mucho, pero temía por mi transexualismo. No me iba a vestir de hombre para hacerla, sino habría estado renunciando a quien soy. Y es muy distinto pararse en el Paseo Huérfanos con Ahumada que en cualquier otra calle. Yo soy muy amigo de la privacidad. No me gusta que nadie me esté mirando. Me gusta pasar piola por las calles sin llamar la atención…

Te deben gustar mucho los animales para pararte en un lugar tan visible como éste…
-Claro. Esto de los animales lo llevo en la sangre, en la genética, corre por mis venas. Provengo de una familia inglesa, de apellido Waghorn, que históricamente lleva una de las campañas animalísticas más antiguas del mundo. Así que le estoy haciendo honra a mi familia. Y qué mejor que en un apoyo concreto como es salir a la calle no importándome nada.

¿Qué te han dicho acá?
-Me llama la atención el desapego absoluto por las campañas que se hacen ahí. La gente no pesca. Muy pocos se detienen a leer el letrero y si lo leen no lo entienden. Algunos creen que quiero que me adopten a mí. El bajísimo nivel intelectual de los chilenos me llama la atención… No hace mucho en Plaza de Armas, uno de estos humoristas que hacen su show ahí, me vio pasar y lanzó el chiste: jajaja. Y delante de todo ese círculo de gente que había frente a la catedral viéndolo, lo encaré.

¿Qué le dijiste?
-Huevón, por qué te mofas aprovechándote de mi condición de transexual, ¿a eso llega tu imaginación? ¿No podís hacer chistes en otro sentido?

Y qué te respondió
-El círculo enmudeció del valor que tuve y al tipo se le cayó la cara de vergüenza. Tengo personalidad de sobra. La otra vez, en una feria, por mi condición de transexual, una mujer de unos 22 años, me empezó a molestar diciéndome cosas feas. Pero le paré los carros. Le dije “tráeme una huincha y mídete la cintura”. Pon diez mil acá y yo pongo otros 10 mil. ¿Quién tiene más cintura?, le pregunté. Y se fue a la cresta y avergonzada. Tenía cinturita de huevo.

EDUARDO ANTES DE NATALIA

Hasta hace diez años, Natalia era Eduardo: un señor de traje y corbata casado con una mujer árabe con la que tuvo tres hijos. Pero era una vida de apariencias. Las mujeres nunca le gustaron. Y si contrajo matrimonio fue de “milagro”.

¿Por qué de milagro?
-Un absoluto milagro. Nunca me sentí cómodo con mujeres. Me daba asco acostarme con ellas. Porque me sentía como una de ellas. Era como una lesbiana traicionándose a sí misma. Me sentía mal. Y nunca pude superar eso. Fue muy corto el matrimonio. Y terminamos separados, precisamente por la desavenencia sexual.

De niño ya te vestías como mujer pero a escondidas. De casado ¿lo seguiste haciendo?
-Sí.

¿Y tu mujer sabía?
-Claro. Incluso le sacaba su ropa. ¿Tenís los ojos pintados, maraca?, me dijo cuando pasé todo el fin de semana fuera de la casa con hombres. Ella aceptaba todo eso.

¿Cuándo dejaste de vestirte como hombre?
-Siempre he sido mujer. Ponte tú, ahora, en el clóset de mi casa no hay un par de zapatos, ni un pantalón de hombre, nada. Es más: es delito tener ropa de hombre en mi casa. Desde chica tenía muy claro que a pesar de que por fuera me viera como hombre, por dentro era una mujer. Pasé una triste temporada en la escuela en Peumo. Como jugaba sólo juegos de mujeres como el luche o saltar la cuerda, los niños hombres hacían mofa de mí. Me esperaban a la salida del colegio y me pegaban entre seis. Y llegaba ensangrentado a mi casa. Más encima mi padre me amenazaba con castigarme si no me sabía defender.

¿Él te rechazaba por ser transexual?
-No. Era castigador, pero no por mi condición, sino por lo traviesa que era. Mis padres me aceptaban plenamente. Porque mi transexualismo se descubrió cuando niño. De hecho a los doce años tuve una menarquia transexual.

¿Cómo es eso?
-Como no tuve liberación de sangre, me crecieron los pechos de manera enorme. No es una menarquia normal. Se te llenan los pechos de líquidos. Pero nada más. Estuve un mes en tratamiento hasta que bajó. Pero no la tienen todos los transexuales, sino los realmente verdaderos.

¿Y los otros?
-Los otros son travestis, son hueones que, ponte tú, un fin de semana si van a bailar se visten de mujer y la pasan bien. Pero el lunes están de cuello y corbata dejándose barba. Ese es el travestismo. Yo soy transexual y me visto de mujer desde que tengo uso de razón. Me maquillo. Trato de verme bonita. Siento que tengo que identificarme y ser yo misma, aunque tenga la voz de hombre, característica de hombre en mi cara y mi apariencia. Y eso lo sé y asumo. No es que me crea mujer, oh, qué mina me siento, porque sé que tengo un ingrediente 50 y 50. Soy como una mula.

¿Cómo?
-El producto del caballo y la mula da un ni chicha ni limonada. Un híbrido. Y yo me considero un híbrido. Y doy las gracias a Dios que tengo la sensibilidad que no tienen muchas mujeres para el trato hacia los animales. Estoy seguro que Dios me creó así para hacer algo por ellos.

¿Eres creyente?
-No. Creo en un dios, pero no como el que cree todo el mundo. Es el dios que mantiene en movimiento a todo el universo. De ahí viene el circulo inmanente donde, si cometes una maldad muy grave, tienes que pagarla en algún momento y si no la pagas tú, la paga tu hijo o tu nieto. Eso se llama justicia inmanente. Y en eso creo.

Hasta el día del Golpe trabajó durante ocho años como funcionario de la Compañía Chilena de Navegación Interoceánica. Un mundo machista donde supo mantener su secreto sin levantar sospechas. Pero apenas llegaban las seis de la tarde, partía donde una señora que vivía en la calle San Francisco- una especie de segunda madre- que le tenía un clóset repleto de sostenes, encajes, medias, vestidos y tacos aguja. En ese espacio era inmensamente feliz.

Los fines de semana salía de ahí vestido para enganchar con hombres. En ese tiempo era dirigente de base de la CUT. Y más de una vez estuvo sentado con “el compañero Allende” en reuniones sindicales: “un hombre maravilloso y muy respetable”.

Como era allendista, tuvo que huir clandestinamente para que no lo mataran. Y pescó sus cosas y se embarcó primero con destino a Inglaterra, a la tierra de sus ancestros, donde tuvo una corta estada para luego establecerse en Edimburgo hasta el ’80 cuando optó por regresar a Chile. En la capital escocesa tomó clases como oyente en las carreras de Antropología y Sociología. De allá le mandaba plata a sus retoños en Santiago. Allá, dice, se le soltaron las trenzas. Era una europea más, dice: “salía vestida de mujer con una peluca de pelo natural, un pelo aleonado, y me tiraban el churro.
Imagínate, sí no estoy tan fea ahora, cómo era antes. Allá es otra mentalidad. Allá tú eres transexual y eres transexual. Nadie te va a preguntar por qué saliste así o asá”.

LILY PÉREZ

Te pareces a Lily Pérez
-Eso me ofende. No soy facha. En el paseo Ahumada me dicen la Rafaella Carrá al verme por atrás… El otro día me dijeron, ah, la ministra Matthei.

¿Y te pareces a ella?
-Puede ser en los rasgos, en el pelo…

¿Por qué te bautizaste como Natalia?
-Por Natalia Vargas, la primera mujer que me acogió como persona transexual cuando yo tenía siete años.

¿Cómo te va en el amor?
-Te estás metiendo en las patas de los caballos. Vivo en celibato hace muchos años. Si no fui mujer no tengo por qué tener relaciones. No tengo por qué tener relaciones con hombres porque no tengo cómo. Y la relación anal para mí no es correcta.

Es difícil llevar el celibato
-Lo que no quita que si me gusta un hombre, le haga sexo oral.

¿Cómo te gustan los hombres?
-No me gustan mastodontes, gallos macizos. Que tengan pelitos, ojalá con barba y que no sean maricones. Olvídate, si es homosexual chao, ojalá casado para probarme que es hombre. Y ahí me siento feliz. Me gustan morenos, delgados, que no sean gordos, de 30 a 50 años.

Ah, jóvenes.
-Me ligan los jóvenes. Es raro. Incluso, he tenido que rechazarlos por menores. Les digo “muéstrame tu carné y hablamos”. Y por qué me buscan. La mujer chilena no quiere a veces dar sexo anal, porque le da asco o no quiere simplemente. Y los huevones viven pensando en cómo será la cosa del sexo oral. Y como no encuentran quién se los haga, ahí está la transexual especialista en eso que le saca la cresta a cualquier mina. Y en eso tengo éxito seguro.
Y la prueba de ello, es que nunca he tenido quejas.

Practicas también el nudismo.
-Voy a Huasco a una playa grande, camino como cinco kilómetros para hallar una soledad absoluta. Los perros me acompañan. Otras veces voy con dos amigas y hacemos nudismo. Ellas no tienen ningún tapujo de verme en pelota. Nos bañamos, chapoteamos en el agua, lo pasamos muy bien.

¿Te gustaría operarte?
-Sí.

Tienes 68 años. ¿Por qué a esta edad?
-Nunca es tarde. Para mí los testículos y las cosas que tengo ahí son molestos. El pene es un accesorio que no me interesa para nada. Me miro al espejo y no empatizo con ellos. Quiero que me hagan una cosa estética. Sé que no me van a hacer una vagina, pero que sea estético, cosa que me pueda colocar un calzón y me vea como mujer. Y si acaso hay otra posibilidad, ponerme un poquitito más de cadera, porque caderas tengo, y también aumentarme las pechugas.

¿Por qué has mantenido la voz de hombre?
-Es la que tengo. Es la que dios me Dio y la que me dieron las hormonas. No puedo transformar la voz. Estaría fingiendo. Y no me gusta fingir ante nadie.

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