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Opinión

9 de Octubre de 2012

Salman Rushdie: La vida durante una fatwa

Por The New York Times En 1989, Rushdie escribió la novela “Los versos satánicos” y el Ayatolá Ruhollah Jomeini pidió su muerte por “ofensiva para el islamismo”. “Joseph Anton” de Salman Rushdie es una biografía de los aproximadamente 10 años que pasó ocultándose, bajo protección policial, después de que el Ayatolá Ruhollah Jomeini pidió su […]

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Por The New York Times

En 1989, Rushdie escribió la novela “Los versos satánicos” y el Ayatolá Ruhollah Jomeini pidió su muerte por “ofensiva para el islamismo”.

“Joseph Anton” de Salman Rushdie es una biografía de los aproximadamente 10 años que pasó ocultándose, bajo protección policial, después de que el Ayatolá Ruhollah Jomeini pidió su muerte en 1989 porque su novela “The Satanic Verses” (Los versos satánicos) fue considerada ofensiva para el islamismo. El título de la biografía, compuesto de los nombres de pila de Joseph Conrad y Antón Chejov, es el alias que usó mientras estuvo bajo la fatwa. En el libro, que está escrito en tercera persona, Antón surge como un personaje al que Rushdie ve con cariño y críticamente.

El libro documenta cuidadosamente sus luchas políticas durante este periodo y sus esfuerzos para lograr el levantamiento de la fatwa, pero también describe su vida personal con gran detalle, incluido el rompimiento de tres matrimonios: con Marianne Wiggins, Elizabeth West y Padma Lakshmi. (Un primer matrimonio, con Clarissa Luard, terminó en 1987.)

La fatwa fue levantada oficialmente en 1998, y desde que se radicó en Nueva York a principios de 2000, Rushdie se ha movido libremente. De hecho se ha vuelto un hombre de ciudad y una especie de fiestero.

De la reciente noticia de que una fundación religiosa había renovado la fatwa, escribió vía correo electrónico: “No me inclino a exagerar este pequeño titular poniéndole mucha atención”. En agosto, antes de embarcarse en una gira de tres meses para promover el nuevo libro y la próxima versión cinematográfica de su novela de 1981, “Midnight’s Children”, discutió “Joseph Anton” durante un almuerzo en un restaurante del centro de Manhattan. Lo que sigue es una versión resumida de esa conversación:

P: Esto sucedió hace mucho tiempo. ¿Qué le hizo decidirse a escribir al respecto ahora, tantos años después?

R: Fue en gran medida una cuestión de instinto. Por mucho tiempo no quise escribir este libro. Sentía que sería inquietante entrar emocionalmente de nuevo en esa época y sumergirme en ella. Pero siempre supe que tenía que hacerlo. Ya sabe cómo es; si se tiene la enfermedad de ser escritor hay un yo pequeño –incluso en los peores momentos de la vida–, hay un yo pequeño sentado en el hombro y diciendo: “¡Buena historia!” Esa es la razón de que empezara a llevar un diario durante este tiempo. Simplemente pensé que el peso de los acontecimientos, la velocidad de los acontecimientos, la complejidad de lo que estaba sucediendo, era tan grandioso que incluso con la mejor memoria del mundo no habría forma de recordarlo con detalle.

P: ¿Por qué en tercera persona?

R: Siempre había pensado que no quería que esto fuera un diario o una confesión o un desahogo. No quería que fuera un libro de venganza, un libro para ponerse a mano. Sabía todo el tipo de cosas que no quería que fuera, pero no sabía qué quería que fuera. Cada vez que lo intenté, no funcionó y lo dejé de lado. Y luego me di cuenta de que una de las cosas que realmente me disgustaban era que fuera en primera persona, este incesante “Yo”, las cosas que “me” sucedieron, y “sentí” e “hice” y “la gente me dijo” y “me preocupaba”. Era absurdamente narcisista. Así que en cierto momento pensé: “Veamos simplemente qué sucede si lo escribo de manera novelista, en tercera persona”. Y en el momento en que empecé a hacerlo fue como un “ábrete sésamo” que me dio el libro.

P: Este recurso hace que el libro se lea a veces como una novela, o, como usted mismo dice en el libro, como una mala novela de Rushdie, llena de melodrama y material que es ligeramente surrealista.

R: Una de las formas en que lo expresé para mí mismo era que mi imagen del mundo se rompió. Todos tenemos eso; todos tenemos una imagen del mundo en que vivimos, y pensamos que conocemos la forma que tiene y dónde estamos en ella. Otra palabra para eso sería cordura. Y luego, repentinamente, era muy difícil saber qué forma tenía el mundo y dónde estaba yo en él y cómo actuar. Todas estas decisiones que tomamos y repentinamente no sabía nada. Otro nombre para eso es locura. Pienso que hubo un periodo en que mi cordura estuvo bajo presión intensa y no sabía qué decir o hacer o cómo actuar. Literalmente vivía el día a día.

P: Si “Joseph Anton” es como una novela, no es simplemente una historia kafkiana sobre un tipo obligado a ocultarse. Es también una especie de tragicomedia marital, sobre un tipo un poco desafortunado como esposo y amante. Entra usted en muchos detalles, especialmente sobre su relación con Marianne Wiggins, sobre quien es bastante duro. La gente podría sentir que algunos de estos detalles son innecesarios.

R: ¿Qué es innecesario? Tengo el tipo de visión de Rousseau de que si uno va a escribir un libro como éste; quiero decir, nadie le está obligando a escribir, ¿verdad? Si uno va a escribirlo, hay que contar tanto de la verdad como se pueda. Pero he tratado de ser justo. En el caso de Elizabeth, ella ha leído el libro y dicho que está bien. En el caso de Padma, le he dicho todo sobre ella que está en él. Hay una cosa que me pidió sacar, y lo saqué. Etcétera. A Marianne no se lo he enseñado.

P: Pero el libro también tiene una agenda mayor. ¿Está destinado a documentar algo importante?

R: Me encuentro atrapado en lo que se pudiera llamar un acontecimiento histórico mundial. Usted pudiera decir que es un acontecimiento político e intelectual grandioso de nuestra era, incluso un acontecimiento moral. No la fatwa, sino la batalla contra el islamismo radical, del cual esto fue una escaramuza. Incluso personas de mentalidad liberal han argumentado al respecto, lo cual me parece muy peligroso, pues son argumentos relativistas básicamente culturales: Debemos dejarles hacer esto porque es su cultura. Mi opinión es que no. La circuncisión femenina; eso es malo. Matar a las personas porque no te gustan sus ideas; es malo. Debemos poder tener una idea del bien y el mal que no se diluya en este tipo de argumento relativista. Y si no lo hacemos realmente hemos dejado de vivir en un universo moral.

P: ¿Cuánto tiempo le llevó escribir el libro?

R: Dos años y medio. Y dado que tiene más de 600 páginas, para mí fue rápido. Pero un libro como éste es un poco más rápido de escribir porque uno sabe lo que sucedió. Una de las cosas que tuve muy en claro desde el principio fue que conocía el arco del mismo. Conocía la primera escena y conocía la última escena: yo literalmente saliendo y llamando un taxi, el regreso a la vida común y corriente.

P: ¿Piensa que lo que le sucedió cambió algo?

R: Algunos de los musulmanes británicos ahora dicen: “Pensábamos que estábamos equivocados”. Algunos de ellos por razones tácticas, pero otros realmente están usando el argumento de la libre expresión: “Si queremos decir lo que queramos, él debe tener permitido decir lo que quiera”. Así que pienso que se ha dado un poco de aprendizaje.

P: ¿Aprendió algo útil durante su periodo ocultándose?

R: Aprendí a conducir para contrarrestar la vigilancia. Si uno está en una autopista y quiere saber si lo están siguiendo, lo que debe hacer es variar enormemente su velocidad. Se acelera a 100 y se desacelera a 30 y luego se acelera de nuevo. En una ciudad se dan muchas vueltas contra el tráfico. Se da la vuelta en redondo dos veces. Básicamente, se conduce como un idiota, y si alguien más conduce como idiota, hay una razón.

P: ¿Qué consejo tiene para alguien que pudiera encontrarse bajo una amenaza similar?

R: Dos consejitos, realmente. Uno tiene que ver con la cabeza y el otro es práctico. Lo primero es: No ceder. Es una cuestión de conocimiento de sí mismo, saber quién es uno y por qué hizo lo que hizo. Defiéndalo. El otro es que si yo tuviera que hacerlo de nuevo, me negaría a ocultarme. Diría: “Tengo una casa, voy a casa. Protéjanme”.

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