Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

22 de Octubre de 2012

Autodidactas y académicos

No existe algo más granítico que el orgullo del autodidacta. Se trata de una afección altiva, la mayoría de las veces tozuda, que se vanagloria de haber adquirido sus conocimientos a puro ñeque o, como suele decirse, en la nunca suficientemente ponderada “universidad de la vida”. Por ello, el autodidacta —el que se “hizo” a […]

Guillermo Machuca
Guillermo Machuca
Por


No existe algo más granítico que el orgullo del autodidacta. Se trata de una afección altiva, la mayoría de las veces tozuda, que se vanagloria de haber adquirido sus conocimientos a puro ñeque o, como suele decirse, en la nunca suficientemente ponderada “universidad de la vida”.
Por ello, el autodidacta —el que se “hizo” a sí mismo— reacciona con tanta indignación cuando su loable saber es puesto en duda (más que un saber, para él se trata de sabiduría); salta de ira frente al menor ninguneo; se ofusca hasta el tuétano cuando se festina acerca de sus conocimientos adquiridos bajo el rigor de la experiencia.

No hay por ningún motivo que reírse de aquellos que han alcanzado tal magnánima excelencia. No se juega con una cosa así. Después los que miran en menos sus méritos es posible que terminen padeciendo la implacable iracundia del autodidacta expuesto a la ridiculez de unos saberes asimilados a carne y fuego.

Ahora bien, ¿quién es el principal enemigo del autodidacta o del que se autoconstruye? La respuesta es simple: el académico universitario. Para este último, la valía de un conocimiento adquirido por la experiencia o la calle le resulta a todas luces exótica. No vale nada sin la legitimación de alguna institución del saber.

Pero también los académicos universitarios tienen su orgullo, vanidad y altivez. Nada les parece digno de respeto si no está acreditado por un buen posgrado conseguido en el extranjero. En el fondo, el académico universitario no es un intelectual, tampoco un pensador; menos un creador en el sentido autoral del término. Es, de manera empoderada, un orgulloso profesional del saber (algo parecido a los artistas profesionales).

Llegado a este punto, es preciso decir lo siguiente: el saber del académico universitario también es susceptible de ser puesto en duda. De ser ridiculizado. ¿Cuándo? Al momento de compararse su orgullosa sabiduría con la producida por las ciencias duras o exactas. El académico universitario, al que hacemos alusión aquí, es el humanista. El que piensa, desde la academia, lo material y lo metafísico del hombre. A quien se lo vincula con las llamadas ciencias blandas (incluyamos aquí a los economistas).

Que a un académico universitario se lo vincule a las ciencias blandas entraña un complejo difícil de sobrellevar. ¿Cómo se defiende? A base de documentos exclusivos, bibliografías monstruosas, pasión por los conocimientos disciplinarios y por los honores otorgados por una exitosa carrera académica.

Volvamos a los autodidactas, a quienes no hay que confundir con los amateurs. El primero se toma en serio su construcción cultural; el segundo concibe su accionar libre de la histeria o de las luces del reconocimiento. Le atrae solamente el placer de una buena lectura o de una buena película. No trabaja ni estudia: le gusta la construcción ociosa, en particular la de quien mira con desapego las cosas de la existencia (“Somos hijos de la universidad de la cimarra”, escribió Jorge Teillier).

¿Y el académico universitario? Obviamente no lee por placer; prefiere estudiar los problemas (o las “problemáticas”, para usar una horrenda expresión de moda en los círculos universitarios). Da lo mismo que estos problemas interesen un comino al resto de la población. Todo lo contrario al académico formado en las ciencias duras, cuya investigación puede conducir a la construcción de un puente, una máquina de diálisis, un complejo radar o la cura definitiva para una enfermedad catastrófica.

Pero no hay que ser tan lapidario con un pensamiento que no conduzca a nada concreto. Sería descreer en el valor político de la reflexión. Que los papers se acumulen por montones en las mazmorras de la academia. Ya vendrá un arqueólogo en el futuro que pueda darles un sentido y un valor.

Notas relacionadas