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Cultura

20 de Noviembre de 2012

Persiguiendo a Lady Gaga

Lejos de la extravagancia que la hizo famosa, en Buenos Aires Lady Gaga se mostró poco: dio un show que ilusionó a los más fanáticos pero no convenció al resto. Micaela Ortelli —apenas unos meses mayor que la nueva reina del pop y ya casi una especialista en reportear adolescentes que militan causas varias— la persiguió con tenacidad y se mezcló con los seguidores en un territorio eufórico conquistado por el look.

Por

Vía RevistaAnfibia.com

Por: Micaela Ortelli – Fotos: Leo Vaca

El auto toma por la avenida Illia. Tres paparazzis y yo perseguimos a Lady Gaga, que hace poco más de un día llegó a la Argentina para dar su primer show en el país. Tratamos de no perder de vista a los tres Hyundais grises. No hay frenadas bruscas, ni aceleradas de película: en Buenos Aires es hora pico y avanzamos lento. A lo sumo, las camionetas pasan semáforos en amarillo. En la del medio va Gaga. ¿Qué hace ella, Stefani Germanotta, arriba de la Hyundai, rodeada de custodios? ¿Mira por la ventana los afiches que anuncian su show de mañana viernes? ¿Duerme? ¿En qué piensa? ¿Estará tuiteando mensajes para sus seguidores? Desde que llegó no envió ningún mensaje a sus fans más exaltados, que están de guardia en la puerta del Faena Hotel o acampan fuera de la cancha de River. Se dicen: “pequeños monstruos”; le dicen a ella: “mamá monstruo”.

Lady Gaga: 26 años, tres discos; millones de cd´s vendidos, de descargas, de dólares, de fans. Toca el piano, compone. Es la segunda vez que la tengo a pocos metros. Habrá una tercera.

El auto cargado de paparazzis se pone al lado de la camioneta de Gaga.

Por ahora veo marcas de dedos en un vidrio polarizado.

Miércoles: El Faena

—¿Cuántos hay?
—Unos veinte.
—Poquitos. ¿Están lookeados?
—Hay unos pelos parados.

Leo Vaca, fotógrafo, llegó al Faena Hotel a primera hora. Gaga aterrizó a las dos o tres de madrugada en Ezeiza. Venía de Porto Alegre: apenas terminó el show se tomó el avión. No hubo ningún tipo de información oficial sobre su llegada, ni hora, ni aeropuerto; tampoco sobre el hotel donde se iba a hospedar: hasta el martes en el Faena confirmaban y reconfirmaban que no iba a ser ahí. Al parecer, en los otros países de Latinoamérica, donde estuvo presentando su último disco Born This Way, también llegó de incógnito. Al menos no hizo el show que acostumbra: no apareció con un súper look, no se sacó fotos ni firmó autógrafos.

Un fan argentino que se enteró de su llegada llegó a fotografiarla con su celular: Lady caminando con un tapado amarillo, con capucha, rodeada de policías y guardaespaldas. Al Faena entró en caravana: en una de esas camionetas Hyundai grises, seguidas por dos moto-policías. No se asomó por ninguna ventana.

Hizo el check in pasado el mediodía. No podía elegir otro hotel. Ahí se hospedan los empresarios millonarios, las actrices y los modelos internacionales, las estrellas pop: Lady Gaga no iba a correrse del lugar común.

La parte de atrás del hotel, la esquina de Juana Manso y Petrona Eyle, en Puerto Madero, está vallada; hay tantos fans como metros de valla. Junto a la valla, del lado izquierdo; Carlos, el guardia de seguridad, un hombre delgado de piel oscura y brillante, que tiene un cable enroscado –como los de los teléfonos viejos– conectado a una cucaracha, dice:

— Si yo les digo algo más de lo que tengo que decir, estoy en el horno.
A Carlos alguien le habla de a ratos y lo escucha todo el tiempo.
El fan Guido de Luca es muy flaco y viste con discreción, toda la que no tiene para desenvolverse.
—¡Síganme en Twitter! —grita: Guido-guión bajo-deluca.
—¡Ay yo creo que te sigo! —dice una chica alta y rubia que, después dice, se llama Agustina.
—¡Queremos información! —corean los fans y molestan a Carlos como alumnos de primaria intentando hacer reír a un granadero.
Pasan oficinistas —ellos, pantalones pinzados; ellas, tacos— y dos turistas sonrojados que preguntan quién está en el hotel.
—Lady Gaga.
—Ah.

Miramos las ventanas que dan a este lado de la calle aunque sabemos que ninguna de ésas es su habitación. Le pregunto al de al lado si Gaga tuiteó algo pero nadie tiene señal. Pienso que debería moverme y trabajar: hacer preguntas, averiguar, hablar con los fotógrafos, anotar; pero no quiero perder mi lugar en la valla y ni siquiera sé por qué.

— ¡Open the door! —gritan y las puertas se abren. Los del costado no vemos nada y los de enfrente no dicen qué ven, sólo gritan.
No pasa nada; entra y sale gente del hotel, como en cualquier hotel.

— Puta madre, me emocioné al pedo —dice uno.

Son las tres de la tarde. Ahora sí son muchos, más de cien: hay orejas de Mickey, caras pintadas como zombis, pelos de todos los colores, un antifaz con pedazos de espejo pegados, un sombrero con preservativos adosados. El mejor look es el del chico del chupín nevado: tiene una camisa estampada estilo Versace, sombrero de ala grande rojo, carterita; se florea orgulloso, sus piernas son escarbadientes. Leo le saca una foto a una cabeza teñida como un leopardo; después, en la esquina, le saca fotos a un grupo que hace coreografías de canciones silenciosas.

— Sólo queremos saber si va a salir — le dice alguien al guardia de la derecha que no se inmuta.
A las cinco y media de la tarde todos tenemos las caras rojas por el sol.

La puerta se abre: es Gaga. Sí, es Gaga. Camina hacia donde estaba yo, lento, escoltada por dos hombres con fuerza. Hermosa: el pelo o la peluca castaña, larga y bien peinada, anteojos grandes, labios rojos, un body multicolor que le deja la espalda al descubierto, jean ancho tiro alto, roto en las rodillas, botas negras con plataforma y tachas plateadas, uñas naranjas puntudas: hermosa. Gaga hace un garabato, agarra un CD y le da un beso. No sonríe, tira besos. Besos de damisela. No frena. Una valla se cae. A Gaga se la llevan los guardaespaldas. Hay chicos que se abrazan y lloran. No les acaban de avisar que van a ser padres, no les dijeron que ganaron la lotería ni que rindieron bien la última materia de sus carreras: pero estuvieron cerca de Lady Gaga.

— ¿La viste?
— ¡Sí, no lo puedo creer!
Eufórico, habla por teléfono:
—¡Estoy calmado, boluda, sólo estoy llorando!

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