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Opinión

29 de Noviembre de 2012

Cuchicheos de Guadalajara

No es el rodeo el deporte chileno por excelencia, sino la copucha. O no, al menos, el rodeo que se da en las medialunas con un huaso emponchado arriba de un caballo que persigue a un novillo para aplastarlo contra un muro. Nuestro rodeo preferido es con palabras que van apareciendo de a poco para […]

Patricio Fernández desde Cuba
Patricio Fernández desde Cuba
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No es el rodeo el deporte chileno por excelencia, sino la copucha. O no, al menos, el rodeo que se da en las medialunas con un huaso emponchado arriba de un caballo que persigue a un novillo para aplastarlo contra un muro. Nuestro rodeo preferido es con palabras que van apareciendo de a poco para narrar algún suceso bochornoso, para contar intimidades ajenas y otros acontecimientos que corren de boca en boca, más rápido que un galope, y que sí, es cierto, suelen terminar con alguien haciendo las veces de novillo contra un muro. Recién el lunes llegué a Guadalajara, donde se realiza la Feria del Libro más importante de habla hispana. Como todos saben, este año el invitado central fue Chile, y el gobierno organizó una representación amplia, que incluyó no sólo escritores, editores, periodistas y otros personajillos clásicamente vinculados al mundo del libro, sino también dibujantes, actores, grupos de rock y cocineros. (Quizás lo más vivo de nuestro movimiento cultural actual sea la música joven). En fin, el asunto es que apenas pisé el lobby del hotel Camino Real, donde la mayoría de los infinitos invitados alojamos, comenzaron las historias. Mis amigos Díaz y Peirano me dijeron que el hotel era una maravilla. Tenía jardines verdes y piscinas, y la hora del desayuno, con un amplio buffet libre, se extendía hasta pasado el mediodía. Dispersos por las mesas, sólo se veían chilenos. La noche antes, comenzaron a contarme, R.G. había terminado como huasca, “aunque nosotros no lo hicimos nada de mal”, agregaron. Los tequilas con sangría acompañan casi todas las conversaciones. De hecho, esa mañana, mientras el resto desayunaba, aceitamos la copucha con unos reposados. Jorge Edwards no podía entender por qué en la ceremonia de inauguración, aparte del ministro, hubiera sido el cocinero Von Mühlembrock quien hablara en nombre de la delegación.

Es verdad que sólo pensar en el debate en torno a la elección del escritor más pertinente para llevarlo a cabo habría dado pie a todo tipo de trifulcas (hablamos de un mundo que se apasiona por las peleas pequeñas), pero una solución nada de insensata pudo ser dejarlo en manos del embajador de Chile en México, Roberto Ampuero, ninguna cúspide de las letras, pero novelista al fin y al cabo. Cualquiera hubiera entendido que le correspondía por su rango diplomático, sin duda más que a cualquier chef. ¿O querrían decir que en Chile los libros son nuestro principal alimento y que allá vivimos en un permanente banquete cultural? No sé si fue ahí mismo o en otra comida institucional donde, según me contaron, por unas huinchas luminosas corrían frases que destacaban lo seguro que era nuestro país para invertir, en lugar de versos sorprendentes, oraciones inspiradoras o historias que hablaran de nuestra imaginación. Es algo del alma de un país lo que corresponde mostrar en estas instancias, sus inquietudes menos pasajeras, su arte, al fin y al cabo, su Gran Capital, ese que tantas veces olvidan los capitalistas ramplones. Sigamos. Lemebel le tiró un café a Contardo. El martes 27, a las 7.30 hrs de la mañana, le golpearon la puerta de su dormitorio a Mónica González y un taxi que la esperaba en la puerta del Camino Real la llevó raudamente a la Feria, donde sólo al llegar a su puesto en la mesa cayó en la cuenta de que era otra “Dra. González” la que tenía que participar en ese coloquio acerca de políticas públicas mexicanas u otro menjunje por el estilo, completamente ajeno a su competencia.

Historias como estas, informo por el momento, circulan por un ambiente, si somos francos, entusiastamente amistoso y bastante lejano al sarpullido de mala onda con que muchos esperábamos encontrarnos. Aquí la gente lo está pasando bien. Se están produciendo encuentros infrecuentes entre individuos aparentemente muy dispares. Están los quejosos de siempre, pero si algo caracteriza la Feria de Guadalajara es eso: que promueve el diálogo. Las conferencias y paneles han transcurrido con tranquilidad. No tengo ni la menor idea de qué estará sucediendo a nivel de negocios editoriales. El stand de Chile, eso sí, ha vendido libros como loco. Más allá del cuchicheo que siempre nos entretiene, no han brillado los escándalos. Hoy cantan Los Bunkers. Poco antes, yo participaré en un coloquio con Alfredo Jocelyn-Holt y Gabriel Salazar acerca de los últimos movimientos sociales. Los tres pensamos de maneras muy distintas, pero ya mientras hemos buscado el modo en que organizaremos el diálogo, se han producido intercambios motivadores. Yo no sabía que Salazar tenía un pasado rockero. En Inglaterra fundó una banda que todavía existe –llamada Melinka, como uno de nuestros campos de concentración–, hoy con nuevos integrantes. Por acá, está buena la música. Los dejo: saldré a cuchichear un rato.

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