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Opinión

2 de Diciembre de 2012

Soy papá, travesti, arquitecta, docente

La fuerza del deseo. Un hombre que estuvo en pareja con una mujer durante 27 años sintió la necesidad de transformar su cuerpo y su sensibilidad hacia lo femenino, pero sin perder la profesión ni la relación con sus hijos.

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Vía Clarín.com

Yo soy ahora.

Cuando miro una foto vieja, no sé quién es esa persona que se supone que era. Eso me encanta. Sería terrible que me reconociera en ese hombre, porque como tal fui muy infeliz . En cambio, desde que me descubrí sintiendo como una mujer, el dolor de- sapareció.

Sé que es muy raro, pero hace unos años nací de nuevo. Hasta 2001, estaba casado y llevaba una vida “normal” en Rosario, con mi ex mujer y mis tres hijos. La crisis argentina de esa época hizo que, como arquitecto, me quedara con un solo cliente para el cual yo estaba construyendo un shopping en Resistencia (Chaco). Me dediqué a ese trabajo con exclusividad porque pagaba muy bien. Era una oportunidad real de mantener a mi familia , en un momento en que nadie tenía trabajo. Me iba de Rosario el lunes a la noche y volvía el domingo. Ese ritmo duró cuatro años y profundizó la distancia de mi ex mujer con la que, no obstante, siempre tuve muy buena relación. Hacia 2004, con Claudia manteníamos un vínculo meramente formal, de un enorme cariño pero nada más. Lo atribuíamos a los años que hacía que estábamos juntos, 27 contando los de noviazgo.

En esa época, me sentía muy mal, no sabía lo que me pasaba, sufría una angustia enorme. Resolví no seguir viviendo así y nos separamos. No fue hasta dos años más tarde que descubrí el mundo travesti .

Antes de separarme, pesaba casi 100 kilos, fumaba mucho y tomaba bastante alcohol. Era un bebedor social, por lo que jamás descuidé a mi familia ni mis obligaciones, pero tuve un problema respiratorio importante que representó un quiebre. Una llamada destinada a hacerme reflexionar sobre cosas que yo escondía detrás del alcohol y el cigarrillo. Los dejé por completo y empecé un régimen estricto con el que bajé 20 kilos. Durante dos años, sentí cómo mi cuerpo se iba purificando y dejando atrás lo que me hacía daño.

Quizá porque durante ese período estuve sola, comenzaron a aflorar de manera insistente algunos episodios de mi adolescencia. Por ejemplo, recordaba el cariño especial hacia un compañero de la escuela o la vez que, a los 15 años, un hombre me buscó y casi se produjo un encuentro sexual pero me sentí tan mal que lo evité. La época alentaba la represión: dictadura militar y una formación católica ortodoxa frente a la que cualquier fantasía se me representaba como un gran pecado mortal . También recordé que me gustaba una chica que tenía un hermano mellizo; yo sentía atracción por los dos. En esos episodios que nunca fueron consumados, había una clave. Pero me habían hecho sufrir y llorar tanto que los tapé como si nunca hubieran existido. Hasta que reaparecieron.

Empecé a frecuentar boliches gay. Lo curioso es que en ningún momento me salió ser varón y gay. Iba a ver los shows, empecé a tener amigas travestis. Al principio, el papel masculino lo jugaba yo de manera muy light porque tampoco era eso lo que quería. A las chicas las veía como amigas, me interesaba cómo se pintaban o se vestían, como cuando las mujeres miran a otra y dicen qué hermosa, qué lindas piernas, qué buena ropa. El hombre ve lo mismo pero tiene otra actitud, de conquista . Yo, en cambio, me acercaba a las chicas para imitarlas. Tardé en darme cuenta de que mi deseo era ser como ellas. Cuando lo acepté, empezó la transformación.

Pasaron cerca de dos años hasta que inicié el cambio. Para la gente de esos lugares, yo era una rareza. Ellos te ponen una etiqueta: sos la profesora, la maestra, la abogada, y para mí no había ninguna. O sí, la extraña. Eran jóvenes de la edad de mis hijos y estaban desconcertados al ver una persona grande incursionando en ese ámbito.

Las chicas travestis también se sorprendieron mucho, porque a la edad en que yo empecé a cambiar, ellas se jubilan . Enseguida tuvieron la mejor disposición: me enseñaron a maquillarme y a comprarme ropa. Fundamentalmente, una de ellas: Valeria, que ya consiguió su documento, es mujer desde los 15 años y tiene otra fisonomía, no como yo que soy corpulenta.

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