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Opinión

5 de Diciembre de 2012

“Chile debiese ser como Toconao: un pueblo recto, geométrico, cortado a cuadros”

En 1974 publicó una novela de título inequívoco: “La primavera comienza el Once”. Allí las parejas se tomaban de las manos, los milicos se enternecían y las avecillas volaban hacia la libertad. Después de ese happy end vendrían las decepciones y el capitán Arancibia iría acercándose paulatinamente a las filas del bacheletismo. Patriota al punto de creer que todas las guaguas criollas nacen gritando Viva Chile, hoy piensa que la izquierda ya no es tan “maraca” como antes.

Mario Verdugo
Mario Verdugo
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Nació en el corazón de Santiago pero se crió en Tiltil, donde su padre le enseñó a pescar en arroyos que ahora ya parecen basurales. Como carabinero en servicio activo, Guillermo Arancibia Bonilla conoció más rincones que Mariano Latorre, Manuel Rojas y Sergio Nuño. Patrulló la pampa y la “rain forest valdiviana”; fue gerente de un hotel pascuense, gobernador de Chañaral y recopilador de dichos chilotes; escoltó a Fidel Castro por las inmediaciones de Colina y arrestó a los malvados extremistas que merodeaban por la Región de Los Lagos.

A partir de los 70, incursionó en la narrativa con una serie de cuatro libros: “La primavera comienza el Once”, “Rotos, pijes y pirquineros”, “De norte a sur” y “El zorro Matías”. La ópera prima -cuya bestia negra eran “los hijos de la gran perra soviética”- contó con un tiraje de treinta mil ejemplares y, según recuerda su autor, se vendió como pan caliente en la España post-Franco.

Instalado en una parcela de Malloco, entre gallinetas y pavos reales, Arancibia se dedica por estos días a impartir cursos de prevención de riesgos en el Inacap y a ordenar unas memorias en las que podrían mezclarse ratones judokas y agentes de la DINA, uniformes que hablan y territorios que son como espadas tricolores.

¿Por qué dejó de publicar?
-Para mí, escribir era evadirme de la soledad del desierto. Todos mis libros se escribieron cuando yo estaba allá. Sentí que ya había cumplido mi meta y me dediqué no a la parte literaria propiamente tal, sino a la producción de manuales técnicos: Manual de Protección Portuaria, Manual de Transporte y Carga, Manual de Tránsito. Además hice un mapa turístico de Isla de Pascua y eso sí que me reportó un profit adecuado. Resulta que ahora Wikipedia publica mi mapa sin pedirme autorización y todavía no me decido a reclamar.

El general René Peri Fagerstrom, amigo suyo, postulaba que el “escritor carabinero” tenía una gran ventaja sobre el “escritor civil”: experiencia directa y no solamente de oídas.
-Claro, el carabinero vive la realidad. O habría que decir: la vivía. Nosotros somos de la época de los largos patrullajes por la montaña, a caballo. De lejos veíamos el retén pintado de verde y blanco y respirábamos profundo.

¿Se codeaba con los escritores civiles? En algún pasaje nombra a Andrés Sabella, ¿no era comunista Sabella?
-Muy amigo mío. El tema político nunca se tocó. Con Oreste Plath también fuimos muy amigos… Y con este gordo, ¿cómo se llama?, el de Palomita Blanca.

Lafourcade.
-¡Muchas tardes de charla! Nunca hubo discrepancia. Por ejemplo, yo no tengo idea del color político tuyo. Puedo imaginármelo perfectamente, pero no me interesa. ¿Por qué? Porque estamos en otra área: la literatura.

Otra obra que menciona a menudo, ya saliéndonos de las fronteras nacionales, es “El Principito”. ¿Está entre sus libros de cabecera?
-Evidente. Me veo a mí mismo ahí, porque soy un soñador. Me llaman la atención las obras cuyos autores han sido pilotos como yo. Hay otro piloto que escribe y que me gusta mucho: Bach, Richard Bach, con su Juan Salvador Gaviota. Sus libros posteriores, en todo caso, no me gustan tanto.

EL JARDÍN DE ALLENDE

Dos tragedias aéreas marcarían la existencia del uniformado: aquella en que murió uno de sus tres hijos, el teniente Patricio Arancibia, y esa otra que se llevó al general Luis Valdivia, su mentor literario y prologuista de “La primavera comienza el Once”. De familia aviadora provendría también la mujer que lo hizo repensar sus convicciones ideológicas y que actualmente lo induce a desconfiar de la “presencia” de Allamand y la “dialéctica” de Golborne.

“Conocí a la Michelle cuando su papá estaba en Puerto Montt. Gran persona mi general Bachelet. Y después fue muy grato verla a ella en la Fidae, ya como presidenta. Mira, si yo también conocí a don Salvador Allende. Me correspondió en muchas oportunidades ser su escolta. Él estaba en Viña del Mar, en Cerro Castillo, y yo tenía que salir todos los días de La Moneda, a las cinco de la mañana, para llevarle toda su documentación”.

No me diga que a Salvador Allende lo encontraba bueno…
-A mí no me cuentan cuentos del pensamiento de don Salvador, quien me merece respeto. En una oportunidad lo encontré en un jardín y le dije: “buenos días, su excelencia”. Él me respondió: “buenos días, compañero”. “Disculpe –le aclaré–, pero yo no soy su compañero, soy subalterno suyo”.

¿Se molestó el hombre?
-Me dijo: “usted va a ser compañero mío igual”. Todo era interesante con él.

Guillermo, en sus libros los carabineros son muy valientes y apuestos. Las mujeres de los comunistas se acuestan con los uniformados. ¿No le parece que es una imagen demasiado idealizada?
-Es porque me crié entre carabineros. Mi padre era un oficial ejemplar. El día 11 de de septiembre de 1973, a las 16 horas, él asumió, por orden de la Junta de Gobierno, como director general de Gendarmería, cargo que desempeñó sólo por ocho meses, porque luego entró en discrepancia con la Junta. Hablábamos por un teléfono que sabíamos que estaba intervenido. Ellos lo escuchaban todo, todo. Pero ya te digo: la imagen del carabinero era muy distinta a la de ahora. ¿Tú crees que a nosotros nos hubiera pasado lo que está pasando ahora en Santiago?

Eso quería preguntarle…
-¡Me causa indignación! Aunque sí estoy de acuerdo con que la educación es una sinvergüenzura.

Entonces cambió usted, porque sus personajes consideraban que el movimiento estudiantil era una pérdida de tiempo. Uno de ellos, de hecho, afirmaba que hacía falta una mano militar que obligara a los estudiantes a olvidarse de las molotov y del entrenamiento guerrillero.
-Eso no lo he dicho yo. Me estás cargando…

Tiene razón. Son sus personajes. Me acuerdo de otro: un estudiante que además de revolucionario, era drogo y degenerado.
-Te voy a hacer una confidencia: hace veinticinco años que no leo “La primavera…”. Tú ves cómo se ha ido desinflando el movimiento, cómo ha ido perdiendo credibilidad. Se dejaron manosear. Bueno, algunos son delincuentes. Si nosotros estamos durmiendo con la escopeta debajo de la cama. En esta casa me han entrado a robar tres veces.

Pero reclamar ya no es perder el tiempo…
-No, son procesos. ¿Por qué suceden? Por la desvergüenza de la mayor parte de los sostenedores. En cuanto a la calidad de la educación, estamos veinte años atrasados en relación con Francia. Si nosotros tuviésemos un PC con Internet en cada sala de clases, sería muy diferente. Tú colocas un video de un prohombre de las letras y se lo proyectas a los alumnos y así no necesitan un profesor sino un tutor que los oriente.

¿No le importa que los dirigentes estudiantiles sean comunistas?
-No me interesa. Me interesa el progreso de mi país. Si viene un comunista a defenderme, yo no le voy a decir “oiga, usted no me defienda porque es comunista”.

Así como la imagen de Carabineros estaba idealizada en sus libros, la de los comunistas era terrible. Puros “maricas” y “maracos”.
-Eso cambió. Son diferentes ahora. Bueno, mientras uno está en contra de alguien va a utilizar cualquier chilenismo para descalificarlo.

EL TELÉFONO DE PINOCHET

Los relatos de Arancibia suelen estar protagonizados por animales. Aparte de los marxistas que “huyen como ratas”, sobresalen la vicuña “Pampita”, Armando Chirigua (un jilguero chileno), y aquel conejo invisible que sabotea el auto de un teniente, al que todos creen loco. Por su manera de recorrer el país y de encarnar rasgos humanos, estas criaturas emparentan a su autor con Art Spiegelman, Esopo y Selma Lagerlöf, sin descontar escenas que parecen anticiparse a las ternuras de La Era del Hielo o a las violencias de Itchy & Scratchy. Otro cuento destacable es “El terciado del coronel”, donde una parte del uniforme toma la palabra y rinde honores a la actividad policíaca.

¿Se ha perdido el respeto por la institución? Pensemos en esa frase de las barras bravas: “Los pacos tienen tetas”. O en los carabineros guatones de Antofagasta…
-Nos perdieron el respeto después del gobierno militar. Eso mismo sucedió en España después que murió el generalísimo y vino la apertura. Este país era como un corral de chivos presionados, pero ya les abrimos la puerta. Nuestros jóvenes se dicen antimilitaristas pero les encanta andar con ropa militar.

¿Y qué se debería hacer?
-Yo aplicaría una ley muy precisa: el que me toca un carabinero, no tiene vuelta y se va preso. Mucha gente inocente está pagando el pato. ¡No puede ser! Dan ganas de estar ahí y agarrar a palos a los encapuchados, o a sablazos a los que están robando o quebrando vitrinas. No me tiembla la mano. Históricamente, nunca ha habido tantos lesionados y tantos muertos en Carabineros como en este gobierno de derecha. ¿Cuántos muertos hubo en el gobierno de la Michelle? Poquísimos.

¿Ha visto a ese perro negro que muerde a los carabineros en las marchas? Se lo pregunto porque en sus obras hay una relación muy cariñosa entre Carabineros y animales…
-A ese perro lo tienen entrenado para morder carabineros. Le pasan un uniforme y lo maltratan. Así lo van adiestrando. Yo no diría que estos entrenadores son delincuentes, tampoco terroristas. No son de izquierda ni de derecha. Usted ve a mi perra negra que está ahí. Ella está entrenada para atacar solamente de noche. En el día juega y en la noche cambia.

¿A usted le tocó entrar en combate? En las fechas que ficcionaliza, quiero decir.
-El 73 yo era ayudante de la prefectura en Calama y no tenía tropas a cargo. A nosotros no nos pescaban. Ignorábamos las acciones de la DINA. Cuando supe lo de los degollados, y dijeron que habían sido carabineros, jamás me lo habría imaginado.

En Internet vi una lista de carabineros que estaban en servicio por entonces y aparece usted…
-Nunca tuve un problema, pero he declarado sí en algunos procesos. Le he dicho al magistrado que cuente conmigo. Me tocó saber, pero no ver detalles. Supe cuando estuvo Arellano Stark en el norte, pero sólo lo vi en el aeropuerto. De hecho, en Calama intervine indirectamente en favor de personas que estaban acusadas y gracias a Dios algunos se salvaron.

Le recuerdo otros dos pasajes suyos: uno donde se dice que el soldado chileno respeta a su enemigo por más ruin que sea, otro donde se afirma que las ideas sólo se combaten con ideas…
-Eso, lastimosamente, no se cumplió después del once. Incluso los de la DINA salían en la noche a “cazar pacos”, como decían ellos. Atentaban contra carabineros que estaban de punto fijo, solitarios, y después le cargaban la mata a los de izquierda. Eso no lo vi, pero lo escuché.

Entiendo que ya no mantiene esa imagen medio hollywoodense con que termina “La primavera”…
-En ese tiempo había un ambiente de romanticismo y triunfalidad. Después nos dimos cuenta de que nosotros nos jugamos por las puras pelotas. Les hicimos el peso a los milicos. Mucha odiosidad de la sociedad chilena se volvió en contra de los carabineros por culpa de los militares. De Pinochet yo recibía órdenes directas. Había un teléfono que yo lo levantaba y tenía que decir al tiro: “ordene mi general”. Nunca me dio una orden ilegítima, aunque era muy cortante e inquisitivo.

Pero usted sigue siendo pinochetista…
-No, yo no he sido nunca pinochetista. Para mí, Pinochet no supo afianzar el mando y lo pasaron a llevar, igual como pasaron a llevar a don Salvador Allende.

LOS VICIOS DE SANTIAGO

Conocedor de “todo lo que hay entre la línea de la Concordia y la Antártica”, el novelista dice haber encontrado en el norte un modelo de disposición espacial para Chile. La nación –afirma– “debiese ser como Toconao: un pueblo recto, geométrico, cortado a cuadros”.

¿Y qué hacemos con los que se desordenan?
-Tenemos que reacondicionarlos. No hay que destruirlos. Te cuento que yo también ayudé a fundar Cochrane y Villa O’Higgins. ¿Tú sabes que Coyhaique tiene la forma del escudo de Carabineros? ¿Por qué? Porque lo fundó y lo diseñó un general. Tráeme un pedazo de papel para dibujártelo… Ya, te hago un pequeño esquicio: el núcleo es el parche de Carabineros y de ahí se va desarrollando el pueblo. Nada que ver con Santiago.

Los santiaguinos son bien frívolos en sus novelas…
-El santiaguino es hedonista. Es cosa de verlo aquí, donde pasa la carretera. Yo me instalo los viernes y veo cómo se evaden de la urbe. Veo la banalidad, el jolgorio, el carrete. El fin de semana pasado prácticamente no podía salir de la casa por el Oktoberfest. Yo he bebido en exceso algunas veces, pero me cuido mucho, especialmente porque conduzco. Me molestan también la farándula y la actitud de los futbolistas. ¿Por qué un jugador que está en un equipo italiano se viene a descarriar acá?

Habría que pegarle un lumazo a Vidal…
-Un lumazo, claro. Yo creo que todos estamos molestos. Olvidémonos del Mundial, hay que ser realistas.

El protagonista de “La primavera” también perpetra algunas fechorías, como engañar a los extranjeros vendiéndoles momias falsas…
-¿Tú te has involucrado en la web 2.0? El mundo virtual programado, Second Life. Yo al escribir estoy en mi Second Life. Si yo digo que tengo una mujer desnuda y que la quiero llevar a un motel, eso no es mío sino del personaje. Porque dicen: “uuuy, el Guillermo hizo esto, el hueón se fue a fondear con una mina a un motel”. Si fuera por eso, experiencias en moteles tengo miles, sobre todo cuando era carabinero, porque era otro sistema de vida. Ahora un oficial se manda unos copetes de más en un cóctel del 27 de abril y le pega un combo a alguien y al día siguiente lo sabe toda América.

Sus héroes son muy galanes y se la pasan pensando en senos “turgentes” y “descomunales”…
-Los senos son de lo que más se escribe, claro. Pero por mi madre, mi mujer y mi hija cuido la imagen. Yo no lo catalogaría de erótico. Más bien de sensual.

Potencia no les falta a estos héroes. Hay uno que deja a sus amantes buenas para nada. Cuando salen de su departamento, apenas tienen fuerzas para apretar el botón del ascensor…
-Claro, pero igual te dejo harto a la imaginación. En realidad, me cargan los viejos verdes y no quiero aparecer yo como un viejo verde. Siempre he sido muy galán y muy respetuoso con las mujeres. He tenido muchísima suerte, porque la mayor parte de mi vida he estado rodeado de mujeres lindas, especialmente bajo el punto de vista espiritual y moral.

Para ir terminando, usted me dijo por teléfono que iba a contar “la” verdad del once y los días previos…
-Mira, a mí me consta que la Beatriz Allende distribuía armas en el sector de Río Pescado, en cuya oportunidad me tocó proceder y detenerla a ella y a su marido. Ese procedimiento me costó la salida inmediata: en 24 horas me trasladaron… Cuando vino el once, nos alegramos mucho, pero poco a poco nos fuimos dando cuenta que estábamos involucrados en una dictadura netamente militar. Llegó el momento en que di un paso al costado.

Se operó del cáncer pinochetista…
-A mí me estaban trasladando a la CNI o a la DINA, no me acuerdo, y yo dije que no. Quizá en qué estaría metido yo ahora. A mí sólo me tocó detener personas y ponerlas a disposición del regimiento. Y el regimiento qué sé yo lo que hacía…

Después de todo eran puros canallas y maracos…
-No, había una limitante de conciencia, porque yo en ese tiempo decía “¡Este conchadesumadre!”, pero ahora diría: “¡Putah que es hueón!”. Son concepciones diferentes. Pongamos al capitán Guillermo Arancibia, en Puerto Varas, 1973, once de septiembre, y pongamos en ese mismo once de septiembre a Guillermo Arancibia, con 73 años, profesor de la Universidad Tecnológica de Chile, ¿tú creíh que me voy a meter en alguna hueá? Con la experiencia que tengo ahora, no me la jugaría.

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