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Opinión

8 de Diciembre de 2012

Y si lanzan las armas químicas en Siria

Mientras la guerra civil en Siria se acerca a su inevitable y decisiva batalla final en su antigua capital de Damasco, las apuestas crecen aún más. Entre los diarios informes sobre la violencia que sobrepasa las fronteras del país hacia los vecinos Turquía y Líbano, nos enteramos de que la OTAN ha aprobado el embarque […]

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Mientras la guerra civil en Siria se acerca a su inevitable y decisiva batalla final en su antigua capital de Damasco, las apuestas crecen aún más. Entre los diarios informes sobre la violencia que sobrepasa las fronteras del país hacia los vecinos Turquía y Líbano, nos enteramos de que la OTAN ha aprobado el embarque de misiles Patriot hacia Turquía para ayudar a proteger sus límites y, simultáneamente, se vuelve a decir que el régimen de Bashar al-Assad podría utilizar sus armas químicas en un intento último de mantenerse en el poder. El miércoles (5 de diciembre de 2012), citando a “funcionarios norteamericanos”, NBC News informó que los elementos precursores del mortal gas sarín han sido cargados en las cabezas aéreas de los fuerzas armadas sirias. Esto, apenas dos días después de que el presidente Obama advirtiera públicamente a Assad que no utilizara armas químicas, diciendo: “Si comete el trágico error de utilizar estas armas, habrá consecuencias y usted cargará con la responsabilidad”. Hay informes cada vez más frecuentes de cazas y helicópteros artillados del gobierno sirio derribados por los rebeldes: seguramente no es coincidencia que haya rumores de que han finalmente entregado a los rebeldes algunos misiles buscadores de calor para quitar a las fuerzas de Assad su letal monopolio de los cielos. Este es un crucial paso adelante para los rebeldes, cuya ofensiva militar lanzada en julio último contra los bastiones gubernamentales en Damasco y Aleppo, la segunda ciudad del país, se empantanaron bajo abrasadores ataques aéreos. A veintiún meses de la guerra, se cree que han muerto unos 40.000 sirios y que el número crece de a mil por semana –cientos más, cientos menos. La mayoría son civiles.

Después de un hiato en el río de altos oficiales y políticos huyendo del país para unirse a la diáspora rebelde, nuevas ratas están dejando el barco que se hunde hace ya largo rato. Un par de días atrás, Jihad Makdissi, el vocero de pico de oro de la Cancillería, desapareció súbitamente de su puesto y se informó que se dirigía hacia Londres, su último destino diplomático –o, posiblemente, hacia los Estados Unidos.

Curiosamente, dado el momento de su partida, fue Makdissi quien confirmó el verano (boreal) pasado la existencia de sus largamente rumoreados depósitos de armas químicas cuando declaró públicamente que esas armas “jamás serán utilizadas a menos que Siria se encuentre ante una agresión externa”. Durante el alboroto internacional que siguió, el régimen de Assad negó las implicaciones de la declaración de Makdissi, afirmando que había sido malinterpretado o sacado de contexto. En los terrenos rebeldes alrededor de Aleppo, donde resulté estar en ese momento, había pocas dudas de que el desliz de Makdissi, si lo fue, había sido intencional. “Lo dicen a propósito”, me dijo un oficial rebelde enojado. “Es el modo del régimen de recordarnos que tiene esas armas y que, si es necesario, encontrará la forma de utilizarlas”.

En verdad, el concepto de “agresión externa” recitado por Makdissi podría fácilmente estirarse para abarcar varias formas de interferencia extranjera, tal como el financiamiento y la provisión de armas encubiertos de los rebeldes sirios (según los informes, por Estados Unidos, Turquía, Qatar, Arabia Saudita y varios países europeos, incluyendo a Gran Bretaña y Francia) que tienen lugar actualmente. Y, por supuesto, Assad acusaba a sus opositores sirios de ser manejados por manos extranjeras mucho antes de que el levantamiento se tornara sangriento.

Sean cuales fueren las auténticas intenciones del régimen respecto de sus armas químicas, el siguiente capítulo en Siria será horrible y, antes de que todo termine, mucha gente morirá –por balas y bombas, si no por gas sarín. Gracias al legado dejado por la invasión de Irak y sus armas de destrucción masiva que no existían –como en el pastorcito que gritó lobo–, no sorprende que la supuesta amenaza de las armas químicas sirias haya hasta ahora fracasado en crear pánico en los círculos internacionales. Esto podría terminar siendo una desafortunada lección histórica, porque, según están las cosas, no hay garantías de que no sean empleadas. Y si lo son, el conflicto de Siria se convertirá en un nuevo umbral, en más de una forma.

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