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Opinión

9 de Diciembre de 2012

¿Qué significa ser mamón?

Por qué es interesante para el tema un satirista y juerguista inglés del siglo XVII? Parecería impertinente porque en inglés ni siquiera hay un vocablo que traduzca satisfactoriamente lo que la palabra mamón del español mexicano designa, y para el contexto tampoco, porque en la corte de Carlos II ser inglés y escribir sátiras quería decir ser mamón.

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Foto: Lord Rochester

Autor: Eirck Vásquez

Revista Replicante 

Es algo que me han dicho en más de una ocasión, a manera de consejo generoso: No seas mamón. A decir verdad, no he estado seguro de entender a qué se refieren quienes así dictaminan, y al no encontrar definición satisfactoria acudí a mi amigo Camilo, cierto especialista en el tema. Me dijo:Seguramente algo debes tener de eso, porque el vulgo no se equivoca [muy pronto este ensayo tomó la forma de una apología]. A mí me parece que es un recurso discursivo, algo que permite decir lo que muchos piensan pero nadie dice, un mecanismo parecido a la comedia. Algo que nadie dice porque no es políticamente correcto. Algo con tintes juguetones, porque son los niños los que se entretienen con mamaderas”. Me sugirió enumerar las acepciones sobre la mamonería y acudí a otros amigos por definiciones. Carmen dijo: “Mamón, adjetivo que se utiliza en el lenguaje coloquial en México para indicar una persona que se cree superior a los demás”. Jaime concurrió a decir lo mismo, recalcando que el hecho de que el mamón se crea superior, pero no lo sea, es por lo que cae gordo (aquí podemos hacer una rápida acotación, el que se cree superior a los demás, sin serlo, e intenta hacerlo notar, más que mamón es un cretino). Camilo recordó al caso que una vez alguien le dijo: “Ay sí tú, muy dando conferencias y la chingada, te crees el muy erudito”. La mamonería, en todo caso, tendría que ver con una supuesta superioridad, actual o fantasiosa, que se hace patente. Recuerdo a Mohamed Alí, sin lugar a dudas el boxeador más mamón en la historia del pugilismo, o tal vez en la historia del deporte, cuando decía “Soy el más grande, he dicho eso aun antes de que supiera que lo soy”. Mamonear tiene que ver con la oralidad, con hablar de más o de menos. Su opuesto, como Alí sabía muy bien, es la humildad: “En mi casa soy muy agradable, pero no quiero que el mundo lo sepa. La gente humilde, he descubierto, no llega muy lejos”. Alí es justo el opuesto de Michael Jordan, que se la pasó diciendo que si tenía éxito era porque se esforzaba mucho y que era aceptable el fracaso pero no dejar de intentarlo y otras cosas aburridas por el estilo. Alí es divertido en sus declaraciones fantoches y Jordan, con su sensato y humilde reconocimiento del trabajo duro a prueba y error, es fastidioso, hay algo en esta oposición que me hace sospechar que el que acusó a Camilo de ser mamón por dárselas de erudito se posiciona necesariamente como alguien que sabe, en todo caso que sabe más que Camilo, para poder decir que éste es mamón, y además de saber, sabe cómo administrar ese saber apropiadamente de manera pública. El que acusa diciendo “tú eres mamón” se arroga una humildad presupuesta, una sabiduría socrática.

Oscar Wilde, que es uno de mis ironistas favoritos, me pareció una buena idea para orientarme sobre el tema, así que pregunté a Elisa, devota experta en Wilde, que me corrigió enseguida porque, dice, ser mamón consiste en poner una distancia entre el uno y los otros, una distancia deseada y fincada en el desprecio, donde Wilde siempre buscó la empatía. Con Elisa recordé una anécdota de Hegel. Según se dice, Hegel se encontraba en una fiesta en un castillo, con la nobleza y los príncipes departiendo, pero Hegel se encontraba alejado, viendo hacia no sé dónde desde su silla, seriecito. Alguien le dijo desde su grupo algo así como: “Maestro Hegel, ¿por qué no se nos une para cotorrear?” Hegel le respondió: “Mi buen señor, entre ustedes y yo hay una distancia”, obviando que era una distancia que no se cruzaba simplemente caminando. Con este gesto Hegel se separa voluntariamente de los otros, dice entre nosotros lo que hay es una distancia, una distancia intelectual, que no podía ser de otra índole, porque Hegel no era noble, por lo menos no de nacimiento, pero su superioridad intelectual era indiscutible, era el pensador más importante de Europa en ese momento, el último gran filósofo sistemático de la historia. Las envidias y su actitud no lo hacían muy popular, la mitad de los filósofos de Berlín, encabezados por Schopenhauer, lo odiaban, pero su pequeño círculo de amigos, entre los que estaban Schiller y Hölderlin, le fue cercano hasta que las circunstancias lo permitieron. No es una regla, pero sí una constante que el que recibe el adjetivo de mamón cuenta con amistades más sinceras, más entrañables, porque el que así es reconocido tiene la dudosa virtud de llamarle a las cosas por su nombre, aun a pesar de sí mismo, y estaría dispuesto, en principio, a distinguir la amistad de la conveniencia, el afecto de identidad del impulso sexual pasajero. Se trata del privilegio de decir la verdad, la misma actitud del Dr. House al decir que todos mienten, una honestidad brutal que según Manuel se ubica en la alergia a lo humano, en un acceso irrestricto a la dimensión de la soledad.

Hablé con el Tocino, que debe ser una de las personas más tratables que haya conocido, le pregunté, le dije: “Ya que eres una de las personas más sencillas que conozco y eres agradable a todos, tú, ¿en qué crees que consiste?” (Según el Tocino, yo me siento superior en alguna forma, inconsciente o no, arrogante por alguna subrepticia manera. A mi parecer, no es que me sienta superior en un sentido u otro, sino que sencillamente no me interesa, y prefiero la compañía de mis perros, Trufa y Malta, hacia quienes últimamente he tenido la propensión de pedir consejo). Pues me dijo que respecto a su persona estaba equivocado, que él nunca va a la fiestas de sus primos porque no le gusta su conversación, y lo llaman mamón, que todos somos mamones para alguien, que no existe el mamón universal. Sus primos le dicen ven a nuestra fiesta, eres uno de los nuestros, y el Tocino les responde que no, que no lo es. Y marca una distancia, se crea una pequeña soledad. Moma me dio unos sinónimos: “Medio picky, disgustado, especial, no común”. A fin de cuentas, sigue teniendo que ver con la distancia, los que se reconocen como pares dentro de un grupo señalan a alguien a quien identifican como distinto, y lo reprenden: “No seas mamón”, lo cual quiere decir “¿Quién te crees para ser distinto?”, pero aquí hay un ligero matiz, la distinción se ubica en el gusto.

Hice una pausa en este ensayo para leer la biografía de lord Rochester, escrita por Graham Greene. El conde, poeta y satirista de la Restauración que se hizo retratar al lado de un mono sobre el que sostiene los laureles del poeta mientras el mico le extiende unos poemas de su presunta autoría. ¿Por qué es interesante para el tema un satirista y notorio juerguista, inglés, del siglo XVII? Parecería impertinente porque en inglés ni siquiera hay un vocablo que traduzca satisfactoriamente lo que la palabra mamón del español mexicano designa, y para el contexto tampoco, porque en la corte de Carlos II ser inglés y escribir sátiras quería decir ser mamón, y era lo aceptable, era la norma, lo cual desecharía de entrada el sentido distanciador del adjetivo, pero el caso de lord Rochester es muy especial, la suya es la historia de un joven brillante, que a los dieciocho años era un diestro, ingenioso poeta, traducía los clásicos del latín al inglés, despuntaba en compañía por su agudo sentido del humor y su guapura, fue voluntario a la guerra con Holanda y regresó con menciones por su valor en batalla, que raptó a Elizabeth Mallet, una joven y muy rica heredera, interceptando su carruaje con hombres armados durante la noche para tratar de seducirla, la misma Elizabeth que una vez puesta en libertad por órdenes del rey despediría a sus otros pretendientes, más ricos e igual de jóvenes que Rochester, para aceptar casarse con él, para amarse por el resto de su corta vida.

Lord Rochester, a la edad de 22 años, era considerado una de las mentes más brillantes de Inglaterra, famoso por su valor y temido por su pluma, casado con una rica y hermosa joven, contaba sin duda con un futuro brillante, pero decidió volcarse con furia sobre los dos vicios del siglo: el vino y las mujeres. Greene hace una bella pregunta: “Es una triste especulación preguntarse por qué el héroe de las batallas perdidas de Bergen y Downes, el hombre que podía ver al fascinante rey Carlos con un ojo claro y frío, que conoció el amor verdadero, con su mezcla de poesía, fantasía, humor y miedo tan bien que escribió uno de los más perfectos análisis del mismo en la canción que comienza ‘An age in her embraces past/ would seem a winter’s day’, por qué, de toda la corte, fue Rochester el que eligió seguir a Buckingham, ‘el lord de los inútiles millares’, en su camino a la perdición”. Rochester murió a los treinta y tres años, destruido por la sífilis y el alcohol, despreciado por sus pares, odiado por muchos y amado por muy pocos; entre esos muy pocos, sir Henry Savile, a quien Rochester en una carta escribe: “El mundo, desde que puedo recordarlo, ha sido siempre insoportablemente el mismo, y sería una vana esperanza esperar cualquier alteración”. Una de sus relaciones más sorprendentes fue con el mismo Rey Carlos, a quien Rochester dibujó como un borracho desentendido y perseguidor de mujeres en varias ocasiones en sus escritos a lo largo de toda su vida 1, y como respuesta, el rey, inexplicablemente, siempre lo protegió. Greene sugiere recordar aquí la figura del bufón de la corte, que dice frente a la cabeza del Estado lo que nadie se atreve a decir, la verdad incómoda, y a cambio puede sentarse a la mesa real, pero Rochester era algo más que un bufón, las relaciones de Rochester con Carlos II son las del cínico con el mundo, pues en el siglo XVII el rey no era menos que el centro de mundo.

Rochester fue hasta sus últimos días una figura fascinante, se hizo pasar por hostelero por algún tiempo para emborrachar a los hombres y acostarse con sus esposas, en otra ocasión se hizo pasar por un curandero italiano para revisar a las mujeres y diagnosticar tratamientos, y hay razones para pensar que fue él quien mandó unos rufianes a madrear a Dryden en un callejón por escribir unas líneas venenosas contra su persona. Con respecto a su afición a las prostitutas Greene puntualiza que “para Rochester la prostituta no era una compensación de mujeres más finas que no pudiera poseer”, es famoso que sedujo a prostitutas, cortesanas y nobles por igual, ¿qué clase de hombre busca la compañía de “las prostitutas más viles del pueblo” teniendo la opción? Contradictorio, auténtico, “amaba lo que odiaba con la misma obscura concentración, la confusión de amor y lujuria y odio y muerte”.

Born to myself, I like myself alone,
And must conclude my judgement good or none…
Thus I resolve my own poetry,
That ’tis the best, and there’s a fame for me.
If then I’m happy, what does it advance
Whether to merit due, or arrogance?
Oh, but the world will take offence hereby!
Why then the world shall suffer for´t, not I.

Born to myself, I like myself alone. Nacido en soledad, se gusta sólo a sí mismo, es una proposición típicamente cínica, desde que ha nacido solo, su gusto por sí mismo, por sus pensamientos y su poesía, han de bastarle, y esta autonomía el mundo ha de encontrarla ofensiva. ¿Qué podemos concluir de unas líneas como éstas? Pues que no se ha de tomar en serio el desplante, nadie con dos dedos de frente puede pensar que no necesita del mundo, de la otredad. El humano es ese extraño mamífero que no puede vivir sin la sociedad a la que odia, cuyo lazo de dependencia es el enclave de su amor, una declaración de independencia de esta clase va dirigida a establecer la soberanía del propio gusto por sobre la estupidez y la frivolidad para decir algo acerca del amor y la soledad. Una posición que al parecer siempre tiene que ver con la inteligencia, la diferencia y un amor intenso por la condición humana. La inteligencia de ver la naturaleza de los asuntos humanos y llamarle a las cosas por su nombre y sin miramientos, distinguirse en el gusto consecuente con tal discriminación, y un amor como todos muy extraño, desde que la rabia incontenible contra sí mismo suele tomar la forma de la melancolía o la depresión, y en este caso no, se trata de algo más, una distancia de hecho, gozosa pero insoportable, cuya función parece tener los trazos de una lección con un precio excesivo acerca de la idiotez de la conveniencia.

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