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Poder

5 de Enero de 2013

El desconocido homicidio de un criminal nazi en Montevideo

Fuente: www.w5.cl Autor: Carlos Basso El 1 de septiembre de 1964 fue un día frío pero soleado en Paris. Hasta el departamento del Barrio Latino que arrendaba un hombre que se hacía llamar “Joseph” llegó a eso del mediodía un hombre de unos 40 años, semicalvo y con aspecto de vendedor viajero, enfundado en un […]

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Fuente: www.w5.cl

Autor: Carlos Basso

El 1 de septiembre de 1964 fue un día frío pero soleado en Paris. Hasta el departamento del Barrio Latino que arrendaba un hombre que se hacía llamar “Joseph” llegó a eso del mediodía un hombre de unos 40 años, semicalvo y con aspecto de vendedor viajero, enfundado en un abrigo de pana. Adentro lo esperaban, además de Joseph, varios otros hombres que, al igual que él, eran agentes del Betsada, una unidad especial del Mossad especializada en asesinar a quienes calificaban como enemigos de Israel. Los demás agentes (conocidos como Kidon, en la jerga de esa agencia) le hicieron una breve introducción al recién llegado: El parlamento alemán estaba a punto de aprobar un estatuto de limitaciones que establecería un plazo de prescripción para los crímenes cometidos por los nazis. Si eso se aprobaba, en menos de un año criminales como Mengele, Heim, Rauff, Roschmann y muchos más, la mayoría de los cuales se escondían en la América Nazi, quedarían impunes.

La única forma de evitarlo, estimaban, era dar un golpe de efecto que paralizara la iniciativa. El hombre semicalvo entendió de inmediato hacia dónde iba el asunto. Cuatro años antes había sido parte del comando que había secuestrado en Buenos Aires a Adolf Eichmann. Si bien la historiografía israelí asegura que desde el inicio la idea era perpetrar un homicidio (y no un plagio) en contra de un nazi en tierras sudamericanas, ello no parece muy claro en función de lo que aconteció posteriormente. Como sea, no había dudas sobre el objetivo: Herbert Cukurs, el hombre que había sido la mano derecha del mayor Arajs en el comando supeditado a las órdenes del comando nazi conocido como EK-2, estacionado en la capital de Letonía, Riga, y quien vivía en Sao Paulo, Brasil.

Cukurs, nacido en 1900 en Liepaja, había sido antes de la guerra uno los mayores héroes letones, debido a su afición a la aviación. Creador de varios modelos de monoplazas deportivos, luego de combatir en la Primera Guerra Mundial, se había hecho famoso al realizar un vuelo entre Riga y Gambia, en 1933, y luego al efectuar el primer vuelo sin paradas entre Riga y Tokyo, en 1936. Siempre vinculado al Ejército (donde llegó a ser capitán) en 1941, tras la creación del comando Arajs, se integró a este grupo en calidad de ayudante de su líder, aunque sus defensores alegan que en realidad sólo estaba a cargo de la mantención de los vehículos que utilizaba el comando, que junto al EK-2 cometió (entre otros crímenes) dos masacres inmisericordes en el bosque de Rumbula, cerca de Riga, donde las noches del 30 de noviembre y del 8 de diciembre de 1941, fueron asesinadas más de 26 mil mujeres, niños y hombres que los nazis llevaron caminando allí desde el guetto de Moskau.

En 1944 Cukurs se trasladó a Alemania, contratado como ingeniero de una firma aeronáutica, y el 18 de diciembre de 1945 Cukurs se dirigió al consulado de Brasil en ese puerto para pedir pidió una visa, que le fue expedida sin trámites (y en carácter de permanente, para él, su esposa y sus tres hijos). Luego de ello solicitó un permiso de tránsito para España y así, el 5 de febrero de 1946 pudo embarcarse en el buque Cabo de Buena Esperanza, el cual recaló en Río de Janeiro el 4 de marzo.

Tras una serie de avatares, al poco andar comenzó a implementar un servicio de hidroaviones y paseos en bote (que él mismo construía) por Río. Hacia 1950, diversas entidades de sobrevivientes del holocausto lo ubicaron y comenzaron a acusarlo públicamente de una serie de atrocidades, lo que le llevó a solicitar a la policía de Río un certificado (expedido en agosto de 1951) en el cual consta que si bien lo habían investigado, no existía constancia de que hubiera llegado a Brasil ayudado por una supuesta red nazi llamada Organización internacional de refugiados. Según la policía de Río, sus papeles de inmigración estaban en regla y no había indicios que hicieran presumir que se trataba de un criminal de guerra. Pese a que su negocio incluso estuvo cerrado un tiempo, cuando las acusaciones se enfriaron arremetió con fuerza en ellos. Introdujo el sky acuático, inició servicios de aerotaxi, extendió sus actividades a la ciudad de Santos e incluso compró una plantación de bananas.

Los espectros

Luego del secuestro de Eichmann, en 1960, reaparecieron los fantasmas del pasado y Cukurs se mudó a Sao Paulo, donde se instaló en la marina Interlagos, donde guardaba su yate y su hidroavión. Ese día de septiembre de 1964, cuando los Kidon se reunieron en Paris, tenían varias fotos que mostraban a Cukurs en ese lugar. A simple vista parecía ser una operación sencilla, pero era más compleja que la de Eichmann, quien pese a su importancia era un simple burócrata, sin mayor experiencia en combate. Cukurs era un sujeto de gran tamaño y pese a sus 64 años se veía en muy buen estado físico. Además, había combatido en las dos guerras, por lo que los Kidon no dudaban que ofrecería mucha más resistencia que Eichmann. A diferencia de éste, además, los agentes de inteligencia sospechaban que Cukurs sí formaba parte de una red nazi (conocida como Alte Kameraden), por lo que acercarse a él era más riesgoso.

Herbert Cukurs
Le explicaron todo aquello al recién llegado y este aceptó la operación, entre otras cosas porque había nacido en Alemania y hablaba perfectamente el idioma (que era el que Cukurs utilizaba habitualmente) y también porque sus padres habían sido asesinados en campos de concentración. Ese mismo día, le proveyeron de una nueva identidad: Anton Kuenzle, austríaco, afincando en Holanda. Le dijeron que se dejara crecer el bigote y lo mandaron donde un oftalmólogo, ante el cual debía fingir que era corto de vista, a fin de que le prescribieran anteojos con graduación. Si bien habría sido muy sencillo comprar lentes de lectura, temían que Cukurs se percatara de ese detalle y entrara en sospechas.

Mientras sólo esperaban la foto con su nueva imagen para terminar el pasaporte, Kuenzle comenzó a montar una fachada para su personaje. Se mandó a fabricar tarjetas de visita y viajó a Rotterdam, donde contrató una casilla postal y abrió una línea de crédito en un banco, todo con el fin de poder sostener su historia de empresario exitoso si Cukurs o quienes creía que lo rodeaban comenzaban a sospechar de él. Asimismo, pidió allí una visa para viajar a Brasil. El 12 de septiembre descendió finalmente desde un avión en Río de Janeiro, ciudad en la que pasó una semana entera, entregando tarjetas de visita a destajo y asegurando a todos quienes conocía que estaba buscando nuevas oportunidades de negocios turísticos en América del Sur.

El empresario

El 20 de septiembre ya se encontraba en Sao Paulo, donde repitió la rutina: entregó tarjetas, contó su historia acerca de que era un rico hombre de negocios que buscaba oportunidades en el sector turístico y, casi sin querer, se dejó caer por la Marina Interlagos. Allí vio por primera vez a Cukurs y habló brevemente con la nuera de éste, quien lo ayudaba en sus negocios.

Dos días más tarde regresó y abordó directamente al letón, a quien le preguntó cuánto valía sobrevolar la costa paulista. Acordaron el precio y el ex nazi lo subió a su hidroavión. Tras el paseo, Kuenzle le contó sobre sus supuestos planes y Cukurs lo invitó a la cabina de su yate, para conversar. El agente del Mossad se mostró muy interesado en la experiencia de Cukurs en el turismo y comenzó a preguntarle al respecto, pero la conversación giró sobre otros temas, hasta que inesperadamente el ex nazi le dijo: “Bueno, a mí me acusan de ser un criminal de guerra”.

Kuenzle movió la cabeza y no respondió. Se limitó a relatarle que él había sido teniente de la Wehrmacht y que había combatido en el frente ruso, donde había sido herido. Para reafirmar su historia, se abrió la camisa y le mostró una cicatriz en el pecho (que en realidad le había quedado de una operación).

El letón quedó satisfecho y lo invitó a cenar a su casa. Kuenzle aceptó gustoso y luego se fue a su hotel, donde escribió a mano un mensaje destinado a sus colegas del Betsada en Paris, que sólo decía: “El pez picó el anzuelo”.

Unos días más tarde, Kuenzle llegó a la casa de los Cukurs, donde estaban los hijos de éste y su mujer. Antes de la cena, el anfitrión le mostró sus medallas de guerra y su colección de armas de puño, en la cual figuraban varias pistolas semiautomáticas. Kuenzle nunca supo si era una advertencia, pero las cosas siguieron su curso. Cukurs lo convenció que debía acompañarlo a ver un terreno que poseía cerca de la selva y algunos días más tarde viajaron solos allá. Cuando llegaron, Cukurs sacó de la parte trasera del auto un rifle de competencia. Instaló una diana y lanzó algunos tiros. Luego entregó el arma al supuesto austríaco. Este pensó que era el momento propicio para asesinarlo, pero la idea –confesó años más tarde- se le desvaneció de inmediato, al razonar que matarlo allí no tendría ninguna resonancia internacional.

El viaje a Chile

La jornada terminó sin sobresaltos y algunos días más tarde, el 5 de octubre, Kuenzle avisó a Cukurs que debía viajar a Europa a ver sus negocios. Sin embargo, le adelantó que regresaría a principios de 1965 y que esta vez vendría a hacer varios negocios no sólo en Brasil, sino también en Uruguay, Argentina y Chile. Quizá, le sugirió, podrían viajar juntos, con Cukurs como traductor y consejero.

En Paris, Kuenzle informó a Joseph respecto de sus avances y se decidieron dos asuntos fundamentales: El primero, que en función del excelente estado físico de Cukurs deberían comenzar un riguroso programa de adiestramiento en artes marciales para lograr reducirlo, por lo que los cuatro hombres (además de Kuenzle) elegidos para la misión empezaron a entrenarse varias horas al día. La segunda cuestión, es que sería imposible asesinarlo en Brasil, puesto que ante el riesgo de ser detenidos, arriesgaban ser ejecutados, debido a que en ese país aún regía la pena de muerte en casos de homicidio o secuestro. Por ende, decidieron que había que atraerlo a Montevideo, donde ya había sido abolida la pena capital.

Utilizando su dirección en Holanda, Kuenzle escribió a Cukurs confirmándole su viaje. También le envió un cheque por 160 dólares, a fin de que se comprara un pasaje aéreo entre Brasil y Uruguay para él. Además, le insistió en que debía obtener visas para viajar a Uruguay, Chile y Brasil.

Cukurs respondió que estaba todo caminando, confirmándole que se encontrarían en Montevideo. La primera semana de febrero de 1965, los Kidon comenzaron a arribar a esa capital por distintas vías y con pasaportes falsos, encabezados por Joseph. Una de sus primeras misiones fue encontrar una casa adecuada, la que finalmente hallaron en el balneario de Shangrilá, donde arrendaron por dos meses una vivienda llamada casa Cubertini, en el departamento de Canelones. Además, buscaron por diversos comercios hasta encontrar lo que estaban buscando: un baúl de un metro de largo y 50 cms. de alto, que era parte esencial de sus planes.

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