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LA CARNE

18 de Febrero de 2013

Confesiones de un recepcionista de motel: “El día de la secretaría se agotan las habitaciones”

El día para Juan Arancibia, que trabajó por 12 años en un motel, comenzaba a las ocho de la mañana y terminaba a las ocho de la noche. Eran doce horas, similar a los turnos de los médicos y las enfermeras, con la diferencia de que acá apenas había trato con los clientes. El día de la secretaria y las fiestas de fin de años eran las fechas de un lleno total. Y lo siguen siendo. Tirar en Chile tiene ciertos códigos clandestinos.

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Juan Arancibia actualmente trabaja en un taxi, no tiene historias trilladas como las de Ricardo Arjona con rubias despampanantes, pero años atrás fue un experto en el amor a la chilena: por 12 años fue recepcionista del Motel Florida o, como rezaba su nombre de fantasía, “Centro Turístico La Florida”, recinto que ofrecía cabañas para parejas e incluso una piscina compartida la cual fue clausurada por la falta de interés que provocaba entre los clientes mostrarse frente a otras parejas moteleras.

El trabajo de Juan consistía en recepcionar las habitaciones, llevar las cuentas y supervisar a las camareras que ordenaban las habitaciones una vez que eran desocupadas. Casi no tenía trato directo con la gente que acudía al motel por que la regla de estos lugares es la privacidad, de ahí lo absurdo de haber pensado que la piscina común podría ser requerida. “Yo diría que el 99,9% ingresaba en auto, y todo lo que me pedían, me lo pedían a través del teléfono” recuerda Juan.

El taxista trabajó desde 1986 a 1998 en el rubro de “a todos nos gusta tirar” y logró hacer un detallado análisis de mercado. Durante esos años, los días de semana los santiaguinos no eran muy asiduos al placer carnal. Las mañanas partían lentas, con cuatro o cinco habitaciones ocupadas. A la hora de almuerzo el público aumentaba, llegando a tener quince habitaciones en pleno goce, pero después de eso el ingreso de parejas se volvía a estancar. “En la noche, después de las nueve, comenzaba el movimiento de nuevo. En promedio, el arriendo era de unas 30 habitaciones por día”, dice Juan.

“El día de la secretaria se agotaban las habitaciones. Las camareras tenían que estar preparadas para ordenar las habitaciones en tiempo récord, igual que en los fines de semana. Incluso se traían refuerzos para los turnos para atender con rapidez”

En 15 años, según una encuesta flash que hizo The Clinic Online -rapidita, pero con más credibilidad que los sondeos que se hicieron para las municipales en todo caso- casi nada ha cambiado. En Marín 014 y el Decamerón coinciden en que los días de mayor movimiento son, por excelencia, los viernes y sábados. Y que tanto ayer como ahora, los días que marcan mayor movimiento en la actividad hotelera son las fiestas de fin de año, el día de los enamorados..y el día de la secretaria que es donde se baten todos los récord.

Esto último es casi una tradición, porque en esa fecha, recuerda Juan, el motel copaba su capacidad. Asegura que se organizaban para poder atender rapidamente a los clientes. “El día de la secretaria se agotaban las habitaciones. Las camareras tenían que estar preparadas para ordenar las habitaciones en tiempo récord, igual que en los fines de semana. Incluso se traían refuerzos para los turnos para atender con rapidez” cuenta el taxista.

Había en los tiempos de Juan -y hay hasta hoy- otro día en que se hacen filas para ingresar al motel: La última quincena de diciembre, cuando las empresas ofrecen cócteles de fin de año para sus trabajadores. Ahí los amantes de oficina -que levante la mano quien no ha caído alguna vez en la tentación- terminan rápido los canapés y acuden en masa al motel.

“No es que las empresas arrendaran la cuestión, aunque parecía… Lo que pasa es que esas fechas, curiosamente, aparecía gente de esos lados, de distintos lados. Era como cuando los niños ven el camión del helado y aparecen todos” recuerda el ex recepcionista. Consultados recepcionistas activos de moteles de Santiago Centro y Providencia también dicen que los amigos con ventaja del trabajo siguen aprovechando la excusa de la fiesta en la oficina para desatar la pasión reprimida.

“Se dejaban caer cinco, diez, doce autos. Entraban, entraban y entraban. Y cuando estaba lleno, tenían que esperar no más. Y esas visitas era súper rápidas. En una hora estaban listos, supongo que después decían que eso había demorado la cena y la entrega del aguinaldo o la asignación familiar para la pascua. El regalo para el bebé, la canasta familiar, cosas así, de la casa”. Después, el motel volvía a la normalidad asegura Arancibia.

En los años en que trabajaba Juan, no había prohibición específica para recibir a parejas del mismo sexo, pero sí se prohibía que hubiese más de una pareja en la misma habitación. En los primeros años no era así y el motel Florida contaba con las habitaciones tipo “President”, que tenían una piscina dentro y se arrendaban para tres o cuatro parejas. “Ahí quedaba la escoba”, dice Juan.

Con el tiempo, sin embargo, esta práctica se prohibió e incluso se echaba las personas cuando descubrían que entraba más de una pareja. “Todas las habitaciones estaban habilitadas para dos tragos. Cuando pedían un tercer trago, poníamos ojo. Cuando aparecía un pedido con tres sandwiches, poníamos ojo. La camarera se daba cuenta cuando iba a dejar el pedido. En varias ocasiones tuvimos que echar a gente porque captamos que habían dos hombres y una mujer. No se permitía, pero tampoco se veía cuando entraban, porque entraba un hombre en la maleta” dice el ex recepcionista. En un motel en Bellavista hoy hay promociones especiales para cuartetos y tríos. En eso sí hay cambios según nuestro veloz sondeo motelero.

Juan terminó independizándose y cambiando de rubro. Se compró un auto y desde el ’98 anda en él por Santiago. En los moteles las cosas no han cambiado demasiado, sólo que ahora hay para elegir. “Igual, por ahí por el ’92, la gente empezó a ir más a los moteles. Si antes se atendían 15 parejas en el día, ahí comenzaron a atenderse unas 45”, dice. “Todo se relajó cuando llegó la democracia” finaliza Juan, antes de despedirse y comenzar otra carrera tal vez para llevar a una pareja ganosa y sin auto a algún motelito.

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