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LA CALLE

7 de Abril de 2013

Andanzas en el sub mundo de la industria del porno

El diario español El País confeccionó un reportaje sobre diversos entretelones de la industria del porno mundial. Comenzando por los primeros periodistas -gringos- que se metieron en este crudo sub mundo, a los primeros reportajes del diario español sobre el tema, hasta el sorprendente y millonario surgimiento del porno español, El País se pasea por un montón de información de primera mano sobre el oscuro y placentero mundo del porno mundial.

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Vía El País, por Jesús Rodríguez.

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Evans en acción. Fotografía de Caterina Barjau.

Tina Brown es la gran matriarca y matrioska del periodismo de largo aliento. Si la desprendemos de su corteza de inglesa culta y acomodada, placeada en Oxford, emigrada a Estados Unidos, de una belleza a lo Meryl Streep inevitablemente ataviada de blanco o de negro, biógrafa de Lady Di y amiga de Hillary Clinton, que hoy dirige dos de las más poderosas cabeceras de la información mundial, Newsweek y The daily beast, en la capa previa de su personalidad descubrimos a la treintañera que resucito y reinventó a finales de los 80 la mítica revista Vanity Fair, que había estado congelada (y fundida con Vogue) durante 50 años (aunque pocos lo recuerden ya), por sus lamentables resultados económicos. Tina Brown fichó a Bruce Weber, Mario Testino y Annie Leibovitz y convirtió al Vanity en un eslabón imprescindible de la industria del show business.La Matrioska Tina aún esconde aún más capas. La que viene después va desde 1992 a 1998, cuando se hizo cargo de las tablas de la ley del periodismo de no ficción, el relato corto y del periodismo más brillante del último siglo, The New Yorker. Brown le daría color, actualidad, nuevos formatos narrativos y, algo que había aprendido en Vanity Fair: contar con los mejores fotógrafos que habían estado marginados históricamente de la publicación. El primero de la lista, Richard Avedon. La vieja dama del periodismo, territorio de Roth, Updike y Jon Lee Anderson, entraba en la modernidad El tercer asalto en la biografía de la matrioska fue la revista Talk, a comienzos del nuevo milenio. Talk era un taburete con tres patas. Las dos primeras consistían en la sabiduría de Brown adquirida a los mandos deVanity y el New Yorker o, lo que es lo mismo, un periodismo de cinco estrellas pero profundamente descarado. La tercera pata lo formaban los negocios adosados al nuevomagazine, una editorial y una productora de cine. Todo un paso adelante en el modelo de negocio periodístico. Su estreno, en la Estatua de la Libertad neoyorquina, fue la fiesta máscool del año.

Talk fue un revulsivo para el periodismo de largo alcance. Mezcló en una bella batidora asentada en Manhatan el reporterismo político y el de bragueta. Era más atrevida que la supersofisticada Vanity, pero igual de bien escrita. De la dirección de arte se ocuparía otro icono de la tercera vía, Oliviero Toscani, famoso por sus campañas para Benetton y editor de la emblemática publicación alternativa Colors. Talk duró apenas dos años (1999-2001), pero nos enseñó a los que hacíamos reporterismo un nuevo lenguaje escrito y gráfico que aplicamos de inmediato. Talk agonizó rápido y con puntilla. Nunca más se levantaría. La crisis publicitaria provocada en torno al 11-S fue su punto y final. Ese año 2001 ya había sido malo. En busca del público, Talk rizó el rizo y publicó en su número de febrero de 2001 un reportaje sobre la industria del porno en Estados Unidos firmado por uno de los mejores autores de no ficción de nuestra era: Martin Amis. El artículo de Amis era duro. Por eso posiblemente no era portada. Era de una densidad y crudeza desmesurada en la descripción de las actividades sexuales de las actrices del cine pornográfico. Era un relato hardcore, brillantemente escrito, pero que chapoteaba en los aspectos más sórdidos del negocio (sórdido por definición) y brillantemente puesto en página por Toscani con unas bellas fotografías de las estrellas del porno posando como topmodel de la agencia Elite.

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Entrada de la Sala Bagdad, en el Paralelo. Fotografía de Caterina Barjau.

Cuando vimos ese reportaje de nuestra nueva biblia, empezamos a maquinar si El País Semanal debía y sería capaz de publicar un reportaje sobre el negocio de la pornografía en España. En 2001, con Internet borboteando en su marmita de éxito planetario, el porno comenzaba a llegar a todos los puntos del planeta de una forma fácil y democrática por un precio módico. Era un fenómeno brutal. Al mismo tiempo, aún sobrevivían los ancestros de la industria de la pornografía: las productoras de películas, el gremio de los vídeoclub, las revistas y los sex-shop, y también una nueva forma de transmisión de pornografía en forma de canales de pago por visión con especial incidencia en las cadenas hoteleras. Algunas cifras hablaban de un negocio de 60.000 millones de euros de los que 500 millones podían corresponder a España. En Cataluña se estaba construyendo un embrión de industria del cine porno. Había historia.

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Patio de butacas del Bagdad, fundado en 1975. Fotografía de Caterina Barjau.

¿Debíamos hacerlo? ¿Lo entenderían nuestros lectores? Se decidió seguir adelante. Había varias líneas rojas. El reportaje se haría con el mismo rigor que si fuera, por ejemplo, un reportaje sobre la industria del petróleo. No era un tema sobre la prostitución ni la droga ni el abuso de menores. Y su imagen sería irreprochable. No se podía cruzar la línea del mal gusto o del respeto a las personas. Incluidas las estrellas del porno. Tampoco había que darle muchas vueltas al aspecto fotográfico, el modelo era el que había pergeñado Oliviero Toscani en Talk: retratar a varios actores y actrices de la industria con una fría elegancia publicitaria. Desnudos pero sin que se viera nada. Dignificando más que humillando. Bien producido. Bien iluminado. El fotógrafo sería Galilea Nin. Habría retratos de hombres y mujeres, actores y actrices, con el mismo tratamiento. Al final del reportaje nos planteamos si el resultado final podría herir a las mujeres, dado que la pornografía tiene a animalizar y denigrar más a las actrices que a los actores. Nos pusimos en contacto con varias organizaciones feministas para que nos dieran su opinión. El resultado de esa consulta se reflejó así en el reportaje de El País Semanal publicado en portada el 20 de enero de 2002 bajo el título: El negocio del porno.

“¿Qué opinan las feministas españolas de la pornografía? Llamamos a la Federación de Organizaciones Feministas del Estado Español. Madrid. Primera respuesta (sorprendente) de boca de su secretaria, Yolanda Iglesias: “No tenemos un criterio definido como Federación”. Segunda respuesta: Justa Montero, ex presidenta de la citada organización: “Es un motivo de controversia dentro de nuestro Movimiento. Un motivo de fuerte debate. Yo estoy a favor de la pornografía como libertad de desarrollar tus fantasías sexuales, siempre que no vulnere los derechos más elementales de la mujer. Tercera respuesta, de nuevo Yolanda Iglesias, secretaria de la Federación: “Hay dos corrientes del feminismo enfrentadas desde el congreso de 1993: unas mujeres dicen que la pornografía siempre es mala, porque genera violencia. Otras pensamos que no es mala como forma de obtener una excitación. Lo peligroso es que siempre reproduzca los roles sexistas y falocráticos. Estamos contra esos roles, no contra la pornografía. Porno si; pero para todos y en igualdad de condiciones”.

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Fotografía de Caterina Barjau.

Aquel reportaje de 2002 se sustentaba en dos pilares. El primero, el análisis puro y duro de la industria. El segundo, el lado humano de los protagonistas del negocio,sus promotores y, sobre todo, los actores. Los escenarios irían desde los despachos de los poderosos del negocio, a los rodajes y los locales de porno. La introductora en ese territorio opaco y receloso sería Natalia Kim, una periodista nórdica afincada en Barcelona que trabajaba en la comunicación del Festival del Festival de Cine erótico de Barcelona en torno al cual se intentaba en aquellos años articular un lobby del porno español. Ella nos facilitó el acceso a los rodajes, los actores y los empresarios. A la sala Bagdad, el castizo local del Paralelo barcelonés banderín de enganche y escuela del porno patrio, y también a entrevistar en Andorra a Berth Milton jr, el discretísimo dueño del imperio Private, una de las más grandes corporaciones del porno mundial que era muy poco dado a los encuentros con periodistas. Estos son algunos párrafos con el magnate del porno mundial:

“El rey del sexo vive a tres horas del Bagdad. En la gélida Andorra. Sus oficinas están en Sant Cugat (Barcelona). Se llama Berth Milton, tiene 45 años y es el heredero de un imperio del porno nacido en Suecia en 1965 de la mano de su padre. Hoy vale 100.000 millones de pesetas (600 millones de euros). Milton es accionista mayoritario de Private, uno de los mayores productores y distribuidores de pornografía del mundo. Un conglomerado multimedia que factura 7.000 millones (45 millones de euros) de pesetas al año y dobla los beneficios cada ejercicio. “No conocemos la palabra recesión”, dicen. Private cotiza en el Nasdaq neoyorquino y a comienzos de 2002 saldrá a bolsa en Alemania. Espera conseguir 12.000 millones de pesetas (70 millones de euros) para invertir en desarrollo tecnológico. Produce decenas de películas al año, distribuye material en 35 países y tiene contratos con los principales operadores de cable, satélite, internet y pago por visión en hoteles. Sólo a través de sus canales Blue y Gold de televisión, Private tiene la capacidad de llegar a 28 millones de hogares. Un millón de sus dvd (porno duro y bien rodado) se venden cada año en todo el mundo”.

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Trastienda del Bagdad. Fotografía de Caterina Barjau.

 

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