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LA CALLE

12 de Abril de 2013

El club gay, vecino al Vaticano, es el lugar más triste sobre la tierra

Vía Vice.com El mes pasado, el periódico italiano La Republica descubrió que el Vaticano había pagado 35 millones de dólares por una serie de edificios donde se encontraba el Europa Multiclub, el cual se hace llamar el “sauna gay número uno en Italia”. Los medios usaron la historia como ejemplo para decir que la iglesia […]

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Vía Vice.com
El mes pasado, el periódico italiano La Republica descubrió que el Vaticano había pagado 35 millones de dólares por una serie de edificios donde se encontraba el Europa Multiclub, el cual se hace llamar el “sauna gay número uno en Italia”. Los medios usaron la historia como ejemplo para decir que la iglesia Católica es tan gay que simplemente debería salir del clóset. Como un ex católico que solía creer en Dios hasta que vi a Hugh Jackman en The Boy from Oz, un musical de Broadway sobre el primer esposo homosexual de Liza Minnelli, esto no me sorprendió. Recuerdo cómo mi entrenador de béisbol acosaba sexualmente a sus estudiantes y cómo la asistente de mi maestro de primero casi pierde su trabajo por un supuesto faje lésbico con una entrenadora; los católicos y las travesuras sexuales van de la mano, como el vino y el queso.

Por supuesto, ahora que fui a Roma, el Multiclub estaba en mi lista de atracciones, aunque estaba un poco nervioso. La última vez que estuve en un baño público fue en mi último año de la prepa, cuando mi amigo Diva D y yo estuvimos en Miami. Salimos corriendo del edificio después de 20 minutos porque un güey que se hacía pasar por el “bailarín” de Gloria Estefan encerró a Diva D, desnudo, en un locker. Nunca he podido olvidar esa terrible escena. Por suerte, el club, así como los departamentos del Vaticano, se encontraban en Salustiano, una zona linda (léase: burguesa) que no parecía albergar homosexuales desquiciados.

Después de matar el tiempo unos minutos, me tragué mi miedo y toqué la puerta del Multiclub. Una especie de Tarzán en toalla apareció y me barrió de pies a cabeza (¿para decidir si era suficientemente atractivo?) antes de abrir la puerta.

Una vez adentro, hice fila detrás de un grupo de ejecutivos trajeados con mochilas (supongo que era la hora de los homosexuales de clóset) y examiné el retrato de dos hombros masturbándose entre ellos en una disco vacía, hasta que el recepcionista me gritó en italiano.

“Sólo hablo inglés”, le expliqué. “Soy americano y estoy de vacaciones”. Silencio.

Miró a Tarzán como si yo acabara de decir que era Amanda Knox de visita en Roma para asesinar a unos cuantos sodomitas.

“¿Eres nuevo?” preguntó.

“Sí”.

“Son 26 euros”.

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