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Cultura

13 de Abril de 2013

Rodolfo Walsh: La sangre derramada

La reedición de los "Cuentos completos" de Rodolfo Walsh, preparada y prologada por Ricardo Piglia para Ediciones de la Flor con textos recuperados, lo confirma en el pináculo de los grandes cuentistas de la literatura.

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Más allá de la potente investigación política conocida como Operación masacre (1957) y de los textos que la sucedieron en la misma dirección titulados ¿Quién mato a Rosendo? (1969) y El caso Satanovsky (1973), de sus dos piezas dramáticas y de los numerosos ensayos breves de variada índole, es en el terreno de la narrativa breve donde encuentra plenitud artística el proyecto literario trunco de Rodolfo J. Walsh. Por tal razón resulta especialmente importante esta edición de sus Cuentos completos preparada y prologada por Ricardo Piglia para Ediciones de la Flor, editorial que durante años mantuvo en catálogo los volúmenes individuales de los relatos del malogrado autor, y que para esta edición suma textos desconocidos, aparentemente perdidos hasta ahora o que no habían sido reunidos en formato libro.

Quizás mucho más que en otros, la biografía de este narrador determinó su producción que, cronológicamente, revela la imposibilidad de deslindar la literatura de la vida; en tal sentido, su opción última por el compromiso político puso deliberado fin a una propuesta singular de la que el volumen que comentamos es la expresión mayor.

Nacido en Choele-Choel, provincia de Río Negro, en 1927, tanto del lado paterno como del materno, Rodolfo Jorge Walsh descendía de aquellos irlandeses que, muy especialmente durante la segunda mitad del siglo XIX, habían visto en la remota Argentina un lugar donde realizar los sueños que Irlanda, hostigada por la Gran Hambruna (1845-1852) y por la presencia invasora de la Gran Bretaña, les vedaba. Como tantos inmigrantes irlandeses y sus hijos, los Walsh se inclinaron a las tareas del campo, las que, en algún momento, no les fueron propicias. Así, avatares económicos llevaron a que los padres del escritor, para quienes el trabajo y la cultura eran categóricos valores ancestrales, enviaran a dos de sus hijos varones (Rodolfo y Héctor) al pupilaje situado en Capilla del Señor, creado por la comunidad hiberno-argentina para los niños cuyos padres trabajaban en la campaña bonaerense, y que regenteaban monjas conocidas como Daughters of Mercy; era esta institución la antesala del Fahy Farm, riguroso pupilaje católico, situado en Moreno, provincia de Buenos Aires, donde los alumnos cursaban de 4° grado a 1er año Comercial; en aquel entonces, estaba a cargo de religiosos Palotinos de origen irlandés, la misma Orden a la que pertenecían los tres sacerdotes y dos seminaristas que, durante la última dictadura, el 4 de julio de 1976, fueron acribillados por fuerzas paramilitares en el templo porteño de San Patricio.

Del paso de Rodolfo Jorge Walsh por el Fahy, en el que alternó el estudio y la práctica de las lenguas inglesa y española mediante la apretada pero inflexible Concise English for Foreign Students , de C. E. Eckersley, y El habla de mi tierra , de Rodolfo M. Ragucci, respectivamente, y donde aprendió que “la letra con sangre entra” y que “hemos venido para sufrir”, dan cuenta cuatro relatos: “Irlandeses detrás de un gato”, (en Los oficios terrestres , 1965), “Los oficios terrestres”, (en Un kilo de oro , 1967), “Un oscuro día de justicia” (publicado unitariamente en un breve volumen homónimo junto a una entrevista de Piglia que esta edición reproduce) y “El 37” que, por haber aparecido en una de las antologías de la legendaria Editorial Jorge Alvarez bajo el título de Memorias de infancia , fue ignorado o postergado como cuento, siendo que es el más intenso de la serie. Esta nueva publicación recupera e incorpora el texto.

Según Michael McCaughan en su biografía titulada True Crimes , Carlos, hermano mayor del escritor, juzgó que Rodolfo dilapidó su genio literario, bloqueado por un “instinto subversivo” nacido de un resentimiento que nació en el Instituto Fahy.

El hecho de que estas historias aparecieran en volúmenes autónomos, sin unidad temática, sugiere que el autor no tenía un plan orgánico sobre el asunto de los Irish-porteños como materia de escritura. Sin embargo, en la mencionada entrevista con Piglia afirmó Walsh su voluntad de continuar la serie.

En su conjunto, estos cuentos constituyen un microcosmos de la realidad del país en el que el componente inmigratorio fue central y, en otro sentido, revelan ansias de verdad y justicia, cuestión medular en la obra del escritor. “El 37”, el más lírico e intenso, fue publicado por primera vez en 1960. Da cuenta de la visita que su padre le hizo al colegio de “Capilla”, en 1937, un domingo inevitablemente triste. El día en cuestión, el futuro escritor tenía apenas diez años pero veía mucho más que lo que el padre quería mostrar o sus palabras revelar.

“Un domingo vino mi padre a vernos. Nos dejaron salir a la quinta contigua, sentarnos en el pasto. Abrió un paquete, sacó pan y un salame, comió con nosotros. Sospeché que tenía hambre y no de ese día. Habló de fútbol, Moreno, Labruna, Pedernera: él y yo éramos hinchas de River. Tal vez habló de política. Era radical. La primera mala palabra que aprendí en casa fue Uriburu (sic). (…) Durante un largo rato fuimos muy felices, aunque lo veía apenado, ansioso de que le dijéramos que estábamos bien. Y, sí, estábamos bien. Después supe lo mal que ellos lo pasaban. En realidad estaba aplastado, no conseguía trabajo.” En la misma evocación hay palabras que aluden a una realidad mayor: “En los dos colegios irlandeses en que he estado, descubrí entre los pupilos una necesidad compulsiva de establecer las escalas de prestigio, el valor, la fuerza. Detrás del recibimiento convencional del primer día, me estaban calibrando, situando tentativamente en una jerarquía”.

Como quedó anotado, en el colegio el correlato existencial de la situación familiar se sintetizaba en el discurso según el cual la vida es sufrimiento y dolor, y la convicción de que hemos venido al mundo para sufrir: sentencia contra la que letras y acciones de Walsh habrían de rebelarse.

“Irlandeses detrás de un gato” es un relato de iniciación que supone una búsqueda de la propia identidad; la síntesis, la efectividad y la original renovación del mito ancestral no son aquí méritos menores cuando suele ser la novela o la nouvelle el género en que estas aventuras se formulan. Por este cuento, como en “Los oficios terrestres” y “Un oscuro día de justicia”, desfilan nombres reconocibles como los rígidos celadores Dillon y O’Durnin, el loco de Gielty, el padre Gormally (aquel duro eclesiástico que muchos años después se sirvió del periódico The Southern Cross para disculparse por haber maltratado a sus alumnos), condiscípulos como el inolvidable futbolista Gunning y tantos otros como los apellidados Ross, Scally, Delaney, Geraghty, Mullaly, Kiernan, Mulligan, Carmody, Dashwood, Murtagh, Ryan o “Pata Santa” Walker que “no era un líder y nunca podría serlo, aunque aseguraba descender de reyes y no de pobres chacareros de Suipacha (…)”. Unos ciento treinta pupilos, en fin, quienes, como personajes de Dickens, convivían en una atmósfera victoriana dentro de un edificio que “se alzaba como un dragón alto y sombrío con su reluciente dentadura de luces en los dormitorios”. En el grupo que allí habitaba se imponían (como en el mundo externo) luchas constantes por ganarse un lugar y un respeto.

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