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Cultura

10 de Agosto de 2011

“He sido siempre optimista, nunca intenté suicidarme”

Se ha dicho de ella que su fama fue tardía, que era el secreto mejor guardado, que es la mejor entre las mejores escritoras argentinas. Ésta es Hebe Uhart, que estuvo en la Cátedra Roberto Bolaño de la UDP y que vino a presentar su libro "Relatos reunidos", editado por Alfaguara.

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Crédito: María José Durán

En los 73 años que lleva en el mundo, nunca se ha casado, nunca ha tenido hijos y ha escrito dos veces media borracha.

Tiene un nombre difícil: Hebe Uhart.

Es de un país de al lado: Argentina.

Y su recorrido fue éste: publicar en editoriales que ya desaparecieron, publicar -después- en editoriales sofisticadas pero no tan conocidas para el público masivo -Mondadori, Adriana Hidalgo- y publicar, ya ahora, a los 73, en una de las grandes-grandes, Alfaguara, el libro que vino a presentar a Chile: “Relatos reunidos”.

Pero a Hebe no le gusta que digan que era un secreto bien guardado que de pronto dejó de serlo.

-Las editoriales me maltrataron como a cualquier escritor joven. No fue un maltrato dirigido. Siempre cuando vas a pedir las cosas se te dan menos que cuando te vienen a buscar.

-¿Tenías la sensación de que no te estaban reconociendo?
-Por un momento sí pero tampoco fue una cosa muy dramática. Yo pensaba: si yo hago algo bien en algún momento me van a reconocer. Yo tuve buenas críticas siempre. Eso de la fama repentina no es tan así. Es bonito decirlo así, nada más pero es cosa de periodistas.

-¿Qué te pasa con la vanidad?
-Cuando joven la vanidad es natural. Cuando grande ya sos estúpido si sos vanidoso. Yo no soy vanidosa. Soy orgullosa.

-¿Sí?
-Parece que cuando era muy chiquita, en una muestra de orgullo, cuando me querían retar me iba yo misma al rincón y me castigaba. Era un orgullo satánico. Me retaba yo antes de que me reten.

-¿Y de grande?
-No voy donde no me llaman. No abro puertas. Pido poco.

-Debe exigir autocontrol el orgullo…
-Es una cosa que te nace o no te nace. No sé. No te olvides que yo también estaba en un ambiente un poco estricto. Cuando a mi hermano y a mí nos decían: “qué lindos chicos”, después decían: “nooo, son sanitos. Lo otro es lo de menos”. Me pude haber rebelado ante eso, pero con el tiempo pienso que es mejor que no.

¿Por qué?
-Porque es preferible que te den un poco de palo a que te alaben mucho. Si no, te volvés insoportable.

Los palos también se los dio ella misma. Después de Leon Bloy, su lectura de infancia -“Me cansé porque era de una religiosidad muy profética. Se descarrilaba un tren en París y veía un signo divino”- no leyó más porque sufría demasiado la adolescencia como para pensar en cualquier otra cosa que no fuera en ella misma.

-De chica había sido extrovertida y gordita pero adelgacé mucho a los trece. Hice un régimen yo sola. Quería tener los omóplatos como las alas de los ángeles. Dejé de ir a las fiestas, a los bailes, porque me consideraba torpe, inexistente y todo eso. Los veía bailar y no sabía cómo se manejaban los códigos sociales, pensaban que eran príncipes y princesas. “Cómo se dirige uno a ellos”, pensaba…

Y todos debían estar pensando lo mismo…
-Claro, te das cuenta. Al año siguiente que se trata de decir: “Pasame la Coca Cola, sentate cerca. Pero ahí pensaba que la situación era extraordinaria. Yo no iba a los cumpleaños. Me acuerdo que mandaba un telegrama diciendo que no iba a ir, porque no había mails, y me echaba en la cama a llorar. Me echaba de espaldas a la cama y lloraba. Pero a los 16 empecé a integrarme.

-¿Qué pasó?
-No sé. Sé que empecé a bailar.

A bailar y a leer de nuevo, y a entrar a estudiar Filosofía, y a enamorarse de un tipo porteño que vivía en Nueva York pero que andaba de visita en Buenos Aires, y a acostarse apenas un par de veces con él (una o dos, dijo por ahí) pero sufriendo como si hubieran sido más.

-No me importaba que fuera casado porque yo a ella no la veía. Pero entonces los amigos míos me dijeron: “Andate a Rosario, mejor”.

-¿Tan terrible era?
-Una chica desobediente no se va. Tardé más en hacer los trámites para irme que en terminar las materias. Pero ahora no me iría.

Después vinieron otros, varios, con los que duraba un rato. Nunca quiso casarse. No quiso tener hijos hasta que ya fue tarde. Y vivió una vida rara para una chica que creció en una familia católica.

-¿Qué le pasó a ellos con eso?
-Un poco deben haber sufrido. En la juventud uno no sabe el efecto que produce. Uno hace porque piensa que es su vida todo lo que hace y no pensás si causás tristeza. En eso no pensás.

Hebe Uhart fuma. Fuma mientras pone la juventud en el espacio que va de los veinte a los treinta. Después de los treinta se va de su casa a vivir sola, a trabajar a una escuela en el campo, a tener su vida, a escribir, a que pasara el tiempo, a escribir más, a que alguien como Fogwill dijera de ella que es la mejor escritora Argentina, a que se dijera de ella que lo que más tenía era sentido del humor, a transformarse en una imprescindible, a cumplir años, a ver como se empiezan a morir los amigos, a no querer morirse ella, a no pensar si quiera en eso, y a decir:

-He sido siempre naturalmente optimista. Nunca intenté suicidarme.

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