Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

15 de Abril de 2013

Beyer in Wonderland

* Una corriente profunda se agita bajo la superficie de Wonderland. La suspensión (animada) del ministro de Educación lo muestra. Wonderland es el “niño símbolo” de la revolución neoliberal de las dos últimas décadas del siglo XX. Fue liderada por la Dama de Hierro, la fenecida baronesa que entonces era solo la Right Honourable Margaret […]

M. E. Orellana Benado
M. E. Orellana Benado
Por

*

Una corriente profunda se agita bajo la superficie de Wonderland. La suspensión (animada) del ministro de Educación lo muestra. Wonderland es el “niño símbolo” de la revolución neoliberal de las dos últimas décadas del siglo XX. Fue liderada por la Dama de Hierro, la fenecida baronesa que entonces era solo la Right Honourable Margaret Thatcher, y su socio, el presidente estadounidense Ronald Reagan. Según algunos repartidos en Washington DC, en Santiago de Chile y en Moscú, el partero de esta historia fue nada menos que “el Tatita”: el 11 de septiembre de 1973 él habría hecho trastabillar al oso moscovita en la capital chilena. Ya en el suelo, sus enemigos pudieron golpearlo con “la guerra de las galaxias”. La paliza fue tremenda. Hecho pebre, el pobre oso decidió suicidarse en 1989. Usó una pistola marca “Gorbachov”.

La revolución neoliberal comenzó en 1979, seis años después de la “liberación nacional”, luego de que Gran Bretaña viviera su “winter of discontent” (el “invierno del descontento”, en palabras del Ricardo III de Shakespeare) que comenzó a fines de 1978. Los poderosísimos sindicatos del sector público británico dieron jaque al gobierno laborista. El colapso de los servicios públicos, incluida la recolección de basura, agotó la paciencia de los británicos. El triunfo aplastante de Thatcher fue la respuesta ciudadana.

Por más de tres décadas de posguerra el Estado de Bienestar morigeró el atractivo del polo soviético en la Europa socialdemócrata. Thatcher comenzó a desmantelarlo de inmediato, y destruyó también a los sindicatos. Al año siguiente Reagan fue elegido presidente y la revolución neoliberal se expandió a los Estados Unidos. Se mutiló el Estado, se le amputaron sus empresas productivas, la educación, la salud y la previsión. Así surgieron los “mercados” previsional, educacional, médico y hasta el mercado sepulcral.

En Chile, esta revolución se encarnó en la interpretación neoliberal de la Constitución de 1980. La educación fue asimilada a la prostitución: una relación comercial más entre particulares. Si quien vende el servicio y quien lo compra acuerdan un precio, el Estado nada tiene que opinar. Un empresario educacional chileno, sin título profesional ni grado académico alguno, acumuló un patrimonio (que un diario serio llamó “educacional”) superior a los cien millones de dólares. Luego se recicló en pirómano asesino. La desregulación del “mercado educacional” permitió a pícaros estafar a los más débiles, a los padres que son incapaces de evaluar la calidad de la educación que compran para sus hijos.

El consenso neoliberal respecto a la comercialización de las relaciones educacionales comenzó a romperse en 2006 con las marchas de los estudiantes secundarios bautizados “pingüinos”, proceso catalizado por la salida a las calles de estudiantes universitarios y secundarios en 2010, 2011 y 2012. La ley prohíbe enriquecerse con el “negocio universitario”, pero fue burlada con ficciones jurídicas diversas durante treinta años. Muchas instituciones que forman a la futura elite profesional incumplen la ley. El movimiento estudiantil enseñó esta verdad a la sociedad chilena. Por eso cayó Joaquín Lavín del ministerio de Educación y Teodoro Ribera del ministerio de Justicia. Ambos son exitosos emprendedores en el rubro “universidades”.

Un sector mayoritario y creciente de la sociedad chilena rechaza la visión comercial o “de mercado” de la educación. ¿Que la educación no es un negocio? Por cierto. Tiene costos y produce bienes. Pero los bienes que produce, comenzando por la cohesión social y las formas de trato entre las personas, definen la productividad material y espiritual futura. Por eso es un error introducir en la educación la lógica comercial o de mercado, que solo busca la ganancia material de corto plazo.

La revolución neoliberal tiñó todas las relaciones humanas con un tinte comercial; todas solo buscarían la ganancia material. Su argumento en contra de la gratuidad de la educación hizo un anticucho del corazón (sangrante) de los “progresistas”. La gratuidad sería “regresiva”, es decir, injusta. Y quien está a favor del “progreso” y de la justicia, no puede sancionar el “regreso”; esto es, dar plata pública a los ricos.
El argumento no resiste análisis. No hay estudiantes ricos. Otra cosa es que los padres de algunos lo sean, pero no hay estudiantes ricos. La gratuidad de la educación universitaria liberaría a ciudadanos mayores de edad de la sujeción a sus progenitores. Además, que los mejores estudien juntos gratis y convocados solo por su mérito académico es un bien social de valor incalculable, pero real. Vale mucho más que la inversión del Estado requerida para lograrlo.

La suspensión de Beyer, quien anunció que no habría gratuidad mientras él fuera ministro, es una señal política mayor. Una profunda corriente social está socavando el consenso neoliberal en Wonderland. Por eso los diputados aprobaron la acusación. ¿Estará hablando de eso la pre-candidata de “las nuevas mayorías”? Si la Coalición por el Cambio queda con menos de 3/7 de los parlamentarios en 2014, “las nuevas mayorías” podrían reformar el modelo neoliberal por dentro. Es obvio por dónde comenzar. Con las concesiones mineras, el sistema tributario y con la educación que éste financia, la educación preescolar, la básica, la media y, muy en especial, la que se ofrece en las universidades del Estado.

* Ex miembro del Consejo de la Fundación de la Organización del Bachillerato Internacional de Ginebra y profesor asociado de la Universidad de Chile.

Notas relacionadas