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Humor

14 de Mayo de 2013

Cirugías, porno, feminismo y sadismo según Ballard

De accidentes de auto, de Ronald Reagan y política, de cirugías plásticas, de ciencia y pornografía, feminismo y sadismo habla J. G. Ballard (1930-2009), autor de libros como “Crash”, “El imperio del sol” y “Noches de cocaína”, en un excelente libro de conversaciones que publica la editorial argentina Caja Negra. Como adelanto, acá tiramos una […]

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De accidentes de auto, de Ronald Reagan y política, de cirugías plásticas, de ciencia y pornografía, feminismo y sadismo habla J. G. Ballard (1930-2009), autor de libros como “Crash”, “El imperio del sol” y “Noches de cocaína”, en un excelente libro de conversaciones que publica la editorial argentina Caja Negra. Como adelanto, acá tiramos una de las cuatro entrevistas incluidas, la que fue hecha por teléfono por la escritora norteamericana Maura Devereux en octubre de 1990 y publicada en la revista FAD. Una joya.

Mi primera pregunta es sobre La exhibición de atrocidades. Al igual que Crash, es un libro que gira, en gran medida, en torno al erotismo de los accidentes automovilísticos, que es un tema que –me parece– se vincula exclusivamente con tu universo literario; al menos, no tengo noticias de que lo haya tratado otro autor. Lo que me gustaría saber es: ¿cómo surgió tu fascinación por este tema?
–¿De dónde salió la idea de los accidentes automovilísticos? ¿Cómo empecé a obsesionarme con ella? Creo que surgió de la simple observación de la vida real, viendo el comportamiento de las personas en el mismo lugar en que ocurría algún accidente, y también de la fascinación por las películas en las que hay choques, ya sean películas de ficción o noticiarios, donde los accidentes tienen un rol destacado. Aunque no se sepa muy bien por qué, es un tema que tiene mucha importancia en la imaginación de la gente, y en él se evidencian muchos aspectos de nuestra actitud hacia la tecnología. De modo que junté todos estos cabos sueltos. Luego me pareció que una extraña atmósfera envolvía el tema de los accidentes de coches, una atmósfera que quizás no era la misma que podía rodear a otro tipo de accidentes –por ejemplo, un choque de autobús o un accidente aéreo, por razones obvias. Me refiero a que nuestras reacciones psicológicas son más directas en el caso de un accidente automovilístico, ya que estamos más estrechamente vinculados al acontecimiento… En fin, todo fue hilvanándose de esa manera.

–Es como si tratara de mostrar una suerte de violencia oculta o esotérica. Y lo que me pregunto es: ¿en qué difiere de la violencia que un ser humano ejerce sobre otro?
–Sí, creo que eso es verdad. En lo que respecta al tema de los accidentes de coche, no hay que buscar la clave en el vehículo. Un auto chocado es un símbolo de la tecnología, y nuestras vidas –la sociedad entera que habitamos–, son creaciones de la tecnología. Y este es un tema que suscita emociones bastante contradictorias… sentimientos bastante ambivalentes con respecto al papel que juega la tecnología en nuestras vidas. En este mundo tecnológico en que vivimos, existen ciertas zonas, ciertas líneas de fractura, que nos permiten acceder, de alguna manera, a un más allá de la realidad. Una de estas líneas de fractura está representada por los accidentes de coche, ya que estos representan un colapso en un sistema tecnológico y tienen el mismo poder de revelación que –por ejemplo– un terremoto en una gran ciudad. O para decirlo en una escala más modesta, ocurre lo mismo que cuando un elevador deja de funcionar y nos obliga –o nos permite– revalorizar nuestra relación con el mundo de las máquinas. Particularmente, creo que la tecnología y el erotismo funcionan a la par. En cierto sentido, existe un complot invisible entre la tecnología y el erotismo, un complot del cual no somos conscientes la mayor parte del tiempo, pero que se revela cuando ocurre un accidente –o, más bien, en la imagen que nos hacemos del accidente, que es básicamente de lo que trata mi novela. En cualquier caso, pienso que eso es algo bastante obvio, ¿no?

Me gustaría hacerte otra pregunta. Otro tema común que se advierte en La exhibición de atrocidades, en Crash y en algunos otros libros, es el papel que juegan las celebridades mediáticas, principalmente las estrellas de cine. Pareciera que el atractivo de La exhibición de atrocidades radica, sobre todo, en la violencia ejercida sobre estos íconos culturales.
–No totalmente; por supuesto, abordo muchos íconos culturales que han sido víctimas de episodios violentos –la familia Kennedy, Marilyn Monroe, etc. También el presidente Reagan ha sido objeto de ataques violentos, aunque no cuando escribí sobre él. De ahí que no lo someta a ninguna violencia real en La exhibición de atrocidades. Las otras figuras mediáticas que trato hacia el final del libro solo se han sometido a cirugías plásticas. Quiero decir, en muchos casos, gente como Cher o Jane Fonda no se ha sometido a mayor violencia que la del cuchillo del cirujano plástico.

Sí, eso es lo interesante… En realidad, escribiste sobre estas celebridades y sus cirugías plásticas hace más de veinte años, y ahora parece que ellos se lo han tomado en serio.
–Creo que las estrellas de cine vienen realizándose cirugías plásticas desde hace muchísimo tiempo, ¿verdad? Me inclino a pensar que es así. En La exhibición… me anticipé a la presidencia de Reagan unos cuantos años antes de que ocurriera efectivamente, aunque no sé muy bien qué demuestra eso. Nancy y yo éramos los únicos que creíamos en él [risas].

Cuando escribiste el libro, ¿pensabas realmente que Reagan llegaría a la presidencia, o más bien considerabas todo esto como parte de una escenificación absurda?
–En 1967, cuando escribí el libro, creo que Reagan acababa de convertirse en gobernador de California. Luego, por razones que se explican en las notas al margen del mismo, resultaba evidente que él le había tomado el pulso a la situación de Estados Unidos, de manera que estaba casi cantado que llegaría en el futuro a la candidatura presidencial. Y me lo tomé en serio, ya que me pareció que respondía a una demanda muy profunda de la sociedad americana. Entonces, en 1967, no era difícil tomárselo en serio; luego, ya como presidente, sí resultaba difícil. No sé cuántos años tienes, pero sospecho que no habías nacido en el ‘67.

Por cierto, sí había nacido. Soy del ‘67.
–¡Qué interesante! Lo que puedo decirte es que el Ronald Reagan sobre el cual escribí –tal y como afirmo en las notas al libro– era muy distinto de aquel hombre que luego se convirtió en presidente. Quizá no puedas entender esto… Supongo que sus viejos discursos de campaña y sus anuncios no suelen pasarse con frecuencia en la televisión americana, pero te puedo asegurar que el Reagan de 1967 no era nada agradable; era mucho más rígido y tosco, mucho más agresivo y manipulador que el pacífico anciano que después ingresó a la Casa Blanca. Es notable cómo puede cambiar el carácter.

Según tengo entendido, ¿no era el señor Reagan un demócrata registrado? Cambió de rumbo completamente, ¿verdad?
–Creo que él fue demócrata mucho antes de comenzar su carrera a la presidencia, cuando era solo un representante del sindicato de actores.

Y luego viró hacia la derecha, se convirtió en un republicano totalmente conservador…
–Creo que eso ya había ocurrido en los sesenta. Ciertamente, existía un clima hostil en torno al personaje, que luego se esfumó cuando llegó a la presidencia. Entonces, ya era un anciano. No hubiese podido escribir nada acerca de ese hombre tan cordial que llegó a la Casa Blanca.

¿Cuáles son los motivos por los cuales Reagan cambió durante su presidencia? ¿Crees que era solo una proyección de la opinión pública, y eso lo hizo más tolerable para el pueblo americano? ¿O piensas que fue bajando el tono de su mensaje, y su política terminó siendo menos dura de lo que podría haber sido?
–Bueno, estoy muy lejos de ser un experto en política estadounidense, de manera que dudo en ofrecer mis opiniones. No obstante, doy por sentado que a mediados de los sesenta, cuando Reagan estaba en campaña para la candidatura a gobernador de California, supo captar cierto cambio en el estado de ánimo de la gente, cierto malestar que se expresaba, de alguna manera, en una abierta hostilidad hacia el excesivo gasto social, hacia las burocracias hipertróficas, y todo ese tipo de cuestiones. Es el mismo estado de ánimo que absorbió Margaret Thatcher –la primera ministra británica– diez años antes de llegar al poder. La gente estaba harta de la intervención del Estado, los impuestos altos, etc., y Reagan sintonizó este malestar, y comenzó a hacerlo jugar a su favor. Ahora bien, creo que finalmente, cuando llegó a la Casa Blanca, la aparente amabilidad de Reagan era sobre todo un problema de la edad. Además, ya había logrado lo que se había propuesto. Me refiero a que una vez que alguien llega al poder, lo único que le interesa es cómo mantenerlo, cómo ganar las reelecciones. Creo que Reagan tuvo la astucia de suavizar su mensaje una vez que alcanzó la cima. Pero siempre lo he considerado –como afirmo en uno de mis textos– solo un “vacío”, la escenificación del vacío de una personalidad, lo cual no deja de hacerlo un personaje interesante. Al margen de su fascinante carrera política, Reagan es una pura construcción de los medios, tal y como lo describo en mi libro.

Lo que me parece interesante sobre este tema, especialmente a la luz de la posterior elección de George Bush, es que Bush carece de las cualidades que hicieron popular a Reagan: si este fue una construcción de los medios y la escenificación de un vacío interior, aquel no es ni siquiera eso, ya que su punto fuerte no es la construcción mediática.
–Estoy de acuerdo. Creo que Bush es un presidente completamente distinto. En realidad, es una especie de regresión a una época pasada, no construye ni proyecta ninguna imagen. En alguna parte de La exhibición de atrocidades, digo que Reagan pertenece al género de los “mitógrafos”, los creadores de mitos políticos, como lo fueron Roosevelt, Kennedy, Churchill y Thatcher. Y Reagan pertenece a este género de manipuladores de imágenes. En cambio, Bush pertenece a la categoría de los administradores; podría estar al frente de una gran corporación. No tiene ninguna clase de proyección mediática, no opera con ningún imaginario ni tampoco tiene una imagen mediática de sí mismo.

Ciertamente, no.
–Lo que se ve es a un hombre muy serio, un hombre que podría estar, por ejemplo, al frente de una universidad.

Pero, al mismo tiempo, él difunde la imagen de “el hombre americano de familia” y promueve los típicos valores americanos; de hecho, se presenta como el tradicional “buen tipo”…
–Eso es parte de su profesión, ¿no? Me refiero a que políticos como Roosevelt, Kennedy, Thatcher y Churchill se fabricaron a sí mismos de arriba abajo. La imagen que uno tiene de ellos –al menos, la que se tenía durante sus años de actividad política– es completamente ficticia. Podrían haber sido personajes de una novela o de una película; aunque, para ser estrictos, en el caso de los políticos, habría que hablar de actores de un comercial televisivo, que venden al espectador un producto que es el personaje mismo. No creo que ese sea el caso de Bush, pero sospecho que él solamente es una anomalía, y que los políticos de todo el mundo se están moviendo en la trayectoria de Reagan. Habrá una continuación. Hay algo inevitable en el paisaje mediático que habitamos, y es que respondemos más dinámicamente a las figuras mediáticas y a los constructos (por así decirlo), a las narrativas ficcionales y a los anuncios comerciales que apelan a nuestra emotividad. Y alguien como Bush no apela a ninguna emoción, de ninguna índole.

–Me gustaría retomar el tema de las cirugías plásticas, las cirugías médicas y el tema médico en general, que es tan recurrente en tus historias, y el cual sueles tratar –para decirlo de alguna manera– casi como si fuese “pornografía científica”, o como si tú fueras un científico con una obsesión pornográfica. ¿Cómo ves esta predisposición hacia lo pornográfico, en los términos de la ciencia y de la medicina?
–Diría que el tema ya había empezado a tomar una relevancia indudable en relatos inmediatamente anteriores a aquellos que hablan de la cirugía plástica, relatos como “Programa para el asesinato de Jackie Kennedy”, “¿Por qué quiero coger con Ronald Reagan?”, Crash… Hay alrededor de cinco relatos que están escritos como si fuesen informes científicos imaginarios. Cuando uno revisa las publicaciones científicas desperdigadas en las revistas especializadas –en particular, aquellas orientadas a la psicología experimental–, descubre que una buena parte del trabajo científico se desarrolla, en cierta forma, dentro de una órbita muy próxima a la de la pornografía. Los textos que escribí en torno a la cirugía plástica fueron tomados, en gran medida, de un estudio científico sobre el tema; solo cambié los nombres, ilustré el proceso y lo llevé hasta las últimas consecuencias. Uno puede leer perfectamente todos esos informes científicos como si trataran de pornografía pura. No contienen ningún elemento sexual explícito, pero son tan obsesivos, se muestran tan fascinados con la carne como cualquier acólito al hardcore. Y hablando en términos generales, me parece que la ciencia ha dejado de tomar su material de estudio directamente de la naturaleza, para terminar absorbiendo las obsesiones científicas de los investigadores; esto es algo que se puede notar particularmente en las ciencias blandas como la psicología, cuyos investigadores tienden a plasmar en sus experimentos las propias conjeturas acerca de, por ejemplo, la cantidad de dolor que una persona es capaz de tolerar, y con ese fin se establecen experimentos en los que los voluntarios se infligen dolor unos a otros. Ha habido algunos casos famosos en los que se descubrió, “sorpresivamente”, que la gente disfrutaba mucho haciéndose daño.

Ahora bien, la mayoría de estos experimentos hablan más sobre la mentalidad de los investigadores que acerca de los sujetos estudiados. Las ciencias están empezando a mostrar signos compartidos con muchas de las características obsesivas del porno, incluso con muchos de los conflictos psicopáticos que uno encuentra en la pornografía realmente patológica. Una pared muy delgada separa a ambos campos.

Aquellos relatos o piezas que escribí en torno a la cirugía plástica reflejan tan solo un aspecto de la cuestión; la misma tendencia puede verse en textos como “¿Por qué quiero coger con Ronald Reagan?”, donde ocurren una serie de experimentos imaginarios que ponen a prueba la reacción de los individuos frente a la imagen manipulada de algunas figuras célebres. Y experimentos como este han tenido lugar desde hace al menos veinte o treinta años.

En tu enfoque de la pornografía, me parece que se pone en juego un gran componente de deshumanización, aparte de las características obsesivas o lo que fuera.
–En realidad, me gustaría aclarar que no estoy en contra de la pornografía; incluso creo que deberíamos tener más cosas de ese estilo, siempre y cuando las actividades sexuales allí plasmadas tengan un marco legal; no apoyo la pornografía infantil ni la sádica, estoy completamente en desacuerdo con la representación de actos criminales. Pero siempre y cuando los actos representados sean legales, estoy totalmente de acuerdo. De modo que no tengo una mirada hostil sobre la pornografía, todo lo contrario. Creo que es un catalizador poderoso para el cambio social, y también para un cambio imaginativo, y estoy a favor de que sea más fácilmente accesible, sobre todo en este país. No creo que en los Estados Unidos tengan ese problema.

Me gustaría preguntarte, entonces, ¿cómo defines la pornografía? No solo en el sentido generalmente aceptado del término, también en el sentido científico al que te referías antes, en el cual –me parece– hay cierta forma implícita de deshumanización.
–Por supuesto, no hay duda de que existe un componente de deshumanización en toda investigación científica. En los laboratorios, se explota a los sujetos humanos del mismo modo en que se explota a los animales, para poner a prueba los efectos de la cirugía estética y todo lo demás. Pienso que hay un componente de deshumanización en toda pornografía, pero eso no implica necesariamente algo perjudicial. Quiero decir, el movimiento feminista ha enarbolado buena parte de sus banderas en contra de la pornografía, debido a que es una actividad en la cual se deshumaniza a las mujeres. Pero no estoy tan seguro de que eso sea verdad. Bueno, lo es en el caso de una determinada pornografía que entra en la esfera de lo criminal. Pienso que existe un componente hiper-realista en la mirada pornográfica, que inevitablemente prescinde de cualquier sentimiento humano; pero eso forma parte de la imaginación sexual, que es fuertemente obsesiva. Después de todo, un amante es capaz de fijar su mirada en la oreja de su amada o de su amado, y descubrir en ella todo tipo de magia y de misterio, totalmente separados de cualquier signo de afecto, o lo que sea. Así que no me preocupan los aparentes efectos de deshumanización del imaginario pornográfico.

En parte, tanto La exhibición de atrocidades como Crash son obras consagradas a ir un poco más allá de esa aparente deshumanización, en busca de un nuevo reino, con una gramática y una sintaxis nuevas, un nuevo vocabulario y una nueva manera de percibir el mundo. Por otro lado, tenemos indicios de todo eso; podemos tolerar, por ejemplo, en la vida cotidiana (y lo hemos hecho desde tiempos inmemoriales), la imposición del dolor en deportes de contacto como el boxeo, el rugby o el fútbol, en cosas como el montañismo o las carreras de coches, que son actividades donde los participantes deben lidiar con un gran componente de daño físico y de dolor. No obstante, hemos aprendido a tomarlo naturalmente y a mirar, más allá de la violencia, los demás elementos que están presentes en un partido de fútbol, un combate de boxeo o una carrera de coches. En un combate de boxeo, miramos más allá del dolor y el sufrimiento de los boxeadores, hacia los signos de coraje y osadía física. Creo que la misma necesidad de ir más allá de estos elementos en apariencia deshumanizadores se puede advertir en la pornografía, la necesidad de acceder al otro lado del sexo o a un mundo más rico; por cierto, algunos pervertidos sexuales (y un largo catálogo de desviaciones sexuales, completamente legales) ya han conseguido hacerlo. Quiero decir, las personas que gozan siendo maniatadas logran ir mucho más allá del dolor que se producen. La escena sádica, en conjunto, es un buen ejemplo de cómo se puede ir más allá de aquello que podría aparecerse como una conducta totalmente deshumanizada y degradante –para la mirada de un advenedizo–, y entrar en una zona donde quizás se descubra una nueva forma de amor trascendente, o algo así es lo que imagino. Me alegra decir que no tengo una experiencia de primera mano sobre el tema.

Entonces, para decirlo en pocas palabras y en sentido más bien amplio: ¿crees que a partir de estos “temas en constante evolución”, relacionados con la sociedad, el futuro, los distintos paisajes mediáticos y todas las demás cosas de las que hablamos, el hombre podrá acceder finalmente a otro tipo de entendimiento y percepción del mundo que lo rodea?
–Claro, doy por sentado que sí, imagino que eso va ocurrir. Creo que es un proceso que se ha puesto en marcha desde hace bastante tiempo. De hecho, esa es la historia del siglo XX: el aprovechamiento de la tecnología, puesta al servicio de una nueva forma de percepción y una nueva forma de conciencia. Ya se sabe, la invención de la imprenta, la fotografía, el cine, la televisión, el video… todos estos dispositivos son un medio para ampliar la conciencia, para desmantelar y luego volver a montar los contenidos de la conciencia en configuraciones totalmente nuevas. Este proceso está ocurriendo todo el tiempo, y sospecho que se acelerará enormemente en los próximos veinte o treinta años. Ahora bien, no tengo idea si estos fenómenos como la “realidad virtual” –todos estos sistemas de realidad virtual– terminarán o no convirtiéndose en una banalidad. Pero aunque ello no ocurriera, aún así creo que la transformación de la vivienda doméstica en un estudio casero de televisión –donde uno es, al mismo tiempo, escritor, actor y director de su propia serie infinita– es algo que intensificará mucho durante los próximos veinte o treinta años, si no antes.

(lectura portada libro)
PARA UNA AUTOPSIA DE LA VIDA COTIDIANA
Conversaciones con J. G. Ballard
Traducción de Walter Cassara
Prólogo de Pablo Capanna
Caja Negra Editora
Argentina, 2013, 192 páginas

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