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Opinión

20 de Mayo de 2013

“Admirábamos el activismo cannábico chileno pero la ley 20 mil los mató”

El 20 de abril se inscribieron más de 700 personas en el primer club social de cannabis del Uruguay. Laura Blanco, presidenta de la Asociación de Estudios del Cannabis (AECU) y Juan Vaz, cultivador que asesora el proyecto de ley que regula la marihuana en su país, son los principales referentes del activismo cannábico charrúa. Voces que hoy discuten en Uruguay cómo regular el consumo en una sociedad abierta al tema.

Carlos Martinez
Carlos Martinez
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Laura Blanco y Juan Vaz Lejos -lejos de la caricatura del marihuanero, con rastas y ojos eternamente rojos- trabajan para darle soporte intelectual al proyecto de ley que regula el autocultivo del cannabis en Uruguay. Sus vidas como ciudadanos corrientes se mezclan con entrevistas, invitaciones a seminarios, reuniones con legisladores y las gestiones para traer expertos internacionales que ayuden a superar los clichés en torno a la marihuana. Su dedicación los ha llevado a ser rostros en la lucha por plantar y desde ahí romper el círculo vicioso del narcotráfico. Su activismo no es sólo testimonial. Juan Vaz fue detenido en 2007 por tener cinco plantas acogolladas y debió pasar tres meses preso en la superpoblada Cárcel de Santiago Vázquez y otros ocho en el Centro de Reclusión La Tablada.

¿Cuál es la situación legal del consumidor en Uruguay?
J.V.: La legislación, que está vigente desde el año 1974 y que fue modificada en el año 88, no prohíbe el consumo y garantiza una cantidad libre de pena que corresponde a un uso personal y razonable de acuerdo a la convicción moral del juez. Sin embargo, teníamos al consumidor como pieza central en el tráfico y nos propusimos quitarlo de ese circuito enseñándole a cultivar. Así surge la figura del autocultivador, quien es un usuario responsable que está fuera del tráfico y lo combate, creando –por contagio– otros cultivadores. Por lo tanto, la cantidad que tuviese un consumidor no necesariamente debía venir del tráfico, sino también de su propio cultivo. Es ahí que la ley entra en contradicción: por un lado hay una cantidad que uno puede tener, pero por otro lado, el medio más idóneo –el autocultivo– está penado.

¿Cuál es la marihuana que más se consume en Uruguay?
J.V.: Calculamos que el 90% del consumo se sustenta con el prensado. Acá el prensado nos llega en tres calidades: malo, muy malo y peor. Una de las razones porque se consume tanto es porque está despenalizado ir a comprar: tú puedes ir a comprar marihuana prensada y si la policía te agarra eres el testigo. De ahí que nuestro planteamiento sea el de regular desde la producción hasta el expendio, habilitando el autocultivo y los clubes de cultivadores.

¿Por qué el autocultivo es tan importante para el activismo?
L.B.: Porque el activista es el que se planta. El que hace los volantes, el que pone la cara, el que habla con la prensa, el que pinta la Bandera y va a la marcha. Sin los cultivadores no hay movimiento.
J.V: Hay que tener en cuenta además que lo único que verdaderamente le quita clientes al narcotráfico es el autocultivo y las organizaciones de cultivadores. Es un proceso sin vuelta: una vez que tú logras transformar a un consumidor en un cultivador es un cliente menos del tráfico. Ninguna organización, ni la policía ni las instituciones sociales o de salud, ha logrado lo que hacen las asociaciones de cultivadores.

¿Cómo ha sido el proceso de dar la cara como cultivador y consumidor?
J.V: Siempre digo que ellos me crearon. Si no me hubiesen tomado preso yo estaría muy campante con mis plantas en la casa.
L.B: Una aclaración, la cara de Juan ya era visible antes de que se lo llevaran detenido. Pero más allá de eso, para la sociedad uruguaya su detención fue un cimbronazo. La injusticia que se cometía contra Juan que es padre soltero, con un chico –en esa época– de cinco años, que trabajaba y que tenía plantas en su casa nos movilizó. Era una situación ridícula. Fue el caso de Juan y otros casos similares que nos hizo convocarnos frente al Palacio de Justicia en febrero de 2011, hicimos una manifestación muy grande y desde allí mismo salieron al Palacio Legislativo y empezaron a mover este proyecto de ley que admitía o regulaba la tenencia de hasta ocho plantas de cannabis femeninas y a su vez preveía la fundación de clubes de membresía para el autocultivo.
J.V.: Esta situación trajo aparejada que los autocultivadores formalizáramos una asociación con personalidad jurídica que tiene como principal objetivo contar con un equipo de abogados que se ocupen de todos los casos de autocultivadores, fuesen o no miembros de la agrupación. Eso fue fundamental, porque desde que ese equipo ha estado atendiendo, no hemos tenido más cultivadores presos.

¿Cómo viviste ese período de encarcelamiento?
J.V.: Estuve once meses preso, tres en una cárcel de máxima seguridad. Adentro éramos dos los presos por cultivo de marihuana en una población penal de 6 mil reclusos. El preso común no hace distinción entre un autocultivador y un narcotraficante, entonces estabas en la misma bolsa que el que vende pasta base o cocaína o alguien que trafica con marihuana prensada. Fue muy bravo, porque adentro se estila que a quien es traficante se le pida “peaje” o se le extorsione para que ingrese drogas. Era difícil explicar que lo único que uno poseía eran plantas y que ya no existían. El clima de una cárcel es muy complicado porque la policía no tiene control, imagínate que en los tres meses que estuve preso ahí, hubo dos muertes y constantes riñas entre bandas rivales.

¿Pensaste en algún momento en dejar el activismo?
J.V.: No, en realidad me dio más bronca: ¿me van a decir que comprar a los narcotraficantes es legal pero que cultivar es un delito? No, no soy yo el que está mal, es la ley. Estar preso me produjo más rebeldía, porque la razón estaba de mi lado. Nunca trafiqué, estaba ejerciendo un consumo legal y lo hacía de la forma más idónea, sin involucrar a terceros en el proceso. Si no luchamos estaríamos permitiendo que a otras personas les pase lo mismo. Yo tenía 40 años cuando me pasó esto, tengo una vida hecha y derecha, soy un hombre bien plantado, pero si le pasa a un chico de 20 años le destroza la vida y quizás no tenga los huevos para enfrentarlo y pase a ser una “perrita” de los narcotraficantes. La cárcel es muy dura y no se la deseo a nadie.

¿Cómo ha sido el trabajo con las autoridades y legisladores?
L.B.: Todos los técnicos extranjeros que vienen a Uruguay a darnos una mano con el asesoramiento se impresionan mucho con el recibimiento, la buena onda y las ganas de informarse que existe en la Junta Nacional de Drogas, que es el espacio donde más interactuamos con el poder ejecutivo. Sabemos que en todos los países este es un tema de fricción, pero acá no y desde que el gobierno anunció en 2012 el proyecto sobre la regulación, estamos en otro trabajo intelectual, en otro ejercicio, el de visualizar la sociedad con el cannabis regulado. Cómo queremos que funcione y cómo escribir esa ley es nuestra preocupación actual. No se trata sólo de copiar legislaciones de otros países.
Hace unos días abrieron las inscripciones para el primer club social de cannabis del Uruguay, ¿cómo será este club? ¿De qué forma están influenciados por la experiencia española?
J.V.: El modelo español no es una idea, es una realidad que tiene 20 años. Ellos han desarrollado formas de cultivo colectivo, creado organizaciones sin fines de lucro que prestan variados servicios a sus socios. Es un modelo que estudiamos.
L.B.: Nosotros proponemos que la cantidad mínima para el autocultivo debe ser de una planta por persona, identificada a través de la cédula de identidad, quien debe hacerse responsable del cuidado de su planta. Este es un club social, no se trata sólo de ir a retirar tu dosis mensual o semanal. Básicamente nos interesa seguir generando autocultivadores. Lo cierto es que hace años que en Uruguay hay plantaciones colectivas, pero de alguna manera han sido clandestinas. Nosotros buscamos visibilizar esta forma de cultivo y queremos hacerlo de forma seria, no como un grupo de amigos sino como una asociación donde se vote desde la elección de la directiva hasta la genética que se plantará. Buscamos que sea una organización democrática de base, considerando que esta actividad será sin lucro porque si lo hay siempre estará la idea de vender más y acá buscamos otra cosa: proveer al usuario de cannabis de buena calidad, de forma segura, compartida y autogestionada.

¿Cómo ven la situación en que se encuentra Chile con respecto al autocultivo?
J.V.: Nosotros arrancamos inspirados en el activismo chileno. En el año 2005 mirábamos el foro de los Amigos del cannabis y quedamos impresionados cómo se organizaban, alquilaban un lugar para reunirse y ¡tenían bingos! No lo podíamos creer.
L.B.: Admirábamos el activismo cannábico chileno, pero la ley 20 mil los mató. Creo que estaban mejor antes que ahora.

¿Creen que es un problema de organización?
J.V.: El problema en Chile no son los activistas, es el gobierno y la idiosincrasia del pueblo. Chile es un país muy pacato y conservador, donde la mayoría de la gente se sorprende y se asusta por cosas que en otros países es moneda corriente.
L.B.: Yo estuve a fin de 2012 en Chile y no sentí que no se pueda fumar en la calle, por lo menos en la Universidad de Concepción, donde participé de un congreso no hubo problema. Son como territorios liberados donde uno se puede sentir más seguro. Acá, eso de que la gente fume en la calle se superó a fines de los 80. Y claro, cuando los chilenos vienen a Uruguay se sorprenden que uno pueda armar un cigarro de marihuana al lado de un policía, que te pueda dar fuego y que capaz que hasta te pida una seca (piteada).

¿Algún consejo, entonces?
J.V.: Sigan trabajando, planten más, den la cara, sigan apareciendo en los medios. La realidad no se puede ocultar por mucho tiempo. Algunos países van más rápido que otros pero todos vamos hacia el mismo lugar, porque la prohibición no dio resultado, porque tiene más cosas en contra que a favor y esperamos que lo que pase en nuestro país repercuta en Latinoamérica. Si les sirve de testimonio, cuando salí de la cárcel llegué a mi casa y encima de la mesa había un sobrecito de un amigo que tenía unas semillitas adentro, era como una invitación: salí de la cárcel por plantar marihuana y ese mismo día las semillas se fueron a unas macetas y la historia volvió a comenzar.

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