Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Cultura

30 de Mayo de 2013

Relatos de infancia

¿Cuál habrá sido nuestra primera experiencia política? Mi primera experiencia fue por transmisión oral y fue escuchar, cuando muy niño, a mi abuela y sus relatos largos y detallados -verdaderos documentales- sobre la Unidad Popular, que ella visualizaba como una gran pesadilla, aunque más tarde se declarara una ferviente opositora a Pinochet. Mis padres eran […]

Por

¿Cuál habrá sido nuestra primera experiencia política? Mi primera experiencia fue por transmisión oral y fue escuchar, cuando muy niño, a mi abuela y sus relatos largos y detallados -verdaderos documentales- sobre la Unidad Popular, que ella visualizaba como una gran pesadilla, aunque más tarde se declarara una ferviente opositora a Pinochet. Mis padres eran simpatizantes de la UP, no militantes, gente que apoyaba el proyecto sin esa ansiedad militante que precisamente ayudó a complicar aún más las cosas. Creo que a muchos nos pasó, si no lo mismo, algo similar.

¿Cuál fue tu primera experiencia política?; me hizo esa pregunta un profesor europeo, pero no le gustó la respuesta. Le dije que, como mucha gente de mi edad, yo había formado parte activa de la resistencia y que, por lo mismo, la decepción fue enorme con los gobiernos posteriores, que fueron, en el fondo, continuidad de la dictadura con alguno que otro matiz. Pero al profesor no le gustó la respuesta sobre mi abuela. Él quiere un relato heroico, doliente, romántico. Ese profesor británico piensa venir nuevamente a la población La Victoria en Chile, donde hizo algunos amigos en una visita anterior. Su plan es hacerle a mucha gente la misma pregunta y hacer un documental con eso, ¿cuál fue tu primera experiencia política? Él cree en la objetividad de la cámara, pero el casting de los que van a contestar la pregunta lo realiza súper selectivamente.

Siempre pensé que el trabajo indirecto, el uso de figuras y metáforas es mucho más efectivo políticamente que el intento por bajar línea, por convencer. Habría sido más rentable para mí ofrecerle al profesor un relato hecho a la medida. Pensé eso sí, en la primera experiencia política, que fueron los relatos de mi abuela. Mi abuela era una amante del rock y su labrador se llamaba Santana y tenía una colección de vinilos de los Beatles. Esa parte era entretenida, pero también era experta en unos cuentos de terror y quejas sobre la realidad chilena que podrían haber pepecuevizado a cualquiera, o sea, haber convertido a cualquiera en un cretino atemorizado y quejoso. Mi pobre abuela se autoanalizaba conmigo enfrente y hablaba, en el fondo, de sus miedos: las cuestas peligrosas, la Unidad Popular, ciertos barrios y picadas que odiaba y, en fin, todas las cosas que yo luego aprendí a amar, traicionándola. Mi relato preferido era el de una plaga apocalíptica que tuvo su peack en los años ’40 y que era el piojo exantemático. De seguro algunos de los lectores de este pasquín tienen alguna abuela apocalíptica que alguna vez les habló de esa epidemia.

Si parte del arte moderno busca una reacción inmediata del espectador, el piojo es algo artístico, es un estímulo pavloviano, algo que tiene pregnancia publicitaria inmediata. Con sólo pronunciar la palabra la gente se rasca inmediatamente la cabeza. ¿Quién no querría para sus palabras o producto un efecto tan inmediato? De Rokha tiene una de esas imágenes tremendas: Chile como un poncho lleno de piojos y lágrimas.

En nuestro país existen datos desde el año 1918. Las tasas más elevadas se evidenciaron el año 1946 con 1.235 casos. El 26 de agosto de 1918 aparece el primer enfermo en una posada para cargadores de La Vega en la calle Santa Filomena, barrio Bellavista. Luego casos en la misma hospedería y luego en la cárcel. Pero la mayoría de los médicos niega la enfermedad. El 21 de octubre de 1918 el doctor Arturo Atria anuncia en la prensa la existencia de la epidemia y casi todo el cuerpo médico le cae encima. Las críticas son virulentas y ridiculizantes, pero luego de exámenes, la facultad confirma la existencia de la enfermedad y la necesidad de tomar medidas frente al parásito.

El doctor Arturo Atria, que es el héroe de esta historia y al que se le va todo el cuerpo médico encima descalificándolo con violencia y burlas. ¿Por qué negar una epidemia? Un médico señaló que el piojo exantemático era sólo “de países en guerra o hambreados”. Pero yo creo que precisamente la situación de gran parte de la población de Chile era esa hace medio siglo. No lo sé, quizás ego de científicos o algún otro motivo para desconocer que existe una epidemia como esa, cuya historia, junto a la de la Unidad Popular, mi abuela me narraba en mi infancia.

Notas relacionadas