Opinión
2 de Julio de 2013

Patricio Pron, escritor: “En Argentina, nuestros asesinos comienzan a morir en la cárcel y no en sus casas”
Aunque es argentino, vivió en Alemania y desde el 2008 está instalado en Madrid, la escritura de Pron no obedece necesariamente a ubicaciones geográficas, sino más bien tiene que ver con el desarraigo y el dejar de lado los límites nacionales en pos de sentimientos más universales; aquellos que explora en su último libro de relatos “La vida interior de las plantas de interior”.
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Gentileza de Reescriba
Dice Patricio Pron (1975, Rosario, Argentina) que la escritura de cuentos es menos programada en su finalidad que la de una novela. “El autor nunca es muy consciente del tipo de dibujo en el tapiz que los cuentos van a conformar al ser reunidos”.
Así le pasó con los relatos que conforman “La vida interior de las plantas de interior”, su último libro de cuentos, que fueron escritos aisladamente en el transcurso de cuatro años. Pese a la distancia, cuando Pron se enfrentó a recopilarlos, juntarlos, publicarlos todos reunidos, vio que los relatos estaban unidos por hilos invisibles: temáticas afines e intereses similares que ni él recordaba haber tenido, “pero también por una voluntad (la de proponer formas nuevas en el cuento en español, o formas que no han sido utilizadas recientemente) y por una especie de humorismo sutil y un poco trágico que (al parecer) es parte de la forma en que miro al mundo y que, sin embargo, no estaba particularmente presente en algunos libros míos anteriores”, explica.
¿Son los relatos de “La vida interior…” políticos? ¿De qué manera apelan a la recuperación de la memoria?
-Algunos críticos han observado (y creo que tienen razón) que estos cuentos y otros textos que he escrito participan de los debates sobre memoria y responsabilidad, unos debates que son notablemente importantes para países como Argentina y Chile, pero también para España. A esa dimensión yo le sumaría también la relacionada con la cuestión de la soledad, que juega un papel importante en “La vida interior…” y creo que también es un problema político. A pesar de ello, sin embargo, mis libros no son políticos en el sentido que se le otorgaba a la literatura política en América Latina hasta tiempos recientes (y que los epígonos del Boom siguen dándole, con mayor o menor buena intención y con resultados siempre calamitosos y tristes: saludos a su sección chilena), ya que no se proponen “explicarle” nada a sus lectores: pretenden, más bien, participar de discusiones existentes en nuestras sociedades con la convicción (supongo que un poco ingenua) de que, cuanto más y más elaborados sean los discursos que circulen en una sociedad, mayor será el margen de transformación de la misma.
¿En qué sentido crees que la soledad es política?
-En el sentido de que esa soledad es el resultado de un sistema político y económico que atenta una y otra vez contra los vínculos que sus habitantes establecen entre sí de forma horizontal, imponiéndoles como alternativa el consumo, la incorporación a instituciones anónimas y de tipo vertical (la Iglesia, el mercado laboral) y la dictadura de un estado de cosas (económico, político, sentimental) contra el que supuestamente no se podría hacer nada. Así nos va, desde luego.
En tu novela “El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia” revisas hechos políticos de los últimos treinta años de Argentina. ¿Sigue tu interés por la pesquisa de este tema en lo literario?
-Mi interés por los hechos trágicos del pasado reciente de nuestros países no es un interés literario, o no sólo un interés literario: es un interés personal y supongo que se plasma en el cuestionamiento de las ideas asumidas (saludos a los representantes en Chile de esas ideas asumidas, que tengo entendido que son legión, como los ángeles), la distribución habitual entre víctimas y victimarios, la discusión acerca de los vínculos entre memoria y verdad y entre literatura y realidad que aparecen en mis libros, también en “La vida interior…”. En ese tipo de cosas.
¿Cómo compararías el ejercicio de memoria que se realiza en pueblos como el alemán, lugar donde has residido, con el argentino?
-Bueno, la diferencia sustancial entre ambas sociedades y su relación con su pasado es que (hasta épocas recientes), y a diferencia de los alemanes, los argentinos preferían no hacer memoria, una actividad para la que los alemanes tienen incluso una palabra de muy difícil traducción (“Vergangenheitsbewältigung”) pero que puede traducirse como “la ‘superación del pasado’ mediante su reelaboración constante”. A esa “reelaboración constante”, que es asumida por todos los sectores de la sociedad (comenzando por el Estado y la Constitución, que son sus garantes), se la concibe como el mejor remedio, no para corregir el pasado (ya que esto es imposible), sino para evitar su repetición, y puede representarse como la labor ingente de varias generaciones de alemanes, cada una de las cuales traza en la superficie del agua una línea que permanece en ella un instante: cada generación sabe que esa línea (que es la línea que divide a las víctimas y a los victimarios, a aquello que se puede hacer y aquello que es mejor no hacer nunca) se borrará en un instante, pero también sabe que otra generación la sucederá, que trazará otra línea, más aquí o más allá sobre la superficie del agua. Al parecer, esto empieza a suceder también en Argentina (donde, por cierto, nuestros asesinos comienzan a morir en la cárcel y no en sus casas, lo que es una excelente noticia) y me alegra que sea así.
ESCRITOR
¿En qué consiste ser escritor hoy día, en un contexto en que se conjuga la razón editorial, la razón académica y un mercado incierto? ¿Te es cómodo?
-No parece fácil decirlo. Quizás ser un escritor hoy día consista principalmente en eludir los esfuerzos de asimilación de esas instancias para que la obra siga viva; es decir, para que siga inquietando y produciendo efectos y uno no se convierta en un escritor asimilado por la academia o por el mercado, o en un autor mercantilizado como autor académico. Por lo demás, no sé si resulta cómodo o no evitar la asimilación; de hecho, posiblemente sea muy incómodo, ya que hay muy pocos escritores que se esfuercen por resistir a ella, pero a mí me parece indispensable hacerlo.
¿Echas de menos tu territorio?, en el sentido en que la experiencia territorial podría ser determinante, ¿o la distancia gatilla el ejercicio memorístico?
-No echo de menos mi territorio debido a que, por una parte, ese territorio es principalmente literario (una especie de república imaginaria compuesta por los libros y los autores que me interesan, no todos los cuales son argentinos) y siempre va conmigo; y, por otra parte, a raíz de que, por consiguiente, ese territorio también es el desarraigo, la desterritorialización, el abandono de los límites nacionales (y de las ideas preconcebidas que hacen posibles esos límites), que es uno de los temas de mis libros.
Viejo tema: ¿por qué escribir cuentos, por qué la novela? Esto a propósito de una anécdota que vivió y contó acá Marcelo Mellado: un lector tuyo que andaba buscando tus cuentos en la Feria del Libro de Santiago. Dicho lector le dijo a Mellado que no leía novelas porque eran pretensiosas, en general, en cambio los cuentos tenían más “verdad”. Se ha dicho que el género de libro de cuentos es “menor”. ¿Qué te parece esa idea? ¿Cuál es el valor del cuento hoy?
-Muy buena anécdota. A aquel lector habría que recordarle que no parece muy adecuado buscar verdad en la ficción literaria, excepto un tipo de verdad (una verdad profunda, podríamos llamarla) que está más allá de los géneros literarios, seis mil doscientos veintidós metros por debajo de ellos (más o menos). En cualquier caso, y a diferencia de aquel lector (va un saludo afectuoso desde las páginas de The Clinic), yo no creo que el cuento sea un género “inferior” en ningún aspecto a la novela, sino, más bien, que ambos géneros presentan sus propias dificultades y requieren habilidades diferentes y muy específicas tanto del autor como del lector, de manera que ninguno de ellos puede ser considerado “más difícil” o más fácil que el otro: la novela exige la creación de una voz narrativa y su profundización a lo largo de cientos de páginas; el cuento requiere que esa voz narrativa se desarrolle completamente en un puñado de ellas. No hay muchas más diferencias entre ambos géneros que yo recuerde en este momento, y mi propia actitud como lector es leer toda la obra de un autor que me interesa, sus cuentos y sus novelas.
¿Eres un escritor de gabinete o callejero, un intelectual urbano o un vecino o ciudadano inserto en la vorágine?
-Vivo en el centro de Madrid y bajo mi ventana desfilan todas las manifestaciones de estos días, las que no van a cambiar nada y las que tampoco van a hacerlo, así que sería difícil (e indeseable, posiblemente) permanecer al margen de los acontecimientos. Claro que tampoco tiene mucho sentido tematizarlos porque son de dominio público, además de un pésimo material literario, como demuestran varias novelas recientes.
¿Qué te pasa con Argentina o América Latina hoy, y la Europa de hoy?, ¿cómo la ve un escritor que conjuga memoria e intimidad, o subjetividad y los grandes temas éticos?
-Una vez más: difícil decirlo. A mi sensación de absoluta derrota personal y colectiva se suma la convicción de que (aquí y ahora) posiblemente no merezcamos nada mejor que lo que tenemos, por doloroso que sea decirlo, y a todo ello se suma el convencimiento de que sería ridículo por mi parte el salir a decir lo que supuestamente se debe hacer (un vicio arraigado entre mis colegas a ambos lados del Atlántico), ya que estoy tan desconcertado como la mayoría de la población (a la que, desde luego, pertenezco) y porque no creo que el ejercicio de la escritura convierta a nadie en infalible. Por otra parte, y como dijo Bob Dylan, “no necesitas al hombre del tiempo para saber hacia dónde sopla el viento”. Bueno, los escritores somos hombres del tiempo: lo describimos, lo explicamos, pero no ejercemos ninguna influencia sobre él.