Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

17 de Julio de 2013

Vivencial de vacaciones de invierno: Cómo es ir a la nieve con escasos recursos

Así como conocer el mar, ir a la nieve es para un niño chileno del centro social un acontecimiento crucial, único, de esos que te marcan para la posteridad. Antes de haberla tocado te la imaginas de ensueño, perfecta, suave, tibia y cariñosa. Como una nube. Mas todo aquello es sólo ingenuidad incubada en años […]

Richard Sandoval
Richard Sandoval
Por

Así como conocer el mar, ir a la nieve es para un niño chileno del centro social un acontecimiento crucial, único, de esos que te marcan para la posteridad. Antes de haberla tocado te la imaginas de ensueño, perfecta, suave, tibia y cariñosa. Como una nube. Mas todo aquello es sólo ingenuidad incubada en años viendo Mi Pobre Angelito.

Para la mayoría del pueblo chileno que no pertenece al 10% más rico del país, las palabras ski y snowboard no están incluidas en el vocabulario, como mucho menos el uso del verbo “subir” como sinónimo de La Parva y Farellones. Ir a la nieve es para nosotros un paseo exótico, aventurero. Es casi lanzarse a la suerte del destino.

En mi caso, fue mi tío contratista, motor del emprendimiento familiar, quien hizo posible el sueño andino. Un sábado de mayo del año 2000, tomó su trabajada camioneta Nissan y nos echó sin dudarlo a su pick up atiborrado de frazadas.

Ya al interior de la station vagon, todo era novedad para la delegación integrada por mis dos tíos, mi primo, mi mamá y mi hermano. Lo primero que sorprendió fueron las casas gigantescas de la cota mil, que conviven con canchas de tenis y de golf, en barrios donde las áreas verdes reemplazaban el polvo del sector poniente que poco a poco abandonábamos.

Después, mientras sanguches con mortadela lisa y huevos duros nos alimentaban, vino la fantasilandiosa experiencia de subir las curvas, una por una, sin cadenas en las ruedas, hasta que los ojos pudieran verlo todo blanco. Maravillados como los niños que éramos, gritábamos en éxtasis para que la marcha se detuviera y tocar de una vez ese algodón inaudito que imaginábamos.

Como obviamente no llegaríamos hasta el centro de ski, la camioneta se detuvo unos kilómetros antes del recinto de La Parva donde la semana pasada el empresario Francisco Pérez Yoma se agarrara a cornetes con Gonzalo Oyanedel. Allí, la decepción. La nieve era mojada y hostil y nada tenía que ver con la imagen paradisíaca que buscábamos.

Sin embargo, eso poco importó. En dos minutos, estábamos preparando los cartones y bolsas de basura que habíamos llevado para tirarnos de raja frente al mundo. Y así estuvimos extensas horas bajando y subiendo hasta que la humedad nos hiciera tiritar y nuestras mamás nos llamaran a secarnos. Toalla en mano comimos pollo asado con tomate en la pick up, que ahora servía de mesa de centro.

Al lado, otras tantas familias se tiraban adentro de neumáticos de camión a una velocidad incalculable. Sacarse la chucha es un clásico de aquella práctica sólo para valientes, en que es común terminar más metido en el barro que en la nieve.

Así nos pilló la tarde cuando comenzó a nevar, lo que significó otro espectáculo ante nuestros ojos que no habían visto más que agua-lluvia. Esta nieve sí parecía más pelusita, como la de los dibujos animados, lo que compensaba en parte la ruptura de la ilusión.

Ya de noche, bajamos de vuelta a nuestro barrio con la alegría que sólo dan las patas mojadas envueltas en bolsas a la usanza reportero de matinal.

Tarea cumplida para decir “conocí la nieve”, como lo hacen miles de niños cada invierno, arrimados a furgones escolares del vecino buena onda de turno, para poder cantar con propiedad esa parte del himno nacional que dice “majestuosa es la blanca montaña que te dio por baluarte el Señor”. Viva Chile.

Notas relacionadas