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Opinión

26 de Julio de 2013

Vendido al Sistema

Un componente fundamental del bullyng lúdico que practicamos con algunos amigos, en nuestra comparecencia retórica, huevetera y compadrita, es asumir conductas primitivas desde el punto de vista conceptual y argumental; nos descalificamos siendo racistas, homofóbicos, fachos, y matizamos con el viejo reproche, nunca bien ponderado, de ser vendidos al sistema. Hace tiempo que no lo […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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Un componente fundamental del bullyng lúdico que practicamos con algunos amigos, en nuestra comparecencia retórica, huevetera y compadrita, es asumir conductas primitivas desde el punto de vista conceptual y argumental; nos descalificamos siendo racistas, homofóbicos, fachos, y matizamos con el viejo reproche, nunca bien ponderado, de ser vendidos al sistema. Hace tiempo que no lo escucho dicho en serio, como efectivo acto descalificatorio, propio del sentido común antisistémico que caracteriza a ciertos sujetos chilensis con una supuesta conciencia político cultural. Me encanta ese reproche que combina ingenuidad, resentimiento, maldad y perversión romántico anarcofacista, etc. Nos entretenemos con esa muletilla de chilenito clasemediano huacho -porque el mundo popular genuino no la usa-, pasados por la peor academia, que vive la más brutal de las impotencias y que patologiza su mediocridad. Es lindo. Obviamente, es parte del pelotudismo cultural de los “hermanitos”, de los hijos del hippismo rasca y sobrevivencial, o de la política vivida sin matices, es la prohibición de hacer aquello que la institución a la que tributamos no tiene pauteado. Un amigote lo relaciona, también, con el chaqueteo endógeno achilenado.

En el ámbito culturoso es común en cierta agencia “alternativa” y que renta de una marginalidad sospechosa; recuerdo por ejemplo las listas negras elaboradas por el cerderío crítico literario concertacionista con los convocados a Guadalajara cuando este país fue invitado. Los perros concertacionistas no pueden soportar la continuidad político cultural de una derecha que, probablemente, fue mucho más democrática que ellos, quizás porque no le interesaba disputar áreas en las que no tiene mayor interés. Obvio, el rasquerío concertacionista, con todo el sedimento ex izquierdista y populachero, no pudo dejar de parecer más autoritario frente a una derecha que salió al pizarrón democrático e hizo todo lo posible por parecerlo, e incluso habría pasado la prueba, asumámoslo, no seamos miserables. Tenemos que acostumbrarnos a compartir esta mierda de país con el rasquerío oligarca que llamamos la derecha, etnia blancucha e impresentable, emparentada con muchos de nuestros compañeros y aliados que simulan de progresistas, pero que representan el hedor más putrefacto de la cerdo derecha profunda, abusadora, violadora y maraca, que han intentado, a veces con éxito, enarbolar nuestras banderas emancipadoras, ya sea por culpa católica o por pretensión táctica abarcadora de lo social.

Nada más hermoso que venderse al sistema, que no es otra cosa que tener pega, esa pega rasca y sobrevivencial, pero que igual es objeto de culpabilización por parte del maraquerío resentido, como dice mi amigo que trabaja en la muni de Viña. Bien lo conocemos los que hemos sobrevivido a la provincia perra y facinerosa que utiliza sistemas de inserción al estilo de los socialistas, es decir, de criminalización de la política.
Cagarnos de la risa de ese reproche primario y elemental no deja de ser una experiencia que nos toca vivir, si no a diario, al menos semanalmente. Porque uno está en la calle, uno circula por los barrios del Chile ahuevonado, no el de los “exitosos” santiaguinistas que habitan en un par de comunas de la zona oriente más sofisticados, uno tiene que padecer las esquinas peligrosas del Chile patético. O los muy lame cacas del barrio Bellas Artes o del Parque Forestal, donde viven los culturientos. No sé si todavía se utilice esa jerga discriminatoria de sentido común, pero uno la recuerda en el habla elemental de la sobrevivencia provinciana. Una crítica de la razón metropolitana hacía necesario una recordación de los ítems vernáculos del odio y del desprecio humillatorio. El Chile odioso lo requiere, sobre todo ahora que se nos viene una recomposición decorativa de la escena política y la concha de su madre. Longueira ganó sin necesidad de ser electo. El desprecio y el odio campea en una ciudadanía putrefacta que astutamente recompone sus piezas en el juego político. En Chile la sabiduría popular también es facha y también tiene contemplada la venta o la compra de un capital social. El tema es cómo se negocia dicha voluntad de sobrevivencia. El Chile santiaguino nos ha dejado ese legado; la provincia tiene la palabra, o nos hundimos en este pantano o somos capaces de construir una obra propia, autónoma, sin canon o institución política regencial.

Chile tiene como hace rato no lo tenía la posibilidad de ser destruido como orden institucional y administrativo; ni la derecha ni la Concertación, unidas, quisieron hacer una república verificable, asumamos la posibilidad cierta de su destrucción y autoaniquilamiento definitivos, los primeros síntomas están ahí, para nuestro regocijo. Esa venta al sistema no es un mal negocio destructivo.

Nota: Estuve el miércoles en la sede de la Federación de Estudiantes de la UTFSM , a una cuadra de mi casa y conversamos de lo conversable con algunos dirigentes, la conclusión es que aún tenemos patria ciudadanos, a pesar de los Escalonas (los cabros tenían escrito en un pizarrón la vuelta de Escalona al sistema de imagen mediático política, todo un síntoma de putrefacción republicana).

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