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Mundo

30 de Julio de 2013

Sorprendentes historias de supervivencia

Los especialistas no concluyen si existe o no un Instinto de supervivencia en el ser humano, lo cierto es que procesos psicológicos y físicos ayudan a las víctimas de desastres a salir adelante de las situaciones más adversas.

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Vía Marcianos

Con frecuencia escuchamos en las noticias historias -a veces inverosímiles- de personas que sobrevivieron a las situaciones más adversas. Los protagonistas de éstas en ocasiones no pueden explicar cómo lograron su hazaña; muchos de ellos creen que fue gracias a su instinto de supervivencia. Pero, ¿en realidad existe esta cualidad innata del ser humano? Brian Walker, investigador de la conducta de la Universidad de Oxford, Inglaterra, explica en su artículo The Instinc of Survival la gran controversia en torno a este tema, y es que algunos especialistas piensan que el instinto no forma parte de la naturaleza humana, pues han comprobado que los bebés carecen de él, a diferencia de otros animales, y que el deseo de vivir es básicamente un resultado cultural que proviene de la sociedad en la que el individuo se desarrolla. Se ha constatado además que, a diferencia del hombre, desde sus primeros pasos la mayoría de los animales son capaces de crear condiciones para mantenerse a salvo.

Sin evidencia concreta.

Hasta el momento disciplinas como la biología no han encontrado en el hombre evidencia alguna de una base orgánica que le proporcione este instinto. Walker concuerda con esta aseveración y añade que la antropología, la psicología o la sociología también aseguran que la especie humana carece de las pautas complejas que llamamos instintos, pero a través de la evolución hemos desarrollado otros mecanismos de supervivencia, como el reflejo, que genera una respuesta automática ante un peligro inminente.

“Los deseos de sobrevivencia incluyen sensaciones aprendidas conjugadas con el aprendizaje empírico que nos obliga a buscar todas las vías para mantenernos con vida”, agrega Erika Graft, psiquiatra del Instituto Nacional de Psiquiatría. Esta obligación abarca la satisfacción de necesidades básicas como alimentación y abrigo, y el alejamiento del peligro, las cuales de manera inconsciente nos mantienen vivos. “El llamado instinto de sobrevivencia está más relacionado con el miedo morir y la esperanza de ser salvado“. Asimismo, cuando se ha sufrido un accidente y las posibilidad de sobrevivir son limitadas, se experimenta un alto grado de ansiedad y confusión emocional. Graft cree que la diferencia entre quienes se salvan y los que no ante una crisis radica primeramente enfrentar la realidad de la situación y después en ver con claridad las opciones de sobrevivencia, agrega. “Este proceso es determinante, a nivel psicológico para salvarse”, subraya.

A continuación se describen historia reales de supervivencia que muestran la habilidad de los protagonistas para enfrentar su situación y salir vivos.

Huida del hombre blanco.

Sobreviviente John Colter.
Año 1807.

Tras su llegada y establecimiento en la parte este de lo que hoy se conoce como Estados Unidos, cientos de miles de colonos europeos se dieron a la tarea de reconocer y dominar la zona oeste del nuevo país. Luego de que en 1803 Napoleón vendiera a los estadounidenses los estados de Montana, Idaho y Colorado en 15 millones de dólares en una venta conocida como Louisiana Parchase, el presidente Thomas Jefferson encargó a los expedicionarios Meriwether Lewis y William Clark explorar la zona hacia el año 1805. Estos, junto con otros 33 hombres, se enfilaron hacia el oeste para reconocer y trazar mapas del área que sabían estaba dominada por los indios. La empresa -llamada Lewis and Clark Expedition— logró, además de su cometido, descubrir yacimientos de oro y un enorme mercado de la piel de castor, lo que atrajo a nuevos aventureros y vendedores de piel que se adentraron en las montañas Rocallosas.

Uno de ellos era John Colter, quien fue capturado por los pieles rojas mientras perseguía castores en el río Missouri. Luego de ser detenido, lo golpearon y despojaron de su ropa. De acuerdo con el documento Journals of Lewis and Clark Expedition, los nativos no quisieron matarlo de inmediato, sino antes divertirse un poco con él, por lo que organizaron una cacería humana; así le concedieron una ventaja de unos cien metros y comenzaron a perseguirlo. Corrió descalzo ocho kilómetros y nadó varios cientos de metros para refugiarse en una madriguera de castor y despistar a los indios. En ese lugar pasó la noche y a la mañana siguiente escaló una montaña y caminó durante once días alimentándose da raíces, hasta llegar al fuerte más cercano, exhausto pero vivo.

En medio del mar.

Sobrevivientes Deborah Scaling y Brad Cavanagh.
Año 1982.

En el otoño de este año partió del puertoo de Maine con dirección a Florida, ambos en Estados Unidos, un grupo de marineros encabezados por la experimentada Deborah Scaling, quien apenas tenía 24 años. Completaban la tripulación el capitán de 29 años John Lippoth y su amigo Mark Adams, la novia de Johh, Meg Mooney, y Brad Cavanagh, de 22 años. El objetivo era entregar un yate a su nuevo dueño. De acuerdo con la narración de Scaling, cuando salieron del puerto el informé meteorológico auguraba buen tiempo; sin embargo, al segundo día comenzó a soplar un viento severo y grandes nubarrones amenazaban con desatar una tormenta. Los nuevos datos del clima revelaron olas de hasta 11 metros y vientos de más de 60 nudos. Sólo ella y Brad se mostraban preocupados, pues los demás se dedicaban a beber y divertirse.

Al tercer día una enorme ola hundió el navío y la tripulación se refugió en la lancha salvavidas. Los problemas se agravaron cuando notaron que Meg tenía un hueso roto que salía de una gran herida. Ante la situación Deborah tomó la difícil decisión de no ayudarla, aun cuando su actitud significaba la muerte de la joven. La moción fue apoyada por Brad.

Al cuarto día a la deriva en la pequeña lancha, Jhon y Mark, ante su sed desesperada comenzaron a beber agua salada. Deborah sabía que el sodio le provocaría alucinaciones. El primero en experimentarlas fue John, quien saltó de la lancha y fue devorado por los tiburones. Al siguiente día Mark también se lanzó al mar y corrió la misma suerte.

Meg y Brad soportaron las súplicas de ayuda de Meg hasta que falleció y tuvieron que lanzar el cadáver al mar. Al quinto día de naufragio, ambos comenzaron a sufrir alucinaciones, pero por fortuna dos días después pasó cerca de ellos un barco carguero cuya tripulación pudo rescatarlos.

Nueve meses a la deriva.

Sobrevivientes Lucio Rendón Becerra, Salvador Ordaz y Jesús Vidana.
Año 2006.

El 15 de noviembre de 2005 cinco pescadores mexicanos -Lucio Rendón Becerra, Salvador Ordóñez, Jesús Vidana, Juan David y ‘el Farsero – salieron del puerto de San Blas, en las costas de Nayarit, sobre un pequeño bote tiburonero en busca de peces y escualos. Sin embargo, la nave sufrió desperfectos mecánicos que hicieron detener el motor, dejándolos a la deriva, además los vientos contrarios del océano Pacífico alejaron cada vez más su embarcación de la costa.

Las autoridades del puerto mexicano los dieron por perdidos cuando después de varios días los pescadores no se presentaron a trabajar y no hubo posibilidad de contactar a sus familiares para saber de su paradero. A los pocos días, y sin que nadie lo supiera, los cinco hombres se encontraban en medio de un desierto de agua sin poder hacer nada por regresar a San Blas y con la única esperanza de ser rescatados por un barco que viajara a la deriva. Los meses transcurrieron y dos de sus tripulantes, Juan David y ‘el Farsero’, murieron y sus cuerpos fueron arrojados al mar.

Cuando se acabaron los víveres Becerra, Ordóñez y Vidana tuvieron que cazar a las gaviotas que se paraban en el barco y comerlas crudas, al igual que peces sacados del mar. La comida debía ser racionada, pues según los sobrevivientes en ocasiones pasaban hasta 15 días si probar bocado. Para mitigar su sed bebían agua de lluvia, que era constante en la zona que atravesaron durante su trayecto involuntario -más de 7,200 kilómetros-. A pesar de su situación, nunca perdieron la esperanza pues con frecuencia veían a lo lejos embarcaciones y aviones sobrevolar la zona, por lo que confiaban en que pronto serían rescatados.

Luego de nueve meses, el 9 de agosto de 2006, cuando el pequeño barco tiburonero se acercaba a las islas Marshall, próximas a Australia, fueron vistos por la tripulación del barco con bandera china Koo’s 102, el cual se acercó a ellos mientras dormían. Los pescadores mexicanos habían perdido mucho peso y tenían varias quemaduras de sol, pero presentaban buena salud.

Sacrificio de equipo.

Sobreviviente Sir Wilfred Grenfell.
Año 1908.

Tras graduarse en 1892 de la escuela Royal National Mission to Deep Sea Fishermen, sir Wilfred Grenfell (1865-1940) se consolidó como médico misionario y se asentó en una pequeña provincia de las costas de la península del Labrador, en Canadá, para realizar trabajo social con los pobladores del lugar; era una zona fría, la mayor parte del tiempo congelada, que encerraba grandes peligros a los humanos. Para atender a sus pacientes, que por lo general se encontraban a decenas de kilómetros de su vivienda, Grenfell se desplazaba en trineo para atender lo más rápido partos, enfermos graves y niños que manifestaban fiebre.

Un domingo de Pascua de 1908, salió de su hogar para atender una emergencia, para lo que debía atravesar en su trineo una bahía helada cuyo hielo se había adelgazado con la llegada de la primavera. A medio camino la capa superior se desgajó por el peso del trineo y los perros, y el témpano comenzó a desplazarse al interior del mar.

Esto significaba que para regresar a tierra debía nadar en aguas heladas, lo que con seguridad le causaría una hipotermia, pero si permanecía en la superficie se alejaría de la península y tarde o temprano moriría de sed y hambre. La única ventaja era que el pedazo de hielo se movía con exagerada lentitud. Grenfell se vio obligado a matar tres perros para poder beber su sangre y calentarse, y luego utilizó el resto de la jauría, los amarró, para que formaran una especie de balsa que le permitiera viajar en dirección contraria. Poco después unos pescadores lograron salvarlo cuando estaba medio congelado. La clave de su supervivencia, según contó en su diario, fue el sacrificio de su equipo. En homenaje a los animales, Grenfell bautizó con sus nombres las salas del hospital donde trabajaba.

En medio de la nada.

Sobrevivientes James y Jennifer Stolpa.
Año 1992.

James y Jennifer Stolpa, junto con su bebé de cinco meses de edad, Clayton, se dirigían a un funeral en Los Ángeles, Estados Unidos. En un principio habían elegido la carretera interestatal, pero tuvieron que cambiar de ruta porque estaba cerrada debido a una tormenta de nieve. Entonces decidieron ir por Sierra Nevada, en el norte de California.

En el trayecto una intensa ventisca les impidió ver el letrero de ‘carretera cerrada’ y terminaron atrapados en un derrumbe en una zona prácticamente despoblada, pues en 7,000 km2 a la redonda sólo había unas 20 casas, por lo que sus posibilidades de ser auxiliados eran muy pocas. Ante la situación, se arriesgaron a caminar utilizando un saco de dormir como trineo. Después de un día y una noche de caminata, Jennifer se encontraba exhausta al igual que el pequeño, por lo que debieron refugiarse en una cueva.

James entendió que sus esperanzas de sobrevivir eran cada vez menos, por lo que pensó que la mejor opción era seguir solo en busca de ayuda. Así, caminó un día entero en medio de una tormenta que empeoraba, pero para su fortuna se encontró con unos trabajadores que intentaban abrir un camino a través de la nieve. Tras narrarles su historia, ellos llamaron a las autoridades y éstas pudieron rescatar a su mujer y a su hijo.

Perdidos en el Amazonas.

Sobrevivientes Yossi Ghinsberg y Kevin Wallace.
Año 1992.

Vivir una aventura inolvidable era lo que deseaban Yossi Ghinsberg, un joven israelí de 22 años de edad; Kevin Wallace, de 29 años, y el suizo Marcus Stamm, de la misma edad, quienes se encontraban en La Paz, Bolivia.

Los tres querían adentrarse en el Amazonas y explorarlo, para lo que contrataron al guía Karl, un geólogo australiano que aseguraba conocer bien la zona. Después de una semana de trayecto los jóvenes comenzaron a sospechar que se encontraban perdidos y decidieron pedirle a Karl que los llevara de regreso; sin embargo, el guía se empeñó en continuar la expedición a pie. Dos días después, admitió su error y les dijo que, aunque peligrosa, la única forma de volver a la civilización era a través del río, por lo que construyeron una canoa.

Pero antes de abordarla, Karl advirtió que por su fragilidad la canoa no soportaría el descenso, pero Yossi y Kevin ignoraron su recomendación, mientras Marcus prefirió quedarse con el guía -nunca más se supo nada de ellos-. Los dos jóvenes comenzaron el descenso, luego de varios días ya estaban deshidratados y exhaustos, y así debieron enfrentar los rápidos del río. Sin que pudieran evitarlo, éste los llevó al Cañón de San Pedro. La pequeña embarcación se despedazó ante su impacto con una roca y Yossi y Kevin cayeron al agua; sólo el segundo logró afianzarse a unas ramas mientras Yossi fue arrastrado río abajo a decenas de kilómetros. Cuando éste pudo recuperarse, comprendió que estaba solo y que sus posibilidades de supervivencia eran mínimas. Con los días su situación empeoró, gran parte de su cuerpo había sido picada por mosquitos y las heridas que sufrió al ser empujado por la corriente se infectaron, por lo que sólo podía avanzar a gatas. Tres semanas después de alimentarse de raíces y frutos, y ya sin esperanzas, fue rescatado por Kevin, quien nunca había dejado de buscarlo.

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