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Opinión

14 de Febrero de 2022

Columna de Alvaro Peralta: Los muertos, las pequeñas historias y los medios hoy

Columna de Álvaro Peralta

Lejos de la pirotecnia de la primera plana también pasan cosas que nos pueden ayudar a entender el mundo. Si nadie lleva la cuenta de aquello, corremos el riesgo de quedarnos sin una parte importante de nuestra memoria.

Álvaro Peralta Sáinz
Álvaro Peralta Sáinz
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Podríamos decir que existe un consenso en que las noticias importantes nunca faltan. O como decía Marcelo Bielsa, “siempre pasa algo”. Por lo mismo, siempre hay cosas dignas de estar en la primera plana de los diarios, sitios de internet y notas principales de los noticiarios de radio y televisión. Covid, Piñera, Boric, la Convención Constituyente, la Macrozona Sur (y la norte también), los campamentos, Rusia y Ucrania, Perú y sus presidentes, la selección chilena tratando de clasificar al Mundial, Nicaragua, el nuevo gabinete… la lista es más que larga. Es cierto. Y también es cierto que vale la pena poner atención a esos temas.

Sin embargo, uno no sólo vive en vigilia de los grandes acontecimientos aún cuando muchos de ellos pueden influir directamente en nuestras vidas. Lo que pasa es que también hay otros espectros, otra categoría de contingencia. Más acotada, referida a nuestros propios territorios y vidas. Pequeñas historias, pero también importantes. En lo personal siempre me han atraído esas pequeñas historias y por añadidura he preferido y valorado a los medios que, cada vez que se les da la oportunidad, salen un momento de palacios de gobierno, edificios de tribunales, comisarías o bolsas de comercio para ir a rincones de la ciudad donde también pasan cosas. Más simples, tal vez más opacas que lo que va a titulares, pero que a la larga también cuentan. O eso al menos, es lo que creo yo.

Hace algunas semanas murió el periodista y documentalista Daniel Osorio, quien alguna vez colaboró con The Clinic. Como  siempre pasa en estos tiempos, la noticia corrió por redes sociales. Amigos, conocidos e instituciones en las que trabajó expresaron sus sentimientos de manera virtual. Se dieron las indicaciones de su velatorio y funeral, además de por supuesto recordarse muchas historias que involucraban al difunto. Todo a través de Twitter, Facebook e Instagram.  Sin embargo, en los pocos medios tradicionales que van quedando en el país, nada de nada. Ni una mísera caluga, como se señala en jerga de prensa escrita a un recuadro pequeño. Es cierto, no somos un país con tradición de obituarios y necrológicas. Y es una pena, porque en el caso de Osorio me parece que habrían sobrado voluntarios -algunos muy talentosos- para escribir al menos unas líneas.

Muchos meses atrás murió Carlos Crasso, ese tipo alto y barbón que durante décadas se paseó por los cafés del centro y Providencia ofreciendo hacer un retrato a cambio de algunas monedas. Una vez más, la noticia apareció por las redes sociales y así como llegó se fue. Busqué los días siguientes alguna mención en la prensa, una foto, una cita; pero no hubo nada.

En los pocos medios tradicionales que van quedando en el país, nada de nada. Ni una mísera caluga, como se señala en jerga de prensa escrita a un recuadro pequeño. Es cierto, no somos un país con tradición de obituarios y necrológicas. Y es una pena, porque en el caso de Daniel Osorio me parece que habrían sobrado voluntarios -algunos muy talentosos- para escribir al menos unas líneas.

Otro protagonista de su pequeña gran historia fue Ricardo Covarrubias, más conocido como el Loco Covarrubias, quien durante ya no sé cuántos años pululó por los patios del Campus Oriente de la Universidad Católica y luego el Campus San Joaquín. Era ex alumno de la misma institución y el mito urbano contaba que una hermana pagaba religiosamente al final de cada mes lo que el Loco consumía en sus diarias visitas al campus, donde solía hablar y hablar en el patio sin nunca ingresar a una sala. Bueno, Covarrubias murió el año pasado y su historia sólo se pudo armar y rememorar a través de lo que varios ex alumnos de la Universidad Católica comentaron en sus redes sociales. ¿Una columna dominical por Covarrubias, una ilustración, una cita? La verdad es que pareciera ser mucho pedir para los medios y sus grandes historias.

Pero no solo el fallecimiento de ciertos personajes de la ciudad es algo que los medios suelen ignorar. Pienso en la cantidad de historias y personajes que desparecen cuando la picota cae sobre pasajes y calles completas para luego construir nuevos edificios. Ahí seguramente quedan, bajo el polvo, un montón de historias de vecinos que se querían y odiaban, del boliche de la esquina, de las pichangas en la calle y quizás qué más cosas. Lo mismo pensé cuando -casi de casualidad- me tocó caminar hace poco por la calle Guillermo Mann y contemplar la parte trasera del Estadio Nacional, donde ya no existen las canchas que los mismos vecinos del estadio usaban a veces simplemente saltando la reja y tampoco existe el diamante de béisbol, lugar donde alguna vez hubo un atentado explosivo que dejó un muerto y donde sobre todo en la última década muchos inmigrantes venezolanos encontraron un espacio vital para sentirse en casa jugando béisbol y compartiendo con sus compatriotas al menos una vez por semana.

En la misma línea está lo que ha sucedido con los restaurantes de todo tipo que han cerrado a causa de la pandemia y sus restricciones. Los medios -y los que cubrimos ese sector también, así que me incluyo- hemos sido bastante constantes en dar cuenta de cierres de locales emblemáticos en Providencia o Vitacura. Sin embargo, poco y nada se ha hablado acerca de esos locales anónimos que vendían colaciones para oficinistas en distintos puntos de Santiago o esos bares obreros de sectores más populares y que fueron los primeros en bajar sus cortinas. Seguramente ahí también habían historias de coperos, maestras de cocina, sangucheros y garzones; pero nadie les fue a preguntar nada. Otra vez, las pequeñas historias de la ciudad se van perdiendo y a nadie parece importarle demasiado.

Lo mismo pensé cuando -casi de casualidad- me tocó caminar hace poco por la calle Guillermo Mann y contemplar la parte trasera del Estadio Nacional, donde ya no existen las canchas que los mismos vecinos del estadio usaban a veces simplemente saltando la reja y tampoco existe el diamante de béisbol.

Algunos dirán que las pequeñas historias de personas o lugares -en Santiago, Iquique, Castro, Tomé o Palena; eso da lo mismo- no tienen tanta importancia como para aparecer en los medios. ¿La verdad? Yo creo que son importantes para construir nuestra propia identidad y sobre todo la memoria. Porque cuando uno quiere saber algo que ya pasó muchas veces la diferencia la hace ese archivo de prensa que se encuentra y que de alguna manera nos permite viajar en el tiempo en busca de esa historia y de lo que intentamos entender con ese ejercicio.

A modo de ejemplo pienso en esa señora delgada y pequeñita que hasta antes de la pandemia solía pasar caminando diariamente por Providencia. Algunos decían que iba desde El Golf hasta la Vega Central. Siempre caminando rápido, siempre muy bien vestida y siempre en silencio sin hablar con nadie. Por ahí pude averiguar que su nombre es Anita Rojas y que en su juventud fue secretaria. ¿Estará viva? No tengo idea. Sería penoso que desapareciera sin dar una entrevista, sin que nadie le haga un perfil… como tantas veces ha pasado.

Poco y nada se ha hablado acerca de esos locales anónimos que vendían colaciones para oficinistas en distintos puntos de Santiago o esos bares obreros de sectores más populares y que fueron los primeros en bajar sus cortinas. Seguramente ahí también habían historias de coperos, maestras de cocina, sangucheros y garzones; pero nadie les fue a preguntar nada.

Algo parecido me pasó el año pasado con las casonas que se demolieron en la avenida Andrés Bello. ¿Quién las construyó, quiénes las habitaron? Nada se sabe y ahora todo lo cubre el polvo. Tal vez pedirle a los medios poner atención sobre estas historias mínimas ya no vale la pena y no queda otra que apoyarse en las redes sociales y lo que escribe la gente en torno a estos temas. Puede ser una salida. Tal vez.

Sin embargo, me sigue penando no solamente ese escritor y observador agudo y profesional detrás del texto, sino también el posterior archivo donde irán a parar todos esos escritos o -por qué no- registros. En un país con tantos muertos que no se han encontrado y tantas historias que se han callado, creo que no vendría mal poner más atención a eso que no brilla tanto, que no suena, que no involucra a miles de personas y que no tiene que ver con millones de dólares. Las pequeñas historias de cada día, que al final, arman nuestra gran historia.

*Álvaro Peralta es cronista gastronómico. Autor de “Recetario popular chileno” (2019) y “25 lugares imprescindibles donde comer en Santiago” (2016).

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