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Opinión

21 de Agosto de 2013

El loco del cerro

Una vez vi a unos hombres de blanco a los pies del Cerro Blanco, cerca del psiquiátrico, en Recoleta. Lucían cómicos y excitados y ejecutaban movimientos extraños. Luego de observar un rato y descartar que estuvieran jugando al pillarse y debido al tono de sus gritos y caras de afligidos, me di cuenta que trataban […]

Germán Carrasco
Germán Carrasco
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Una vez vi a unos hombres de blanco a los pies del Cerro Blanco, cerca del psiquiátrico, en Recoleta. Lucían cómicos y excitados y ejecutaban movimientos extraños. Luego de observar un rato y descartar que estuvieran jugando al pillarse y debido al tono de sus gritos y caras de afligidos, me di cuenta que trataban de alcanzar a un interno del psiquiátrico que está ahí cerca y que se había fugado.

La presa no era nada fácil para los cazadores, paramédicos con sobrepeso que le hacían el día y le daban flor de entretención a algunos escolares del Valentín Letelier y el Gabriela Mistral que cimarreaban de lo lindo y que, imagino, ellos homologaban con la torpe policía representada como un monstruo de serie japonesa de la época.

Corrían afligidos los paramédicos, y otros apuntaban con el índice al hombre que trepaba con fuerza y desesperación de loco cerro arriba. Los escolares bajo en el faldeo verde del cerro en Avenida Santos Dumont eran una verdadera hinchada primaveral a favor del prófugo, al que vitoreaban, ¡aguante Spiderman!; ¡Éjale David Gahan, enjoy the silence, hermanooo!, porque había un clip en donde sale David Gahan, vocalista de Depeche Mode, vestido de rey con una silla de playa recorriendo unos cerros desolados.

Los pingüinos, con las camisas infladas por el viento de septiembre y los jumpers cortitos de las palomitas blancas de pelo espectacularmente negro y liso, todos cagándose de la risa como si el toro hiciera de una buena y liberadora vez un anticucho con el torero. Lo mismo ellos cuando huían de la policía. Era algo similar a cuando se metía un pájaro y alteraba el orden de ese horrible lugar que es una sala de clases con un profesor que dictaba o hacía que copiaran del pizarrón mientras él leía una playboy cubierta con un periódico. Pero hablábamos de un príncipe.

Quien tenga un amigo psiquiatra o que trabaje en algo relacionado, les explicará por qué les dicen así a los locos en la jerga de los psiquiatras y paramédicos. Tienen algo principesco y todos se parecen un poco a Baudelaire, por eso uno se engrupía cuando era más incauto y hasta los abordaba llevándose alguna decepcionante inmundicia. Por mi parte, de lejitos, que me ha tocado conocer de cerca a varios. Pero como veo que acaban de florecer brutal, demente y rokhianamente los aromos en la ruta 68 y se han infiltrado un par de días de primavera en este invierno, me acordé de esa imagen de libertad. Un loco aprieta cueva cerro arriba como el dionisíaco Raimundo Contreras que baila empelota, como en el poema El Descurbrimiento de la Alegría de Rokha. Cito: “Raimundo… con Pancha arruinándole a culazos… lo mismo que golondrina salvaje en los cementerios de la porquería… hermosa y babosa ella… como dios borracho hasta la cacha”.

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