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Opinión

25 de Agosto de 2013

Un pájaro en la marcha gay de Montreal

  El día domingo 19 de agosto recién pasado se acaba de realizar la marcha del Orgullo Gay en la ciudad de Montreal. Este evento cierra una semana dedicada exclusivamente a la cuestión homosexual en todas sus variantes, siendo un espacio no sólo marcado por el atractivo turístico –que ya es bastante intenso por estos […]

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El día domingo 19 de agosto recién pasado se acaba de realizar la marcha del Orgullo Gay en la ciudad de Montreal. Este evento cierra una semana dedicada exclusivamente a la cuestión homosexual en todas sus variantes, siendo un espacio no sólo marcado por el atractivo turístico –que ya es bastante intenso por estos lados– sino también por una serie de actividades que promueven los derechos homosexuales a nivel político, activista y cultural.

Sin embargo, esta oportunidad estuvo profundamente marcada por los recientes sucesos de homofobia y violencia promovida institucionalmente por el gobierno ruso de Vladimiro Putin; razón por la cual el día martes se realizó una velatón frente a la embajada rusa en Montreal como rechazo a sus medidas y expresiones de represión homosexual.

Que estos dos hechos, uno de inclusión y otro de intransigencia, coincidan en dos países relevantes para el concierto internacional como Canadá y Rusia no deberían pasar desapercibidos. Nos recuerdan que ya se trate de homosexualidad en este específico caso, la noción de los derechos humanos en el mundo es una “extravagancia”, un “lujo” en primer lugar bastante nuevo y en segundo lugar escaso.

Con esto quiero señalar que antes de los Juicios de Núremberg llevados a cabo en 1947, no existía una jurisprudencia a nivel mundial que pusiera en boca la legitimidad para reclamar atropellos hacia un grupo humano. En consecuencia, si existe al menos un concepto que aluda a su defensa este no tiene más de 70 años.

En esto pensaba cuando desfilaban ante mí asociaciones de padres homoparentales con sus hijos, padres de hijos transexuales, agrupaciones de transexuales de Montreal, y una larga lista de agrupaciones locales que prestan servicio a la comunidad desde asistencia a yonkis y enfermos de VIH/SIDA. En una región como Quebec, que creció bajo la influencia de oleadas de inmigración es difícil sentir qué es realmente propio. Más allá del francés como lengua oficial, la experiencia de habitar esta ciudad te enfrenta a la sensación de que lo que realmente te une a los otros es ese sentimiento de haber vivido experiencias de rechazo o violencia en tu país de origen.

Sin duda eso transforma a la gente, de alguna manera la palabra tolerancia pasa a segundo plano cuando aprendes que los matices se hallan incluso en tu propia comunidad. Suelo ejemplificar este punto con aquellos que gustan del sexo S&M o sadomasoquismo –el que particularmente admiro. A pesar que mis exploraciones sexuales no han llegado tan lejos en esta materia he podido comprender que detrás de tanto fetichismo al cuero, cuerdas y cuanto accesorio existe para la sumisión y la dominación, que lo que hay detrás es una forma más de comunicación entre humanos en donde el punto de partida es el viejo y clásico “mete y saca”, y las emociones y sentimientos la Tabula Rasa de nuestro comportamiento emocional.

Toda esta descripción no tendría sentido ni se diferenciaría mucho de otras marchas que he visto en ciudades como ciudad de México o Estocolmo si no fuera por la especial compañía de un amigo cubano, quién en estos momentos tramita sus documentos para solicitar su residencia como refugiado del régimen castrista. La vida ha sido un poco dura con mi amigo “Pájaro”, como se suelen autonominar los homosexuales en el país de José Martí y Reinaldo Arenas. Huérfano desde la edad de 12 años, tempranamente asumido homosexual, el Pájaro fue seleccionado en una dura competencia para representar a Cuba en un congreso para la lengua francesa, desde ese evento llevado a cabo en Montreal hace ya un año el Pájaro nunca más regresó a la isla. Con mucho sarcasmo mi amigo cubano me dice en medio de la marcha: —Es que las pájaras hemos progresado mucho en la isla, hace diez años éramos una fila de seis locas, ahora alcanzamos a seis metros de manifestación. Aludiendo de esta manera con sorna a la fuerte represión hacia los homosexuales que ha caracterizado al gobierno de los hermanos Castro.

Sonará a crítica a la izquierda política latinoamericana, y técnicamente sí lo es, ya que el macho alfa, chascón y revolucionario se construyó sobre el abuso y desprecio de otras formas de disidencia y resistencia. Al menos en Chile, no fue hasta que Sebastián Piñera colocó hábilmente una pareja de homosexuales en su campaña presidencial cuando terminó por derrocar esa ya lánguida y aburrida felicidad que nos trajo el No contra Pinochet. Lo que no significa que me fie de la creciente fascinación que los gobiernos neoliberales demuestran hacia lo que he venido a llamar el “buen homosexual”, aquél cuya imagen deslavada, blanca y profesional se asemeja más a un militante de la UDI o un yuppie criado en Boston.

Regresando a la marcha gay de Montreal, yo diría que uno de los momentos que me erizó la piel fue un sorpresivo silencio en medio de la parada que se extendía por todo René Lévesque, la avenida más larga de la ciudad.

Sorpresivamente se callaron bubucelas, pitos, djs y cornetas, y las locas que se zangoloteaban como libélulas bajaron sus alas para hacer un minuto de silencio por todos quienes han muerto por la represión social o la peste del VIH. Por un minuto el centro de Montreal se volvió un silencio absoluto. Recordé mis propios mártires, mis amigos y amigas que han muerto por VIH. Recordé a Daniel Zamudio, no sé por qué. Si ya ese momento me pareció dramático, mi amigo, el cubano, refractario a los momentos cursis, me anunció lo que se venía diciéndome: —Ahora se viene lo más bonito. Escuché como la marcha recuperaba su sonido en un grito colectivo que avanzaba desde muchas cuadras atrás, como una avalancha de alegría, era una ola de sonido en donde la marcha recuperaba la voz y el jolgorio al que también me sumé. Fue como vomitar mariposas que salieron de mi guata acumuladas por años, como pupas que se refugiaron dentro de mí por temor a la incomprensión.

Conocido es el dicho que indica que no existe el lugar ideal para vivir. La segunda parte asociada a esta simple reflexión es que el lugar ideal se lo construye uno mismo. Esto personalmente lo he aprendido de personas como el Pájaro, quién como todo exiliado le guarda un profundo cariño a esa isla perdida en el mar caribe llamada Cuba. Con todo lo que ha vivido el Pájaro creo que aprendió que la vida es una jungla espesa en donde sobrevives agudizando tus sentidos al máximo.

Con el fin de la marcha gay de Montreal prácticamente se despide el verano, en pocas semanas más retirarán las guirnaldas que adornan el Gay Village y todo volverá a aquella calma que inicia con el año escolar en el hemisferio norte.

Regresé a casa ya de noche, cicleteando y riéndome de las últimas palabras del Pájaro antes de despedirnos: –Por fortuna existen seis meses de duro invierno en esta ciudad ¿Te imaginas cómo sería si tuviéramos verano todo el año? Ay, madre mía, no quiero ni pensar tanta lujuria y libertad para mí solito

¡Salúdame a Putin de mi parte!

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