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Opinión

12 de Septiembre de 2013

El fantasma de Guzmán recorre la UDI

* La agenda noticiosa nacional de las últimas semanas ha estado copada por las tribulaciones que afectan a la derecha política, urgida por la necesidad de nominar a su candidato para la elección presidencial de noviembre de este año, que enfrentará a la candidata de la Nueva Mayoría, Michelle Bachelet. Tal situación, de por sí […]

Verónica Valdivia Ortiz de Zárate
Verónica Valdivia Ortiz de Zárate
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La agenda noticiosa nacional de las últimas semanas ha estado copada por las tribulaciones que afectan a la derecha política, urgida por la necesidad de nominar a su candidato para la elección presidencial de noviembre de este año, que enfrentará a la candidata de la Nueva Mayoría, Michelle Bachelet. Tal situación, de por sí compleja considerando el historial de las relaciones entre Renovación Nacional y la UDI, se ha visto complicada por las sucesivas candidaturas levantadas por el gremialismo y la derrota de Andrés Allamand. La opción primera por Laurence Golborne y su destitución, el triunfo de Pablo Longueira en las primarias y su posterior retiro, y ahora Evelyn Matthei. Desde la derrota de Andrés Allamand, la posición de RN, dentro de la Alianza, ha quedado debilitada, subordinándose una vez más a su compañero de coalición. Desde 1989, de un total de seis elecciones presidenciales, en cuatro oportunidades la UDI impuso su candidato/a a esa alianza.

Esta historia comenzó en los años sesenta, cuando Jaime Guzmán se propuso crear una nueva derecha, criticando descalificadoramente a la “vieja derecha”, entonces representada por el Partido Nacional, del que proviene Andrés Allamand y parte de RN.

La UDI es fruto del diagnóstico de Guzmán respecto del fracaso de Jorge Alessandri y de la debilidad de la derecha histórica, los que atribuyó a su estilo cooptativo, incapaz de defender sus principios, transando con las propuestas de sus adversarios, estilo que había derivado en una derrota ideológica. Se propuso volver competitiva política y electoralmente a la derecha, para lo cual necesitaba una propuesta y un nuevo estilo político, el que provendría del compromiso con dicho proyecto y su disposición a defenderlo a todo trance. Para ello, no solo se requerían ideas sino también un nuevo tipo de militante: profundamente compenetrado con el proyecto y disciplinado. Guzmán formó y le dio una identidad a la militancia UDI, perfectamente ordenada detrás del proyecto neoliberal-autoritario, contenido en la reformada Constitución de 1980.

Guzmán era un animal político. Su gran virtud fue su capacidad de imbuirse en la guerra política contra la Unidad Popular, sin perder nunca de vista el imperativo proyectual. El nuevo derechista debía contar con un proyecto, fe y disciplina. ¿Era esto sinónimo de inflexibilidad total? Si se trataba del núcleo programático, sí, pero no si lo reformable era algo menos importante, como lo demostró su rechazo a las reformas constitucionales de 1989 y, contrariamente, su negociación con la Concertación para colocar a Gabriel Valdés en la presidencia del Senado en 1990. Con ello, sacó a Jarpa y logró la vicepresidencia del Senado, la 2ª. Vice presidencia de la Cámara de Diputados, como la presidencia de cuatro comisiones parlamentarias, incluidas las de Hacienda y Defensa, claves en la defensa de la “obra” del régimen. Como afirmaba Julio Dittborn “duros en lo que entendemos es la defensa de principios y flexibles en lo que parece transable”.

RN, en cambio, es una mixtura de distintas derechas: algunos ex militantes del Partido Nacional; nacionalistas, miembros del MUN, ex demócratacristianos, funcionarios de la dictadura. Aunque el llamado a la unidad lo hizo Allamand, el programa político de RN fue el de la UDI: RN asumió la economía de mercado y el autoritarismo, núcleo del proyecto dictatorial. La salida de la UDI de RN en 1988 fue por su lealtad a Pinochet y por la rivalidad en la hegemonía del sector. A pesar de que RN terminó sumándose al SÍ, fue incapaz de oponer un competidor a Hernán Büchi, ex ministro de Hacienda del régimen. Es decir, RN nunca se constituyó en una alternativa proyectual distinta, una derecha liberal, a pesar de su disposición a hacer reformas a la Constitución, pues en su interior coexistían/en distintas visiones políticas y apegos a la dictadura, y diferentes sistemas valóricos. RN carece de un núcleo unificador, como lo demostró la incapacidad de Allamand de ordenar a sus parlamentarios detrás de acuerdos tomados por el partido durante los años noventa. Aunque en la UDI también existen opiniones divergentes en materias valóricas, a la hora de actuar políticamente, lo hacen homogéneamente. RN, no.

A nuestro criterio, ha sido el tipo de partido, ideológico/cuadros, lo que ha permitido a la UDI crecer electoralmente y defender el proyecto dictatorial, que es su objetivo último. Por eso, todos sus candidatos presidenciales han sido convencidos neoliberales y más cercanos que distantes de Pinochet. Sostenemos que la elección de candidatos que ha hecho la UDI no ha respondido solo a potencialidad electoral, sino a su convicción neoliberal: Büchi, Alessandri, Lavín, Golborne, Longueira, Matthei, perfectamente alineados en el credo. Ello puede ser recubierto con diversos maquillajes: “apoliticismo tecnocrático” (Büchi), populismo “cosista” (Lavín), simpatía mesocrática (Golborne), derecha popular (Longueira), una fémina deslenguada (Matthei), pero todos convencidos de las bondades del mercado y defensores de ese modelo hasta el final. Büchi, Lavín y Matthei, economistas; Longueira, ingeniero, Lavín, uno de los cerebros de la Página Económica de El Mercurio, en los setenta; Golborne, ingeniero de la PUC, empresario, gerente general de Cencosud. Por su credo, rechazan la idea de una nueva Constitución, porque en la de 1980 está asegurado su proyecto, la imposibilidad de cuestionar al mercado, el derecho de propiedad privada, y el individualismo, pilar de la atomización social y la “despolitización”.

En el entender de la UDI, en RN no existe tal compromiso, como lo demostró el acuerdo de Carlos Larraín con la DC para modificar el sistema binominal, una de las principales armas del pinochetismo para impedir el desmontaje del proyecto derechista/dictatorial. Para la UDI, tanto Allamand como las fracciones en RN hacen dificultoso un compromiso serio con decisiones fundamentales. Lo imponderable puede ocurrir, como sucedió en el Consejo General de 2005, cuando en lugar de aclamar a Lavín, nominaron a Piñera. Por eso, era imperativo controlar los desbordes de su compañero en la Alianza. La única forma era acorralarlo con una nueva candidatura, antes de llegar a consensos. Tal parece que la UDI cuenta siempre con un/a candidato/a ad hoc para cada situación: Golborne, supuestamente para enfrentar el carisma de Bachelet; Longueira para derrotar a Allamand y hegemonizar la coalición; Matthei para rivalizar desde el género. Tras esas opciones marcadas, supuestamente, por las encuestas, se esconde la convicción en un modelo económico-social, un pinochetismo solapado y una férrea disciplina.
El fantasma de Guzmán sigue reinando en la sede de la calle Suecia, y entre sus simpatizantes.

* Historiadora, académica Universidad Diego Portales

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