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Opinión

3 de Diciembre de 2013

Inclusión: algo más que la Teletón

El 3 de diciembre de este año no habrá Teletón. Ahí, entre la primera y la segunda vuelta, nos encontramos de frente con el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, casi como si estuviera planeado que las grandes empresas no estén donando a esta causa en un año electoral. Este año, por lo tanto, […]

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El 3 de diciembre de este año no habrá Teletón. Ahí, entre la primera y la segunda vuelta, nos encontramos de frente con el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, casi como si estuviera planeado que las grandes empresas no estén donando a esta causa en un año electoral. Este año, por lo tanto, no tendremos en las calles la sorpresa de darnos cuenta que convivimos en una sociedad con otros distintos y nos perderemos el espectáculo de una sociedad solidaria que, hasta no poder más, se consagra por unos minutos a entregarlo todo por el bienestar de la minoría más grande de Chile.

Pero quizás este 3 de diciembre sin el jolgorio festivo de la Teletón nos permita salirnos de los lugares comunes y volver a mirar a la discapacidad desde otro espacio, quizás desde uno que permita comprenderla en otras dimensiones (más allá de la sola rehabilitación o el drama familiar) y nos haga reflexionar sobre cómo nos estamos haciendo cargo como sociedad de un tema tan delicado como la inclusión y el bienestar de las personas con discapacidad. No es el objetivo de esta columna discutir la labor que realizar los centros de rehabilitación de la Teletón, que son capaces de cambiar de forma definitiva la vida de niños y jóvenes, sino otorgar una mirada crítica a cómo abordamos como sociedad el problema de la discapacidad.

En Chile hay más de 2.000.000 de personas que presentan una discapacidad y al menos dos datos sugieren que no nos estamos haciendo cargo de las problemáticas de fondo que les afectan: hoy sólo el 50% de las personas con discapacidad concluye la enseñanza básica y la cesantía para los que están en edad de trabajar alcanza un 90%, sin contar el lamentable 1% que logra acceder a un trabajo formal. La educación y el trabajo, dos áreas fundamentales para el desarrollo de nuestras vidas, parecieran ser más un problema que una ayuda más más de 2.000.000 de chilenos.

El problema más profundo detrás de esta situación es que no hemos logrado revertir una manera de pensar que aún se maneja en nuestras políticas públicas. En la década de los 40 la discapacidad era entendida en el mundo como una condición que padecía un individuo, que debía ser superada o disminuida, como única vía para la integración. Así, el parámetro de parámetro de normalidad era la frontera entre el “ser parte” o quedar excluido según las condiciones de cada cual. Hoy, sin embargo, los Tratados y Convenciones Internacionales dan cuenta de un nuevo enfoque que considera las discapacidades individuales en relación con las barreras del entorno y cuyo resultado es la inclusión/exclusión social. Esto significa que nosotros mismos, como sociedad, somos los que creamos barreras que impiden que todos podamos desarrollarnos por igual. Ejemplo: hoy habría en Chile menos discapacitados si el transporte público fuera de acceso para todos, y no sólo para algunos. Este enfoque, que implica un cambio en la manera en que hacemos políticas públicas, traslada la mirada desde el individuo que “padece”, a la sociedad como co-responsable de esta exclusión.

Trabajar y educarse, entonces, será una tarea de todos y todas. En este nuevo enfoque la existencia de un sistema educativo exclusivamente (o excluyentemente) hecho para las las personas con discapacidad no debiese existir. Los más de 100.000 niños que hoy asisten a la educación especial debiesen estar participando en las escuelas regulares y los miles de desempleados producto de una discapacidad estar integrados en las empresas o en el Estado por medio de cuotas, como sucede ya en la totalidad de los países de Latinoamérica. Esta mirada implica un salto cualitativo al aceptar que en la mayoría de los casos las personas quedan fuera del sistema educacional y laboral, no en función de su discapacidad, sino de las barreras que el entorno genera a partir de ella.

Lo que urge entonces es un cambio cultural que bien sabemos no se provocará por autogeneración, sino que debe ser impulsado, provocado e intencionado. Una de las formas de intencionarlo, es el impulso de medidas concretas de acción positiva en educación, empleo y salud, acompañadas de un trabajo con la ciudadanía que haga comprender a la inclusión no como un tema que atañe a las personas con discapacidad, sino a todos y todas sin excepción.

Este año, sin la Teletón, podemos hacer una gesta más grande: comprender que ya llevamos demasiado tiempo haciéndonos los tontos con las murallas que creamos entre nosotros mismos. Esa comodidad de construir murallas, que es propia de nuestra amada racionalidad, no será fácil de cambiar. Necesita de liderazgos fuertes que logren posicionar el tema en la agenda y que nos congreguen una vez al año, no a cumplir metas y millones, sino a correr las fronteras de lo que hoy consideramos como posible en nuestra sociedad y a reclamar que esta exclusión no la queremos tolerar.

Romina Bajbuj Repetto
Carlos Figueroa Salazar

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