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Opinión

3 de Enero de 2014

Editorial: Mensaje de Año Nuevo

“Las gentes creían que Francisco José sabía menos que ellos porque era mucho más viejo. Pero, quizás sabía más cosas que muchos de ellos. Veía cómo el sol se ponía en su imperio, pero nada decía. Sabía que él moriría antes de que desapareciera su imperio. A veces se hacía el ingenuo y se alegraba […]

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“Las gentes creían que Francisco José sabía menos que ellos porque era mucho más viejo. Pero, quizás sabía más cosas que muchos de ellos. Veía cómo el sol se ponía en su imperio, pero nada decía. Sabía que él moriría antes de que desapareciera su imperio. A veces se hacía el ingenuo y se alegraba cuando le explicaban detalladamente cosas que ya sabía. Le gustaba confundir a la gente con aquella astucia tan propia de niños y viejos. Y se alegraba al ver la vanidad con que se probaban a sí mismos que eran más sabios que él. Ocultaba su sabiduría bajo la capa de la ingenuidad, porque no es digno de un emperador ser sabio como sus consejeros. Más vale ser ingenuo que sabio. Cuando iba a cazar, sabía bien que le ponían la caza al alcance de su escopeta y, a pesar de que hubiera podido tirar sobre otros venados, disparaba únicamente sobre los que se habían puesto a su alcance inmediato. Porque no es digno de un emperador demostrar que se da cuenta de un ardid y que sabe disparar mejor que un mortero. Si le contaban embustes hacía como si los creyera. Porque no es digno de un viejo emperador darse cuenta de que se están riendo de él; y mientras él no quisiera darse cuenta de ello, seguirían siendo unos necios los que así se rieran. Si tenía fiebre y todos se atemorizaban a su alrededor y su médico de cámara le decía para tranquilizarlo que no tenía fiebre, él solía responder: “entonces no hay por qué preocuparse”, a pesar de saber que tenía fiebre. Además, también sabía que no había sonado todavía la hora de su muerte.(…) Cuando le creían benévolo, era simplemente indiferente. Cuando le reprochaban su frialdad, era precisamente cuando mayor era su dolor. Había vivido lo bastante para darse cuenta de que es pura necedad querer decir la verdad. (…) Pero no es digno de un emperador discutir con gracioso y sabelotodos. Y callaba, pues, el emperador”.

Joseph Roth, La Marcha Radetzky.

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