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Mundo

1 de Febrero de 2014

El efecto Dalí, 25 años de su muerte

Vía ElPaís Sí, lo sé todo. Sé que a ratos es un pintor discutible, sé que fue demasiado complaciente con el régimen de Franco. Sé que es excesivamente popular y que puede resultar un poco excesivo. Sé que a los sofisticados les parece un horror y que a las masas las excita y las convence […]

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Vía ElPaís

Sí, lo sé todo. Sé que a ratos es un pintor discutible, sé que fue demasiado complaciente con el régimen de Franco. Sé que es excesivamente popular y que puede resultar un poco excesivo. Sé que a los sofisticados les parece un horror y que a las masas las excita y las convence sin pestañear -quedaba claro en las exposiciones de Paris y Madrid al contemplar a los visitantes mirando extasiados los detalles de cada obra, dibujados de manera pormenorizada, y discutiendo sobre sus significaciones con el mimo de los que comentan un asunto de familia.

Sé que lo hizo no del todo bien con Lorca, pero en cambio ninguneó, junto a Gala, como nadie a Breton -detalle que dice mucho a su favor. Incluso sé que si te gusta la “Modernidad seria” –tipo Duchamp o los Povera- no te puede gustar Dalí porque caes en una paradoja. No está bien visto. Así que igual no debería gustarme pero me fascina, me apasiona, me interesa, me descubre cada vez algo diferente sobre sus modos de plantear las cosas. Y me fascina pues, si nos ponemos a pensarlo un momento, es fascinante, igual que sus casas y sus puestas en escena: desde muchos puntos de vista es nuestra versión lexicalizada de la Modernidad. ¿Quién si no él y preludiando a Malcom McLaren, factotum del Punk, tuvo claro lo de “cash from caos”? En el fondo, ambos tenían mucho de performers, de proceso: el producto era lo de menos, por esta razón puedo mirar sin que se me mueva un pelo algunas de sus últimas obras un poco “por rutas imperiales”. ¿A quién le importa lo que pinte? Lo importante es lo que representa como puesta en escena.

Dinero del lío: en eso era imbatible Dalí, dicen todos los que le llamaron, junto con Gala, AVIDA DOLLARS. Cuando va a Estados Unidos y deja a la ciudad boquiabierta con su Sueño de Venus demuestra estar a la altura de una sociedad donde, decía Warhol, “comprar es más americano que pensar”. Aunque, seamos serios: el siempre admirado Picasso tampoco encarnaba el mito del artista romántico pobre y desamparado. Todo lo contrario. Lo cierto es que los grandes artistas del siglo XX dejan atrás el mito y se convierten en estrellas mediáticas (incluido Picasso, a pesar de que éste elija el disfraz de artista desenfadado con su camiseta de rayas).

Gala Eluard vio en seguida las posibilidades del joven de la risa histérica y, como ella tenía mucho de performer igual que el ampurdanés, Picasso y McLaren, plantó al marido, poeta mimado de los Surrealistas, y se largó con Dalí a hacer esa gran superproducción que fue la vida y obra de ambos.

Pero dejemos a un lado la importancia de Gala en el proyecto de Dalí –ella misma escritora del guión en numerosas ocasiones- que no obstante me parece enorme, ya que en este momento se rememora la muerte del marido: veinticinco años sin ese icono de la Modernidad. Mal que pese a algunos, el mundo moderno tiene mucho de los tics de los surrealistas y mal que pesara a Breton –quien le expulsó del grupo- Dalí simbolizaba muy buena parte de esos tics. No en vano anunció productos de consumo…. y decidió ser un producto de consumo él mismo. Sobre todo, Dalí supo inaugurar una figura muy popular en estos momentos: el artista como estrella mediática. Ahora que algunos llegan a la casa de subastas con sus propias obras bajo el brazo, desde luego como gesto radical chic y para tantos con cierto regusto warholita, resulta imposible no pensar en el camuflaje organizado por Dalí mucho antes y que antecedió a Warhol desde tantos puntos de vista. No en vano Makos los fotografiaba besándose en la boca en la foto mítica, robándose las almas si a alguno le quedaba aún alma en aquel encuentro neoyorquino.

Si Warhol simboliza la quintaesencia del “artista como actor”, si sus obras son en el fondo conceptuales porque el producto final es lo de menos y se vende caro no por lo que es, sino por la autoría que implica, Dalí representa junto con Duchamp la esencia misma del que resulta, en primer lugar, proceso. El segundo lo deja todo para ser ajedrecista con el fin de desaparecer; el primero lo hace todo para desaparecer a su modo también. Ambos son lo que el futuro va a esperar de los artistas, ser su propia obra, aunque Duchamp represente la anorexia y Dalí la bulimia –no en vano en Figueras, en el Museo Dalí, el museo portátil de Duchamp aparece indiscreto en un lugar de honor.

Así que Dalí se camufla tras los bigotes casi tanto como tras la pintura, llevando a cabo la gran obra maestra que supera a todas y que no es sino el relato mismo de su propia vida, llena de absurdo y de luminosidades. Ocurre con Warhol, su heredero indiscutible. La presencia de ambos es poderosa porque habla de nosotros, de nuestros aspectos más absurdos y luminosos en tanto modernos y da igual que no les guste a los sofisticados,que los vean como marionetas del éxito. Da igual que no sean aceptados por los que creen que el arte tiene un camino de una sola dirección -ser pintor o ser Duchamp. Si desde el Conceptual el arte es de estrategias a su modo irónicas, como demuestra la exposición de finales de los 60 en que no hay obras sino solo cartelas porque en el mundo sobran los objetos, ¿hay alguien más estratega que Salvador-Gala Dalí o Warhol? Ambos han abierto el camino para los gestos de las generaciones siguientes, esos gestos que, buscan más que asombrar, asombrarse desde su mascarada no sólo mediática.

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