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Opinión

30 de Mayo de 2014

De qué chucha viven los artistas

Vengo del funeral de un colega que yo había conocido hacía mucho tiempo y que de haber estado en buenas condiciones de salud mental tendríamos que haber sido amigos y hasta colaboradores. Obviamente no debía haberse muerto tan luego, pero sucumbió, en parte, creo, supongo, por la maldad institucional o porque no pudo resistir el […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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Vengo del funeral de un colega que yo había conocido hacía mucho tiempo y que de haber estado en buenas condiciones de salud mental tendríamos que haber sido amigos y hasta colaboradores. Obviamente no debía haberse muerto tan luego, pero sucumbió, en parte, creo, supongo, por la maldad institucional o porque no pudo resistir el horroroso Chile chaquetero, o simplemente porque la depre lo consumió, que es más o menos lo mismo. Aunque estas cosas son siempre relativas. Me imagino que ahora su obra será rescatada por sus discípulos que para eso están. El punto es que me bajó la angustia por mí mismo y por ciertos cercanos que no estamos tan lejos de sucumbir a la institución cultural, y he visto varios que han terminado como el hoyo, y no pretendo pasar revista a las víctimas. Lo concreto es que nos sobreviven burlescamente los funcionarios que nos/les han hecho la vida imposible, sobre todo aquellos(as) de los departamentos de cultura de los municipios y mucho apernado(a) que reciben sueldos fijos en diversas instituciones, llámense universidades u otros andamiajes pervertidos por la política y el chupapiquismo, y que necesitan validar aparatajes contratando por poca plata a estos sacos de huevas llamados artistas para justificar proyectos.

A mí me cargan los artistas, pero como todos tenemos derecho a un trabajo justo y a jubilar como Dios manda, se hace necesario regular la labor que ellos realizan en nuestras comunidades y en los distintos mercados e instituciones nacionales e internacionales. No son un sector muy importante de la economía, pero se supone que cumplen una labor simbólica que nuestra civilización promueve.

Me parece increíble que dada la institucionalidad instalada en el país con los gobiernos democratoides no exista una regulación de la pega que hacen estos trabajadores(as) de la cultura. Lo decimos por la gran cantidad de tropelías que se cometen en contra de ellos, incluso por organismos dependientes del Estado como los municipios y algunos ministerios (entre otras cosas, putas que se demoran en pagar a esos pobres proveedores, tanto que echamos de menos a Longueira que proponía suprimir esos pagos a 90 días).

Por supuesto que estamos hablando, sobre todo, desde los otros lugares, aquellos lejanos a la razón oficial, desde la provincia incluso en donde hay mucho artista que está a la deriva. No nos referimos a los artistas oficiales que han sido ungidos por ciertos aparatos políticos que los han utilizado como decorado programático o que son nombrados ministros o altos funcionarios, o que incluso son premiados con los agregadurismos culturales. No nos referimos a esa elite cuica de artistas. Recordemos que hay mucho artista de bajísimo nivel moral y que por lo tanto se vende a cualquier sistema de propuestas indecentes que provenga de promesas de estabilidad. También nos referimos a los actores y actrices de teleseries que son la jerarquía máxima de la calidad de pega, a nivel monetario, a la que puede aspirar un artista de esa rama de la producción.

En la provincia o en las comunas rascas, los artistas venden comida casera, incluso hamburguesas de soja y hacen pegas marginales. Yo mismo que soy un poco artista vendí mermeladas caseras. Lo clásico es la del profesor, ya sea de música, de lenguaje o de arte. También hay mucho dealer (sé de algunos colegas que están presos por traficar), muchos otros garzonean en bares y tugurios, algunos hacen emprendimientos inverosímiles, ligados a la agricultura o manualidades diversas, como las insoportables artesanías; otros simplemente maraquean en las ciudades puerto u otras. Una mínima cantidad trabaja en los municipios o centros culturales o en el Consejo de la Cultura. Incluso yo diría que son mal mirados en esos lugares. Los profesionales de las ciencias sociales y profesiones de ese nivel de bajeza les quitaron esas pegas a los artistas, tanto en los consejos regionales, como en los centros culturales. Hay sociólogos(as), antropólogos(as), sicóloga(os), abogados(as) e historiadores(as) copando un campo profesional que de otra manera no los acogería. Todo esto en desmedro de los artistas.

Es cierto que muchos de ellos(as) han hecho todo lo posible por no ser tomados en cuenta en esas estructuras administrativas, porque han sido poco responsables al realizar su trabajo de visibilidad y pertinencia de su productividad, porque muchos de ellos son tributarios del modo romántico de ejercer la pega, que es esa imagen torpe de la subversión rebelde, bohemia y drogadíctica, a sabiendas de que eso es un mito que los profesionales del campo intelectual se han encargado de oficializar, junto con el sentido común de izquierda y de derecha, para impedir la amplitud de su radio de influencia.

Son desechables, está claro, valen más cuando desaparecen. He visto a muchos que se han ido este último tiempo y eso nos angustia. He sido testigo de cómo se aprovechan de ellos las universidades y otras instituciones análogas, sobre todo por su falta de cálculo. Es insólito, insistimos, que exista una institucionalidad que no contemple hacerse parte o enfrentar el tema de sus necesidades como trabajadores, lisa y llanamente. Yo sé que este es un tema que la SECH está trabajando, así como otras ligadas al mundo de los actores y actrices; ojalá en este gobierno se llegue a algo concreto al respecto. No sólo por un tema de dignidad, sino porque habla muy mal del país que este maltrato sea tan estructural. Porque no se trata solamente de un tema de organización o asociatividad, también depende del aparato oficial. Recordemos que el mismísimo Neruda les dejó una herencia que no se ha hecho efectiva.

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