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Nacional

12 de Junio de 2014

Victoria Aldunate Morales, 42 años, terapeuta y comunicadora: “Le dije a mi mamá: no soy una asesina”

Entre 40 y 160 mil chilenas abortan cada año. Se trata de una práctica tan masiva, que es difícil que alguien no conozca a una mujer que haya abortado, ya sea periente o amiga. Para la sociedad chilena, esas mujeres son delincuentes y debieron pagar con cárcel. Igual que las cinco mujeres que aquí dan la cara y cuentan por qué abortaron. En su mayoría son feminista y los medios nos han acostumbrado a considerarlas criminales. Escuche sus razones.

Por

Victoria Salinas

Por Verónica Torres Salazar • FOTOS ALEJANDRO OLIVARES

“Aborté a los 25 años. Estaba estudiando en la Unión Soviética y quedé embarazada. Me falló el método y conversé con mi pareja, pero se asustó: no quería tener hijos. Y yo, la verdad, ni siquiera me lo había preguntado. Es que estaba descubriendo el mundo, viviendo en una revolución fallida, militando en un partido de izquierda y durmiendo en un conventillo soviético donde la pobreza era digna porque compartías el baño, pero tenías dinero para comprarte libros. Mis amigos eran hippies, punkies, disidentes de izquierda, exiliados chilenos y, también, tenía una amiga afgana que me habló por primera vez de posturas feministas. Con ellos me juntaba cada noche a arreglar el mundo.

Lo pensé bastante antes de abortar. Allá era legal y en el hospital te decían ¿usted va a dejarlo, o abortarlo? Recuerdo que habían unas estudiantes coreanas de medicina que al escuchar mi decisión se espantaron y soltaron un ¡oh, oh! a coro. Me sentí muy juzgada. Además, tenía miedo de morir. Honestamente, no estaba preocupada por el huevo. Me preocupaba mi vida, mi cuerpo. El día del aborto me recibieron unos enfermeros que me miraban con cara de “ah, llegó la putita chilena”. Esa fue la sensación que tuve porque se pusieron a cuchichear delante de mí. Yo entendía ruso así que los escuché decir “está rica la mina” y va a abortar, eso quiere decir que es “puta”, se puede con ella. Por suerte, apareció una enfermera que los mandó lejos. En la sala de espera había otras mujeres que venían abortar. Una de ellas me dijo “qué bueno que estás porque cuando hay extranjeras nos ponen anestesia”. Desperté llorando. Me sentía perdida sobre todo porque mi aborto fue comidillo en el partido donde militaba. Si hasta un dirigente fue a mi pieza a pedirme explicaciones de porqué había abortado. Lo mandé a la mierda. Ya tenía suficiente con romper con una pareja para que este tipo viniera a llevarme a control de cuadros. Además, yo sabía con quien me acostaba y por qué abortaba. Lo peor es que nada de eso me daba lo mismo. Ese es un cuento que uno se repite para sentirse mejor.

Si más encima mi papá me dijo años después “para qué abortaste, tenías la guagua y tú mamá la criaba”. Nunca entendí porque me dijo eso. La adopción no era una alternativa. Verdad que está lleno de gente que quiere adoptar guaguas pobres, mapuches o morenitas. Cómo voy a dar en adopción a una guagua sabiendo que tuve la irresponsabilidad de darle la vida y que ahora puede estar siendo maltratada. Ni siquiera sería capaz de abandonar a un perro. Yo sé que hay gente que piensa “si le quitaste la vida”, pero creo que nosotras tenemos derecho a definir cuándo ejercemos la maternidad. En los talleres que hago conversamos con las mujeres sobre por qué parimos. Y hay un gran porcentaje que no parió porque quiso. La mayoría parió porque todo el mundo se embaraza, porque no pudo abortar, porque así él se iba a quedar con ella, o porque tenía la fantasía de ser como esas mamás jóvenes que salen en los avisos de Omo. Pero tengo amigas que no quieren parir porque su vida tiene que ver con otra cosa. Por eso, no me trago el discurso de la vida. A todo el mundo le da pena un gatito abandonado, una guagua, un pobre viejito, pero a cuánta gente le da pena la vida de las mujeres ¿cuántos dicen pobre mujer que tiene que andar con la guagua? Una vez me topé con una mujer que le pegaba a su hijo. Yo le dije que no lo hiciera y se puso a llorar. Conversamos, entonces, me dijo angustiada “todos los días me levanto a las seis de la mañana, y traigo al niño al jardín, y él no quiere quedarse, me hace escándalo y llego atrasada a la pega, y el papá es un huevón de mierda que no hace nada”. Pero nadie se pregunta por la calidad de vida que tiene ella. Todos tienen el dedo juzgador para decir “cómo le pega al niño”. Antes, mi mamá decía que las mujeres que abortaban eran asesinas, pero a mi regreso yo le dije: “mamá, yo no soy una asesina”. Ahora, no sé si está a favor del aborto, jamás lo hemos conversado, pero una cosa está clara: ya no juzga.

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