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Cultura

15 de Julio de 2014

Crítica: Episodios en las vidas de piojos

Son lo más bajo de lo más bajo. Viven dentro de jaulas. Son parásitos. Las sobras de una fiesta, challa pisoteada. Laura, Santos y Omar, el huérfano, viajan todos los años, todos los días, siempre, adjuntos a una caravana carnavalesca, sin ser parte de ella, mofados e insultados, buscando nidos, casas y cosas ajenas, armando […]

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Son lo más bajo de lo más bajo. Viven dentro de jaulas. Son parásitos. Las sobras de una fiesta, challa pisoteada. Laura, Santos y Omar, el huérfano, viajan todos los años, todos los días, siempre, adjuntos a una caravana carnavalesca, sin ser parte de ella, mofados e insultados, buscando nidos, casas y cosas ajenas, armando hogares de paso porque así es la vida. Piojos que saltan de cabeza en cabeza. Una niña se suma al grupo hacia el final de la novela, una niña que bien podría ser una santa, o una puta, o ambas.

Matías Celedón (Trama y urdimbre, La filial) es un escritor en permanente búsqueda de la palabra adecuada, de la palabra que hace su trabajo como ninguna otra lo haría. Su anterior novela no debe de haber sobrepasado las 400 palabras. Su obra pone el acento en lo no dicho, lo que se hace presente porque está ausente. La orden que Celedón le da al lector es sencilla, pero a la vez compleja y eterna: “llena tú los vacíos, lector, llénalos con lo que tengas a mano, con lo que te haya pasado o se te ocurra, porque yo no lo voy a hacer”.

Sus libros, a pesar del laconismo, un estilo que parece estar tan de moda entre los escritores jóvenes de este país (y del mundo), no se hunden, al contrario, flotan desafiantes, porque consiguen conjurar lo inquietante. Y Buscanidos no es una excepción: “Omar lo vio trizar la cáscara con una piedrecita. Luego derramó las yemas sobre la pechuga. Lamió la clara a medio cuajar; Santos supo aprovechar toda la carne, hurgando con sus dedos, toda la cara embetunada, escarbando con su lengua el esqueleto vaporoso hasta que sólo quedó el pellejo”. Una imagen del hambre que perfectamente podría ser una de lujuria.

En Buscanidos la naturaleza siempre es un estado de ánimo, cuestión inherente para quienes llevan una vida nómade, a merced de las estaciones. La naturaleza es un enemigo al que doblegar, aunque sea transitoriamente, para confirmar la humanidad, el predominio de la cultura. La caravana es el último símbolo de la civilización de los que no tienen lugar. Merodean ciudades, esperando la llamada anual de la virgen, el carnaval que traerá la gente y el dinero y la comida. Santos le pide a Omar que obligue a una leona a aparearse con un tigre. Santos le pide que vaya contra la naturaleza. Pero en Buscanidos no hay coroneles Kurtz, no existen los hombres que se dejan llevar por la barbarie, por lo mágico, aun si están equipados con todas las herramientas de la razón ilustrada. Santos, el más “instruido”, no da la apariencia de saber demasiado, y si algo sabe, ese conocimiento es instintivo, práctico. Omar es un expósito, apenas educado por un cura perverso. Los personajes de Buscanidos están en la naturaleza, en los bordes la civilización, y, todo así lo indica, no tienen intención alguna en regresar a ella.

Es curioso el tránsito que Celedón realizó entre La filial y Buscanidos. En la primera, la naturaleza no existía ni bajo la forma de una triste planta de oficina, todo era sometimiento a la omnipresente ley de la burocracia; mientras en la segunda, prácticamente todo el argumento descansa sobre la imposibilidad de superar las inextricables leyes naturales. Ambas siguen un programa crítico de la civilización, pero desde veredas opuestas. Celedón no es un nostálgico del absoluto, no ve en la vida de la naturaleza una salida a la violencia que emerge de la organización social; pero tampoco consigue ver en la civilización la superación de la barbarie. Y quizás por eso, ha venido forjando un género del silencio, una prosa de vericuetos y alusiones. Buscanidos es la confirmación de que esa búsqueda, esa persecución de lo inasible, va por buen camino.

Episodios-en-las-vidas-de-piojos
“Buscanidos”
Matías Celedón
Hueders, 2014, 90 páginas

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