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Opinión

12 de Agosto de 2014

Chao pescado: La batalla final por la jibia

Hace dos meses que los pescadores artesanales decidieron luchar en la calle por un recurso que hace unos años era la plaga del mar. Hoy, en cambio, la jibia está parando la olla en las caletas. Antes pasó lo mismo con el jurel, el congrio y hasta hace poco la merluza. Todos recursos sobreexplotados que ya no se ven en las costas. La lucha por la jibia es una batalla por la sobrevivencia de los pescadores artesanales. Porque así como están las cosas, sin ella, simplemente se extinguen.

Daniela Yáñez y Marcelo Salazar
Daniela Yáñez y Marcelo Salazar
Por

JIBIA

fotos: alejandro olivares

“La jibia es nuestro derecho de vivir en paz”, decía la pancarta de José, joven pescador coquimbano, durante una manifestación en la cuarta región, el pasado 22 de julio. A los 15 años se metió en la pesca y hoy con 25, también es estudiante universitario. El primero en su familia. Su padre, sus abuelos y tatarabuelos, todos fallecidos, eran pescadores. Esa es la herencia que intenta perpetuar.

– ¡Las autoridades tienen que entender que la jibia es la dignidad del pescador! ¡Lo único que quieren los pescadores es poder alimentar a sus familias! – afirma exaltado José recordando la protesta que dejó varios heridos y detenidos.

Pero Coquimbo no era la única ciudad encendida. En San Antonio, quinta región, las calles ardían con neumáticos como barricadas. 300 pescadores salieron a manifestarse a las 7:30 de la mañana comandados por sus cinco sindicatos y el dirigente Miguel Ángel Hernández, presidente de la Federación de Pescadores Artesanales Nuevo Amanecer. Todos exigían respuestas al gobierno sobre “las cinco medidas de la jibia”, un acuerdo firmado entre artesanales y el ejecutivo en el marco de la Ley de Pesca del 2012. El punto más importante del acuerdo era el fraccionamiento, es decir, el porcentaje de extracción de las 200 mil toneladas de jibia para el 2014.

– Longueira nos aseguró que la jibia era 80% para los artesanales y 20% para los industriales. Hace unos meses nos enteramos que eso no estaba vigente porque él nunca tuvo las atribuciones para hacerlo y no respetó protocolos. Todo este tiempo los industriales han estado depredando jibia sin parar y nosotros sin ni siquiera enterarnos– comenta Miguel Hernández.

Con esa rabia acumulada, el panorama se puso violento. Al no tener un fraccionamiento, la jibia estaba en modo de pesca libre o “carrera olímpica”, o sea, en palabras simples: “el que agarra, agarra”. Las constantes protestas obligaron al actual subsecretario de Pesca, Raúl Súnico, a reunirse a principios de junio con los pescadores. En la oportunidad se comprometió por escrito a tener una solución antes del 15 de julio y respetar el acuerdo con el gobierno anterior. Pero los plazos no se cumplieron. El 16 de julio todos los dirigentes de la pesca artesanal de la cuarta, quinta y octava región convocaron a una reunión de emergencia en Lebu y fijaron las fechas de las protestas. Una semana después, el Consejo Nacional de Pesca se reunió para votar. El fraccionamiento de la jibia quedó finalmente en 80% para los artesanales y 20% para los industriales. La medida fue respaldada por 19 votos a favor y 2 en contra. “Cumplimos el compromiso que asumimos desde el inicio de este debate”, manifestó ese mismo día Raúl Súnico, subsecretario de pesca.

El fraccionamiento, sin embargo, era sólo la punta del iceberg. En las reuniones privadas con los pescadores el gobierno prometió prohibir la pesca de arrastre –captura en red a ras de suelo del sector industrial- e incluso que la jibia no sea parte de un fraccionamiento, sino 100% artesanal, para dar sustentabilidad a los pescadores y fomentar el desarrollo de las caletas. Las medidas, sin embargo, fueron rápidamente olvidadas por las autoridades y, según manifestó el nuevo subsecretario, no serán discutidas hasta nuevo aviso.

-Están pidiendo que los pescadores nos tomemos las calles. Si creen que con un fraccionamiento nos van a sacar están equivocados. El pescador se aburrió de las humillaciones y no descansará hasta terminar con el arrastre, recuperar el mar y todo lo que nos han robado- asegura José, el joven pescador artesanal coquimbano.

CAZADORES

La primera vez que Pedro Marín Chacón vio una jibia fue hace 45 años, cuando tenía cinco años. Su padre, su abuelo y sus tíos eran pescadores y sus primeros entrenamientos en el mar fueron pescando el enorme calamar con su padre para usarla como carnada para el congrio negro, hoy prácticamente extinto en la quinta región. Iban a pescarla al atardecer a solo cinco minutos en bote de la costa de San Antonio. Esperaban la prima, el minuto exacto en que se esconde el sol y empieza a salir la luna, cuando los recursos marinos suben a la superficie para alimentarse. Así aprendió a pescarla, filetearla y encarnarla en las redes que su madre le tejía a su padre. Con el tiempo, su padre se hizo viejo y él asumió el relevo familiar.

El trabajo no era nada de fácil.

– En ese momento teníamos jibia por todas partes, al igual que congrio, sardina y merluza. Yo soy nacido y criado en esta caleta de pescadores y puedo decir que la jibia es el único recurso con el que un pescador vive hoy en día. No hay nada más. Todo lo demás está sobreexplotado al nivel que dan trabajo unos días al año – explica Pedro Marín.

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El mar para los pescadores artesanales, agrega Pedro, es pasión, trabajo y subsistencia. Valores que aplican a diario en Puertecito San Antonio, una caleta jibiera del centro-norte de nuestro país con más de 100 embarcaciones dedicadas a su captura. Los ánimos por esos lados hoy están encendidos. Todos han tenido que turnarse para salir a pescar, porque en invierno las cosas se ponen complejas. Mayo fue un mes crítico: salieron solo cinco días a capturar jibia, que ahora ya no está a 5 minutos en lancha, sino a 15 o 25 millas de la costa.

Pescar jibia es un trabajo de espartanos. Primero, es una pesquería nocturna. Los botes salen cerca de las siete de la tarde y vuelven pasadas las cuatro de la mañana. Con el tiempo han ido perfeccionando sus técnicas: se dieron cuenta que si ponían una luz debajo del bote era más fácil capturarlas y atraían menos a los lobos marinos. Cada jibia, que pesa entre 30 y 50 kilos, es subida por un cable que pasa por un tubo llamado tota (arte de pesca llamado línea de mano). Para hacerse una idea, pescar jibia es equivalente a subir un saco de cemento con un cordel en una extensión similar a un edificio de 20 pisos. Es por eso, que pescar jibia es un trabajo reservado para pescadores jóvenes.

– La jibia nada hacia el fondo del mar, entonces todo el tiempo es un trabajo de fuerza. Hay que usar manoplas para que no te rebane la mano. Cuando llega a la superficie tira tinta negra y más encima cuando está en el bote es un peso muerto. Si nos toca mal tiempo, nos puede hundir – cuenta Juan Carlos Castro, pescador de San Antonio.

Cuando suben la jibia al bote es una batalla campal. Los pescadores le cortan rápidamente la cabeza porque tienen unas “tenazas” que cortan carne por cuadraditos y pueden cortarte un dedo: “Más encima te pueden atrapar con los tentáculos, como esa película de marcianos donde se te pegan en la cara. Son súper peligrosas”, cuenta riéndose Juan Carlos.

Los accidentes por pescar jibia son recurrentes en los puertos. El año 2008 cuatro pescadores murieron por salir a pescar con vientos fuertes. Habían pescado mil kilos pero cuando venían de vuelta el viento le metió agua en el bote y la jibia, que es peso muerto dentro de una embarcación pequeña, colaboró a que se hundiera. Nunca más se supo de ellos.

– La jibia es el único recurso sustentable de la pesca artesanal, a pesar de todos sus contras. Es la única marraquetita que tenemos en el agua y por eso hay que defenderla –asegura Cristian Miranda, presidente del Sindicato de Pescadores Montemar, de Puertecito San Antonio.

En Caleta Portales de Valparaíso, el panorama no es muy distinto. A pesar de que históricamente ha sido una caleta merluzera, debido a las bajas cuotas y escasez del producto, de las 70 embarcaciones que hoy están operables, cerca de 30 están saliendo a la jibia. Mario Rojas tiene 60 años y desde los 15 años que es pescador artesanal. Su padre y su abuelo le enseñaron el oficio y nunca más se separó del mar. “El sacrificio es grande y los beneficios pocos”, dice Mario.

– Nosotros ya estamos cansados. Nos comieron el jurel, la merluza, la sardina, el congrio… y ahora la jibia. Nosotros para poder comer pillamos la jibia y le encontramos un mercado ¿Y ahora ellos (industriales) también la quieren?, ya basta. Un pescador está viviendo con menos de 300 lucas y con familia eso no te alcanza para nada- cuenta Rojas.

Hace 20 años atrás, asegura Mario, los pescadores artesanales movían el mercado en Valparaíso: “Antes yo mandaba a mis cabros chicos impecables al colegio. Pero con el tiempo, si el niño rompía los zapatos había que cosérselos no más. Y con un par de camisas tenía que pasar el año. A mis cabros chicos les daba vergüenza ir así al colegio, pero no daba para más. No quiero volver a pasar por eso”, relata Rojas.

El mercado de la jibia, según estadísticas del Servicio Nacional de Pesca (Sernapesca), tuvo su boom entre el 2002 y el 2006, con un precio inicial de 50 pesos el kilo. Un precio que en ese entonces no era mucho, pero sí bastante prometedor. Los mercados internacionales se abrieron al recurso y Corea y Rusia se transformaron en los principales importadores.

“Tuvimos un peak importante el 2005, nos hicimos el mercado y por eso desde el 2010 que el industrial quiere meter el diente. Hoy estamos en 120 pesos el kilo y a la baja nuevamente”, cuenta Eduardo Quiroz, director del Sindicato de Pescadores de Caleta Portales.

Desde el 2012 que la jibia para el Sernapesca es un recurso en plena explotación, es decir, que solamente los pescadores artesanales e industriales inscritos en el registro de pesca están autorizados a capturarlas bajo la lógica del “rendimiento máximo sostenible”, es decir, extrayendo el máximo rendimiento económico sin agotarla.

– La jibia pasó a ser un recurso bendito por la pesca artesanal. Puede ayudarnos a recuperar todo lo que hemos perdido. Pero debemos mirarla con respeto y no explotarla al máximo, los recursos hay que cuidarlos – explica Eduardo Quiroz.

El cuidado del recurso, en rigor, pasa por dos actores: los artesanales y los industriales. Pero dentro de los artesanales hay un grupo de embarcaciones que pescan con cerco, una gran red capaz de pescar cardúmenes completos. Estos barcos, que se ubican principalmente en la octava región y se dedican principalmente a la captura de sardina y anchoveta, ahora quieren trabajar la jibia. Esto es perjudicial ya que estas naves de 12 metros de largo no ocupan el arte de línea de mano. En la octava región hay 600 embarcaciones de este tipo.

-Ellos son industriales, empresarios. Operan mecánicamente. No tengo idea por qué se les considera artesanales, nos aumentan el porcentaje de venta y muchos de ellos le venden toda su pesca, por contrato, a los industriales– comenta Eduardo Quiroz, dirigente de la Conapach.
A pesar de las dificultades, la jibia ha llamado a la unidad de los pescadores artesanales. Es el único recurso que, admiten, puede volver a revivir la pesca artesanal: “Las caletas de la cuarta, quinta y octava región sobrevivieron y se renovaron por la jibia. Le debemos la vida”, reflexiona Miguel Hernández, dirigente de Puertecito San Antonio.

LA “CARRERA” OLÍMPICA

La última protesta del 22 de julio fue violenta. Los enfrentamientos con Carabineros duraron varias horas en la cuarta y la quinta región. Carros lanzagua, lumazos y lacrimógenas estuvieron a la orden del día.

– Disparaban las lacrimógenas al cuerpo. Un compañero recibió un escopetazo de tres lacrimógenas a 2 metros de distancia, quedó con fractura de cráneo y una herida muy profunda a la altura de la ceja. Está hospitalizado. Tuvimos 10 heridos y tres detenidos – relata Miguel Hernández.

Esta “rabia contenida” como le llaman los pescadores, se arrastra desde la primera ley de pesca impulsada por José Toribio Merino, Almirante de la Armada de Chile y miembro de la Junta militar de Augusto Pinochet durante 16 años. La ley entregó “licencias individuales de pesca permanentes y transables de libre transferencia y extracción”, siendo el primer paso legislativo para favorecer a los empresarios como dueños de recursos marinos.

– Ese fue el inicio de la mal llamada carrera olímpica. Se entregaban licencias y cada uno se rasguñaba con sus propias uñas. Toda nuestra flota extrae en un día, lo que ellos sacan en un viaje– relata Mario Rojas, dirigente de Conapach.

Según datos del Sernapesca, en un buen día, que últimamente no abundan, un bote artesanal puede traer cuatro mil toneladas. Pero un barco industrial en un solo viaje extrae entre 750 y 2.500 toneladas dependiendo de su tamaño.

– Por eso nosotros exigimos que más allá del fraccionamiento, los industriales pesquen por línea de mano y dejen de usar la pesca de arrastre. Que no me vengan a decir a mí, que me crié con el mar, que la pesca de arrastre no afecta al ecosistema. Es desproporcionada y ha agotado las tres pesquerías íconos de nuestro país: el jurel, la merluza y el congrio – reclama Miguel Ángel Hernández.

Según los pescadores industriales, representados por la Asociación de Industriales Pesqueros (ASIPES), están peleando una carrera justa. En su opinión, la jibia es un recurso que no está sobreexplotado y permite que los artesanales e industriales pesquen en zonas distintas, sin interferir uno con el otro. El presidente de ASIPES, Luis Felipe Moncada, asegura que la jibia ha generado importantes puestos de trabajo en la industria, superando los 2.000 solamente en la octava región.

-El sector artesanal sabe que en la captura de la Jibia pueden participar todos los actores bajo el régimen de 80/20. Insistir que este recurso sólo pueda capturarse con ‘línea de mano’ es intentar dejar fuera al sector industrial, ya que para los barcos pesqueros este es un arte imposible de utilizar- asegura Luis Felipe Moncada.

Para Pedro Marín esto sigue siendo injusto, ya que la pesca industrial a fin de este año se llevaría más del 20% que le correspondía: “Para los pescadores artesanales, la Concertación fue la alegría que nunca llegó. Siempre nos hacen lo mismo. Todavía estamos esperando la alegría y el arcoíris de colores. El nuestro es blanco y negro”, dice medio en serio, medio en broma, el pescador de San Antonio, Pedro Marín.

MAL DE ARRASTRE

El fin de la pesca de arrastre es la demanda histórica de los pescadores artesanales y también de las principales organizaciones internacionales que se preocupan de la defensa del medio ambiente: Oceana, Greenpeace y WWF, las cuales la denominan como el arte de pesca más destructivo para el ecosistema marítimo.

– La pesca de arrastre, como dice el nombre, arrasa con todo. No solamente agarra el recurso que ellos buscan si no también agarran mucha fauna acompañante que luego tiran al mar muerta porque no les sirve. Llegar al mar y ver tantos peces muertos es como un gran cementerio- comenta el pescador Cristian Miranda.

La crítica que Cristian hace al sistema, el mismo por el cual Oceana y Greenpeace sea han manifestado. Al ser la pesca de arrastre muy poco selectiva, hay un porcentaje de descarte que actualmente está invisibilizado para la fiscalización chilena. Incluso recién este año en el Sernapesca se está modernizando para poder fiscalizar el descarte de manera eficiente.
– Hay un consenso científico a nivel mundial sobre los graves impactos ambientales de este arte de pesca. La abundante evidencia científica permite anticipar con certeza que estos fondos marinos, tardarán décadas y a veces siglos en recuperarse – explicita un documento de Oceana, organización dedicada exclusivamente a la defensa del océano.

El Instituto Nacional de Estadística (INE) realizó el 2010 el primer Censo Pesquero de nuestro país que reveló la importante dependencia laboral ligada a los recursos marítimos. Hasta el año 2010, existían 718.804 pescadores artesanales y conexos, que según estándares internacionales nos hace un país con cultura pesquera y no solamente una actividad de atractivo folclórico y turístico.

– Nosotros, los pescadores estamos igual que los mapuches. Nos han quitado el mar y los recursos y ahora luchamos por lo poco que nos queda. La pesca artesanal no puede desaparecer como fuente de trabajo, no queremos transformarnos en un atractivo pintoresco para los turistas – comenta José Céspedes, pescador del Puertecito San Antonio.

Si Chile depende de manera importante de la pesca, los organismos estatales encargados de repartir las cuotas o cantidad de toneladas de recursos marinos para extraer cada año, tienen una importancia fundamental. Hasta hace dos años, el Consejo Nacional de Pesca tenía la facultad de entregarlas e incluso modificarlas en el caso de que alguno de los sectores -artesanal o industrial- ejercieran presión. Es por eso que los mismos pescadores artesanales exigieron que en la ley de pesca del 2012 se le quitara esta atribución al Consejo Nacional de Pesca y se le entregara a un Comité Técnico Científico completamente autónomo que solo varíe las cuotas por motivos científicos.

– Hoy ni el subsecretario de Pesca ni el Consejo Nacional de pesca tienen la facultad de influir en las cuotas de alguna especie pesquera. Lo que hacemos es entregar los antecedentes al Comité Científico, donde no hay una intervención política- aclara el subsecretario de Pesca, Raúl Súnico.

“Nosotros luchamos para que no se especulara más sobre la cuota, al menos ahora tenemos asegurada la sustentabilidad en algún grado” comenta el pescador Mario Rojas. Sin embargo, la oposición de los pescadores artesanales a la Ley de Pesca impulsada por Pablo Longueira, llevó a las protestas más violentas desde hace 10 años. A fines del año 2012 prácticamente todos los pescadores artesanales estaban movilizados: Coronel, Talcahuano, Valparaíso, San Antonio, Chanco, Coquimbo, fueron los más emblemáticas. En esta ley, al igual que la apodada “Ley Zaldívar” del año 2002, los pescadores artesanales no tuvieron participación directa ni solución a sus demandas.

LA POLÍTICA Y LA PESCA

Cristian Miranda, es vocero de la Coordinadora por la Defensa de la Pesca Artesanal. Habla agitado por culpa de una hipertensión que no lo tiene bien parado después de 34 años como pescador en San Antonio. En su oficina cuelgan cuadros de varios de sus compañeros muertos en altamar. “Yo desde chico que soy pescador y he visto de todo. Acá los jureles se los comieron en dos años. Pillar un jurel es sacarse un loto. Ahora nos queda nada, sin la jibia seríamos pescadores de adorno”, sostiene preocupado.

Para los pescadores artesanales, todas las legislaciones pesqueras en Chile se hicieron muy tarde. Durante los años 80, cualquiera podía extraer recursos del mar con una autorización del Sernapesca. No existía un control a través de cuotas, el que pescaba se transformaba inmediatamente en dueño de los recursos. Por obviedad, la industria avanzó a pasos agigantados. Ante estos vacíos, se hizo la Ley General de Pesca y Acuicultura (LGPA), redactada en dictadura y promulgada en 1991. Esta ley, establecía cuotas de captura pero sin un sistema de distribución. Que en palabras simples es decirles: arréglenselas entre ustedes.

De esta manera la “carrera olímpica” fijó en nuestro país el derecho a la sobreexplotación de recursos.

Para Cristian la sobreexplotación casi enterró al sector artesanal. Según cuenta, casi todos los pescadores mayores de 60 años hoy ya no tienen en qué trabajar, porque la jibia implica mucho trabajo. “Acá la rabia es muy grande, especialmente de los viejos que ya no tienen con qué vivir. Ya no hay pescados, solo tenemos jibia”, cuenta Miranda.

En pleno gobierno de Ricardo Lagos, nació la Ley de Límites Máximos de Captura por Armados (LMCA) o Ley Zaldívar, por la polémica que se generó debido a que Andrés Zaldívar, en ese momento senador de la República, tenía a uno de sus hermanos involucrado como accionista y ex gerente de Corpesca, una de las empresas de la familia Angelini. Esta ley dividió el mar chileno en cuatro macro zonas pesqueras. La división para las cuotas era simple: quien tenía más capturas, tendría acceso a los porcentajes más grandes de la cuota total. A esto, Andrés Zaldívar denominó “historia pesquera”.

– En Chile tener historia pesquera es quien rentabiliza más el mar. Los chonos, los kaweskar, todos los indígenas de la costa eran pescadores artesanales. Pero eso se evaluó desde el punto de vista económico, una gran burla – dice Miguel Hernández.

– De la Concertación a la Derecha no hay diferencia pa’ los pescadores. Todos dejaron la cagá en nuestro sector. Los recursos se siguen agotando y somos nosotros los que miramos pal techo – agrega Cristian Miranda, dirigente sindical de Puertecito San Antonio.

Diez años después fue el turno de la derecha. La ley de pesca del 2012 recalcaba la importancia de dar propiedad a los recursos marinos de manera indefinida. Esta insistencia de repartir el mar, era historia repetida para los pescadores artesanales. Nuevamente las 7 familias dueñas del mar salían favorecidas: Los Angelini, Lecaros, Santa Cruz, Sarquis, Stengel, Fernández e Izquierdo. Todas entrelazadas entre sí con sus flotas fusionadas en cuatro grandes conglomerados: Orizon, Blumar, Camanchaca, Pesca-Sur y Mar Food.

– Estos empresarios están tan mezclados entre sí que no se pueden producir daño. Entre ellos se culpan de la sobreexplotación del jurel y también de la merluza, pero es puro show. Es como la competencia entre la Pepsi y la Coca-Cola, puro fuego amigo – Cristian Miranda, añade.

Hoy Cristian Miranda, al igual que otros dirigentes, teme que por la escasez de recursos los pescadores pasen riesgos innecesarios. “Les digo siempre a los compañeros que es mejor estar vivo que muerto. Algunos lo hacen de rebeldes pero los entiendo. La jibia no es un recurso pa andar poco avispao”, comenta Miranda. Apesar de que aún están ilusionados con la eliminación progresiva de la pesca de arrastre propuesta por Michelle Bachelet, saben que el poder de los empresarios dentro del parlamento es un Goliat con el que no pueden batallar. La jibia es último recurso que les queda para sobrevivir. Sin ella, simplemente, se extinguen.

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