Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Cultura

19 de Agosto de 2014

Canarito, el concho de los hermanos Parra

Óscar Parra Sandoval, el menor de los Parra, es el eslabón perdido de su pródiga familia de artistas. “El Parra menos Parra”, como algún día lo definieron sus hermanos, dedicó su vida al circo, presentándose como el tony Canarito. Además fue, de aquella extinta vieja guardia, el único tony cuequero y guitarrista, llegando a grabar varios discos gracias a la insistencia de su hermana Violeta.

Por

CANARITO_ALEJANDRO-OLIVARES1

foto: alejandro olivares

Se da la casualidad de que hoy, de los legendarios hermanos Parra, sólo quedan vivos el mayor, Nicanor, el antipoeta próximo a cumplir un siglo, y el menor, Óscar, el tony Canarito, devenido ya en el Tata Picarón, que va camino a los 85. Paradójicamente, el mayor goza de salud estable y parece estar como tuna, mientras al menor se le ve un tanto averiado tras una operación de cataratas y otra a la próstata. El primero no requiere presentación. El segundo, en cambio, es un perfecto desconocido.

Gran parte de ese desconocimiento radica en que Óscar, en la medida de lo posible, ocultó su apellido o evitó sacarlo a relucir. Quería ser alguien por las de él. Esa actitud renuente acusa el golpe de cierto desprecio que sintió de parte de su familia por dedicar su vida al circo. “Me miraron en menos… por eso el Parra menos Parra. No me daban bola”, cuenta. Su mujer, doña Iris Guajardo, quien le acompaña en esta entrevista y ha seguido desde el inicio de sus peripecias circenses, explica: “Pero más que nada por ser tony, porque se pintaba. Lo encontraban ordinario. Y eso que le iba mucho mejor que a ellos, que trabajaban de serios”, dice en alusión a sus hermanos guitarristas Eduardo (el Tío Lalo), Roberto (creador del jazz guachaca) y Lautaro.

“¡Qué va a ser Parra, ése!”, comenta Óscar que le decían, cuando en alguna ocasión, generalmente en algún bar y estando “medio enchufado”, se le salía lo de su linaje. Nadie le creía que podía ser hermano de Violeta o de Nicanor. Pero él se aferró por décadas a ese anonimato, hasta que ya a sus ochenta, vislumbrando que estaba “listo pa’ la tumba” y que sus payasadas no podían quedar en el olvido, impulsó la creación de un testimonio audiovisual, que se materializó en el documental El Parra menos Parra, de Jorge Catoni, presentado a tablero vuelto en el anfiteatro del Bellas Artes en mayo pasado. Ahí repasa sus monólogos, entona viejas canciones y cuenta anécdotas de su vida como el tony Canarito. Pero más que reconocimiento, como dice su hija en el film, Óscar Parra “quiere que lo aplaudan, tan simple como eso”.

En una entrevista concedida a La Segunda a propósito del documental, a don Óscar se le soltó la lengua, como él mismo dice, sembrando la polémica con un comentario sobre la generosidad de Nicanor: “Para mí, es un tremendo poeta, tremendo escritor… y tremendo de apretado”. Esto cayó como bomba en la familia Parra. Fue tal el revuelo que por las redes sociales algunos Parra de la segunda y tercera generación llamaron a no asistir al lanzamiento, comenta Catoni, y eso que el documental repasa la vida circense de Canarito haciendo escasa alusión a sus hermanos. “No es na apretao’ el Nicanor… es apreta’o pa vestirse, pa hablar…”, dice ahora ladinamente, en tono conciliatorio, el octogenario ex tony.

Don Óscar habla bajito, como en sordina. A ratos la respiración se le hace pesada, se cansa y alega por el frío que le entumece los pies. A simple vista se advierte que sus ojos ya ven poco. Aunque su estado de salud es débil –por eso dejó la guitarra–, su picardía y buen humor parecen intactos. También su memoria y se jacta de ella: “Me sé todas las payasadas que decía en el circo: los monólogos, los chistes, los reprises (sic), las entradas, los cantos cómicos. Me acuerdo de todo”. Y todo lo tiene escrito en varios cuadernos que ahora pretende rematar para mejorar su situación económica, tan modesta que El Parra menos Parra, el documental, parte con don Óscar tratando de conseguir un préstamo de 30 lucas para celebrar su cumpleaños, aunque sólo le dan diez. Su misma hija cuenta ahí que Canarito se gastó toda la plata de su jubilación en un solo día, comprando regalos para su prole.

“¡Lo pasé tan bien, lo pasé tan bien!”, exclama cada tanto repasando sus años mozos como tony. Fueron más de cincuenta años de vida itinerante actuando en toda clase de circos, y hoy solo quedan recuerdos gozosos. Por eso, aunque lo comido y lo bailado no se lo quita nadie, reclama por la vida de león enjaulado que lleva hoy en su casa de la población Vicente Huidobro, en Puente Alto, debido a su convalecencia: “Lo pasé muy encachado cuando joven y ahora la estoy pagando porque me la llevo encerrado aquí”.

A PURA OREJA

Antes de ser tony, a muy temprana edad, Óscar Parra comenzó su carrera artística como el Huaso Parra. Guitarra en mano cantaba cuecas, mexicano y boleros populares de los años cincuenta, cacharpeado con las tenidas que ya le hacía su señora. “Tenía como cuatro pintas de huaso. Después se las regalé al Nano Parra. Ni me agradeció na’, ése”, comenta medio picado.
Claro que sus comienzos musicales no fueron muy auspiciosos. Partió en el cirquito que tenía el marido de su media hermana, doña Marta Sandoval Navarrete: el Circo Popular. “Por ahí empecé yo, tocando el bombo. Y los músicos todos enojados, oiga. Tenía mal oído, así que a chuletas me enseñaron a tocar el bombo”, se ríe. “Después ya empecé con la guitarra”.

La guitarra la aprendió a tocar mirando a sus hermanos guitarristas. Admiraba la destreza de Lautaro, el penúltimo de los Parra, fallecido en Suecia el año pasado. “Pero ninguno me enseñó a mí”, enfatiza. “Solito aprendí, a puro oído. Oreja, pura oreja. Los Parra tocan pura oreja. La Violeta tocaba un poquito por música”. Se queda pensativo y larga: “Las tenía todas la Violeta. Claro que era una puta madre… ¡Buh! Junto con la Margot Loyola formaban la parejita… eran comadres. A garabato limpio se trataban”.

Un día, en el Circo Popular, le tocó reemplazar al tony oficial, “que estaba como tagua de curao”, así que su cuñado lo mandó a actuar. Así fue su debut, impensado. “Después le aprendí todas las payasadas a los tonys y empecé a pintarme como el tony Canarito”. Declara que no tuvo maestros y todo se lo debe a su oreja, su inteligencia y su memoria.

Anduvo en más de cien circos: grandes, medianos y chicos. “El más grande, el Águilas, el Frankfort, el del Tony Caluga; el más chico, el Circo Popular”, repasa. También trabajó en colegios, en parques de entretención, en la tele, en cumpleaños del barrio alto. Hizo pareja con otros payasos –Coligüe, Zapatín–, hoy todos fallecidos: “Quedo yo nomás de la vieja guardia, de los 80 para arriba”, dice orgulloso.

Por esos años (los cincuenta y sesenta) los circos se metían a todos lados, hasta al pueblo más chico. Así recorrió el Sur, el Norte y hasta por Mendoza anduvo. “Cuando llegaba a un pueblo el circo, todos los huasitos lo primero que preguntaban: ‘¿Traen contrapercio (imita la dicción y el acento campesinos), traen bailarinas, cómo son los tone?’. Se llenaban los circos antiguamente. Ahora ya no, quedan como dos o tres circos grandotes: el de Los Tachuelas, el del Pelao Azócar y otro más que no me acuerdo”, dice nostálgico. “Era bonito”, cuenta doña Iris, porque “la gente era tan buena, no como ahora”. “No había envidia”, remata don Óscar.

LAS CHIQUILLAS

“A mí me robaban de un circo pa’ llevarme pa’ otro. Me veían actuar en una función los empresarios y al otro día venían tempranito y me conquistaban y me llevaban pal’ circo de ellos”. Por entonces se regodeaba, era toda una estrella. “Pal’ mundo ganaba y pal’ mundo tomaba… y uuuh, una de chiquillas que tenía”, cuenta, y le sale el Tata Picarón, un personaje que creó tras retirarse del circo y cuya rutina consistía en contar chistes picantes y cantar viejas canciones populares.

Se cachetonea con que las chiquillas, por aquellos tiempos circenses, llegaban a su carpa a preguntar por él y le entregaban regalos a su señora: camisas, calzoncillos, pañuelos, etc. Hoy su mujer se lo toma con humor: “Era pa’ la risa, todos se reían, los empresarios, los artistas”, comenta con un gesto infantil. Y anécdotas de estas, don Óscar tiene pal’ mundo.

Actuando en el circo una noche, vestido de huaso, se le ocurrió ir a la entrada. El circo estaba lleno. Miró hacia adentro y había una chiquilla. “Yo le hice señas por si acaso nomás. Ella (mira a su señora) estaba en el camarín adentro. Bajó la chiquilla pal’ lado mío y debajo de la galería, métale besuqueo. Y de repente la veo a ella (su mujer) que viene, porque le había preguntado a los músicos por mí. ‘Ahí no está Parrita, señora, está por el otro lado’, le dijeron, y la echaron pa’ donde estaba yo con la otra chiquilla”, cuenta. Parrita se escapó al camarín correteado por su esposa. Ahí fue que ella, furiosa de celos, le lanzó por la cabeza una tetera con el agua hirviendo. Él alcanzó a agacharse.

En otra oportunidad partió para una picá que estaba detrás del circo. “Fui a tomarme un pencazo ahí, y estaba lleno. Atendía una chiquilla bien bonita. Me afirmé al mesón y pedí un cañón de tintolio. Empezamos a conversar con la cabra y me dijo: ‘No te vai na’, me decía. ‘Esto es del viejo, mi abuelo, que se va a morir luego, y nos quedamos con este restaurant”, se ríe picarón, cerrando los ojos y tomándose la cabeza a dos manos.

SANTIAGO, LA MARINA Y LOS CURAS

Apenas alcanzaba el año don Óscar cuando murió su padre. “Tenía treintaitantos. Murió alcoholizado, según me contó mi mamá”, dice. “Era bueno pal’tintolio, y nosotros salimos más o menos también, aunque yo no tomo hace como veinte años. Con el tío Lalo tomé pal’ mundo y con Roberto; con Nicanor, no, y ahora todo lo contrario: él toma vinito y cuando voy para su casa me tiene leche”.

Según Canarito, la habilidad musical de los Parra proviene de su papá, que era profesor de música. “Él es el cabecilla de esto; es lo único que puedo decir porque yo estaba muy niño en ese tiempo y no tengo idea de cómo era”. Lo que sabe se lo contó su madre. “Yo conocí al otro, al militar, que era coronel del ejército, don Miguel Segundo Ortiz, que siguió a mi mamá para Santiago”.

Doña Marta Sandoval llegó a Santiago por el año 1935, cuando Óscar tenía cinco años. “Ahí venía Roberto, Lautaro, una hermanita enferma que teníamos (la Yuca) y mi mamá. La Violeta y Nicanor ya estaban aquí en Santiago y el tío Lalo también. Llegamos casi anocheciendo a la Estación Central, sin conocer a nadie. Y mi mamá averiguando por aquí y por allá encontró un hotel al frente de la Estación Central, el Hotel España. Ahí pasamos la primera noche”, recuerda.

Luego viviría junto a su madre en distintas direcciones que hoy recita como un rosario: “Con el tiempo nos cambiamos a la calle Robles, pasadito de San Pablo; después a Edison con Lourdes, luego a Chacabuco pasadito de San Pablo. Después de ahí pegamos el salto a la comuna de Estación Central: Exposición con Antofagasta; después de ahí nos fuimos una cuadra más allá frente a la feria Tattersall, calle Melipilla 1440”.

Por entonces se fue a hacer el servicio militar a la Marina. “Tenía que estar dos años y estuve uno solo”, se ríe. “Una vez me dieron permiso y no fui más. Pero al poco tiempo me pillaron y precioso me fui”, dice con entonación de payador. Pasó quince días preso. “Ahí si no es por la viejita, mi mamá, quizá cuánto tiempo estoy”.

Unos años antes, a sus 15, estuvo estudiando para cura “en calle Santa Margarita con Antofagasta, barrio Estación Central”, apunta. Su jefe y padrino era el arzobispo Manuel Menchaca Lira. “Me acuerdo que andaba con un crucifijo así de grande aquí en el pecho, porque era el jefe de los alumnos, pero llegaba a andar agachao con el peso enorme. Mucho rezo, todo el día: pa’ levantarse, rezar; pa’ comer, rezar, pa’ acostarse, rezar. Puro rezo. Ahí estuve yo, vestido de sotana. Antiguamente las misas eran cantadas, muy bonitas, y en latín. Yo me aprendí el Padre Nuestro en latín”, y se pone a repetirlo. Los domingos lo soltaban y salía con sus compañeros “a puro tirar los choros los cabros”. Estuvo un año y después se cabrió de tanto rezo.

“Después de Melipilla 1440 nos fuimos a Blanqueado, que se llamaba antiguamente, Blanqueado con Osorno. Ahí puso un restaurant mi mamá que se llamaba El Tolito. Después nos cambiamos a San Pablo abajo, a Barrancas, y ahí conocí a esta niña”, su mujer. Por entonces su mamá puso otro restorán, El Sauce, con pista de baile. “Una quinta de recreo”, apunta su esposa.
A doña Iris la conoció un día en el circo mientras él cantaba mexicano, y se anima a contar la primera aventura que tuvo con ella, la misma noche en que dio su primera función como el tony Canarito. El circo se llamaba América, del señor Armando Bravo, pero él ahí no tenía camarín. “No tenía cama, ni maleta tenía pa’ la ropa”, recuerda. Entonces, “en la noche, cuando terminó la función, debajo de la galería, en unos sillones que usaban los circos antes, unos sillones dobles, ahí dormí con ella, pero con una vergüenza tremenda”. Él tenía 23, ella 18. Corría el año 53.

¿Cómo nació el tony Canarito?
El nombre me lo dio un sobrino que se llamaba así. Hacía pareja conmigo, el Raúl. Yo le hacía de maestro de pista, de señor Corales. Le dejaba todos los chistes a él, y él se llamaba Canarito. Después se aburrió de payaso y entró a una fábrica de carteras a trabajar.

¿Usted mismo creaba las rutinas, los monólogos?
Varios son míos. Cuando empezaba mi actuación, yo miraba a la gente en la platea; iba despacito tirando, y si veía que se reían con lo que les decía, tiraba un chiste picante y después ahí me tiraba fuerte, ahí no me paraba nadie. Hay unos muy buenos.

¡Mándese alguno, pues!
Antiguamente cuando iban a ser monjas las chiquillas, les agregaban la palabra “sor”. A las Juana, sor Juana, a las Julia sor Julia, y a esta niña le pusieron sor Rita, la tenían pal chuleteo… Sor Rita pa’cá, sor Rita pa’llá… Un día se fue a quejar con la madre superiora: “Madrecita, usted me puso sor Rita, por favor cámbieme el nombre”. “Mira”, le dijo, “toma esta pelotita y ándate al jardín, y según en la mata que caiga, ese nombre te has de colocar”. Tomó la pelotita, la tiró la sor Rita, fue a buscarla y volvió re triste… “¡Madrecita!, me quedo con el mismo nombre”. “¿Por qué, hija mía?”. “Porque la pelotita cayó al lado de una mata de ruda”. ¡Buena, Canarito!, me gritaban.

EL TONY CUEQUERO

¿Usted fue el único tony cuequero?
El único. Algunos tocan guitarra, pero ná que ver…

¿Y cómo fue que llegó a grabar discos?
Claro, la Violeta me dijo: “Negro, si tú conoces tanto de circo, por qué no escribes sobre el circo”. No le hacía caso, yo. Al final le hice caso y sacamos Las cuecas del señor Corales.
El vinilo, que data de 1967, salió por el sello RCA a pocos meses de fallecida Violeta. Es una especie de disco conceptual de la cueca, cuyo hilo temático es la vida del circo. Compuesto por trece canciones, en él se escuchan las historias de la trapecista suicida que se enamoró del domador y cuyo marido, el payaso, murió en la jaula de aquel; de los payasos huelguistas que le reclaman lo suyo al dueño del circo; de la mujer barbuda y otras más.

Los créditos del longplay son para Los Viejos Parra, que no son sino Lalo, Roberto, Lautaro y Óscar Parra, caracterizados en la carátula como los tonys Moratín, Tonguito, Lechuga y Canarito, respectivamente. Casi todas las cuecas están firmadas a dúo por el Tío Lalo y Óscar, salvo tres composiciones de Lautaro. La banda que suena es típica de circo, con bombo, caja, contrabajo, trompeta y trombón, más las guitarras, panderos y acordeones propios de la cueca. La voz femenina que se escucha es de Hilda, segunda del clan Parra, muerta en 1975.
Luego grabó Homenaje a «Hogar dulce hogar» (el famoso programa radial humorístico de los 50, creado por Eduardo de Calixto), Homenaje a los locutores y otro disco, Homenaje a los Tonys, que quedó sin editar, pues sus grabaciones se perdieron después del Golpe de Estado de 1973.

¿Qué le parecen los tonys de ahora?
No me gustan pa’ ná. Los tonys antiguos sabían hacer varias cosas. Cuando los empresarios iban a contratar a un tony le decían: “Ah, así es que soi tony. Ya, date un mortal”. Y había que dárselo y hacer malabares también. Yo le hacía a las clavas, y saltos hacía, pero no me gustaba mucho. Me daba muchos porrazos.

Y de su época ¿a qué payasos admiraba o le merecían respeto?
Caluga, Panqueque, Cumparsita, Zapatín, Coligüe, Coyeque. Todos hacían falsete.

¿Qué es lo que hace a un buen payaso?
La buena pintada, las chalupas, la peluca y sus pinturas. Y la vocalización, hay que vocalizar bien, saber hacer falsete. Y tener a flor de lengua la talla. Cualquiera que le echaba una talla a uno había que contestársela peor todavía, porque algunos gallos del público a veces no dejaban trabajar. A los estudiantes les salían tallas muy buenas y había que contestarlas peor. Generalmente chistes de doble sentido, pero no con garabatos…

¿El payaso era más valorado que ahora?
Antiguamente el tony era mejor mirado. El tony, no el payaso. El payaso es el hombre elegante, el hombre sabio. El tony es el tonto, el pajarón.

¿Qué le recomendaría a alguien que quiere ser tony?
Que le tenga respeto al público. Que tenga buena vocalización. Que use la verdadera ropa de payaso. Ahí lo primero son las pinturas, las chalupas, la peluca y la pinta de tony. Eso le recomiendo.

¿Y para aprender a echar tallas?
Hay que tener inteligencia, nomás.

Los chistes contra Pinochet

Canarito no les tenía mucha buena a los militares pero admite que durante el tiempo de Pinochet tuvo harta pega y pagaban bien. Cierto día, en que fue a trabajar con el tony Coligüe a los arsenales de guerra, un teniente los mandó a llamar al casino. “Allá fuimos Coligüe y Canarito sin pintarse. No nos conocían. Y nos pusimos a conversar y a contar chistes contra Pinochet”.

Ese pituto en los arsenales de guerra le salvaría la vida cuando los militares allanaron la población Santa Elena, donde Canarito vivía y tenía por vecino a su hermano, el tío Lalo. Una noche de tomatera tuvo una rosca con él y terminaron peleados a muerte. Tanto que al otro día, cuando llegaron los milicos a allanar la población, el tío Lalo aún mosqueado les armó un cuento para que se llevaran a su hermano. Y cuenta don Óscar que apareció uno con metralleta y lo subió a un camión. Muerte segura, pensó él, y miró a sus hijos que asustados veían cómo se llevaban a su papá. “Y ya me iban a subir, cuando aparece el teniente que venía al mando y me reconoce que estuve en el casino de los arsenales: ¿Qué te pasó, Parrita?”. “¡Ayúdame!”, le pidió Canarito, y el teniente ordenó que lo soltaran en el acto. “Si no es por él, qué diablos me hubiera pasado”, reflexiona. “Se quedó con cuello el Lalo”, agrega su señora, recordando que al rato después los hermanos ya se habían puesto en la buena y andaban abrazados como buenos compadres, como si nada hubiera pasado.

Notas relacionadas