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Opinión

11 de Noviembre de 2014

Sobre Don Luis Corvalán y el PC chileno

El 25 de octubre pasado, el escritor Arturo Fontaine presentó en la Filsa, junto a Karol Cariola y Guillermo Teillier, el libro Corvalán: Páginas Escogidas 1916-2010, selección de diversos escritos –diarios personales, discursos, cartas– del dirigente comunista fallecido en 2010. En esta versión extractada de su presentación, Fontaine hace una semblanza de Corvalán y del mundo que le tocó vivir, subraya la vocación democrática del PC chileno y formula algunas preguntas al marxismo desde una perspectiva crítica.

Arturo Fontaine
Arturo Fontaine
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I
La casa del abuelo tuvo “corredor y vara porque estaba a la orilla del camino real, o público, como se dice hoy”. Este abuelo materno se llamaba Prudencio, el abuelo paterno, Moisés, la amiga de su madre que vivía con ellos y le enseñó a leer, “Doña Audolita”. El padre, aunque trabajó un tiempo administrando un fundo, era profesor. Había nacido en La Huerta, próximo a Hualañé, no lejos del Mataquito, donde fue derrotado y muerto Lautaro. El padre llega a Tomé a abrir el liceo de hombres de Tomé. Abandonó a su madre, Adelaida, quien quedó con cinco hijos que alimentar y que criar. Don Lucho lo volvería a ver sólo dos veces en toda su vida. La madre, que no sabía ni leer ni escribir, trabajó para la Fábrica de Paños Bellavista, cosiendo en casa junto a Doña Audolita, en una Singer que funcionaba a mano.

Don Lucho cuenta que había que cuidar los zapatos “estaquillados” que usaba –no siempre alcanzaba la plata–. Sus tachuelas de madera eran mejores, pues el hilo de los cosidos se pudría con el agua y el barro. Al desayuno había pan y una taza de agua caliente con azúcar quemada y con una hoja de cedrón o de durazno. A veces, ulmo. Al almuerzo podía haber porotos, lentejas, garbanzos, chicharros, pantrucas o chuchos. Don Lucho conservó el gusto por las pantrucas. Incluso en el exilio de Moscú a veces comía pantrucas con entusiasmo. Las onces se parecían al desayuno y no había más hasta el día siguiente. La cocina era a carbón y cuenta Don Lucho que el de quillay era mejor que el de hualle. Su madre, a veces, iba a visitar a una hermana, “lo hacía a la oración”, cuenta Don Lucho.

No había agua potable en Tomé y tomaban agua hervida. En invierno las calles se llenaban de barro “tan hondo y espeso que a veces se quedaban pegadas las carretas. Había que tener una doña yunta para salir del barro”. Era como si en el pueblo, un villorio, la vida verdadera estuviera más en los fundos que en el pueblo. En los veranos partía a Las Canoas donde un tío. Ahí encerraban al ternero, recogían hongos en las roblerías (dugüeñes, changles y gargales), cortaban el pasto con la echona y “sacaba la última vuelta en una trilla a yegua, cuando el trigo ya suelto deja la era muy resbaladiza”. Le gustaba montar.

La escritura de Don Lucho en estas páginas en las que evoca su infancia es literatura y de la buena. Nos mete en ese mundo remoto. Rescata con autenticidad esa vida de antiguo villorrio compenetrado por el campo. Y parte de la vivacidad está dada por los giros que va usando como eso de que su madre iba a visitar a su hermana “a la oración” o que “había que tener una doña yunta para salir del fango”.

Don Manuel Cid, un agricultor de Coliumo, le arrendaba a su madre una pieza en la casa de adobe en que vivían. “Había llegado temprano, como siempre a caballo, con su manta y sus largas perneras de cuero. En el invierno esa prendas le eran indispensables para protegerse del frío, de la lluvia, y del barro del camino”. Ese día este futre no más llegar se cambió y se puso traje oscuro y camisa blanca de puños y cuello almidonado. Le pidió su pañuelo rojo de boy scout, lo cortó en dos, se lo puso al cuello y le puso a él el otro pedazo y se lo llevó a la plaza. Ese futre fue quien llevó a Don Luis a su primera marcha política. Acababa de caer la dictadura de Ibáñez.

Estudiando en el Liceo de Chillán para profesor normalista, Don Lucho se encuentra cara a cara con la miseria. Se arrimaban al edificio del Liceo los cesantes pidiendo las sobras de la comida. “En los días de sol se sacaban sus chaquetas y camisas sucias y harapientas y las expurgaban de piojos.” El descubrimiento del salitre sintético, primero, y muy luego la Gran Depresión del 29 golpean a Chile más que a cualquier país del mundo. Se cierran cientos de explotaciones mineras y miles y miles de obreros invaden las calles de las ciudades y los pueblos transformados de la noche a la mañana en mendigos. Don Lucho me habló de la conmoción que significó para él esa explosión de miseria. Fue un terremoto moral que marcó su vida y la de buena parte de su generación. Fue un derrumbe que hacía repensar Chile, sus cimientos económicos y políticos y, por extensión, el capitalismo como tal. Por cierto, fue un fenómeno mundial que expuso la fragilidad del capitalismo e hizo que muchos intelectuales llegaran a la conclusión de que, el capitalismo como modo de producción, y la burguesía, como forma de vida, tenían sus días contados.

En el liceo Don Lucho conoce a los primeros comunistas. Pasó entonces por Chillán Elías Lafertte, candidato comunista a la Presidencia, y junto a otros, lo vitoreó en la calle. Pero será durante las vacaciones, de vuelta en Tomé, cuando se haga comunista. Un zapatero de Tomé, el maestro Palmita, oriundo de Huarilihue, le hablaba de “la cesantía y la miseria”. Junto a eso “demostraba cierto orgullo por su oficio”. Le decía: “Por la casa del zapatero pasa el hambre, pero no entra”. Y era comunista. Luis Corvalán empezó a militar en febrero de 1932 y lo hizo hasta su muerte en 2010. Militó 78 años.

Le tocó vivir el triunfo y derrocamiento de la república socialista de 1932; el triunfo del Frente Popular, alianza política de la que el PC forma parte; el pacto de Stalin con Hitler y la alianza posterior de Stalin con Churchill y Roosevelt, los países contra Hitler; la derrota del nazismo; la expansión del comunismo; la Guerra Fría y la transformación de Chile en uno de los teatros de guerra de la Guerra Fría; la proscripción del Partido Comunista en 1957 y la actividad partidaria en la clandestinidad durante diez años; el auge y caída del prestigio de Stalin en la Unión Soviética; el triunfo del comunismo en China, en Cuba, y gran parte de Europa; el contraste y tensión entre las dos Alemanias; la derrota de Estados Unidos en Vietnam; el auge de nuevos países capitalistas –los tigres asiáticos como Corea del Sur, Singapur, Taiwán, Hong Kong–; el triunfo de la Unidad Popular, su gobierno de 1000 días; el Golpe Militar; su larga prisión en la Isla Dawson; la proscripción del Partido por 17 años; el establecimiento en Chile de un capitalismo con economía abierta; su liberación canjeada por la de un disidente soviético, Vladimir Bukovsky; el exilio en Moscú; la conducción del Partido desde el exilio (por ejemplo, el Pleno de Comité Central del Partido se reúne, cuenta, en agosto de 1977 en “la dasha de Stalin situada en Kúntsevo, en medio de un espeso bosque al suroeste de Moscú” sin nadie que venga de Chile y con 17 miembros del Comité muertos, víctimas de la dictadura); la creación del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, brazo armado del PC para combatir la dictadura de Pinochet; su regreso secreto a Chile y su vida clandestina; la revitalización intelectual y económica del capitalismo democrático en el mundo; la caída del Muro de Berlín y la reunificación de Alemania; la disolución del comunismo en la Unión Soviética y en casi la totalidad del campo socialista; la disgregación de la Unión Soviética; la derrota de Pinochet en el plebiscito de 1988, el retorno de la democracia y el desarrollo económico; la conversión del PC chino al capitalismo y a los treinta años, China ya está punto de ser la primera economía del mundo…

II
Este libro recoge trozos del diario, discursos, cartas, informes, reflexiones de Don Luis Corvalán de todos estos años. Hay material que se publica por primera vez. Es inevitable en un libro de este tipo preguntarse qué falta, qué se echa de menos. Y yo eché de menos extractos de Corvalán 17 Horas, publicado por Quimantú en 1972, que es, a mi juicio, un notable libro que recoge 17 horas de conversaciones de Eduardo Labarca con Luis Corvalán durante los años de la Unidad Popular. Causó enorme impacto en esa época y sigue siendo, creo, un libro vigente. Dicho eso, el libro que hoy tenemos en nuestras manos tiene más de 700 páginas. Lo recomiendo sin vacilaciones.

El PC chileno tiene una profunda y consolidada tradición democrática. La vía chilena es pacífica. Don Galo González en el X Congreso de 1956, se plantea si “la posibilidad de que nuestra revolución se realice por medios pacíficos…existe”. Se pregunta: “¿Hoy día existe esa posibilidad? Sí, existe”, afirma. Don Luis Corvalán lo cita y comenta en este libro. Marx, como se sabe, en un discurso de Amsterdam de 1872 dejó abierta esta posibilidad como excepción para ciertos países de muy fuerte cultura democrática. Pensaba en Estados Unidos, Inglaterra y, quizás, Holanda.

En este texto se funda la opción de la revolución pacífica del maxismo chileno del PC. También lo cita Don Luis Corvalán en un importante artículo de la revista Principios de 1961. “Se debe agregar, sin embargo, que Marx y Lenin concibieron la vía pacífica como una posibilidad excepcional y la vía violenta como la forma más corriente en que se llevaría a cabo el paso del capitalismo al socialismo. Las cosas eran así en su tiempo y ellos tenían plena razón.” Pero –y este “pero” es el que nos interesa– “…Ahora puede afirmarse que la tesis marxista–leninista acerca de la posibilidad de la revolución socialista por la vía pacífica ya no es considerada como algo excepcional, sino como la forma más probable del tránsito del capitalismo al socialismo en una serie de países”.

En un discurso en la Universidad de Chile del 2007, don Lucho Corvalán dirá: “nunca tomamos como modelo el socialismo soviético. …A diferencia de lo que allí se había dado, éramos partidarios –y ciertamente lo seguimos siendo– de un régimen socialista con pluripartidismo, esto es, sin partido único. Nos pronunciamos también…por la más amplia libertad en el terreno del arte y la cultura y por el reconocimiento, en los marcos de la ley, de los derechos de la oposición”.

Hay perfecta coherencia en esta adhesión a la vía pacífica y democrática en don Luis Corvalán y del Partido Comunista de Chile. La excepción, como se sabe, fue la lucha armada, a través del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, durante la dictadura del general Pinochet.

La invocación al discurso de Marx de 1872 en Amsterdam da un soporte intelectual a la postura del PC. Pero, me parece, dicha postura es mucho más que una derivación conceptual. Creo que viene de una experiencia de lo que es la vida política y partidaria del PC en Chile.

Pienso que Chile, como sociedad, surge a partir de dos y sólo dos grandes formas de organización de la producción, dos grandes paradigmas de organización socioeconómica: la hacienda y la mina. Los sociólogos e historiadores han estudiado mucho lo que fue la hacienda, el fundo como estructura social y económica. No hay duda de que fue determinante en la estratificación social, y en la configuración de una capa dirigente en el mundo de los negocios y de la política.

Menos se ha estudiado, tal vez, la explotación minera como una estructura social y económica distinta, pero igualmente influyente. Desde luego, desde el punto de vista estrictamente económico las grandes fortunas siempre han sido mineras. Nunca el campo chileno ha generado los ingresos que ha generado la minería. Pero, luego, la explotación minera crea relaciones de trabajo muy diferentes. Típicamente lo que había eran masas de hombres sin familia, viviendo hacinados y aislados en el desierto, sin otra tienda en que comprar que la pulpería de la propia compañía minera, sin un patrón dueño del fundo que tiene su mujer y familia y pasa, al menos parte del año allí. Hay en el fundo resabios de feudalismo, pero ese paternalismo, aunque a veces fue cruel y brutal, con todo creaba una comunidad con profundos vínculos personales.

En la explotación minera, la autoridad, el jefe, es un administrador muchas veces extranjero, y muchas veces de una mina de propiedad extranjera. En esta situación de precariedad y desamparo el sindicato surge como la comunidad esencial. Viene a ser un sustituto de la iglesia o capilla e, incluso, en parte, de la familia a la que el minero visita, pero que no está en el mismo lugar de trabajo, como ocurre en el fundo tradicional. El dirigente sindical no será como el cura que visita el fundo, oye quejas, quizás las transmite con prudencia, lleva a cabo una suerte de mediación, en buena parte, de tipo espiritual, y en cualquier caso jugaba a la postre un papel legitimador del poder del patrón. El dirigente sindical, en cambio, se alza como un defensor de los trabajadores en contra del gerente que representa a una compañía extranjera e impersonal. A eso se agregan los ciclos de los commodities que hacen que las minas deban ampliarse velozmente y contratar y contratar obreros y, luego, con el ciclo a la baja, despedir con la misma velocidad con que contrataron. Todo lo cual, agudiza la necesidad e importancia del sindicato como mediador y como protector de los obreros.

El PC surge, en gran medida, creo, de este mundo obrero y sindical que tiene las características que esbozo. Quien retrató esto maravillosamente fue el escritor José Miguel Varas, en una novela suya que se llama La novela de Galvarino y Elena. Todo comunista chileno debería leer esa novela.

Una de las secciones más atrayentes del libro que hoy se presenta, es aquella en la que Don Lucho traza el perfil de grandes figuras del comunismo chileno. Van desde Recabarren hasta Carlos Berger y David Miranda, víctimas de la Caravana de la Muerte. Muchos de ellos trabajaron en las minas: Emilio Recabarren, Galo González, Elías Lafertte, Roberto Lara, José González, Santos Leoncio Medel, Óscar Astudillo y tantos otros. Impresiona en los retratos lo duros que fueron para ellos los años de la clandestinidad durante esa larga década que se inicia 1947. Los tormentos a los que somete a muchos de ellos la policía de Investigaciones son horribles: colgamientos, inmersiones en el agua, golpes con la cabeza metida en un saco… Nos llevan a pensar sabemos adónde, a qué años más cercanos nos llevan esas escenas del espanto.

Estos fundadores, tal como los retrata Don Lucho, han sido templados en las luchas sindicales y en la lucha política clandestina. Su adhesión a la vía pacífica y a la democracia no es mera teoría; arranca de su experiencia de vida. Se organizan con disciplina y espíritu de sacrificio. Son lo que Lenin llamó en su libro Qué Hacer “revolucionarios profesionales”. Lenin tomó el título de la novela Qué Hacer de Chernichevsky, a quien llamó “el más grande y más talentoso socialista anterior a Marx…Bajo su influjo cientos de personas se hicieron revolucionarios…” Un libro, dijo, “que da energías para toda una vida”. Es una novela revolucionaria por su contenido y su estructura. De algún modo, como he escrito en otra parte, anticipa la metaficción. El protagonista de esa novela, Rajmatov, será el modelo del revolucionario para Lenin. Por su parte, Plejanov diría de esta novela: “Todos sacamos de ella fuerza moral y fe en un futuro mejor”.

Desprendo de este libro de Don Luis Corvalán, que la dirigencia del PC tiene, entonces, tres manos: la del dirigente sindical, la del intelectual o artista (Pablo Neruda, Volodia Telteiboim, Alejandro Lipschütz, Orlando Millas) y, mediando entre ambos, la del profesor (Luis Corvalán, René Largo Farías, Bernardino Jara, Santiago Aguilar).

En el fondo, al comunista lo mueve un impulso ético. Una manifestación reciente de ello ha sido la lucha que ha dado la Juventud Comunista en contra del lucro en la educación que, como se sabe, en el caso de las universidades es contrario al Derecho. He escrito sobre esta práctica varios ensayos porque a mi juicio desvirtúa el sentido de la educación. El núcleo denso de poder ahí concentrado sólo ha sido desafiado por unos pocos periodistas y académicos –para contarlos sobran los dedos de una mano– y sobre todo por los jóvenes.

III
Viviana Corvalán me invitó a hacer una reflexión desde otro lado, me dijo, es decir, cómo se ve todo esto desde fuera del marxismo. Vayan entonces algunas preguntas que se hace un escritor, como yo, que observa a estos asuntos con interés, con respeto, pero desde fuera del materialismo histórico y tiene una postura crítica respecto del pensamiento de Marx, de Engels, de Lenin.

Pregunta: La novela Morir en Berlín de Carlos Cerda muestra la vida de los chilenos exiliados en Berlín Oriental y hasta cierto punto, se propone retratar la existencia detrás del Muro. Un día le sugerí a Carlos Cerda que escribiera un libro contando su conversión al comunismo y el proceso de su desengaño. Me contestó que no valía la pena, que cuando él como joven comunista daba una conferencia o hacía un planteamiento explicando el marxismo o las posiciones del Partido “nunca faltaba una vieja pituca, me dijo, que con una vocecita de tonta me preguntaba: ‘Muy lindo todo lo usted dice, joven, pero ¿por qué hay un muro para que la gente no se arranque?’. La pregunta era breve y mi respuesta demasiado larga. Y si me preguntas ahora qué me desilusionó, fue el Muro. Si escribo qué me cambió no podría decir sino lo que me decían en Santiago esas viejas pitucas con sus vocecitas de tontas. Prefiero no escribirlo”, rió… Entonces, ¿por qué regímenes diseñados para transitar desde “el reino de la necesidad al reino de la libertad”, para usar la expresión de Engels, no lograron superar ni la necesidad ni el autoritarismo totalitario? ¿Por qué, en suma, el Muro para evitar que la gente se escape? ¿Y por qué al caer el Muro cae el régimen?

Pregunta: El PC chileno siguió siempre y con fidelidad absoluta la línea de la Unión Soviética. Apoyó públicamente la invasión soviética a Hungría y Checoeslovaquia, por ejemplo. Don Lucho me dijo una vez que él nunca se imaginó que la Unión Soviética podía venirse abajo, nunca. Entonces, la disolución pacífica e interna de los regímenes del campo socialista, de la Unión Soviética, ¿cómo se explica? Porque decir que hubo burocratismo, impulsos personalistas, corrupción, autoritarismos es dar explicaciones morales. ¿Será el tipo de explicación que corresponde desde el materialismo histórico? ¿No se cae así en eso que Marx llamaba sarcásticamente el “socialismo frailuno”?

Pregunta: En algo de 70 años de economía socialista, ni la Unión Soviética, ni en general la economía del campo socialista, pudieron generar inventos o tecnologías que hayan sobrevivido. Ninguna máquina para la industria, ningún utensilio para el hogar, ningún remedio, nada… Todo lo que se fabricaba en el campo socialista desapareció como por encanto. Nada pudo soportar la competencia. Salvo el fusil ametralladora Kalashnikov y el avión de combate Mig, que se siguen vendiendo y bien. Mientras tanto, en esos años, el capitalismo no cesó de inventar y de transformar el mundo cotidiano con su tecnología. Una noche en Moscú –ya gobernaba Gorbachov– conversando con intelectuales soviéticos y un matemático que trabajaba en el Grossplan, recuerdo que comentaban el shock que fue para ellos el computador personal, el shock que era para ellos la creatividad personal de Steve Jobs y un sistema económico capaz de nutrirla y sacarle partido.

Algo similar me comentaría después el general Nicolai Leonov, que llegó a ser el número 2 de la KGB. Leonov fue antes, entre otros cargos, agente de la KGB para Estados Unidos. Supo de un avión cuya pintura lo hacía indetectable por los radares. A esa altura era un secreto. Supo después que uno de dichos aviones se había accidentado. Logró con inmenso esfuerzos conseguir un trozo del avión averiado y pudo sacarlo de Estados Unidos. Fue el mayor logro de su vida como agente. Rápidamente detectaron en Moscú los componentes, pero nada más. Por años, me contó, los científicos soviéticos trabajaron tratando de dar con la fórmula. Nunca lo consiguieron. El general Leonov concluyó que había un abismo insalvable entre la tecnología capitalista y la soviética, un abismo que daba mucho qué pensar.

Todo esto plantea un desafío desde el punto de vista del materialismo histórico. Quiere decir que el modo de producción capitalista sigue siendo capaz de desarrollar las fuerzas productivas; sus relaciones de producción al menos todavía no obstruyen su expansión y desenvolvimiento. Por tanto, el colapso del capitalismo como modo de producción está lejos.

Y eso suscita a su vez, nuevas preguntas. ¿Por qué exactamente no colapsa? ¿Por qué la propiedad colectiva de los medios de producción no logra expandir las fuerzas productivas de manera comparable? ¿Por qué bajo ese control las ciencias y sus aplicaciones tecnológicas –con todo lo que eso implica en términos de cambiar la vida corriente y de construir una potencia militar– se quedan tan rezagadas?

Las grandes universidades, las que más investigan y descubren e inventan, están en Estados Unidos e Inglaterra. Lo señalan todos los estudios y rankings. Son instituciones sin fines de lucro, selectivas, y que combinan investigación y docencia de alto nivel. ¿Qué vinculación habrá entre esas universidades, su manera de organizarse y financiarse, la investigación científica y tecnológica, las patentes de invención, la empresa privada y los mercados competitivos y globales?

Pregunta: ¿Por qué democracia, elecciones pluripartidistas, derechos para la oposición en Chile y no en otros países socialistas, donde había (por ejemplo, en la Unión Soviética) donde hay hoy, (por ejemplo, en Cuba) disidentes clamando exactamente por eso mismo, es decir, derechos para el opositor? ¿Por qué aquí, sí y allá, no?

Pregunta: El PC chileno, como se ha dicho, tiene una antigua y profunda tradición democrática.

Dada esta tesis y otras, ¿no tenía razón Karl Krautsky? Kautsky sostenía que Marx se equivocó con su tesis de la pauperización progresiva del proletariado bajo el capitalismo. Creía, en cambio, que lo que ocurre es que el capitalismo profundiza el abismo entre la burguesía y el proletariado. La contradicción de clases no es función de la pobreza sino de la desigualdad. Pensaba, a su vez, que la evolución del capitalismo engendraría el socialismo y que el concepto de dictadura del proletariado de Marx no había sido bien comprendido por los bolcheviques. El partido, a juicio de Kautsky, debía ser revolucionario, pero no organizarse para preparar una revolución. ¿No suena todo esto más cercano que Lenin? ¿No habría que releer el marxismo de Kautsky?

No puedo terminar sin antes recordar a los que no están y debieran estar, y sabemos por qué no pueden estar aquí.

Cierro evocando la figura de Don Lucho Corvalán. Su astucia tranquila, su inteligencia vivaz, su sencillez, su interés por las personas reales y concretas, su abnegación a toda prueba, su corrección, su humor, su calidez como ser humano, su invencible alegría y amor por la vida.

Feria del Libro 2014.

Corvalán: Páginas Escogidas 1916-2010
Compiladores: Iván Ljubetic, David Canales, Ana María Pino y Patricio Valdés.
Editorial USACH, 2014

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