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Opinión

9 de Diciembre de 2014

Columna: El origen de la subversión

Prometeo, según la leyenda, espera 2500 años en pos de la llegada de su libertador. La obra considera que el tiempo está cumplido y genera el desencadenamiento de este rebelde, quien al divisar los campos de batallas y el humo de las industrias, aleja su vista sobre estos mortales y se aleja hacia otros tiempos.

Ramón Griffero
Ramón Griffero
Por

prometeo
*Fotografía: Invitación Radio Duna

He considerado que el arte tiene sentido de vida como un acto de resistencia frente a los espíritus de época que nos toca vivir, frente a la visión de nuestro entorno que las ficciones de la realidad nos trasmiten como verdades. Siempre hay una otra mirada, y esa diversa percepción de nuestros sentidos que perciben otras dimensiones se develan a través de los lenguajes artísticos.

La ecuación del arte con lo político se entendía como una simbiosis inherente. Lo fue en el medioevo entre arte y religión, en que el arte era telonero de escritos religiosos, como fue telonero de las ideologías del siglo veinte, donde la política al aspirar a quebrar las ficciones existentes y proponer otras realidades generó un arte anarquista, comunista, fascista, burgués, etc.

Dado que el concepto de un “otro mundo” le es afín a la creación, se estableció la indisoluble unión de un “arte-político” (hoy sería el arte de mercado).

Luego los partidos, al plasmar su ideario en programas administrativos, deben administrar los territorios y proveer las necesidades de subsistencia. Está bien, pero en este accionar, la “política” deja de ser el lugar donde se confrontan ficciones, o se propone “tomar el cielo por asalto”.

De ahí que el arte vuelve a un origen, y queda como el espacio donde nos confrontamos a nuestras emociones, al universo, a la muerte, y a develar las mentiras de la verdad, a reflejar nuestros conceptos de existencia. Surge así como motor de creación la “Política del arte”.

Desde este pensamiento es que se construye la obra Prometeo, el Origen, al situarse en un más allá de lo doméstico, cotidiano, y abordar planteamientos sobre nuestra especie. De cómo navegamos en este astro por el universo y qué estamos realizando con el saber que identifica a nuestra raza humana.

El mito de un origen, se gesta con el acto de rebelión de Prometeo al robarle el fuego a los dioses para entregárselo a los efímeros y establecer una humanidad, para que con este saber pueda construir su felicidad y superar a la muerte, lo que lo lleva a ser condenado a una tortura eterna.

Hoy nos preguntamos si este ícono de la rebeldía no cometió un error fatal, y por ende si los rebeldes de nuestra historia no continuaron con este acto desfasado.

Será que la especie solo puede imaginar su felicidad a través de filosofías, religiones o conceptos de sociedad de los iguales, pero es incapaz de plasmar sus sueños, dado que su inherente constitución lo lleva a debatirse entre el odio y el amar, y donde el amar es justificación del odio. Y este saber se extiende más allá de nuestro dominio, instaurando la psicopatía legal (ejércitos del pueblo, de naciones, de fracciones) que asesinan en pos de su verdad.

En Prometeo, el Origen, el grupo de actores a los cuales les llega un escrito a representar, tratan de indagar sobre nuestro devenir a través de uno de los dones otorgados, que es “develar su futuro a través de la mágica filosofía de la escena”.

De ahí que el teatro, en este montaje, vuelve a sus orígenes grecos, a situarnos en la leyenda, a confrontarnos a nuestra invisible constitución de átomos y electrones, a la matriz de nuestros pensamientos e indagar en ese infinito que nunca llegaremos a dilucidar.

Prometeo, según la leyenda, espera 2500 años en pos de la llegada de su libertador. La obra considera que el tiempo está cumplido y genera el desencadenamiento de este rebelde, quien al divisar los campos de batallas y el humo de las industrias, aleja su vista sobre estos mortales y se aleja hacia otros tiempos.

Y como canta una actriz en la obra:
“Prometeo nos señaló que no hay origen sin subversión aunque esta sea sin razón, guiada por una ingenua convicción que nos lleva reconocer que todo los que nos envuelve no es más que una momentánea ficción”.

*Dramatugo y director teatral. Director de “Prometeo, El Origen”

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