Su tío, el más querido, Carlos Alberto “Choclo” Délano -casado con la hermana de su mamá, Verónica Méndez Ureta, e íntimo amigo de su fallecido padre- está desde el sábado con prisión preventiva inculpado por delitos tributarios reiterados como propietario del holding Penta; su partido, el que dirige desde hace un año, atraviesa una crisis por el financiamiento irregular de campañas, la más profunda desde el caso Spiniak “cuando al menos estaba el consuelo de que se investigaban hechos falsos”, apunta un histórico gremialista; y él, que había logrado una tregua veraniega gracias al impresentable préstamo obtenido por la nuera de Michelle Bachelet, está, otra vez, en el centro de la polémica por la querella del Consejo de Defensa del Estado (CDE).
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“¿Crees que debo irme?”. Como quien es descubierto pensando en voz alta o quien revela, indeciso, un secreto, Ernesto Silva Méndez ha comenzado a preguntar lo que antes sólo lo atormentaba en privado. “¿Crees que debo irme?”, una frase que no vocifera, que pronuncia bajando la voz frente a alguien en quien confía, que funciona como puerta sin cerrojo hacia otras interrogantes más complejas -¿quién asumiría la presidencia en la UDI? ¿qué pasará con los involucrados en el caso Penta? ¿cómo vendrá la mano en la próxima elección?- sin respuesta.
“Aún no”, le contestan. “No… todavía”, le dicen. Y esa afirmación es más bien una sentencia: después, en poco tiempo más, cuando se conozca si los implicados en la causa que llevó adelante el fiscal Carlos Gajardo y que hoy encabeza Sabas Chahuán, serán procesados por el financiamiento irregular de sus campañas, entonces, en ese minuto, no será necesario debatir sobre su partida: Silva deberá dimitir como el presidente con fecha de vencimiento en que se convirtió cuando, en septiembre de 2014, se conoció que un chofer del senador Iván Moreira había entregado una boleta a Penta para recibir aportes a su campaña.
Ese hecho, tan aislado, tan poca cosa en sí mismo, fue la primera señal de alerta del desastre. Pero los instrumentos fallaron en la casona de Suecia 286, no pudieron detectar la magnitud del terremoto que se avecinaba y entonces él, el rostro de la renovación, el ungido por las nuevas generaciones partidarias y por el todopoderoso Jovino Novoa, decretó que estaba todo bien, que no había nada que temer, que no habría tsunami en el gremialismo. Y se equivocó.
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Silva se sonroja con facilidad. Cada vez menos desde que está en política, pero aún, cuando algo lo incomoda, su rostro tiende a ponerse colorado. Abre, además, mucho los ojos y se queda un rato en silencio. Parece tímido, o soberbio, dependiendo de quien lo juzga. Como sea, en esos momentos se asemeja a un adolescente taimado. Y los últimos meses las sorpresas han sido constantes y desagradables, y Silva ha tenido, sobre todo, esa imagen: el rostro de un niño tardío, contenido y silente.
“No te imaginas lo difícil que ha sido esto para él”, cuenta un amigo de verdad, de esos que no figuran en la primera línea política. Son pocos, casi todos abogados de la UC como Rodrigo Arellano Falcón, actual encargado de desarrollo estudiantil de la Universidad del Desarrollo; o Juan Francisco Mackenna Carey, de Abogados Caray.
Asegura esta persona que en los días de la primera campaña, en 2009, cuando aún eran buenos tiempos para Silva, el diputado solía reunirse con el grupo que colaboraba con él en terreno y les decía que estaba en política para “pasarlo bien” haciendo algo que le gustaba, que no se trataba de ganar o perder, sino de disfrutar.
Han pasado 6 años desde ese entonces. Silva tiene menos cabello, más canas y enemigos. Y han pasado aguas negras bajo el puente: Moreira, su vicepresidente, admitió haber recibido fondos de manera anómala; Ena Von Baer está en la mira de la investigación; Novoa enfrenta un futuro judicial incierto como “recaudador” UDI. “Pasarlo bien” es lo último que podría hacer hoy Silva.
Su tío, el más querido, Carlos Alberto “Choclo” Délano -casado con la hermana de su mamá, Verónica Méndez Ureta, e íntimo amigo de su fallecido padre- está desde el sábado con prisión preventiva inculpado por delitos tributarios reiterados como propietario del holding Penta; su partido, el que dirige desde hace un año, atraviesa una crisis por el financiamiento irregular de campañas, la más profunda desde el caso Spiniak “cuando al menos estaba el consuelo de que se investigaban hechos falsos”, apunta un histórico gremialista; y él, que había logrado una tregua veraniega gracias al impresentable préstamo obtenido por la nuera de Michelle Bachelet, está, otra vez, en el centro de la polémica por la querella del Consejo de Defensa del Estado (CDE).
Fue el golpe más duro, aunque no inesperado, admite un integrante de la directiva.
Marcos Castro, excontador del Grupo Penta, declaró ante Gajardo que, desde 1993, llevó la contabilidad de Ernesto Silva Bafalluy y su familia. Entre las declaraciones, estaba la del diputado. El antecedente estaba desde hace meses rondando.
Ernesto ha dicho que su clave para los trámites en el Servicio de Impuestos Internos la manejaba su papá, que, sin embargo, ha revisado ahora todos los papeles de esa época y que no hay rectificación ni devolución alguna. El Consejo, no obstante, decidió, recién hace unos días, querellarse e investigarlo.
Él resintió la estocada.
Hace siete días, había logrado controlar una dura reunión de directiva, secundado por un comité de crisis que entró en acción hace poco y que más parece un grupo controlador a cargo de coroneles como Novoa y Chadwick.
Había conseguido, además, el lunes pasado respaldo de la Comisión Política a una propuesta sobre mejorar el estándar de la política; el martes y miércoles en el Congreso fueron días en que primó casi la fraternidad entre los parlamentarios; pero el jueves ya nuevamente comenzaron los murmullos -algunos de frente; otros, a sus espaldas- de que debía dar un paso al costado, la forma elegante de gritarle “renuncia”.
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Ernesto no es un hombre de Lexus. Pese a que creció en un casa acomodada del sector de Los Domínicos, a que su papá tuvo un rol importante en empresas en dictadura y forjó una fortuna que incluye el lucrativo negocio educacional a través de la Universidad del Desarrollo, Silva nunca ha sido un personaje ostentoso.
Vive, como es natural a la élite endogámica de donde proviene, en el barrio alto, en una construcción grande, como la de sus vecinos, en Lo Barnechea; está casado con Jimena Álamos, hermana de la mujer del senador Juan Antonio Coloma; y tiene, como se estila en su círculo, cinco hijos.
Podría haber manejado desde joven un descapotable como Sebastián Dávalos, el hijo de Bachelet, pero cuando fue electo diputado y debió comprarse un vehículo -compartía hasta entonces el auto con su esposa- optó por un Toyota Yaris. Cuando iba de vacaciones al extranjero viajaba, y aún lo hace, en clase económica.
Hoy se traslada a Valparaíso en un sobrio Subaru Outback.
La sencillez, sin embargo, no lo salva de los conflictos de interés. Los ha tenido, los tiene y le penan.
No es sólo que Délano y Carlos Eugenio Lavín -el otro dueño de empresas Penta que también está hoy en el anexo Capitán Yaber- lo hayan visto crecer y que ambos, que poseen inversiones en todas las áreas económicas posibles, lo sientan como uno de los suyos, al punto de consultarle a través de un correo si se puede hacer algo con la tramitación de una ley. Tampoco se trata de que en la mesa de su hogar, cuando su papá vivía, se hayan tomado decisiones sobre el país, las pensiones o la construcción de viviendas, como quien habla del clima.
Es que él, como Ernesto Silva Méndez, no se abstuvo de votar en ningún proyecto educacional pese a que tuvo, hasta fines de 2013 -junto a su madre, María Cristina Méndez, y sus tres hermanos- el 9% de Ainavillo, empresa inmobiliaria que arrendaba sus dependencias a la Universidad del Desarrollo; y es también que legisló de forma decisiva sobre la ley de isapres pese a poseer, a título personal hasta el 13 de septiembre de 2013, 12.100 acciones de Banmédica.
“No hay mala fe en él. Siempre ha tenido tanta plata que estas cosas no le van ni le vienen, no está en su mente el beneficiarse”, relata un parlamentario que asegura que Silva podría retirarse de la política sin que ello le signifique desmedro alguno en su situación económica.
Pero una cosa es eso, tener dinero, y otra distinta es detentar el poder, y aunque la relación entre ambos conceptos está demostrando ser más incestuosa de lo imaginado, Silva ha preferido desligarse de los negocios y retener la testera gremialista.
“Nadie reconoce que hay que tener bolas para seguir ahí, manteniendo el partido unido, dando la cara todos los días. Él tiene un proyecto de partido y es por eso que se queda, no por un afán personalista”, recalca un cercano.
No es raro que Ernesto tenga una visión sobre la UDI. Su vida siempre tuvo como derrotero natural el partido: desde joven fue dirigente gremialista y su padre fue fundador y financista de la tienda, el mismo rol de su tío “Choclo”.
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Su papá murió el lunes 8 de agosto de 2011. Había superado, se suponía, la depresión que lo afectaba y que había llevado al suicidio a otro familiar, un tío del timonel de la UDI. Los días anteriores a su muerte, Ernesto Silva Bafalluy, estuvo alegre y bromeó con sus amigos, como lo hace la gente que trata de ser feliz. Después, se quitó la vida.
Silva Bafalluy tenía 64 años; Ernesto, el hijo mayor, estaba a una semana de cumplir 36. De este tema el diputado no habla, pero los meses precedentes al suicidio de su padre grafican muy bien por qué Ernesto -y sus otros tres hermanos- sienten al Choclo como el protector de la familia, el otro papá.
Cuentan cercanos que Délano estuvo al lado de Silva Bafalluy durante toda su enfermedad, que en cuanto vio que su amigo de toda la vida, con quien había levantado la UDD, se recuperaba, lo instaló en una oficina a su lado en El Bosque 0440 para mantenerlo cerca y que sólo cuando supo que éste estaba médicamente bien retomó sus actividades. Una de ellas fue viajar a Estados Unidos precisamente en aquel agosto de 2011.
Después de la tragedia, Délano siguió ahí, constante, preocupado, involucrado en todo. Fue el puntal en la hora crítica.
Ernesto en 2011 ya era un político, como su padre siempre quiso, aunque el primer camino no fue el Congreso, sino la alcaldía de Las Condes.
Francisco de la Maza se había convertido en 2008 en una especie de revolucionario en la UDI porque pedía que la directiva fuese elegida por el mecanismo de “un militante, un voto”, lo que era rechazado por quienes en la época defendían el “dedazo” de los coroneles para designar la dirigencia. Silva era uno de esos críticos a la disidencia de De la Maza. Había sido presidente del Centro de Alumnos del Verbo Divino en 1993, vicepresidente del Centro de Alumnos de la Facultad de Derecho en 1996 y presidente de esta facultad en 1998, y determinó que era el minuto de tomar el sillón edilicio. Inició entonces una pre campaña.
Luego, supo que De la Maza iría a la reelección, dio pie atrás y empezó a preparar el desembarco en la Cámara en una zona segura: el distrito 23 -Las Condes, Vitacura, Lo Barnechea- donde siempre la derecha ha doblado.
Fue una apuesta sin riesgos, conforme con su personalidad mesurada, analítica, un poco de mono porfiado como diría Joaquín Lavín o de junco, como cantó alguna vez Bachelet entonando un “Resistiré” que quién sabe cuántas veces ha pronunciado Silva en estos días, los más oscuros.
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Su especialidad es el saque. Dicen que cuando Silva saca su oponente al otro lado de la cancha queda descolocado y que no hay forma de quitarle un punto. Que cuando juega tenis se concentra sólo en eso y que está tan acostumbrado a triunfar que ni celebra.
Cuentan que siempre es así: mesurado cuando le va bien y cuando falla, no como su padre, que era “uno de aquellos, explosivo, irreflexivo, aunque generoso”.
-Silva padre se llevaba muy bien con Pablo Wagner, con quien trabajó, porque eran parecidos, en esa personalidad avasalladora y físicamente muy grandes, imponían respeto. Ernesto era distinto, más callado. A su papá lo saludaba de beso. Se respetaban, pero no eran ‘compinches’-, relata un cercano.
El estrecho vínculo de Wagner con Silva Bafalluy se traspasó al diputado quien en 2005, cuando retornó a Chile tras un Master en Políticas Públicas en la Universidad de Chicago y se instaló como profesor en la UDD, formó una sociedad con Wagner San Martín -hoy en prisión preventiva-, y otros académicos, para crear un “emprendimiento” al interior de la Universidad: un “kiosko” donde se vendiera merchandising de la Universidad -polerones, llaveros, tazones con el logo distintivo- y otros productos. El “kioskito” apareció hace unos meses en una querella del Servicio de Impuestos Internos contra el exsubsecretario de Minería y significó una nueva polémica para Silva.
Fue el preludio de otros infiernos que hoy lo tienen en la cuerda floja.
Aseguran quienes lo conocen que el calvario lo tiene más silencioso que de costumbre; que poner el partido por sobre su estrecha relación con su tío Carlos Alberto lo tiene devastado; que hace un año que no pisa una cancha de tenis y que es probable que su saque haya perdido fuerza; y que sabe que su presidencia es como una sentencia cuyo plazo ya se está cumpliendo.