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Opinión

9 de Abril de 2015

Josefa Wallace, el fenómeno literario del momento: “No he leído a escritores chilenos”

Aún no es el lanzamiento oficial, pero el libro “Pepi la Fea” se ha transformado en el más vendido de las últimas semanas –la primera edición se agotó en ocho días– y un boom en redes sociales. Su autora es Josefa Wallace, una veinteañera fanática de Tolkien que estudia tercer año de Enfermería y cuya baja autoestima le permitió crear al personaje que la hizo célebre. Ahora la jotean.

Macarena Gallo
Macarena Gallo
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pepi la fea (2)

Bajoneada por una ruptura amorosa, Josefa Wallace (24) subió una historia de amor y desencuentros entre una fea, un español y una chabacana al sitio de Facebook “Confesiones del Metro de Santiago”. En ella, contaba la historia de una joven poco agraciada en tiempos de Facebook, que se enamora perdidamente de un español por chat, pero como se siente tan fea, decide hacer pasar por su mejor amiga, mucho más guapa, para que la pescaran. El español se compra el cuento y termina viajando a Chile a conocerla. Su amiga sigue el juego, se hace pasar por ella, se aprende un discurso y termina juntándose con él en una estación de metro. Cuento corto: la amiga le roba al novio. La historia caló tan hondo que en pocas horas juntó 30 mil “me gusta” y fue compartida por más de ocho mil personas en la red social. Presionada por su mejor amigo, decidió continuar la historia en un blog personal. Así nació su alter ego: Pepi, la fea, que la ha transformado en escritora superventas.

¿Por qué le ha ido tan bien a Pepi la fea?
-Debe ser por el lenguaje, la cercanía, leer sobre el Messenger, el chat Salo, sobre LatinChat. Además, yo creo que todos hemos tenido un romance por internet, entonces se sienten identificados. Pero jamás pensé que tendría tanta repercusión. De hecho, Pepi es ingeniera civil y yo estudio enfermería. Si hubiese sabido que iba a tener ese alcance, habría puesto que Pepi era enfermera. Pero lo hice para mantener el anonimato. Y pasó que la historia comenzó a masificarse. Fue una cosa increíble. Y un amigo me dijo que siguiera, que armara la página, pero yo decía para qué tanto, tampoco era algo así como oh, aquí está la próxima Isabel Allende, no sé, el Paulo Coelho. Era una cosa súper sencilla. No era una lectura intelectual ni mucho menos.

¿Y por qué le llamaste Pepi la Fea?
-Está basada en mí. Tengo muchos problemas de autoestima. Yo creo que me he arreglado harto, en comparación a cuando estaba en el colegio y no me peinaba. Una vez me corté el pelo bien corto y como soy crespa me pusieron Valderrama, Guru-Guru, cabeza de fregona. Todos esos apodos mermaron mi autoestima. La chabacana, que aparece en el libro, está inspirada en varias chabacanas que he conocido. Yo creo que hasta un poco en mí, porque todas hemos sido un poquito zorras en algún momento de la vida. Todas tenemos algo de chabacanas.

¿Qué has hecho de manera chabacana?
-Una vez subí el teléfono de un ex pololo a un chat gay y lo huevearon harto. Fue una venganza. Pero nunca le he quitado el pololo a ninguna amiga. Tampoco puedo escupir al cielo, porque más adelante puedo hacer la gran chabacana. Pero soy bien nerd. Cuando chica era el terror de internet. Me hacía perfiles falsos. Me metía a trolear. Cuando había gente hablando, me metía al chat para hacérselos colapsar y se les cayera la señal. Inventé muchas identidades. No lo hacía de maldad, sino que de aburrida, nomás. A mi primer pololo, el Robaconejos, lo conocí en un foro de videojuegos. Fue muy estúpido. Entré al foro y todos me putearon, porque así era la bienvenida que les daban a las mujeres. Con el Robaconejos nos puteamos un rato, después nos hicimos amigos y terminamos pololeando.

Ahora te va mejor desde que estás más famosa. Dices que te jotean en las redes sociales.
-Sí, pero ellos no saben cómo soy yo realmente. Es como cuando digo “Ariel Levy, guachito rico”. Pero no sé cómo es él, no sé qué cosas le gustan. Son joteos muy vacíos y superficiales. Me da lo mismo. Porque la gente llega aunque te hagai conocida por la hueá más mierda. A mí me gustaría tener la suerte de Pepi con los hombres. No es que me vaya mal, pero no ha llegado la persona indicada.

¿Qué te han dicho tus amistades ahora que saliste del anonimato?
-Estudio una carrera de puras mujeres en la Andrés Bello y no sé cómo decirlo, pero de repente hay grupos que hablan mal. No digo que es envidia, pero han hablado pestes de mí gente con la que jamás he hablado. Han dicho puras hueás. He aprendido a tener cuero de chancho y no pescar. Me han dicho que mejor me dedique a escribir porque no sirvo para ser enfermera. Y eso nada qué ver. Yo tengo súper buenas notas. Salí de campo clínico con promedio 6,8. Nunca me he echado un ramo.

¿No te dan ganas de dedicarte solo a la literatura?
-Me dan muchas ganas. Pero me gusta tanto la enfermería que no la dejaría. Me gustaría, eso sí, tener más tiempo para escribir. La gente es muy loca. De repente se ponen violentas cuando no subo capítulos a la página. Por ejemplo, ahora no he subido hace como dos semanas por un tema de tiempo y me mandan mensajes de personas realmente enojadas: “Pero, Pepi, qué te creís, te debís a tu público o acaso te levantaste de raja”. La gente piensa que yo me siento y escribo de una. Y no todo es ta-ta-ta-tá.

¿Tomaste algún curso de escritura?
-No tengo ningún estudio relacionado a la literatura. Siempre he estado ligada a las ciencias y matemáticas. Yo, de hecho, antes de estudiar enfermería, estudié tecnología médica para ser radióloga en física médica. Nada que ver. Es un mito que la gente que estudia ciencias no le pegue a la escritura. Yo, de hecho, escribo desde chica. Mi abuela tenía muchos libros y, como no tenía mucho que hacer, porque vivíamos en el campo, empecé a agarrar los libros cuando tenía cinco años para hojearlos. Y después, cuando comencé a leer, leía todo lo que encontraba. “Metamorfosis” me lo leí a los siete años y no entendí ni una hueá, pero lo leí. De ahí me pegó el bichito de escribir. Cuando estaba en el colegio escribía historias bien incoherentes.

¿Cómo de qué?
-Una vez escribí la historia de un conejo periodista que se embarcaba en un crucero, veía crímenes y al final al conejo se lo terminaba comiendo un tiburón. A los 14 años me dije que iba a escribir un libro. Y lo hice.

¿De qué se trataba?
-De fantasía. Y ese libro se transformó en otro libro, y en otro más, al final terminaron siendo cuatro libros que tengo ahí y espero publicarlos próximamente. Siempre supe que sería escritora algún día. Ahora, nunca me imaginé la forma en que lo terminé siendo. Siempre pensé que tendría que ir a cada editorial mostrándole mis manuscritos, esperar un año para que me digan que no y terminar autopublicando. Y no que me contactara la editorial más grande del mundo. Es como wow.

¿A qué escritores admiras?
-A Tolkien, definitivamente. Estudié élfíco. Mi firma del carnet es élfico, esa onda. Loca por Tolkien. Tengo hasta los libros que nadie conoce. Para mí, Tolkien es un genio.

Pero es bien ñoño lo que me cuentas.
-Es noño. Soy más ñoña que la cresta. Yo iba a una comunidad Harry Potter con la capa y la varita. Y era re vieja, a los 16 años, po. Me iba en la micro, qué humillante, hueón.

¿Del mundo más intelectual, has recibido comentarios por tu libro?
-El autor de Logia, Francisco Ortega, y Josefina Reutter de Cuicoterapia me felicitaron. Isabel Allende aún no me contacta, espero su mensaje, ja, ja, ja. Y no creo que me contacte J.K. Rowling, ni siquiera para putearme.

¿Qué no te gusta leer?
-No podría leer un libro entero de filosofía. Me aburre mucho, me carga.

¿Lees literatura chilena?
-Para ser sincera, no he leído a chilenos. Pero sí hay libros para chicos que me han marcado. Por ejemplo, “Amy, el niño de las estrellas” y “Papelucho”. Yo creo que Pepi es como Papelucho, pero buena pal carrete y el hueveo. Me gusta Laura Gallegos, que es española, García Márquez. A Isabel Allende no la he leído. Ahora me hice amiga de Camila Gutiérrez, la Joven y Alocada, y me gusta como escribe. Creo que ella, en cierto sentido, ha sido mi mentora. Si admiro a alguien de Chile, tendría que decir que a ella.

Aunque en tu libro no hay nada de sexo. ¿Por qué?
-Vengo de una familia muy conservadora, con carabineros, abuela católica y media facha. No hay sexo, porque me da vergüenza que mi abuelita leyera eso. Tampoco sentí que fuera necesario. Sentí que debía ser casi como una historia Disney.

Como se ha puesto famosa Pepi la Fea entre los estudiantes, ¿no se te ha ocurrido politizarla en sus próximas aventuras?
-Prefiero que no, para no recibir golpes de ni un lado ni del otro. Yo, como Josefa, tengo clara mis opiniones. No me gusta la UDI ni el PC, me siento de centro derecha, aunque creo que la izquierda igual tiene ideas buenas. También tengo una postura política ante al aborto y el matrimonio homosexual.

¿Y eres más abierta en esos temas?
-Si el homosexual se quiere casar, es hueá de él. Ahora, respecto al aborto, yo nunca me haría un aborto y no lo apoyo, pero tampoco me siento con el derecho de juzgar a una mujer que tenga que recurrir a eso. Hay casos y casos, no hay que cerrarse.

LA NUTELLA*
En año nuevo mi pasito matador es ese que hacen los viejos: primero un remolino con las manos y luego hay que doblar la espalda hacia delante y hacia atrás. Así que me la jugué con ese pasito ridículo. En todo caso, la música que pusieron era como una electrónica que iba demasiado rápido y en un momento parecía que toda la gente en la pista había sido poseída por el coludo. Y, pucha, para no desentonar ahí estaba yo contorsionándome con la gracia y delicadeza de un mamut bailando tango.

Inesperadamente, los 3/4 de tarro de Nutella que me había comido una hora atrás empezaron a patearme las tripas. Me dieron unas ganas cuáticas de ir al baño, pero apreté el poto nomás y seguí moviéndome toda colijunta: no habían pasado ni cinco minutos desde que había empezado a bailar y no quería que el Ibizo pensara que mi estado físico es una mierda (aunque sí lo es).
Levantaba los brazos y de vez en cuando una que otra pata y la gente alrededor mío empezó a alejarse. En otra situación hubiera sentido ene plancha, pero los mojitos cubanos con sus respectivas lechugas me habían dejado lo suficientemente happy. Y estaba en esa cuando en una, paf, se me sale el tremendo peo.

No voy a decir que se escuchó, porque la música estaba a todo chancho y pasó piola, pero el olor era otro problema y decidí alejarme. En eso estaba cuando mi cuerpo me traicionó: tras dar algunos pasos mi colon ascendente, transverso, descendente, sigmoideo y todas las weás, como que se retorcieron cuáticamente y pensé que hasta ahí nomás llegaba. “Oh, conchesumadre, Nutella culiá, por qué te comí”, pensé. Le dije al Ibizo que iba al baño a mojarme la cara y fui hacia el WC con las patás apretadas caminando como palitroque.

Llegué al baño ya casi con un ardor en el cuerpo. Había ene minas maquillándose, arreglándose descaradamente las tetas, y algunas estaban comiéndose entre ellas, métale besos y manoseo. Dije ‘qué chucha’ y me metí más que rápido a un cubículo. Fue glorioso, como si el santo padre me hubiera acogido entre sus brazos y me hubiera besado la frente. Estuve como media hora ahí sentada mientras de vez en cuando alguien desde afuera me preguntaba si estaba viva, hasta que salí no sin antes jurar que nunca más comería Nutella.

*Extracto de PEPI, LA FEA.

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