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Opinión

3 de Mayo de 2015

Diego Golombek: “Los grandes místicos de la historia fueron posiblemente epilépticos”

En 2007 obtuvo el Ig Nobel –que premia a la ciencia insólita– en la categoría “Aviación” por descubrir que el Viagra ayuda a los hámsters a recuperarse del jet lag. Conocido divulgador de las neurociencias, estuvo en Puerto de Ideas Antofagasta para explicar cuán duro trabaja un cerebro original y cómo imaginaron sus descubrimientos algunos científicos notables. Aquí también repasa a Fito Páez y habla de Las neuronas de Dios, su último libro, donde asegura que el cerebro está hecho para creer y los ateos son mutantes culturales.

Daniel Hopenhayn
Daniel Hopenhayn
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La imagen de la inspiración súbita está más asociada al artista, aunque también ha tenido su lugar en las ciencias, desde el Eureka de Arquímedes en adelante. ¿Crees en la epifanía del científico?
Las epifanías no son ciertas, vienen después de haber trabajado años en un problema. La historia de las ciencias está llena de ejemplos. Como Dimitri Mendeléiev, que inventó la tabla periódica de los elementos, la genialidad que odian todos los estudiantes. El tipo cuenta que la idea le vino frente al fuego, como una inspiración. ¡Pero había estado buscando esa tabla durante años! La inspiración fue que la tabla no tenía que estar completa, sino tener huecos en los cuales fueran a entrar elementos que todavía no conocemos. O genios como el químico August Kekulé, que concibió la estructura molecular cíclica, redonda, del benceno. Él dice que la soñó. Soñó con la serpiente que se come a sí misma, el famoso ouroboros de la mitología, y entonces se despertó diciendo “¡claro, ya está!”. ¿Le vino de la nada ese sueño? No. Él buscó esa estructura durante 20 años, no podía encontrarla porque era cíclica y ese sueño le abrió la puerta a hacer los experimentos adecuados. El inventor del velcro, Georges de Mestral, se supone que se inspiró al pasear con su perro por el bosque y verlo salir lleno de abrojos, estas plantas que se te pegan al pelo. Entonces se preguntó por qué se pegan los abrojos e inventó el velcro, pero porque él trabajaba en esos temas. Hay muchos ejemplos de que la inspiración solo viene a las mentes preparadas.

¿Y hay mentes preparadas que nunca van a inspirarse?
Bueno, ahí viene lo que traemos de fábrica, pero no está claro cuánto de eso es entrenable y cuánto no. Hay un montón de ejercicios… Ayudan, pero lo que más ayuda es el trabajo duro, eso está muy claro.
Tú has dicho, en referencia a respetar las rutinas de sueño, que “la rutina es salud”, y la neurociencia nos vive recomendando rutinas para que el cerebro rinda más.

¿Pero la originalidad del cerebro no nace muchas veces de romper esas rutinas?
Sí y no. Por ejemplo, la gente se imagina que un científico se dedica a descubrir cosas. Pero la ciencia casi nunca descubre nada, construye historias muy lentamente. Si vos sumás esas historias a lo largo de mucho tiempo, puede haber una revolución o un cambio de paradigma, pero en esto pesa más la rutina que la disrupción. Una rutina adecuada puede llevar después a una disrupción, pero si vos planteás “voy a ser disruptivo, voy a ser creativo”, no vas a llegar a nada.

No crees mucho en Blake cuando dice que el camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría.
¡Sí, por supuesto que creo! Hay que probar absolutamente de todo. Igual Blake hablaba de determinados excesos, jeje… Pero hay que probar de todo y a la vez ser metódico en esas pruebas. Si dependés exclusivamente de la prueba y de la inspiración, podés tener un golpe de suerte, pero no aprovecharlo.

¿Crees que la neurociencia nos pueda convertir en neuróticos, obsesionar al cerebro consigo mismo?
Creo todo lo contrario. Hay una canción de Fito Páez con una frase que dice: “Parecés una flaca de Exactas explicando lo que no hay que explicar”, o sea, una estudiante de Ciencias que viene a molestar. Uno quiere estar tirado en el pasto disfrutando las estrellas y viene el plomo de un astrónomo a contarte cómo son las elipses y las supernovas, y te arruina la magia. ¡No, todo lo contrario! Y cuando a través de la neurociencia entendemos el cerebro y por qué hacemos lo que hacemos, no perdemos espontaneidad, solo nos entendemos mejor. Y ese es el mandato no sólo de las ciencias, sino de la humanidad. El oráculo de Delfos tenía escrito: “Conócete a ti mismo”. La ciencia tiene ese objetivo, y eventualmente ser mejores en lo que hacemos, pero esa es una aplicación secundaria. Quizás al saber ciertas cosas hemos perdido algunas historias maravillosas, pero el potencial del cerebro para imaginar es enorme y nadie nos quita la poesía, la belleza, ni la posibilidad de la ciencia para brindarnos todas esas cosas también.

¿Qué descubrimiento sobre el cerebro te ha deslumbrado últimamente?
Uff, muchos. Hay un trabajo muy reciente de un grupo de japoneses que están interpretando los sueños, no a la manera freudiana, por cierto. Han registrado la actividad eléctrica del cerebro en personas que duermen, y cuando entran al estadio del sueño las despiertan, les preguntan con qué estaban soñando y relacionan ese sueño con la actividad eléctrica que mostraba el cerebro en ese momento. Si ese experimento lo hacés unas 10 o 100 veces, no pasa nada. Pero si lo empezás a hacer miles de veces –un trabajo de japoneses, por supuesto–, de pronto empezás a encontrar patrones: si la actividad es más o menos así, posiblemente el sueño tenía que ver con esto. Esa predicción no es perfecta ni mucho menos, pero es mejor que el azar. Y algo similar está ocurriendo con los patrones de visión: con la actividad eléctrica del área visual del cerebro, se está empezando a poder ver qué está viendo ese cerebro. Es meterse en lo más íntimo que tenemos, en nuestros sueños, en nuestros pensamientos. A mí me parece absolutamente fantástico.

LAS NEURONAS DE DIOS

¿Somos una especie programada para inventar dioses?
Sí, no cabe duda, venimos con una propensión innata a creer en lo sobrenatural y hay varias pruebas al respecto. Hay áreas del cerebro que se encienden frente al fenómeno espiritual o de la creencia, tanto en condiciones normales como patológicas. Por ejemplo, hay ciertos tipos de epilepsia –o sea, un pedacito del cerebro que se sale de control– que si ocurren en estas áreas del cerebro, muy posiblemente las personas tengan visiones espirituales o místicas. Los grandes místicos de la historia fueron posiblemente epilépticos.

¿Quiénes, por ejemplo?
Pudo serlo Juana de Arco, o el indio mexicano Juan Diego, que hablaba con la Virgen de Guadalupe… De hecho, a raíz del libro me han escrito personas que recién se pudieron explicar por qué durante una etapa de su vida tuvieron visiones, o se veían a sí mismas desde arriba, o sentían la presencia de un ser superior. Y resulta que eso correlacionó con un diagnóstico de epilepsia. Por supuesto hay quienes sin ser epilépticos ni nada parecido sienten una conversación con lo divino. De hecho el rezo activa en muchas personas la misma área del cerebro que al conversar con un amigo… Bueno, es una conversación con un amigo muy especial.

Si estamos programados para creer, y si los creyentes, como tú has dicho, viven más y mejor, ¿el ateísmo sería una enfermedad autoinmune?
¡Ja! De que es algo raro, lo es. Si venimos propensos a la creencia, tenemos que aprender a no ser creyentes, es algo cultural. Al no creer, somos mutantes, de cierta forma. Y si uno piensa que en los índices de felicidad los creyentes puntúan más alto, y que alguna evidencia dice que viven más –lo que tiene cierta lógica porque tener respuestas te baja los niveles de ansiedad–, bueno, la verdad es que no resulta tan adaptativo ser ateo. Para nuestra racionalidad sí resulta adaptativo, porque uno deja de esperar verdades reveladas o dogmas de fe. Pero hay que ver un cuadro un poquito más grande.

¿Y cuánto Viagra hay que tomar para prevenir el jet lag después de un viaje largo?
Bueno, una dosis menor a la que te produzca ciertos efectos secundarios. Al menos si eres un hámster o un ratón. En humanos tenemos alguna evidencia anecdótica, pero todavía no hemos hecho un estudio clínico poderoso.

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