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Opinión

10 de Julio de 2015

Igualdad de género: del ideal republicano a la agenda neoliberal

La ley de cuotas, la creación de un Ministerio de la Mujer y la despenalización del aborto son temas que debieran estar presentes a la hora de pensar una Nueva Constitución, ya que apuntan a corregir las asimetrías de género y fortalecer la autonomía política de las mujeres. La Nueva Mayoría los ha incluido en su proyecto, pero desde el feminismo hay voces críticas al enfoque “sectorial” de esa agenda. Alejandra Castillo reflexiona aquí sobre el trasfondo de esas críticas: la diferencia entre “políticas de género” y “feminismo”.

Nelly Richard
Nelly Richard
Por

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Crédito Foto: Nomasviolenciacontramujeres

El feminismo es mirado en menos por la filosofía que, al especular sobre la trascendencia del ser, prefiere lo general a lo singular: lo universal de los conceptos a lo diferenciado de los cuerpos, los sexos y los géneros. Sin embargo, Alejandra Castillo se declara filósofa y feminista. Algunos de sus libros más destacados son: La república masculina y la promesa igualitaria (2005); Nudos feministas. Política, filosofía, democracia (2011); El desorden de la democracia. Partidos políticos de mujeres en Chile (2014).

Chile está hoy sumergido en el pantano de las boletas y facturas que detallan el funcionamiento regular de las irregularidades e inmoralidades que atan las redes de influencia del poder empresarial a un aparataje político vendido al cálculo de intereses. Mientras tanto, entre corrupciones y traiciones, se perdió de vista el debate sobre los alcances de la democracia que debería inspirar una Nueva Constitución y redefinir los contornos de la ciudadanía. Ciertos temas a incorporar para expandir la democracia igualitariamente –entre ellos, la autonomía de las mujeres como sujetos plenos de derechos políticos y sexuales– quedan sistemáticamente marginados del debate público. Para A. Castillo, las “políticas de género” han domesticado el tema de las mujeres restringiéndolo a agendas sectoriales (la salud reproductiva, la familia o la infancia) que omiten cuestionar la hegemonía neoliberal que administra sus demandas. A cambio, ella reivindica la voz y la agencia del “feminismo” para interpelar a un sistema de representación política que excluye de la toma de decisiones a determinados sujetos marcados por la diferencia. Sin el feminismo, la democracia permanece incompleta.

-El histórico anuncio de M. Bachelet realizado cuando ella fue electa presidenta por primera vez (“Mi gobierno será un gobierno paritario”) quedó revocado en sus sucesivos cambios ministeriales. El incumplimiento de esa promesa de lo paritario no fue asumido públicamente como una falta ni tampoco generó el menor reclamo ciudadano. Ella misma acusa no haber podido remediar esta falta en su último discurso del 21 de mayo 2015, al confesar que, en la composición de su gabinete, “no le ha ido tan bien” con la equidad de género. ¿A qué se debe que el tema de lo paritario en Chile no logra volverse públicamente relevante? ¿Tiene que ver con el debilitamiento del feminismo como capacidad de discurso y fuerza de articulación en el ámbito público?

Creo que el tema de la paridad no logra entusiasmar debido a que las reglas en las que ésta fue propuesta en el primer gobierno de Bachelet no son distintas a las reglas de una democracia elitista. De algún modo, la paridad venía a dar visibilidad a mujeres ya privilegiadas por el sistema político, social y cultural sin democratizar la generación de poder. Una paridad “desde arriba”, esto es, desde el poder ejecutivo, no subvierte la lógica del elitismo de la democracia chilena sino que la refuerza. En este sentido, yo diría que la política paritaria que se quiso establecer no es de “signo” feminista y, por ello, reproduce los posibles e imposibles de la misma república masculina de siempre. Esto se debe, principalmente, a la hegemonía de una política de mujeres que se organizó bajo el supuesto del “cuarto propio”: el SERNAM como un espacio aparte dentro del Estado. Lo que esta política sectorial de mujeres reprime y olvida es que transformar un orden político patriarcal implica no sólo la incorporación o el reconocimiento en él de las mujeres sino que, principalmente, cuestionar todo el orden de jerarquías y privilegios que la propia política promueve en nombre del orden republicano estatal. De ahí que me llame la atención que estas hijas de Virginia Woolf –las partidarias institucionales de las políticas de género durante la transición– no hayan protestado por la privatización de la educación, la salud y la previsión social. ¿Acaso esto no va directamente en contra de la igualdad de las mujeres? ¿Acaso no perpetúa un orden del privilegio? Lo que usualmente ocurre es que las mujeres en política –las de derecha y las de izquierda– actúan asumiendo acríticamente el descriptor “mujeres”, narrando sus acciones desde las perspectivas de las “éticas del cuidado”, esto es, desde el orden de lo materno-femenino. El problema de las “éticas del cuidado” cuando se transforman en políticas públicas es que naturalizan a las mujeres a partir del hecho de la reproducción. Y así la agenda de las mujeres queda restringida, sectorialmente, o bien a la maternidad o bien a la infancia. Siendo este el marco, se vuelve muy difícil introducir el tema feminista de la autonomía de las mujeres en el debate político.

-¿Dónde quedó el recuerdo de Julieta Kirkwood que, en los ochenta, interpelaba desde el feminismo el programa de la renovación socialista y la construcción de la futura democracia?
No hay que olvidar que los importantes debates que se dieron durante los años ochenta en torno al vínculo entre socialismo, democracia y feminismo terminaron por cancelarse con la vuelta de la democracia bajo los slogans de la estabilidad democrática y el realismo de la política de lo posible. La pregunta que hoy debemos hacernos, a treinta años de la muerte de Julieta Kirkwood, es más bien: ¿qué queda vivo del socialismo en el panorama político partidario actual? Yo diría poco, casi nada. No creo que el feminismo haya sido o sea parte de los gobiernos de la Concertación o de la Nueva Mayoría. La tarea pendiente del feminismo es volver a inventar y anudar esa relación problemática entre igualdad y política. Pero esta política no debe ser entendida solo en términos de política parlamentaria. De ahí que el feminismo implique también actuar en una multiplicidad de ámbitos que, por supuesto, abarcan lo cultural. Erradicar la violencia que discrimina a las mujeres supone transformar el orden de la misoginia que se reproduce cotidianamente. Pensemos, por ejemplo y para no ir tan lejos, en el lenguaje ofensivo para referirse a las mujeres utilizado por The Clinic o en el menú del bar que lleva el mismo nombre y que ya ha sido denunciado por la Red Chilena Contra la Violencia hacia las Mujeres.

-Es cierto que el humor de The Clinic tiene un corte sexista pero, al mismo tiempo, este es casi el único medio de la prensa escrita donde podemos argumentar libremente a favor de la despenalización del aborto (a secas), de la disidencia sexual y del feminismo. Las brechas que se abren en espacios de opinión pública son, al menos para mí, valiosas de explorar para avanzar en batallas culturales que son muy largas de ganar y requieren combinar diversos sitios de intervención. A propósito del aborto: ¿no crees tú que una acción feminista le pondría un tope a los poderes conservadores que tienen secuestrado el tema usurpando la voz de las mujeres para imponerles como único destino el de la maternidad obligatoria?
Por supuesto. Cuando las feministas protestan por la falta de autonomía de las mujeres sobre sus cuerpos, expropiados en favor de la reproducción de la población, cuestionan, primero, la fallida promesa de igualdad inscrita en la política moderna con su demanda por la extensión de la ciudadanía política de las mujeres. Segundo, problematizan la distinción de lo público y lo privado, toda vez que “lo privado” usualmente viene asociado a lo familiar/doméstico y a la naturalización del orden heterosexual. Y, por último, imaginan otras formas de pensar la relación entre cuerpos, deseos y sexualidades que van más allá de la maternidad obligatoria. Sin duda, es urgente salir del deshonroso sitial de ser uno de los pocos países en el mundo que prohíben el aborto a todo evento, pero es crucial hacerlo poniendo mayor énfasis en la autonomía de las mujeres.

-Recientemente la presidenta Bachelet firmó un proyecto de ley que propone una ley de cuotas destinada a estimular la postulación de candidatas mujeres al parlamento. ¿Sirve una ley de cuotas para corregir –aunque sea parcialmente– las asimetrías de género? ¿Cómo evalúas la futura creación de un Ministerio de la Mujer promovida por el gobierno de Bachelet?
Las políticas de la presencia que se traducen en medidas de “acción afirmativa” o de “discriminación positiva”, se confían en la ley del número. Y hay razones para ello ya que, en los países latinoamericanos en donde han sido implementadas leyes de cuotas, han logrado aumentar las mujeres electas. Por tomar un ejemplo emblemático, en Argentina la cantidad de mujeres en política se eleva desde un 6% a un 38%. Pero aquí nuevamente reaparece la pregunta por el feminismo, la misma que nos podemos hacer hoy mismo a propósito de la creación de un Ministerio de la Mujer.
¿Podría la sola creación de un Ministerio de la Mujer contribuir a poner fin a la desigualdad, la discriminación y la violencia que sufren las mujeres si, al mismo tiempo, se refuerza el elitismo político de una democracia neoliberal? Pensemos, por ejemplo, en la reciente designación de dos nuevos ministros en el gabinete de Bachelet que exhiben como principal experiencia y capital político el haber sido asesores de Enrique Correa, uno de los principales propulsores del lobby en Chile. Pensemos que además asume como ministro del Interior Jorge Burgos, un político que siendo subsecretario del Interior de Ricardo Lagos llegó a declarar que las mujeres desaparecidas en Alto Hospicio habían abandonado libremente su hogar por situaciones de violencia intrafamiliar, promiscuidad y extrema pobreza. Pensemos, por último, en los dos universitarios asesinados hace poco en Valparaíso simplemente por el hecho de haber ejercido su derecho a protestar y movilizarse. Un derecho que es sistemáticamente criminalizado, desoído, ignorado por las actuales autoridades. No creo que en este contexto, el de una democracia invertida hacia el poder ejecutivo y dirigida en términos corporativos, la creación de un Ministerio de la Mujer tenga otra finalidad que la de dar más empleo a militantes de la Nueva Mayoría.

-En las pasadas elecciones, la figura de M. Bachelet condensó la carga imaginaria de lo femenino-materno (afectividad, sentido práctico, intuición, protección y refugio). Ella –como madre- les dio a las desacreditadas dirigencias políticas (masculinas) de la Concertación la oportunidad de volver como Nueva Mayoría al poder de Estado. Sin embargo, en el fatal episodio Dávalos-Caval, los dirigentes políticos “hombres” le reprocharon haber privilegiado sus sentimientos de madre en perjuicio de sus deberes públicos como jefa de Estado. ¿Sería esta una venganza de lo masculino-patriarcal contra lo femenino-materno que el mismo discurso patriarcal había previamente instalado como estereotipo? ¿O será más bien que Bachelet carece de la suficiente habilidad política y discursiva para transitar entre los registros de lo masculino (lo público) y lo femenino (lo privado) que se mezclan en la proyección de su imagen?
Lo que ocurre es que el orden republicano, si bien se funda en la desafección de lo privado en favor de la cosa pública, igual describe a las mujeres, en su accionar político, desde las emociones, los afectos y la privacidad. De ahí que muchas teóricas políticas se preguntaran en los años noventa si el republicanismo era un buen aliado para el feminismo crítico que busca, precisamente, cuestionar lo estereotipado del registro femenino-maternal. Sin formular esta pregunta necesaria, el primer gobierno de Bachelet asume el vínculo mujer-afectos en los propios términos en que el republicanismo lo establece. A este encuadre le viene bien lo que proponen algunos: que las mujeres habitan el mundo con una “voz diferente” al ser más cercanas, comunicativas, responsables. Así también lo creen las mujeres involucradas en el primer gobierno de Bachelet. Este segundo gobierno ni siquiera tiene aquella promesa contenida en la frase “la primera presidenta de Chile”. Incluso esa mística feminista-femenina de las políticas del cuidado se ha desvanecido con la caída de la promesa de la paridad y con la relación meramente instrumental que Bachelet mantiene con el discurso y la práctica feministas. Sin el feminismo, las políticas de género priorizan el espacio de la familia, esto es, el interés privado. Los medios, que no olvidemos que en Chile son los medios de la clase dominante, narran a Bachelet y el negocio de su hijo bajo las retóricas usuales del folletín: la madre ingenua, el hijo tonto y la nuera pérfida. Pero dejan en penumbras, casi sin decirlo, el real conflicto: la elite, la política y la empresa. Dicho de otro modo, lo que queda en las sombras, lo que no es objeto de debate e indignación, es cómo la democracia en Chile hoy gobierna para el empresariado.

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-Se expresa a menudo el temor de que la acción afirmativa (más mujeres en cargos de representación pública) incorpore a esas mujeres sólo en virtud de un criterio de género que relega a un segundo plano la necesidad de que ellas demuestren reales capacidades y méritos. Tú has señalado que Bachelet, al evocar lo paritario, fue abandonando el ideal republicano de la “virtud cívica” para adecuarse a un léxico neoliberal de la tecnocracia y la meritocracia, como cuando ella advirtió “Mi gobierno será un gobierno paritario, de los mejores y las mejores. Será un gobierno de excelencia”. ¿Qué lees detrás de este desplazamiento?
Efectivamente, Bachelet hará suya la idea de la “excelencia” para volver factible el reclamo por mayor visibilidad de las mujeres en política basándose no simplemente en la ley del número sino que en la demostración de los méritos. La idea de excelencia opera como un significante “apolítico”, aparentemente lejano de cualquier ideología. Pero el paso de un tipo de lenguaje republicano organizado en torno a los valores de la igualdad y la virtud cívica a otro lenguaje de la certificación de méritos –marcado por los valores de la excelencia– no sólo obedece a una transformación de los modelos de comunicación y gestión política. También es indicativo de un cambio de terreno, de un nuevo piso histórico que hoy se identifica con el neoliberalismo, con la profunda reestructuración neoliberal de la vida. La mutación de las democracias representativas en democracias corporativas o elitistas no supone únicamente un vínculo inédito entre empresa y Estado. Podría decirse que la misma relación de lo público/privado es la que ha sido desplazada en el neoliberalismo. Y junto con ello, la propia distinción entre legalidad e ilegalidad, virtudes públicas y vicios privados. La creciente centralidad de la policía en el orden actual de nuestras democracias como democracias de control fuertemente represivas es indicativa de la emergencia de un nuevo orden capitalístico criminal, o, si prefieres, de una nueva configuración de las relaciones de luz y sombra en los espacios de lo común. La teórica política Wendy Brown ha observado, justamente, que el declive del Estado nación o su figura de “Estado mínimo”, tiene por correlato el surgimiento de fantasías de defensa, de amurallamientos, de control. En este contexto de políticas e ideologías neoliberales, pienso que debemos leer con más detención cómo la diferencia de los sexos se reinscribe socialmente, de qué formas de inscripción es objeto el cuerpo de la mujer en ciertos circuitos del capitalismo mundial. El tráfico de mujeres en la economía global, el aumento de la violencia hacia las mujeres como prácticas habituales del narco-estado o narco-capitalismo deben retener toda nuestra atención como, por ejemplo, lo que está sucediendo en Ciudad Juárez en México. Estas barbaries señalan una transformación en curso en donde la vieja razón patriarcal entra en sociedad con una razón del despojo que, para abreviar, identificamos con las democracias elitistas y con el neoliberalismo. Este largo paréntesis es necesario como trasfondo de lo que parece avizorarse desde un escenario Bachelet que permanece inexpresivo ante las legítimas demandas por derechos, pero ágil a la hora de favorecer el interés empresarial. Pienso que el feminismo debe cuestionar tanto la lógica de la diferencia sexual inherente a la construcción de los liderazgos políticos, como la lógica “naturalizada” de la desigualdad social propia a la consolidación y legitimación de las democracias elitistas.

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