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Cultura

29 de Julio de 2015

Claudia Rodríguez, poeta: “Las travestis, igual que la Marilyn Monroe, somos hijos no deseados para todo sistema”

Con estudios en género y egresada de Trabajo Social, Claudia Rodríguez (47) reivindica la historia de las travestis pobres que se prostituyen y responden al desprecio asumiéndose feas, desagradables y asquerosas. Historias como las que vivió ella, siendo una puta trans en los 90, cuando soñaba ser como Pamela Anderson y terminó humillada por un cliente maldito. Claudia lleva con orgullo su monstruosidad y aunque se cambió de sexo, mandó a la cresta su carné de mujer. Hoy se estrena “Cuerpos para odiar”, obra de teatro basada en su libro homónimo y donde ella es la Marilyn Monroe chilena.

Macarena Gallo
Macarena Gallo
Por

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¿Cuándo escribiste “Cuerpos para odiar”?
–Hace como dos años y este librito se ha ido moviendo en el under. Me lo piden cada vez más, he tenido que sacar más copias. Y se llama así por los crímenes de odio hacia nuestras compañeras travestis asesinadas. Las travestis somos cuerpos para ser odiados. Porque estamos vinculadas al trabajo sexual y en ese trabajo nos encontramos con hombres que odian a las mujeres y que nos utilizan para sacarse todo ese odio.

¿Cuándo empezaste a escribir poesía travesti?
–Mucho antes de entrar al Movilh, escribía puras hueás románticas. Después tomé un taller y tuve la pretensión de contar nuestras cosas, que no las contaran otros. Y empecé a instalar una escritura travesti. La escritura siempre ha sido un privilegio que las travestis no tienen. Es una comunidad que ha sido analfabeta.

¿Por qué?
–Las travestis hemos sido expulsadas de la educación porque se nos violenta, se nos insulta, se nos maltrata. Por lo tanto, salimos sin formación a la calle. Es como un círculo vicioso. No estamos en la lucha social, porque a nadie le importó que aprendiéramos a leer, escribir y defender nuestros derechos. Eso lo problematizo en “Cuerpos para odiar”. Mi libro está dedicado a las travestis que se murieron sin saber que estuvieron vivas, sin haber sido felices y sin haber escrito cartas de amor. Nadie nos ha dicho que nuestras vidas están llenas de luchas sociales por comer, por vivir, por tener donde quedarnos. La construcción de nuestra biografía está hecha en territorio de guerra. Es muy importante la biografía de una, porque las travestis hemos sido olvidadas en la historia de Chile.

En la obra haces de Marilyn Monroe.
–Me encanta la Marilyn, me sé toda su historia. Toda su instalación en el cine fue desde el fracaso. Los hombres la utilizaron. Y leyendo me di cuenta de que el feminismo no la alcanzó a ella. Aunque de repente tenía reflexiones feministas. Toda esta lucha con Hollywood, que le hizo hacer películas de la rubia tonta, la obligó a formar su productora para rodar sus propias películas. Estaba viendo un reportaje hace poco donde la Marilyn contaba que a los doce años la iban a llevar a un orfanato, pero ella no quiso y decía “por qué, si yo tengo madre”. Eso te hace pensar que Marilyn era una hija no deseada. Y eso se vincula mucho a nuestra historia.

¿En qué se vincula?
–Las travestis, al igual que la Marilyn Monroe, somos hijos no deseados para todo sistema. Y me emociona, porque es un poco la historia de las travestis, que tenemos que ser de una forma para otros, pero a nadie le importa lo que realmente somos. Las travestis somos manoseadas igual que la Marilyn, pero no para decir verdades, sino simplemente para el show. Por ejemplo, en los medios muestran a esta transexual que fue deportista, el papá de las Kardashian, que ama su riqueza, que vivió mucho tiempo como hombre y ahora es una maravillosa operada. Y es la noticia de una travesti burgués que no plantea la lucha social.

Pero es heavy que haya salido del clóset tan vieja.
–Sí, pero es show. Esta mina tiene como sesenta años y ninguna mujer se verá así a esa edad. Eso lo logra con plata. La mayoría de nosotras está en la pobreza, no vamos a llegar a los 60 años estando así.

Otras de las divas que rescatas en “Cuerpos para odiar” es la actriz venezolana Lupita Ferrer.
–Sí, siempre hacía personajes de campesina o de una niña pobre que era empleada en una casa de ricos y el hombre rico se enamoraba de ella, y se trasladaba de la pobreza hacia una clase social que era como el bien. Y para las mujeres del campamento, de mi población, era ideal que te pasara eso. Y eso mismo estaba en la historia de las travestis. Soñábamos encontrar a un hombre que nos sacara del hoyo, pero no conocí a ninguna travesti que tuviera un príncipe azul.

LA RUCIA TEÑÍA

“Hay hombres que me dicen, bueno, si dices ser tan revolucionaria, por qué querís ser rubia. Bueno, guachito, no soy rubia, soy rucia teñía y destruyo mi pelo”, dice Claudia.

¿Por qué quieres ser rubia?
–Es que a los hombres les encantan rubias, ja, ja, ja. Además, como soy fanática de la Marilyn… Así fui construyendo este monstruo.

¿Por qué monstruo?
–Para la demás gente, una que es travesti es monstruosa. A la gente se le produce un shock cuando la que está hablando tiene el pelo rubio pero con voz tan amargosa. Eso es parte de la horrorosidad.

De hecho, reivindicas la horrorosidad de ser travesti en tus textos.
–Lo que hago es una reivindicación de lo monstruoso. Digo cosas incorrectas, reivindico mi historia, todo eso es monstruoso. Las travestis somos horroristas.

¿Por qué?
–A partir del desprecio, la ilegalidad y la exclusión, subvertimos todo para sobrevivir, pero además asumiéndonos feas, desagradables y asquerosas.

Pero no todas las travestis se asumen horrorosas…
–Sipo, la mayoría quieren ser las más regias, lindas y consumidoras. Ellas están atravesadas, desde mi perspectiva, por un discurso que no es travesti, un discurso higienizante y purificador ocupado por los dirigentes homosexuales para generar más acceso a las políticas públicas. Como si eso fuera la diversidad, y no, poh. La diversidad es tan diversa que incluso es monstruosa.

Entonces, cuando hablas de travestis monstruosas, ¿a cuáles estás reivindicando?
–Me refiero a estas travestis pobres que viven de noche, en esquinas, que se asumen travestis y viven chupando picos. Todo eso es horroroso. Siento que ahí hay una potencia política que se puede utilizar a nuestro favor. Una compañera una vez dijo: nosotras tenemos prácticas sexuales por el poto, no son normales, no son reproductivas, sino que por el poto. Qué horroroso es escuchar eso para el bien social, que el poto es un órgano sexual. Ahí el discurso de la clase se va a la mierda, porque hasta a los pobres los horroriza. Decimos cosas horrorosas, pero que son verdad. Por ejemplo, en la obra digo, “ustedes que son pobres, maltratados, ¿quieren que les muestre las tetas, o también quieren venganza?”. A los pobres les digo que no somos tan diferentes, somos todas depredadas. Mi venganza puede ser la suya también.

LA CLAUDIA DOLORES

Tus escritos hablan de las hormonas que te inyectaste, de cuando te pusiste tetas. ¿Cómo te empezaste a armar como mujer?
–A los 24 años empecé a tomar hormonas y experimentar con mi cuerpo. Con otras chicas travestis, la Gata, la Ucha y la Egipcia, empecé a construirme. Ellas tenían más o menos mi edad, pero mucho más experiencia. Me enseñaron a prostituirme, a maquillarme, a usar hormonas, a ponerme siliconas, a armarme como mujer. En ese tiempo había muchos mitos.

¿Cómo cuáles?
–Que una hormona a una le hacía súper bien y quedaba maravillosa, porque se le redondeaba el cuerpo y mejoraba la piel, pero esa misma hormona en otra la hacía quedar como mono, les salía más pelo, nada bueno. Yo experimenté mucho. Para que fueran rápidos los cambios, tomábamos bombas de hormonas, que eran anticonceptivos y se compraban en farmacias sin receta. En un año, empecé a hacer cuerpo y de repente me doy cuenta que estoy inmensamente gorda.

Al poco tiempo te pusiste siliconas…
–En una época en que no estaba tan democratizado. Ahora te pone siliconas por cuarenta lucas una loca que viene de Ecuador o de Colombia. En mis tiempos era una sola loca que las ponía en todo Santiago y tenías que pedirle una hora con meses de anticipación para que te arreglara el cuerpo. Ella era la Claudia Dolores. Y te ibai a la segura con ella.

¿Quién era ella?
–La Claudia Dolores era una travesti operada de las más antiguas, una señora gorda, que ya no podía hacer trabajo sexual y había aprendido a poner siliconas tomando cursos de primeros auxilios y enfermería. Era lo máximo ponerse siliconas con ella. Además había hecho a todas sus amigas. O sea, había operado a todas las travestis de Santiago. La Claudia Dolores estaba al mismo nivel que el doctor MacMillan, ja, ja, ja.

Pero cobraba más barato, supongo.
–Sí, pero no dejaba de ser. A mí la postura de tetas me salió 100 lucas que vendrían siendo como 400 lucas de ahora. Yo me puse con ella como tres veces hasta llegar a las que tengo.

¿Por qué querías tener las pechugas grandes?
–Las argentinas eran el modelo de nuestra época. Y tenían así unas tetas, regias. Yo lo hice a la chilena, más chicas, aunque igual son grandes. En un momento quería parecerme a la Pamela Anderson. Era tan hermosa, tan exuberante, tan rubia, tan soberbia. Maravillosamente rica pero poderosa. Y quería volver a ponerme más, pero me puse vieja y después tuve un accidente en auto, y me dio lata. Y me di cuenta de que la apariencia no servía de mucho, porque los minos que conocía, claro, quedaban encantados con la apariencia, pero de ahí no pasaban más allá.

¿Por qué no?
–Los minos no pueden reconocer que los enloquecí. Con muchos me pasó lo mismo: “yo te amo mucho, me encantas, pero mi familia me está preguntando cuando me voy a casar y tener hijos”. Ahí quedabai. Los minos conmigo no se la podían. No podían ser tan revolucionarios, porque presentarle a los amigos a esta tremenda travesti, era imposible.

Y tu familia, ¿cómo tomó tu transformación?
–Al principio no entendían nada. Pensaban que estaba yendo contra la naturaleza. Para mi familia era demasiada presión: “los vecinos qué van a decir”. Yo vivía en un pasaje en una población, donde todos sabíamos la vida de todos. A mí me pasó esta cosa, que quería transformarme en la más rica de Chile, y se generaron todo tipo de comentarios. Y olvídate lo que dijo mi mamá cuando me vio llegando con tetas a mi casa. Se quiso morir. Mi papá me echó de la casa. Pero ahora estamos bien. Antes de que muriera, nos reconciliamos con mi papá. Fue bonito. Él era de otra generación y para él había cosas sagradas, pero para mí cada vez las cosas eran menos sagradas. Porque nosotras en la calle no sabemos si vamos a sobrevivir o no, pero es tanto el deseo de que nos pase algo, de encontrar un príncipe azul, que siempre estás al borde.

¿Con qué tipo de hombre te encontraste prostituyéndote?
–Con viejos fracasados que tenían buena situación económica, con autos maravillosos, pero viejos flácidos y que no te iban a calentar pa ná. Un día estuve a punto de un ataque de histeria por un hueón que me había subido a su camioneta. A ese hueón le chupé el pico, y cuando acabó, abrió la guantera y sacó una pistola de este vuelo. La puso encima mío y me dijo “te bajai o te mato”. ¡Y me había ido a dejar a la concha de su madre en una carretera! Yo pensaba cómo tan inhumano después de haberle chupado la pichula. ¡Tan in-hu-ma-no! Cómo tan poco agradecido. Mira qué ingenua, ¿cachai? Ahí me di cuenta de una hueá.

¿De qué?
–Fue una toma de conciencia brutal. Le fui a contar a mis amigas, porque quería denunciarlo, y ellas me dicen: “nah, si esa hueá pasa todos los días, los pacos se van a cagar de la risa de voh y te van a decir, sabís qué, voh te lo andabai buscando”. Y yo, que ya hacía reflexiones en derechos humanos, decía “no poh, esta hueá no es normal”. Me frustraba que mis compañeras naturalizaran esa denigración. Eso me fue alejando de la calle. No quería volver a sentirme una muñeca para ningún hueón. Porque las travestis somos eso: muñecas para los hombres que odian a las mujeres.

¿Por qué los hombres que odian a las mujeres buscan a travestis?
–Porque la sexualidad es más amplia de lo que la heterosexualidad establece. Nosotras salimos a la calle y nos hacen hacer las cosas más extrañas del mundo como cagarlos, como mearlos, meterles el dedo en el hoyo, meterles hueás en el poto. Uno por plata hace todo eso. No hay límites, pos niña. Y mientras no haya límites, mejor, porque uno va aprendiendo hueás. Te vai haciendo poderosa y manejando a los hombres. Y cuando uno se te acerca, ya sabís lo que quiere. No te sirve ser una travesti cobarde. Mientras más experiencia, más currículum tenís para defenderte de los hueones y sobrevivir.

SÁBANAS CON YODO

Te sacaste el pene, pero no quisiste cambiar tu identidad de género. ¿Por qué?
–Antes que me operara en el 2000, pensaba que tener un carné de identidad de mujer era lo máximo, que iba a llevar una vida heterosexual, que me iba a poder casar, todo ese cuento. Y me pasó que conocí a unas travestis que se habían ido con el Blue Ballet y habían vuelto con plata, todas operadas y casadas con franceses. Un día me invitaron a su peluquería. Querían contarme de su operación de cambio de sexo. Pero eran de hablar bajito pa que no las escuchara la clientela: “es que no queremos que nadie sepa que somos operás”. Y yo las miraba y pensaba pero cómo van a pasar piola si están llenas de siliconas en la cara, en la boca, en la frente, en el poto, es evidente que son hombres. Pero juraban de guata que pasaban piola. Incluso, una me contó que su pareja no sabía.

¿Y cómo lo hacía para pasar piola?
–Inventaba mil excusas. Otra loca que conocí tenía un mino con plata, hermoso, pero él no sabía que era travesti. Un día llega otra y le dice a él: “¿sabís qué?, la Yesenia no es ná la Yesenia, es un hueón operado”. El hueón la quería matar, no lo podía creer. Hay muchas travestis que nunca le han dicho a sus parejas que son operadas, pero siempre se sabe. Había una cola que su pareja quería ser papá. La hueona hasta manchaba las sábanas con yodo pa que pensara que se había indispuesto. Hueás esquizofrénicas como esas. Entonces, dije, ¿por qué tengo que pasar por esa hueá? No quiero avergonzarme de lo que soy. No quiero construirme según la imagen para ser aceptada.

Pero te operaste igual…
–Sí, era más cómodo. Después me di cuenta de que tenía que gastar otro millón de pesos para hacer el juicio y tener mi identidad como mujer. En ese tiempo no tenía trabajo, me mantenía mi mamá y yo dije hasta cuándo tengo que pagar por ajustarme al sistema. Como ya tenía la operación, dije no hago ni una hueá más y los documentos a la conchesumadre. Había amigas que me decían opérate la voz. ¡Ni cagando! Así he sobrevivido.

¿Sirve de algo el carné?
–Para nada. Imagínate, cuando me puse tetas la primera vez, me quedaron unas tetas maravillosas, grandes. Pero pasaron los días, la inflamación fue pasando y me quedaron unas tetitas chiquititas. Después de toda la plata invertida, el dolor y el riesgo que corrí, ¡me quedaron chiquititas! Fue una frustración. A los seis meses, junté las cien lucas y me volví a meter silicona. Pero los hombres seguían descubriendo que yo no era una mujer. Nunca iba a encajar, por más operaciones que me hiciera. Nunca uno va a ser una mujer normal y natural, eso es una fantasía, una mentira. Es más reconciliador asumirse. Y debiera dejar de ser vergonzoso ser travesti.

¿Qué te parecen el Acuerdo de Unión Civil o el matrimonio homosexual?
–El matrimonio hay que abolirlo. Incluso para la heterosexualidad ha sido un fracaso. Si los gays quieren casarse, luchen por lo que quieran, pero a mí no me importa. A las travestis no nos sirve de nada el matrimonio homosexual.

¿Por qué no?
–Desde mi perspectiva, nuestras necesidades son las luchas sociales: derecho a salud, a vivienda, a educación y trabajo. Me parece que esta ley está pensada y dirigida a hombres homosexuales acomodados. Ningún hombre va a querer casarse con una travesti en Chile, sino estaríamos todas casadas. Dicen que la ley es importante porque así cuando una muera sus bienes serán del que sobrevivió, pero nosotras no tenemos dónde caernos muertas, no tenemos capacidad de ahorro, qué vamos a heredar. Las travestis hemos sobrevivido sin organización y sin identidad de género. Nosotras vamos a estar igual. Esas luchas son de la clase burguesa.

Fuiste parte del Movilh a comienzos de los 90. ¿Cómo ves el movimiento ahora?
–No tengo relación. No me interesa tenerla tampoco, mi discurso está muy lejano al de ellos. Yo estuve en el Movilh histórico, llegué el año 91. Y era la única trava, la única loca, y por eso tuve harto conflicto.

¿Qué te pasó?
–En ese tiempo, solo iban al Movilh hombres que buscaban otros hombres. Y yo no era tan masculino. Era más bien una loca zafada. Y en la organización me empezaron a llamar, como insulto, Claudia en vez de Claudio. A mis compañeros homosexuales dirigentes nunca les importó que una travesti tuviera discurso propio. Ellos te pueden llevar a una reunión con el ministerio de Salud, pero los que van hablar sobre travestismo y transexualidad serán ellos teniéndote a ti al lado. Eso me aburrió y decidí ser una activista autónoma para pelearles de igual a igual a los minos.

En ese tiempo, las travestis no se organizaban.
–No, para nada. No pescaban mucho. Las travestis con las que me vinculaba en el trabajo sexual, en la calle, hablaban pestes de los homosexuales. Decían que estaban llenos de privilegios, que podían trabajar, que podían divertirse, que no tenían que arrancar de los pacos, que los pacos no los golpeaban o cortaban el pelo como a una. No les interesaba participar.

Hace unos meses entrevisté a una escort transexual vip que no estaba ni ahí con la lucha por los derechos de las trans, porque ella se valía por sí sola y nadie la había ayudado a construirse.
–Triste, poh, pero es producto de la mala educación en Chile. Y por eso yo marcho todos los días. De hecho, tengo el poto cocío de tanto marchar.

¿Las travestis marchan por la educación?
–He visto pocas. Y cuando convoco, mis amigas no van, porque no se sienten parte. El otro día en la tele entrevistaron a la transexual más linda del mundo. Yo le preguntaría a ella si sabe de derechos humanos, porque mis compañeras no saben. Me preguntan qué son los derechos humanos.

¿Qué les dices?
–Les pongo ejemplos pa que me entiendan: ¿Sabes lo que es el derecho al agua? Y se ponen a pensar. Bueno, qué pasaría si no tuvieras agua. “Ay, sería horroroso, mi pelo, no me lo podría lavar”. Bueno, ese es un derecho humano, a nadie le puede faltar agua. Y así como es eso, nadie te puede decir que no podís existir. Y eso debieran decírtelo en el sistema educacional.

CUERPOS PARA ODIAR
Desde el 23 de julio al 15 de agosto.
Jueves, viernes y sábados, 20:30 hrs.
Sala Agustín Siré de
la Escuela de Teatro de la U. de Chile. Morandé 750.
Entradas: general viernes y sábado: $5.000; estudiantes, convenios para grupos y jueves $3.000. Travestis entran gratis.

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