Opinión
19 de Agosto de 2015“Años de calle”: El escrito del nieto homosexual de Allende en “El diario del Che de Los Gay”
Alejandro Fernández, descendiente del ex Presidente de la UP y reconocido homosexual, realiza una emotiva dedicatoria a Víctor Hugo Robles. "Una noche estaba con mi abuela viendo las noticias en su departamento de El Bosque. La Tencha me cuenta que un personaje se subió al escenario de la Estación Mapocho en medio de la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Santiago donde ella había asistido y comenzó a gritar: Juicio a Pinochet, por los desaparecidos, juicio a Pinochet", relata.
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A Víctor Hugo lo conocí en diferentes momentos y modos, primero a la distancia, luego a través de relatos de terceras personas y finalmente nos encontramos en la Universidad ARCIS. Eran los primeros años en la década de los noventa cuando trataba de entender mi espacio en un Chile fracturado, espacio tan diferente a mi Cuba distante.
Era la época de la justicia en la medida de lo posible, de las lágrimas de Patricio Aylwin y de la desarticulación de los movimientos sociales al son de la alegría prometida.
La primera vez que vi a Víctor Hugo fue en un 11 de septiembre. Lo miré atentamente tratando de entender toda la simbología que llevaba a la marcha. Tenía entre sus manos un marco rodeado de patas de animales, patas de chancho, como le dicen en Chile.
Entendí la metáfora porque en Chile se dice que a los homosexuales les gustan las patitas de chancho. Víctor andaba maquillado con los labios rojos y tenía amarrado al cuello un pañuelo de colores.
Me recordó el sacrificio de San Sebastián y todos aquellos primeros mártires del cristianismo. Nunca pensé encontrarme con un activista homosexual en medio de una marcha de izquierda alzando el puño y la voz pidiendo justicia a toda voz.
Recuerdo que –discretamente– pregunte quién era y me dijeron que era “El Che de los Gays”. Mi confusión fue absoluta. ¿Cómo se le ocurre venir a la marcha vestido así? ¿Por qué “El Che de los Gays”?, me pregunté.
Me acerqué tratando de escuchar lo que la gente decía, lo criticaban, comentaban, pero parecían conocerlo. En esa época yo estaba en el armario y me dio vergüenza verme enfrentado a mi propia cobardía.
Una década antes le pregunté a un buen amigo en La Habana si en Cuba se podía ser homosexual. Respondió con un no rotundo. “Si no te gustan las mujeres estás muy jodido, Alejandro, tienes que irte de Cuba”, dijo.
Otro querido amigo dijo que los maricones no pueden trabajar para el socialismo “porque pueden traicionar a la revolución por una pinga”. Fue entonces que decidí olvidar mi vida personal y dejé quien yo era encerrado en un armario sin llaves, en el olvido.
La Cuba de mi época era una sociedad bastante homofóbica y el lema de nosotros, los pioneros socialistas, era: “Pioneros por el socialismo, seremos como el Che”. Ese mantra se repetía de forma diaria en todas las escuelas de la isla. El Che en Cuba simboliza la fibra revolucionaria, el sacrificio, la vida más allá de la muerte.
Nada podía estar más alejado del legado del Che y sus seguidores que las reivindicaciones de los homosexuales.
Tiempo después algo comenzó a cambiar en Cuba y esa transformación la vimos desde Chile. La película “Fresa y Chocolate” removió literalmente las conciencias en todo un continente. Después de la película comenzaron las fiestas en la isla y más tarde las primeras marchas homosexuales con el trabajo imprescindible de Mariela Castro Espín.
De Cuba me fui a Chile. Pasaron muchos años, entrando, saliendo y viviendo en Chile. Entonces una periodista supo que había un nieto de Salvador Allende que se comentaba era homosexual y decidió perseguirme por el mundo.
Nos sentamos a conversar en Nueva Zelanda y decidí darle una entrevista pidiéndole una foto con una polera que decía en inglés: “Gays por la libertad y la justicia social”. Luego de esa entrevista vinieron otras y a través de los medios de comunicación le envié un mensaje a “El Che de los Gays”, valorando su valentía y describiéndolo como una persona que me ayudó a aceptar quien era yo.
A Víctor Hugo lo continúe viendo de forma anónima en las marchas, pasó a ser parte del paisaje en las protestas. En lo personal lo vi como alguien que interpretaba la disidencia sexual desde una postura crítica, incluso dentro del propio movimiento homosexual.
Una noche estaba con mi abuela viendo las noticias en su departamento de El Bosque. La Tencha me cuenta que un personaje se subió al escenario de la Estación Mapocho en medio de la inauguración de la Feria Internacional del Libro donde ella había asistido y comenzó a gritar: “Juicio a Pinochet, por los desaparecidos, juicio a Pinochet”. Me dijo que todo el mundo había comentado lo ocurrido y que le habían dicho que era un activista gay.
Mucho tiempo después supe que era Víctor Hugo y se lo comenté a mi abuela. Nos conocimos con Víctor, nos hicimos amigos y traté de presentarle a mi abuela pero por azares de la vida nunca coincidieron.
Por mi parte, sí tuve la posibilidad de conocer y saludar a su abuela, la mujer más importante en su vida. Víctor Hugo me invitó a su casa en El Cortijo y ahí estaba su abuelita Luzmira.
Nuestras biografías están pobladas de madres biológicas y adoptivas, madres, abuelas, tías, toda esa maravillosa cosmovisión matriarcal que sobrevive en el mundo.
Una noche salimos de marcha y en el medio de la celebración Víctor Hugo me pasa una nota escrita a mano. La caligrafía no me resultó familiar, le regreso el papel de vuelta y me insiste que me lo quede, me dice que lo lleve de vuelta a mis exilios. Me explica que son palabras de Pedro Lemebel. Era una nota escrita en papel duro bajo el fuego de una noche cómplice. Unas palabras que emanaban amistad en un momento preciso del destape santiaguino.
Para nadie es un misterio que ambos vivieron todas las escalas emocionales posibles de una amistad compleja e intensa.
Me guardé el papel en el bolsillo sabiendo que lo iba a dejar en Chile pero no sabía dónde. Finalmente lo guardé en la mítica casa de Guardia Vieja, la misma histórica casona donde Víctor Hugo pidió fotografiarse en la biblioteca personal de mi abuelo.
Ahí quedó la dedicatoria de Pedro Lemebel a Víctor Hugo, guardada en un cajón en la pieza de mi madre Beatriz. Meses después Lemebel muere y recuerdo la dedicatoria.
Le mando un email desesperado a mi hermana Maya pidiéndole encontrar el documento. Me dijo que alguien se había alojado en ese cuarto y que se había limpiado todo. Tal vez ya no estaba. Insisto en la búsqueda de la dedicatoria y –felizmente– recibo una foto del papel que decía: “A Víctor Hugo por tantos años de calle, y marcha, y gritos y tanta emoción política en esos dolorosos pasos descalzos. Pedro”.
Dedico estas palabras a mi querido amigo activista, Víctor Hugo Robles, a su abuela Luzmira, a Pedro Lemebel y a todos los homosexuales, lesbianas y trans que con su lucha nos inspiran a vencer la homofobia que nos rodea.
* Fotografías: Gentileza de Alejandro Fernández y Luis Navarro.