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Opinión

21 de Agosto de 2015

Editorial: Le toca a Burgos

Cuando Bachelet cambió su gabinete, y puso a Burgos para que lo presidiera, es obvio que optó por la moderación. Lo que hizo, además, fue ceder una importante cuota de poder. Para entonces ya estaba muy sola, se le habían roto lealtades internas –el corazón de sus cercanos terminó de estallar con Soquimich- y su […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Cuando Bachelet cambió su gabinete, y puso a Burgos para que lo presidiera, es obvio que optó por la moderación. Lo que hizo, además, fue ceder una importante cuota de poder. Para entonces ya estaba muy sola, se le habían roto lealtades internas –el corazón de sus cercanos terminó de estallar con Soquimich- y su hijo mayor le había clavado un dardo envenenado en el cuello. Las reformas, para mantener el ritmo al que se venían desarrollando -más allá de sus desperfectos intrínsecos- requerían de una fuerza que aquí no existía. Ya lo había hecho en su gobierno anterior, cuando recurrió a Pérez Yoma. Esta vez, como entonces, convocó lejos de la lógica de los afectos con que arrancó. Ambos muy distintos de ella y sin lazos de amistad. Ambos demócratas cristianos de fina cepa. Me cuesta imaginar que Burgos, al entrar, imaginara que llegaba para cambiarlo todo y comenzar de nuevo, que era precisamente lo que esa malla concertacionista le criticaba a la retroescavadorística. Su misión era priorizar y racionalizar un proyecto, de manera que siguiera siendo el de toda la coalición, y ojalá de otros más. Se supone que a La Nueva Mayoría –pienso en civiles que deambulan por la ciudad más que en dirigentes políticos- la reúne el deseo de democratizar Chile. No creo que haya nadie ahí pensando en la revolución, salvo que alguna revolución se ponga con unos pesos. Se trata de que las posibilidades estén mejor repartidas. Sería absurdo en el Chile de hoy pensar empoderar a los sindicatos para declarar una guerra. Para muchos trabajadores, su verdadero tirano es el acreedor: la multitienda, el colegio, el instituto. No pocos se desloman para pagarle el cartón al hijo en una universidad de mierda, pero el país no está para nada mal. Hay que tener el entendimiento perturbado para caminar por el centro de Santiago o de casi cualquier otra ciudad de Chile, y ver a sus habitantes desesperados. La economía, es un hecho de la causa, está en las antípodas de lo bullante, pero ¿quién dijo que sólo con una economía bullante se puede construir un país? No estamos en recesión, no ha subido el desempleo, las calles no están más llenas de mendigos. Me cuesta creer que de un día para el otro la delincuencia se halla disparado. No hay duda de que la hay, y mucha, pero los datos de Paz Ciudadana no corroboran que desde ayer vivamos en Ciudad Gótica. Ha subido en algunos sitios y bajado en otros. Son desencuentros miserables al interior del mundo político los que tienen amplificada la sensación de desorden. No han sido un tema las manifestaciones sociales. Los reclamos se escuchan más en los grandes salones que en los galpones, más en la Sofofa que en la Cut. No es muy discutible, tampoco, que no estamos ante un gobierno admirable. Son poquísimos los verdaderamente gobiernistas. La Moneda está triste. Parece una “Vicaría”, me dijo uno que trabaja ahí. No han sido capaces de constituir un equipo cohesionado. A Burgos le ha costado tomar el mando y a Eyzaguirre entender que no es el jefe. A diferencia de lo que he leído a ciertos comentaristas, en esta vuelta la posibilidad de un buen gobierno dejó las manos de la presidenta. Ya no es su equipo el que está en la cancha. Es la coalición. El menguado capital que le queda no debiera gastarlo en tecnicismos de ninguna especie, sino en recordar a los extraviados hacia dónde va la navegación.

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