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LA CARNE

2 de Septiembre de 2015

Columna: El regalo

* Cada vez que atiendo a un cliente nuevo, siento que vuelvo a disfrutar mi voluntad de experimentación. Pienso en mi puta sexualidad como un laboratorio de deseos reprimidos. A veces me piden cosas que no acostumbro, y esta cualidad azarosa de la prostitución, no saber qué va a querer o cómo es físicamente ni […]

José Carlos Henríquez
José Carlos Henríquez
Por

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Cada vez que atiendo a un cliente nuevo, siento que vuelvo a disfrutar mi voluntad de experimentación. Pienso en mi puta sexualidad como un laboratorio de deseos reprimidos. A veces me piden cosas que no acostumbro, y esta cualidad azarosa de la prostitución, no saber qué va a querer o cómo es físicamente ni cómo acabará, es una de las cosas que todavía me calientan. Solo sabes que algo va a pasar con tu cuerpo durante ese tiempo que te pagan. Por lo general mis clientes me cuentan antes del servicio sobre su fantasía o si solo quieren follar convencionalmente. Pero aunque me envíen al mail todos los detalles de lo que quieran hacer conmigo y el azar pareciera estar bajo control, siempre surgen sensaciones que no se esperan o que se disfrutan más de lo que uno imaginaba.

Un día fue la caca. Las ganas de mi nuevo cliente tenían qué ver con mi caca. Su mensaje decía que no era necesario que yo probara nada, pero que él quería disfrutar lo que pudiese salir, “algún regalito que me tengas”. La idea era que yo me preocupara de tener mis intestinos llenitos, que incluso no fuera al baño si me daban ganas. Él me iba a pagar por cagarlo de forma “natural” mientras me lo metiera.

Llevé popper y pito para enfrentar la situación. Sentado al borde de su cama, ya desnudo, me puse muy nervioso. No me decía nada sobre su deseo. Me habló sobre su cansancio laboral, se fue sacando la ropa y me dijo que me pusiera en cuatro. Me fumé tres piteadas y le di dos profundas inhaladas al popper. Me chupó como un perro y bastó con toda su saliva para que entrara sin dolor.
Mi preocupación de que saliera sucio el condón, y si sale sucio, que ojalá no quede tan hediondo, fue aliviada por el popper y la marihuana. Con mi cabeza sobre una almohada y sus manos calientes agarrándome a su ritmo, me mantuve disfrutando como solo se disfrutan esos momentos extraños. El cliente me lo metió como siempre lo meten. Si no hubiese sido por su fascinación con el olor, con mirar lo que rodeaba su condón y volver a oler cada vez más de cerca, hubiese sido lo mismo de siempre. Yo terminé eyaculando sin masturbarme y el cliente me agradeció con mucha insistencia y una propina extra.

Me quedé boca abajo durante unos minutos gozando esa tranquilidad de saber que mi caca no le molestaba, que le gustaba bastante. Sentí su respiración en mi culo y luego la lengua, como de perro ansioso. Me imaginaba siendo un cachorro y que el perro más grande me limpiaba a langüetazos. Luego se encerró en el baño a lavarse los dientes y cuando nos despedimos me besó en la frente y me abrazó.

No sé si algún día llegue a ser un fanático del scat, pero esa despreocupación por la caca en el momento que te lo meten es incomparable. A veces el sexo parece estar tan higienizado que estas situaciones funcionan como un liberador de tensiones y hacen de la práctica sexual algo más nutritivo. A veces follar es pura preocupación por verse bonito, andar bien perfumado y cuidarse de que no salga sucio o no quede hediondo. Pero cuando el juego tiene mucho que ver con el culo, la evidencia de la caca suele ser inevitable. Y quizás, muy política también.

*Prostituto, escritor y activista de CUDS.

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