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Opinión

10 de Septiembre de 2015

Columna: La primavera de los ladinos

Guatemala podría ser la otra Bolivia del continente. Sin embargo, por el momento, los descendientes de la civilización maya están lejos de alcanzar el poder y construir un Estado Plurinacional. El país más importante de Centroamérica a través de una movilización de clases medias acaba de derribar a su presidente, acusado de corrupción. En su lugar, un humorista ha triunfado en la primera vuelta de las elecciones. Una delegación mapuche viajó al país invitada por el primer embajador indígena en la historia de Chile. Ahí conocimos el proceso de mayanización que resurge desde los museos donde está expuesto en pasado el pensamiento de una de las civilizaciones más trascendentales del continente. Acá, algunas impresiones desde el panaindigenismo

Fernando Pairican
Fernando Pairican
Por

Guatemala EFe

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Todo comenzó el 25 de abril. Aquel día la ciudadanía de Guatemala salió a las calles a pedir la renuncia de la clase gobernante al destaparse el primer hilo de un tejido de corrupción que finalizó con la caída del exmilitar y presidente de Guatemala Otto Pérez Molina a principios de este mes. El caso “La Línea” -nombre asignado desde los indignados de la primavera de Guatemala-, hace alusión a los números telefónicos a través de los cuales los funcionarios de las aduanas se ponían de acuerdo para evadir y adulterar los papeles oficiales para pagar menos al fisco o sencillamente no hacerlo. Podría haber sido un caso más de tantos que sacuden a la clase política a nivel continental, pero “La Línea” afectó directamente al poder gobernante, primero forzando la renuncia de la vicepresidenta Roxana Baldetti a fines de abril, y cinco meses después, al mismísimo Presidente. Hoy, ambos están en prisión. La corrupción, el incendio que desde principios de año viene velozmente arrinconando a las clases políticas de América Latina, consumía a un presidente de la república.

Si el exgeneral había logrado mantenerse en el gobierno, fue gracias a la intervención de las Naciones Unidas. Con el fin de mantener la gobernabilidad y alejar el ruido de sables que resonaba desde los cuarteles del país más importante de Centroamérica, la ONU formó la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). Al poco andar, la CICIG se convirtió en la pesadilla del gobierno y de la clase política. Esta comisión develó que la corrupción más que ser una excepción, era una práctica de a lo menos quince años. Salpicando incluso al que todos consideraban el próximo presidente de Guatemala, el multimillonario Manuel Baldizón, del Partido Liberal Democrático (LIDER), quien corría con el 40% de las preferencias. En las recientes elecciones, apenas alcanzó el 19,62%, quedando fuera de la competencia para la segunda vuelta. En ese débil juego de gobernabilidad, Guatemala se decidía entre una ruptura de sables o la irrupción de un outsider. La sociedad se volcó hacia la segunda opción, que grafica de todas formas lo que Anaí Linares, asociada al PNUD, me comentaba: “estamos ante un encierro democrático”.

El CICIG no tan solo ha develado corrupción. También develó que parte del financiamiento de la clase política proviene del narcotráfico, otros de los dolores de cabeza del continente y que en Guatemala tiene un sello particular al ser el tránsito hacia el principal mercado de consumidores: Estados Unidos. Carlos, un taxista, me comentaba mientras bajamos por Reforma -la famosa avenida donde Ricardo Arjona cuenta como sicopateaba a su pasajera -, que Guatemala es “la puerta de entrada” de la droga a los Estados Unidos. Resaltando que los carteles son hoy agentes económicos en el país, los que además han potenciado la violencia y la criminalidad. Según datos oficiales, por día son asesinadas 13 a 15 personas.

Tal vez por eso, el cansancio ciudadano se volcó en las elecciones hacia el humorista Jimmy Morales, quien con un 25% de los votos, ha triunfado en la primera vuelta. Guatemala expresaba así su protesta cívica hacia un outsider. Jimmy Morales es conocido por su programa Moralejas, un humor de estereotipos hacia la sociedad indígena, que es visto por los descendientes de la civilización maya como abiertamente racista. Podría ser por eso que los descendientes de una de las civilizaciones más importantes de América Latina han visto pasar la primavera ciudadana con indiferencia. Por lo menos esa es la impresión del historiador maya Jorge Santiago: “Este es un movimiento de clases medias ladinas (mestizas) que mantienen toda esa carga de prejuicios hacia nuestra gente”, afirma.

La Guatemala que hoy la ciudadanía puso en tela de juicio, comenzó gradualmente a edificarse a partir de los Acuerdos de Paz de 1996, firmados posiblemente en el edificio más fascista que perdura en América Latina. Construido por el dictador Jorge Ubico, el general usó como mano de obra a los presos de la cárcel de la ciudad que, obligados a trabajar en extensas jornadas, demoraron solo cuatro años en construirlo. Obsesionado con el poder, Ubico selló su pulgar en todas las puertas del palacio para recordarle a sus funcionarios su persona. Es al interior de este castillo totalitario que se encuentra el Monumento por la Paz, firmadas entre la guerrilla y el gobierno de Álvaro Arzú. Acuerdos que prometían nuevos tiempos que, casi veinte años después, la ciudadanía pone nuevamente a discusión. Discusión, sin embargo, que no incluye a la mayoría de la población, es decir, la indígena.

En este crucial contexto, los ecos de la marea cívica resonaban a nuestra llegada como delegación de escritores mapuche a Guatemala, invitados por el primer embajador mapuche de la historia de Chile, Domingo Namuncura, un sobreviviente de la oleada conservadora que se ha apoderado de la Nueva Mayoría. “¿Cómo entender Guatemala?”, fue la primera pregunta que hicimos junto a Graciela Huinao y Emilio Antilef, mientras desayunábamos en la Embajada de Chile, bebiendo sorbos de té en las tazas marca Thompson con el escudo de Chile grabado en oro. Todo nos llevó a la historia, en particular al triunfo de Jacobo Árbenz en 1944 y luego la reacción conservadora que lo derrocó diez años después, terminando por gestar la guerra civil más sangrienta del continente. El saldo habla por sí solo: 260.000 víctimas. Más de la mitad miembros de alguna de las 22 etnias que, en conjunto, conforman el panamayismo. “Esa es la cicatriz que aún no sana”, reflexionaba el embajador Namuncura, en alusión a la memoria de la guerra civil y, sobre todo, al racismo que mantiene segregada a la población maya, quienes siendo el 63% de la población, apenas un 10% logra ingresar a la única universidad pública del país, la San Carlos, que este año cumplió 300 años de vida.

La segregación es lo que sorprende en Guatemala. Sorprende porque los colores indígenas están en todos los rincones de las ciudades, en los mercados, negocios, en los nombres de los lugares y en las comidas. Aparecen, claro, cuando se trata de las Pirámides de Tikal, “la cuna de la civilización maya”, como dice la propaganda hecha a la medida del turismo, pero siempre en pasado. Como gran parte de la historia del continente, estos orígenes están en la conformación de la república en el transcurso del siglo XIX. Como ha dicho acertadamente el historiador Arturo Taracena, lo que fue una invención criolla, un sueño para los ladinos, fue en la práctica una “pesadilla para los indígenas”.

A pesar del racismo cultural que existe con los descendientes de la civilización maya, la fortaleza identitaria sorprende. Gran parte de la población indígena es bilingüe, hablan uno de los 22 idiomas indígenas y el castellano. Y a pesar que el catolicismo es la religión preponderante, mantienen las tradiciones espirituales que forman un particular sincretismo. A consecuencia de los acuerdos de paz de 1996, los mayas han logrado institucionalizar dos cuestiones claves: la Academia de la Lengua y el Instituto de la Defensoría de la Mujer Indígena, ambas demandas nacidas desde el movimiento indígena que tuvo su apogeo hasta 1999, año en se realizó un referéndum para avanzar en algunos derechos, como reconocimiento constitucional, entre otros. Los mayas perdieron, y la cicatriz de la segregación marcó un nuevo hito en su historia.
Frente a la dominación étnica, un importante grupo de pensadores mayas han creado la opción mayanista. Es decir, fortalecer lo maya y potenciarlo como proceso de transformación. Quinientos años de adaptación en resistencia no pasan en vano en los descendientes de esta civilización, subterráneamente, avanza esta ideología entre la gente, a través de la educación bilingüe, las ceremonias y los talleres contra el racismo. Hoy, me explicaba Héctor del movimiento Movemaya (el brazo estudiantil), “los jóvenes no vamos al museo solo a admirar nuestro pasado, vamos a mirar como era nuestra gente para traer sus elementos al presente”. Son estos jóvenes los que se han vuelto a tatuar en sus pieles símbolos ancestrales, como era en los tiempos previos a la conquista. Otros han colocado en sus labios, orejas y narices, joyas, con su carga de simbolismo espiritual. Algunos han vuelto a descifrar escrituras de las estelas, donde está la historia antigua de su civilización. Es la lenta mayanización que se une a la aymaranización en Bolivia y mapuchización en Chile.

Tal vez por ello la delegación de escritores mapuche junto al embajador Domingo Namuncura fuera tan bien recibida por los hermanos. “Es la primera vez que nos visita una autoridad de esta índole”, decía el director de la Academia de la Lengua, mientras nos contaba los propósitos y dificultades de su institución. Lo mismo nos paso en la Defensoría de la Mujer, las que nos llevaron a realizar una ceremonia para presentarnos ante sus abuelas y abuelos mayas, agradeciendo la oportunidad de estar con ellas, mientras íbamos encendiendo una vela a cada uno de sus símbolos. Luego, una conversación en el patio, una charla publica en que todos los funcionarios dejaron de trabajar para ir a escuchar nuestras voces, luego de atendernos con una doblada y una jarra de atol, la popular tortilla rellena y la milenaria bebida caliente de maíz.

Llena de matices y colores es la Guatemala en que se encuentra el primer embajador mapuche. El desafío para una posible gobernabilidad es incorporar a la sociedad maya como sujetos portadores de derechos colectivos. Algo que se ve lejano ante el triunfo momentáneo del ladino Jimmy Morales. Por lo demás, aún mas lejos suenan las palabras de la Comandante Ramona del EZLN, quien en 1996 hacia un llamado desde el parlamento de México: ”ya no es sostenible una América sin los pueblos indígenas y su larga historia”.

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