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Cultura

18 de Octubre de 2015

Iván Navarro, artista: “El arte chileno está medio muerto, medio atontado”

Famoso por sus esculturas de luces de neón, Iván Navarro está presentando una retrospectiva de las obras que lo lanzaron a la fama internacional. Radicado en Nueva York hace 18 años, se tomó el 2015 sabático para volver al país a no hacer nada pero terminó haciendo de todo. Acá defiende el contenido político de sus obras y habla de la envidia en el arte chileno, de la tendencia a copiar las modas de Nueva York o Europa y de su guerra silenciosa con la generación de los 80: “La Escena de Avanzada, por muy rupturistas que se creyeran, tenían una visión súper autoritaria, elitista y esnob”.

Macarena Gallo
Macarena Gallo
Por
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Hermano del artista Mario Navarro e hijo de profesores de clase media, Iván Navarro (1972) estudió Artes en la UC, donde pasó del grabado tradicional a experimentar con esculturas de luces de neón o con juegos de espejos que dan una falsa ilusión de infinito. Sus obras vibran: “Cuando se apagan, o desenchufan, es como si estuvieran muertas o durmiendo”, dice. Tras casi dos décadas radicado en Nueva York, se dio este año sabático para refugiarse en la Comunidad Ecológica de Peñalolén, pero también para presentar “Una guerra silenciosa e imposible”, la retrospectiva más grande que ha expuesto en Chile (hasta el 8 de noviembre en CorpArtes).

En la muestra están sus obras emblemáticas, como la silla de neón que alude a las utilizadas para torturar en dictadura. O “Death Row”, la gran instalación que llevó a la Bienal de Venecia en 2009, compuesta por trece puertas de aluminio, con luces de neón y espejos, que dan la impresión de estar frente a un pasillo infinito. La obra tiene relación con los corredores de la muerte que existen en la cárceles de Estados Unidos, donde los condenados a la pena capital esperan su ejecución. Y su famoso carro de supermercado, hecho de tubos fluorescentes, que tituló “Homeless Lamp, The juice sucker”, en referencia al ingenio de los sin casa para poder iluminarse: “Es bien loco. Construyen una casa alrededor de un poste de luz donde enchufan los electrodomésticos, prenden la tele, calientan agua. La mayoría vive en túneles abandonados de estaciones de metro que nunca se ocuparon. Son poblaciones completas de gente y el metro, como es eléctrico, permite que muchas personas se cuelguen a electricidad. Me di cuenta que en Estados Unidos nunca se habían ocupado esos discursos para una obra”, comenta Navarro.

Deben vivir en otra.
-La creatividad va por otro lado. En Chile es para sobrevivir. Allá es una creatividad más optimista y feliz. Para qué, si ya está solucionado.

¿A los gringos les gusta que los critique un inmigrante?
-Sí, porque tienen sentimientos de culpa por ese capitalismo que todo lo acepta y lo convierte en parte de su ideología.

En la muestra, hay una sala oscura para escuchar la música de Hueso Records, el sello que produces.
-Sí. Te cuento que han pillado a tres parejas tirando dentro de la sala. Es segunda vez que me pasa. El año pasado mostré en el Bellas Artes una rueda de camión minero, gigante, donde te podías meter y escuchar música, y terminó siendo un motel, ja, ja, ja. Me encanta.

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LA GUERRA SILENCIOSA

¿Por qué llamaste a la muestra “Una guerra silenciosa e imposible”?
-Porque siempre me pongo un enemigo para trabajar. Cuando uno está trabajando en arte, siempre se está criticando algo.

¿Quiénes vendrían siendo tus enemigos?
-Puede ser la tradición, alguna corriente artística, un género…

¿Con qué tradición estás en guerra?
-Con la generación de los 80.

¿Por qué?
-En esa generación, la mayor parte de las veces, las obras son unidireccionales, con UN significado, con UNA entrada a la que es súper difícil ingresar, incluso para personas especializadas. Siempre se ha hablado de la Escena de Avanzada, pero por muy rupturistas que se creyeran, tenían una visión súper autoritaria, elitista, esnob. Totalmente una contradicción con lo que criticaban en dictadura. En el fondo, eran tan dictadores como la dictadura.

Y con la generación actual, ¿tienes reparos?
-Conozco poco lo que se da ahora. Pero he palpado que es un arte bastante autorreferente y con muy poca relación con hechos sociales o políticos. Me acuerdo que cuando hice una exposición en Matucana 100, llamada “¿Dónde están?” (2007), una niña bien joven se me acercó para alegarme que por qué era tan pegado, por qué hacía arte relacionado a la dictadura si ya estábamos en los 2000. El arte chileno está medio muerto, medio atontado.

¿Quién lo está matando?
-El capitalismo chileno que es heavy, que se lo come todo y trae todo de fuera. No le da tiempo a la gente para pensar ni reflexionar. Es todo mediático, pero con poco contenido. Hay más Internet, pero para qué sirve. Internet, como dice Gonzalo Díaz, es un basural. No sirve para nada. No hay consistencia. Y acá todo es como Internet, hay súper poca reflexión. Por ejemplo, de mi exposición, se han hecho solo dos críticas. Una de Carolina Lara y otra de Waldemar Sommer. El único crítico, que nadie pesca y a nadie le importa, es Waldemar Sommer. Es el único que hace algo. Los demás no están interesados. En el arte muchos se cuidan. Son todos amigos. O el curador es, no sé, el profesor, y el profesor invita a sus alumnos.

Hay mucho amiguismo.
-Por eso mismo no hay crítica. Nadie se atreve decirle al amigo lo que le pareció mal de la exposición… El mundo artístico, quizá hasta los 90, estuvo muy marcado por lo que pasó con la dictadura. Y ahora los artistas no se han dado el trabajo de proponer una idea artística de fondo. Todo es copiar lo que se hace en Nueva York o Europa.

Somos los reyes de la copia.
-¡Entero copiones! El arte chileno tiene una identidad muy copiona y más insegura también. La gente acá podría dedicarse a hacer obras de greda e incorporarlas al mundo del arte contemporáneo. Pero no: la greda no es cool. Es más taquilla trabajar con video. Hay poca búsqueda hacia lo local. Acá se creen los neoyorquinos de Sudamérica.

¿En qué lo notas?
-En Nueva York hay modas que son más propias, porque tienen que ver con la cosa cosmopolita, con la influencia del jazz, la música, la danza contemporánea, la performance. Acá se copia la estética gringa pero se le trata de meter lo chileno. Si un extranjero está interesado en estudiar arte, se da cuenta altiro de que hay puras versiones de los artistas taquilleros gringos pero en chiquitito.

No encuentran nada nuevo.
-Nada. Acá es muy raro. La moda hipster, de los hombres con barbas largas, pega más acá que en cualquier otra parte del mundo. Más que en Estados Unidos, incluso.

También pasa que, para muchos, los artistas están más complicados que la cresta, y al final la única manera de entenderlos es recurriendo a un folleto explicativo.
-Obvio que tiene que ser así. El arte es súper complicado. No puedo esperar que sepas todo lo que estoy tratando de relacionar. Ojalá alguien vea mi exposición y después le den ganas de averiguar más. Tampoco puedo pedir tanto, pero en algún momento, tú tenís que ir a estudiar por qué este huevón pintó rojo y no azul. Todo significa algo. Pedir que el arte sea más fácil de entender es flojera, sino mejor vayan al MIM a jugar.

PURITANISMO Y ENVIDIA

¿Te gusta la vida en Nueva York?
-Sí, funciona súper bien. Es como mi oficina donde trabajo y puedo hacer millones de cosas que después se muestran en todo el mundo.

¿Qué cosas te gustan de allá?
-A la gente le encanta trabajar: si hay que hacer algo, se hace. Si te invitan a una exposición, está todo organizado, las platas están, no es al lote. El arte se entiende como una pega y no como un hobby. Acá suele ser todo por amor al arte, y eso es un problema. En este último tiempo he hecho millones de cosas por amor al arte, pero lo hago porque estoy un año nomás acá, filo. Pero me imagino viviendo acá y que todo el rato te estén pidiendo cosas gratis. Y no podría.

Acá es mal visto que el artista gane lucas por su obra…
-Sí. Acá hay una especie de puritanismo, pero bien ignorante. La gente no cacha que en el resto del mundo la cosa no funciona así. Históricamente el mundo del arte es así. Matta, el gran artista chileno de todos los tiempos, sus pinturas valen millones. No entiendo que existiendo ese referente, la gente se olvide de que un artista joven también puede ganar plata por sus obras. No es una cosa loca, es lo normal.

Pero se arma un dilema moral en torno al arte y el dinero.
-Realmente no sé de dónde viene esa moralina. Es muy raro. Pero, por ejemplo, durante la UP, el Estado les pagaba a los artistas para que hicieran obras. Víctor Jara trabajaba para la Universidad Técnica y le pagaba el Estado. Puede que tenga que ver con eso: la gente está acostumbrada a que el Estado tiene que pagar, como si la única forma de surgir fuera el Fondart, y no pues. Ahí entra la gran labor que hace Ch.ACO, las galerías, pero tampoco venden mucho. No digamos que hay un gran mercado. La gente que va a estas ferias no ve en el arte un gran valor cultural, lo ven como decorativo. Por eso Cardoen prefiere tener un museo del huaso y no de arte contemporáneo.

Pero hay mucho artista haciendo obra solo para el gusto de Ch.ACO.
-Ese es el problema. Están haciendo obras de un tamaño que quepa en el espacio de la galería, que también es una estupidez de los artistas, porque si fueran más creativos, podrían hacer hueás más locas dentro del contexto de la feria. Y terminarían subvirtiendo la feria.

¿Hay mucha envidia en el mundo del arte chileno? ¿Te envidian mucho desde que te empezó a ir bien?
-Siempre ha existido la envidia. Cuando estaba en la escuela, fui asistente de Eugenio Dittborn y me contaba millones de cahuines y la envidia era lo principal. Porque además él, en su generación, era el artista más exitoso junto con Alfredo Jaar, y tenía que lidiar con esas cosas todo el tiempo.

Hay mala onda parece…
-Sí po, la gente es pesada acá. También me doy cuenta de que muy pocos amigos míos me han dicho “me parece esto y esto tu exposición”. La gente no habla. Se guardan los comentarios. En vez de decirte que les pareció mala la exposición, no te dicen nada.

Eso es peor. Te pasai todos los rollos...
-Es peor, al final no sabes lo que están pensando. Con esta exposición la gente ha sido menos efusiva. Ha habido un distanciamiento. Realmente no sé qué lo ha provocado. Puede ser porque la obra es más sólida y más madura, entonces o te pescan o no te pescan. Hace poco hubo una exposición bien clave para toda la generación joven de artistas latinoamericanos en Nueva York. Me invitaron, el Museo Guggenheim compró una de mis obras, y fui el único chileno joven que invitaron. Lo divertido es que ningún artista paralelo a mí, que vive en Nueva York, me dijo “buena onda, Iván, te felicito”. Cero. Cuando yo lo hago siempre. Es un gesto de reconocimiento básico. Los artistas son muy chaqueteros.

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MENORES QUE JESÚS

¿Qué te parece el cartel que te han puesto los medios del artista más importante de Chile en el extranjero?
-Eso revela la flojera e ignorancia de los periodistas. Hay muchos más artistas pegando súper fuerte, pero acá la gente no sabe. Creen que Iván Navarro es el artista más talentoso, con más proyección internacional, pero esa huevá es mentira. No soy el único. No se dan cuenta que hay artistas jóvenes por todo el mundo que son como futbolistas a nivel internacional. Excelentes.

Alguien decía que ahora los artistas tienen que ser casi como las jóvenes promesas del fútbol: si no muestran su obra antes de los 30, después están medio perdidos.
-Claro. Los artistas tienen que ser casi como súper deportistas. Eso pasa en todo el mundo. Acá hicieron una exposición súper estúpida que se llamaba “Sub 30” con las jóvenes promesas. En Nueva York se hizo una exposición llamada “Menores que Jesús”, puras huevadas. Hay artistas de todas las edades. Eso sí, debe haber instancias para artistas más jóvenes que los viejos. Aunque parezca un poco cuadrado, el artista que representa Chile en la Bienal de Venecia tiene que ser uno joven y no uno viejo. Ahí se reafirma tu carrera, eres más conocido, quizás vendes obra, bla, bla, bla.

¿Qué has hecho en este año en Santiago?
-Quería no hacer nada, pero he hecho mil cosas. La gente me empezó a pedir colaboraciones, me pidieron dar conferencias, proyectos, y nada, soy súper malo para decir que no.

¿Qué extrañabas?
-Acordarme de cómo era Chile. Después me di cuenta de por qué no me gustaba. Chile está igual. No ha cambiado nada.

¿Qué es lo peor de Santiago?
-El smog, un clásico. Andar en auto, los tacos, puras hueás domésticas. La gente anda en mala onda. La agresividad cuando te tiran el auto encima y te lanzan chuchadas. Es heavy.

¿Has ido a los museos?
-No mucho. Me aburro, pero cuando voy, lo paso bien en general. Si voy de viaje a otro país, no voy al museo, sino a la calle y barrios más populares. Rara vez me meto a un museo.

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¿Y viste la muestra de LaChapelle, por ejemplo?
-No. Conozco su trabajo y es muy artificial. Me encanta su idea de crear escenas ficticias, pero aún le faltan para verse más reales. Todavía es como muy kitsch, muy forzado.

¿Qué te importa más: la belleza o el contenido de una obra?
-Joseph Beuys tenía una frase súper buena. Para él, la belleza es cuando las cosas están bien pensadas y resueltas. En ese sentido, una obra de caca, si está bien hecha, es hermosa.

¿Te interesa Chile a nivel político?
-Sí. Escucho la radio todas las mañanas. Me interesa saber, pero es como un nudo ciego, no lo entiendo mucho. Sé quién es quién, pero más allá no. No creo tampoco que estemos viviendo un caos. Esto no es Venezuela ni Siria. Un amigo brasileño me decía que encontraba increíble que acá no hubiera policías con metralletas en las calles. Es un país súper pacífico respecto del resto de Sudamérica.

La derecha insiste con la idea del caos…
-Ellos están boicoteando. Con los caceroleos o la cosa de los camioneros, la gente pensaba que estábamos volviendo a la UP. Son puras huevás.

“Una guerra silenciosa e imposible”
Iván Navarro
Hasta 8 de noviembre en CorpArtes. Rosario Norte 660, Las Condes. Metro Manquehue.
Lunes a domingo / 10 a 18 horas / Gratis.

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